El desaliento: Sobre «El ciudadano ilustre» de Mariano Cohn/Gastón Duprat y mi Salliqueló
Por Cecilia Miano
Rúaj significa el aliento de la persona viva o el viento que traen las nubes de las que procede la lluvia indispensable para la vegetación y la vida. Significa el aire posible de respirar, con la capacidad de generar vida y, además, vitalidad y energía. Pero, aplicado a Dios, se convierte en su viento dador de lenguaje. En el relato de la creación Dios inspira un hálito -aliento- de vida, sobre el caos y, luego, dice la palabra. En el Antiguo y en el Nuevo Testamento, el hálito de Dios se manifiesta y permanece en lo creado para dar fuerza.
“EL CIUDADANO” EN SALLIQUELÓ.
Como si este aliento fuese necesariamente más potente en zonas inhóspitas, donde el viento arenoso puebla rincones incompletos, donde los sentires se arraigan en el alma de los vivientes solo por la condición de haber nacido allí. Ese allí se nutre de nostalgias y promesas. Esto pasa en Salliqueló, localidad al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Cuando un poblado no suma muchos habitantes, todos conforman una comunidad especial. No quiero adjetivar demasiado. Salliqueló, mi pueblo, cuenta con poco más de doce mil habitantes y funciona como una gran familia. Mejor dicho, yo imagino que las grandes familias son como mi pueblo: demasiada gente para conocerla de verdad, pocas posibilidades de encontrarse seguido, aunque cada encuentro implique saludos y miradas cómplices. Ese saber del otro incluye hasta lo que no es cierto. Y, por sobre todas las cosas, la impunidad de opinar acerca de todos, como si ellos fuesen uno mismo o nuestra propiedad. Esa certeza de saberse parte. Esto genera muchos inconvenientes y posibilidades exquisitas, según sea la experiencia de cada quien.
ILUSTRÍSIMO, SOFOCADÍSIMO.
Al ver la película “El ciudadano ilustre”, los aconteceres me hacen espejo, como debe sucederle a la mayoría de los habitantes de los pueblos chicos. La historia transcurre en Salas, provincia de Buenos Aires, un lugar con menos habitantes aun que Saliqueló. El nudo de la trama es la falta de aire, al vivir rodeado de “propietarios”. Los hábitos se despliegan no sólo como si los otros te pertenecieran, sino también como si sus obras fueran apropiables por la comunidad. Si uno remonta altura, siente que no puede volver al terruño, sin caer en un pozo, donde las facturas de los demás quedarían a cuenta de quien se fue, de quien pudo mirar desde otro lugar. Uno, singular pero enredado en los demás, y enlazado de manera infinita.
¿Cómo zafar del sofoco? La ironía es el hilo invisible que no deja a sus habitantes huir muy lejos, los detiene, como personas-personajes de un escritor. El rúaj, en estos pueblos, parece soplar en oleajes incansables, sin los cuales la vida no sería posible.
SALAS DE VIENTO FUERTE.
La brisa que sopla en Salas, ¿es de verdad ilustre o resulta solo egocéntrica?, ¿por qué el hombre al que este viento inspira no volvió más al pueblo?, ¿por qué lo miran con la desconfianza de quien se siente defraudado? Cuando hablamos de espectadores de pueblo chico, las resonancias son múltiples y singulares. En Salas y en Salliqueló los vivientes forman una masa dura y compacta. Uno transita las calles con la mirada en el más allá, en un horizonte formado por sueños y pesares, con sonrisas opacas y luces de ocasión. Con enojos encontrados en los árboles desde hace muchos años, con amores deformados por lo real.
En la película, la problemática surge a partir de que el protagonista, Daniel Mantovani, ha ganado el Premio Nobel de literatura y siente que, después de eso, su vida artística ha muerto. Dice: “Tengo la convicción de que este tipo de reconocimiento unánime tiene que ver directa e inequívocamente con el ocaso”. La paradoja que él mismo plantea “creo que la única cosa que he hecho en mi vida es huir de ese lugar”, aunque sus novelas solo hablan de Salas, de personajes del pueblo y de hechos acaecidos o imaginados, pero surgidos allí.
CADA CUAL ATIENDE SU JUEGO.
Al igual que en la película, la vivencia en Saliqueló se lee en sus detalles más íntimos y en todo lo que anuncia un tiempo de nostalgias. Complacer para darse existencia y espacio. Uno es todos, para bien y para mal. Si no vivís en Salas o en un pueblo parecido, será difícil para vos, lector, entenderlo. Este es un mundo donde la ironía reina cuando las verdades se modifican, cuando las apariencias dejan de sostener la ilusión de ser de una pieza y para siempre.
BOCANADA DE SUSTO MEZCLADA CON CORAJE PUEBLERINO.
“Estoy cansada” es una expresión pegada a mi rostro. Se mezcla en incipientes arrugas alrededor de mis ojos -ya pálidos de tanto ver-, a mis orejas enaltecidas después de escuchar dolores y apremios, a mi boca grande -antes acostumbrada a la risa y devenida ahora en múltiples muecas-. Todo al acecho de algún aliento que arrime una palabra.
El pueblo cansa.
Es pesado de llevar.
Habitar un pueblo es una aventura con falta de aire, con inminencias de derrumbes y con la certeza de que ninguna inminencia terminará en caída, porque si así fuera, todo lo importante de este espacio y de nosotros mismos se perdería en esa derrota. Entonces, tomamos ese aire indispensable, esa bocanada de susto mezclada con coraje, y nos mandamos.
NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA.
En la película, el protagonista es repudiado por sus vecinos. Lo trágico retorna en orgullo puebleril herido. Cada pueblo combina distinto con sus ilustres. En Salas, la irrupción resulta casi en un crimen capital. La gravedad resuena en la frase “lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas”. Pero, ¿quién dijo eso? La escritura no acepta los límites de ningún sofoco. Las fronteras ceden si la que habla es la palabra, o la melodía o la puesta en escena que toca lo indecible en el borde de las llagas. ¿Privativas de quién son la finitud, la locura, la ausencia, la soledad? El rúaj sopla en todos lados y se escabulle sin piedad. Así que soplamos, vueltos demiurgos, por un momento, y de ese modo se fundan las historias. Los personajes pueden tener otra fisonomía, pero lo que se escabulle suspende el tiempo. Los fantasmas no son más que imágenes soñadas, develadas por algunos pocos atrevidos y soñadores.
TIERRA DE PROFECÍAS.
La verdad es puro cuento. Por eso, en el momento justo, cuando el desaliento confunde, llegamos a sentir en la piel el aroma sutil de ese aire necesario, el soplido voluptuoso que aparece sin espera. Cuando creemos en los finales esperados, irrumpe un nuevo comienzo.
¡Genial!
Cecilia, vi «el ciudadano ilustre» y si, la sensación fue la necesidad de ese aire que vos simbolizás con el rúaj. Me parece muy apropiado el enfoque de tu nota. Muy lindas las fotos de los libros!