Por Pablo Arahuete
Desamor: Sobre el documental “La guardería”, de Virginia Croatto
UNO SE CREE QUE LAS MATÓ EL TIEMPO Y LA AUSENCIA
El sol es el mismo en La Habana, en Baires o en Madrid. El calor, a la distancia, se siente distinto, cobija diferente como una frazada a destiempo. Desamor: la palabra se parte como la historia, la pequeña y la mayúscula; la que se narra todos los días y se vivió, o a veces la que se sobrevivió antes de vivirla. “Des” es una isla sin geografía recortable en un mapa. Porque allí, en “des”, habita lo no dicho, lo no visto, lo que no aparece. Amor está en el extremo opuesto, es otra isla, que tampoco se ve.
Amor vive en la reconstrucción de la topografía de los recuerdos. El mapa sensible del alma no necesita cartografía alguna para encontrar caminos que lo recorran desde distintos espacios. El de la memoria, por ejemplo; el del reproche o el de la pregunta sin respuesta.
Los almanaques se deshojan entre gritos, prepotencia y sangre, pero las raíces de la resistencia al olvido cambian de tierra. No pierden la esencia de lo fértil porque en lo fértil descansa la vida, ese fruto que crece a pesar de todo, y al que alimenta el mismo sol. Qué importa si es en La Habana del exilio o en el Baires convulsionado de fines de los 70. El sol es el mismo en cualquier tiempo y lugar. Pero, desde la clandestinidad, no se puede observar el sol. La mirada escapa cuando es acechada por quienes– además- se creen dueños de la mirada. La realidad se parte en la lejanía,igual que les sucedió a las islas “des” y amor.
¿Y la luna? Lo mismo, pero sale de noche a buscar fantasmas y fantasea con un reencuentro,como si se tratase de un juego de niños. Una escondida con final feliz. Aún existen quienes cuentan y dilatan el momento del cero. Porque, cuando el cero reina, surge la verdad. Como otro juego de niños, la verdad se disfraza para no mostrar sus colmillos. Por las noches, las fauces del lobo traen un sonido que ensordece hasta al mismo silencio. Los niños del exilio les preguntan a la luna: ¿cuándo vuelven papá y mamá? Y otros se animan a interpelarla con una sola frase preguntona:¿volverán?
SON AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS, QUE NOS DEJÓ UN TIEMPO DE ROSAS, EN UN RINCÓN, EN UN PAPEL O EN UN CAJÓN
La luna de Baires es rosa, es el ojo que sangra la utopía derramada. La lágrima no purifica, duele, paraliza. La lágrima es el espejo donde nadie quiere verse porque hay que convencerse del juego hasta darse cuenta: nada es un juego. ¿Cómo se enseña un juego sin reglas? La luna de Baires recibe todas las plegarias de la noche del silencio, las traduce en un papel, en una carta para la posteridad que los otros encontrarán en un cajón. En la isla “des” cada vez que aparece una palabra y un nombre sale el sol y todo se resignifica en el viaje de la memoria, de aquellas pequeñas cosas.
ESAS, QUE TE SONRÍEN TRISTES, Y NOS HACEN QUE SOÑEMOS CUANDO NADIE NOS VE.
Para algunos, podrá ser abandono; para otros, sacrificio. El desamor no se ve, se debate siempre en la pérdida. Alguien cede, alguien no eligió y entonces se confunde en un vuelo incierto de hojas muertas y recuerdos. Esos que intenta recuperar la canción “Aquellas pequeñas cosas”, de Joan Manuel Serrat: el valor del tiempo y la ausencia.
La voz de un joven comparte el ritual en el canto, entona cada una de sus estrofas con convicción de cantante de fogón, sin otro calor que el fuego de las ideas. Flamea y trasmite tranquilidad a quienes escuchan en otro tiempo y en otro lugar. Flamea el fuego eterno porque aquellas pequeñas cosas son exactamente las mismas. El documental “La Guardería” encuentra así el dispositivo circular para cerrar el pasado desde el presente. Allí, el movimiento telúrico de lo posible siempre es el deseo y las islas no se vuelven tan distantes ni para quienes se quedaron ni para quienes no. En el documental de Virginia Croatto conviven los fragmentos de los recuerdos, como en un poema que uniera la identidad despedazada por un contexto que, ahora y a la distancia, parece utópico, pero que marcaba el rumbo y los ideales de los protagonistas de esta historia. Quienes estaban en la guardería, los hijos del exilio, no sabían el porqué de ese destino. Allí, en un refugio de La Habana, andaban extraviados en el deambular de sus familias, muy lejos de las patrias de sus padres: aquellos jóvenes militantes en fuga, envueltos en la lucha armada contra la última dictadura militar.
La primera lección en la guardería, la gran casa blanca-dentro de la isla-, era que el “par” compartía lo mismo y así la hermandad no era cuestión de sangre o lazos. Esos tíos devenidos padres cumplían con la misión de proteger, contener y salvaguardar la memoria con vistas a que, en algún momento, esos niños hicieran su propio camino y encontraran,entre azares, un sentido de ese pasado en sus presentes.
PERO SU TREN VENDIÓ BOLETO DE IDA Y VUELTA.
Las voces que llegan desde el testimonio a cámara se mezclan con las otras, recuperadas en la esfera privada de cada uno de los interlocutores. Le hablan a una directora atenta, esforzada por no descubrirse en la imagen, tal vez, por respeto a cada uno de quienes comparten su experiencia y también, por la carga que trae la tristeza, vista a la distancia. Para muchos pasó un avión- o un tren- de la historia, que los trajo sin preguntarles si querían volver o si querían adentrarse en la incertidumbre de una batalla desigual.
“…un boleto de ida y vuelta” sigue la canción, que se completa al final del documental, cuando el tren de la narración pasó por muchas estaciones antes de detenerse en una, abarrotado de preguntas. No todos tuvieron la suerte de ese viaje. Pero, en la guardería, se revindica el intento y por eso no hay respuestas, sino fragmentos para reconstruir las ausencias.
Con las cintas recuperadas, o con esas cartas que le ganaban a la clandestinidad, las voces se hacen rostros y los rostros, ideas. De esa manera, se crea otra sensación de haber vencido al general olvido.
TE TIENEN TAN A SU MERCED COMO A HOJAS MUERTAS, QUE EL VIENTO ARRASTRA ALLÁ O AQUÍ
Desamor o sacrificio, la mirada no es esquiva; el silencio, tampoco. La nostalgia viene acompañada con la inocencia de aquellos niños que sabían: era posible vivir con felicidad en un reducido mundo como el de la guardería.Se guardaban en la guardería- los guardaban en la guardería- a la espera de ese día donde la casa blanca, en La Habana, recibiera con los brazos abiertos a quienes habían depositado todo lo que tenían en ese rincón, pero habían sido arrastrados por el viento.
La isla fue refugio. Allí se aprendió: si alguno necesitaba de otro, siempre estarían todos juntos, sin separarse, para que el viento no calara tan hondo y el frío indiferente debiera exiliarse. El consuelo sería posible cuando la angustia y el extrañamiento opacaran todo, pero siempre en pos de una verdad, para que los ladrones no acecharan en la puerta. Por más cruda que resultara, por más amarga que fuera la medicina, ahí estaba: en caso que la enfermedad del olvido hiciera de las suyas.
De grandes, aquellos niños se escuchan, se encuentran y se reinventan en sus hijos, porque ya no temen al silencio. Y encuentran un sentido al sacrificio, a pesar de los trenes y de las estaciones; a pesar del tiempo y de la ausencia.
Aquellas pequeñas cosas– Joan Manuel Serrat