Por Luisa Luchetta
La celebración: Impresiones de la niñez. Los pantalones cortos de Don Arturo Jauretche.
AL BORDE DE LA ESFERA
Arturo Jauretche nació un 13 de noviembre de 1901, en la ciudad de Lincoln, Provincia de Buenos Aires, en el amanecer del siglo XX, tiempo «excepcional en la historia del mundo, pues a los nacidos con el siglo nos fue dado ver en su transcurso posiblemente más transformaciones que las que vieron las generaciones que nos precedieron«. Su origen familiar remonta a la inmigración pionera que ocupó tierras ganadas a los pueblos originarios, y construyó en las fronteras de fines del siglo XIX.
Fue el mayor de 10 hermanos, su padre militaba en el Partido Conservador del pueblo. Sin ser terratenientes, los Jauretche pertenecían a la clase media. La huellas escritas de su infancia, como quien hace un bucle en la biografía, las publica en 1972: el libro «De memoria» «Pantalones cortos», primero y único de una serie de tres la que pensaba publicar.
«Estas no son memorias. Memorias escriben personajes de importancia… Espero que mis recuerdos se lean por la razón contraria; porque son los «dell’uomo qualunque», que no está ubicado en el centro de la esfera sino fuera de ella y viendo pasar su superficie por delante, casi como un espectador»
Un niño ya grande despliega su recorte, su foto de los primeros años del siglo pasado, en una ciudad bonaerense donde conviven, extranjeros, ranqueles, gauchos, la explotación infantil y el futuro: no hace falta un ojo muy sagaz para encontrar en estos textos puntos en común con nuestros días. El gringo, la clase media, los pobres. Entre todos, la niñez: el asombro, la imaginación y el deseo.
HECES DESDE LAS VENTANAS
Ya arranca duro desde la misma introducción:» ‘De memoria’ es más que nada la deposición de un testigo…», las heces caen desde las ventanas de aquellos que han negado al país desde su origen, a sus pueblos, a su cultura. Caen de aquellos cuya mirada excluye lo nacional y adula lo extranjero. Quizás no sea solo un filoso comentario, sino también un reproche a su propia niñez y adolescencia, por su filiación al ideario conservador de su familia y del entorno académico en el que se educó. Allí se imponían Adam Smith, Darwin, Spencer.
Si el arranque fue poderoso, la continuación no lo es menos: «(…) Podría haberlo llamado Testimonios, pero eso sería invadir un título que es de Doña Victoria Ocampo, quien desde otra ventana tiene mucho que contar en su idioma del país, dilapidado en cosas de afuera, porque mucho vio, aunque no sea lo que nosotros quisiéramos que viese» (…) «Además no estoy dispuesto a jurar que lo que digo sea «la verdad y nada más que la verdad»– como corresponde al dicho de un testigo-«
¿Humildad? Puede ser, pero el manejo de la ironía del gran Don Arturo deja tendida sobre la arena a la señora.
UN WESTERN CRIOLLO
En “Pantalones”, Cortos Jauretche despliega para las generaciones nacidas después de 1930, la alegría de los niños cuando llegaba al pueblo una galera. Corrían y gritaban de excitación a la par de los caballos en las calles polvorientas. El asunto no es menor «Era una escena muy parecida a la que vemos en los westerns a la llegada de la dirigencia, con curiosos, hoteles y pasajeros»
«recuerde de nuevo ese western que acaba de ver en televisión. ¿Se ha fijado en la hostilidad que separa a los que han sido sudistas y a los del norte, …allí en Texas, en Colorado, en Wyoming…? Eso fecha el western; vemos que ocurre después de la muerte de Lincoln. Es decir contemporáneo a esto que estoy contando, y las historias son parecidas, pero aquí sin cine, casi sin literatura…la escuela no lo quería enseñar y aprendimos la otra, la de los anglosajones; no la nuestra, la de los criollos y de los italianos, españoles, franceses, turcos y griegos, vascos, pobladores cristianos, y de los indios pampas y ranqueles…».
Lincoln muere en 1865 y el pueblo de Lincoln se funda, meses después, en ese mismo año. Un homenaje al norte, de los primeros.
FOGARATAS
Las fogatas de San Juan y San Pedro iluminan los ojos del niño Jauretche. Estas celebraciones, especialmente a principios del siglo pasado, fueran motivo de alegría en los niños, quienes, desde dos meses antes, juntaban leña para alimentar los fuegos.
La fogata de San Juan se realiza los 24 de junio. Allí se conmemora la entrega de la cabeza de Juan el Bautista a la hija de la concubina y cuñada de Herodes. Días más tarde, se celebra la crucifixión de San Pedro cabeza abajo y la decapitación de San Pablo, también con fogatas.
«Otra de las fechas claves de mi infancia, que se entreveraban con los fastos patrióticos de que hablé, eran los de San Juan y San Pedro, en pleno invierno; la época de las fogatas o como le decíamos «fogaratas», expresión que no era producto de la ignorancia, como creíamos, sino una especie de aumentativo que permitía una idea más grandiosa del espectáculo. (Recién me entero que hablábamos como académicos de la lengua empleando la palabra)»
El día de la fogata se reunían las familias, los niños corrían y jugaban alrededor y competían por quién hacía la fogata más grande. El asunto, como no podía ser de otro modo, solía terminar en enfrentamientos entre los contendientes.
EL ABISMO
Ya en la escuela primaria, Arturo conoció a Silverio Ávila, de quien se hizo amigo: «…conocí la otra cara de la vida de los boyeritos que no era la de admiración. Desde los seis años trabajaba con unos vascos tamberos; antes de que el lucero estuviese crecido, adelantándose a la madrugada, tenía que salir al campo en busca de las vacas…sólo lo defendían del frío, por dentro, unos cuántos mates tomados antes de salir y, no siempre, con un pedazo de galleta dura…Entraba a las ocho y muchas veces se dormía sobre el pupitre …(…) Así como el recuerdo de los sabañones me resulta inseparable del invierno, me es también inseparable el de las manos tajeadas e hinchadas de los chicos que volvían de la ‘junta’ ( de maíz)»
El contraste es evidente. Entre el ideario conservador familiar y el «amor a mis paisanos, a los hombres de la comunidad en que se vive que es la Humanidad efectiva y no la abstracción propuesta como tal» se abría un abismo. Sin embargo darse cuenta de las dimensiones de esa fosa, le llevó un tiempo, incluso a Jauretche: «Pero eso ocurrió después y no cuando tenía pantalones cortos, ni siquiera cuando los primeros largos o mi primer bigote. Bastante después».
Hay instantes de la infancia que regresan en escritura adulta a iluminar, como una “fogarata”, el contexto en el que hemos vivido- y en el que aún vivimos. A la luz de esas llamaradas, los matices empiezan a tomar contornos. Hay acritud, injustica, brechas inexplicables. Los ojos del niño se reinstalan en el trazo, los pantalones se ponen largos de golpe. Y, aun ante el espectáculo de lo no visto, el trazo celebra la lucidez de haber podido, de no haberse quedado en esa determinación de clase, en ese continuar siendo lo que fueron tus mayores.
Celebro entonces, la potencia de estas niñeces narradas.
Celebro esas niñeces que por fortuna fueron muchas, y celebró la nota. Impecable.