Anartista juvenil

Los exilios: sobre la conciencia del paso del tiempo

Por Milena Penstop

¿FIESTAS DE 15?

Antes cumplíamos 3 o 4 años, y ahora cumplimos 15. Parece una pavada, pero es un lío bárbaro. Cuando me encuentro con mis amigas del jardín y la primaria, aparte de las bromas de siempre, de los guiños cómplices, hay una nueva. La conciencia, de pronto, un poco tristona, de que el tiempo pasó. Yo siempre vi en el reloj cómo transcurrían las horas. Pero eso no explica nada. Esto es una sensación de ya no estar en el mismo cuerpo de antes. Y esto no me pasa solo a mí, como en un espejo, lo veo en ellas. Que el vestido, que el salón, que yo prefiero un viaje, que a mí esas cosas no me van, que las mesas, las soledades, el miedo a no pasarla bien, a desencontrarnos alguna vez. Las charlas cambiaron. Hay temas nuevos, palabras nuevas, problemas nuevos. ¿Y qué es eso que permanece, a pesar de todo, aunque no igual que antes? No sé cómo se llama “eso”. Pero sucede entre discusiones sobre feminismo, el gato que nos gobierna y chistes en verdad tontos con los que nos reímos, a pesar de cualquier desgracia. Es como un pasillo, un túnel que, aunque no nos veamos muy seguido, nos conecta.

Vladimir Kush
Vladimir Kush

PEQUEÑOS DELITOS

Cuenta mi mamá que, cuanodo yo era bebita, ella daba clases en el living y mi abuela, después de su trabajo, venía a cuidarme. Se quedaba conmigo en una habitación, entre mamaderas y llantos. Ni bien mi mamá empezaba a dar clases, yo comenzaba a berrear. La abuela, también según cuenta mi mamá, se iba agotada en colectivo. Pero contenta de haber cumplido su papel abuelil. Después, en esos raros túneles que van de ahora al pasado, recuerdo como fotos. La abuela ya había pasado por una par de operaciones. Igual y solo para darme el gusto, salía al patio de mi casa y, con la poca fuerza que tenía, se quedaba un interminable tiempo, dale pasarme una pelota con el brazo que mejor le funcionaba y recibir mis pelotazos implacables. Por qué será que recuerdo esa escena como un momento tan feliz. Debe ser porque en ese juego yo sentía que no estaba sola, que una familia no consiste en visitas de compromisos o llamaditos truchos de feliz cumpleaños, sino en usar la única parte del cuerpo que está en condiciones para hacerle sentir al otro que lo querés.

También, a veces el cariño se demuestra en un robo. Una y otra vez yo corría hacia la heladera de mi abuela a robarle el queso rallado de su compoterita mágica. No era que en la heladera de mi casa no hubiera queso rallado. La abuela vivía delante de nosotros. Y correr por ese pasillo, encontrar el momento donde ella no estuviera y lograr hacerme con el botín era una travesura consentida por todos, donde me sentía abrazada.

El tiempo pasó. Otra vez no lo entiendo en el número que señalan los años, sino cuando la veo a mi abuela en una silla de ruedas. Todavía se emociona cada vez que me ve. Especialmente, si le llevo sándwiches de miga. Mamá dice que, a veces, no recuerda nada, pero siempre pregunta, ¿Y Milena cómo está?, ¿tiene novio? Está obsesionada con ese tema. Mamá dice que es porque, para su generación, el marido era una cuestión que había que resolver. Un problema urgente. La que se quedaba sola se iba a la B. Ay, abuela, novio, no, novio, no.

Lo cierto es que la abuela ya no puede levantarse a jugar conmigo a la pelota, ni caminar por el largo pasillo para impedirme que me lleve tan fácilmente su queso rallado. Tampoco puede hacerme el pastel de papas ni las milanesas. Y ahora me doy cuenta: esos momentos que en la infancia parecían poder repetirse para siempre, ya no volverán a darse.

QUIERO ATRAVESAR EL TIEMPO CON DOCUMENTO

Stefano Popovski
Stefano Popovski

Y un día sucedió. La verdad es que toda la infancia fui un poco vaga para leer. Me encantaban los libros. Mirarlos, que me los leyeran. Tal vez porque veía a mi madre y a mi padre tan interesados en que yo leyera, que no leía. De hecho, en quinto grado, ya me picó un poco el bichito de la lectura. Y me llevaba un libro para el recreo de música, donde me acompañaba mi niñera, Quimey. Eso sí, le decía a Quimey: voy a leer ahora, pero vos no le cuentes a mi mamá, ¿eh? En esas pausas comenzó un camino de ida. Primero fueron los comics. Claro, tanto dibujo, me los leía rápido. Después, en 6to y 7mo grado, hubo una etapa en que solo leía lo que me exigía la escuela. Tampoco exigía demasiado, vamos a decirlo. De a poco, comencé a leer unos libros un poquito más largos, hasta a llegar a completar el primer tomo de Harry Potter. Y el segundo. Y el tercero. Y el cuarto. Y entonces llegó el quinto. Tiene 899 páginas. El placer ahí era doble: leer y poder terminármelo. Si me lo terminaba, ya tendría documento de lectora. Y me lo terminé. Y el sexto y el séptimo también. Concluyamos, estoy lista. Les di el gusto a mis viejos. El último cumpleaños, ¿saben qué pedí? Un ebook. Listo, ganamos todos.

EL MISTERIO

Y otra vez. Cumplíamos 3 o 4 y ahora cumplimos 15. Cualquier bobo, si le preguntás cómo es que pasa el tiempo, te dice: para adelante, tonta. Peor el bobo es él. El tiempo se mueve en muchas direcciones. Si él no se da cuenta, que se tome otro colectivo. Hay túneles hacia el pasado. Y hacia el futuro. Cuestión de atreverse nomás

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Henrique Oliverira Wood Cave

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