Lo inesperado: Sobre las pinturas de Simon Boyd.
Por Josefina Bravo
BROTES DE LUZ
Ya desde lejos, las pinturas de Simon Boyd impactan por la paleta de colores. Pinceladas enérgicas, estallidos de luz y tonos cálidos se desplazan hacia el centro de los cuadros, mientras los opacos y fríos se mueven hacia los bordes.
De cerca, aparecen con mayor nitidez pájaros, árboles, lunas, soles, arcoíris, nubes, estrellas y figuras humanas, entre otros.
Así, la paleta se combina con la naturaleza: renovándola y multiplicándola.
En algunas pinturas –por la claridad en los colores o por las pinceladas curvas- la mirada puede adivinar un gran círculo adentro del marco rectangular del cuadro, como si fuese un mandala.
“Los mandalas son representaciones simbólicas espirituales y rituales del macrocosmos y el microcosmos (…) Mandala significa: óvalo, círculo sagrado, círculo encantado de un conjuro, halo alrededor de la luna o el sol, etc.”(1)
En ese círculo se concentra toda la fuerza del cuadro, sin olvidar la contención indispensable de los bordes: como valla y como trampolín.
UNO MÁS UNO NO ES DOS
Para sentir intensidad, hay que haber experimentado primero una sensación de liviandad o pasividad.
Para que la luz impacte, por contraste, también es necesaria la oscuridad. O, al menos, los opacos. Y Simon mantiene muy bien esa tensión. Primero una base de color con acrílico para, luego, dar textura y profundidad con el óleo: “Ahí es donde empieza el desafío –cuenta Boyd– porque el óleo es más lento y más impredecible. Es donde tengo que tomar más riesgos”.
Además, se percibe una visión panteísta: bosques, cielos, animales, astros y seres humanos están íntimamente imbrincados. Pueden discriminase pero, al mismo tiempo, se hallan enlazados a un movimiento onírico y divino, donde las formas se desdibujan o se superponen en un juego de mostrar y ocultar. Así, se pone en cuestión la verdad única de las cosas y se abre el sentido a múltiples interpretaciones.
Por otro lado, hay un intento de vencer lo inasible del tiempo en la insistencia de imprimir en el cuadro lo efímero del aletear de mariposas y colibríes o la corta vida del arcoíris. Y en la convivencia de lo efímero con lo onírico y con elementos más duraderos de la naturaleza como los astros, no sólo pone en duda la linealidad del tiempo, sino que apuesta a la superposición de planos en un mismo espacio temporal. Y lejos de imponer su visión en las obras, apenas la insinúa como una posibilidad, como una inquietud que, más llena de preguntas que de respuestas, sigue su movimiento adentro del cuadro.
ANDAR LA FUGA
Recostada a orillas de unas aguas, una persona disfruta los juegos de luz y sombra del viento en los árboles, mientras la humedad de un aleteo encandila la vista y la piel escucha el borbotear lumínico del agua, que saluda al viento y sigue el nadar de los seres. Arriba el astro se esconde atrás de una nube. Y los rosados tornan violáceos, y éstos celestes y azules. Más atrás está el bosque, ¿la continuación del jardín? La persona despierta y el cuadro es la noche. Toda la luz es de luna y amarillea los verdes, los marrones follajes, las pieles desnudas, la mirada vuelta al astro. Hasta la noche atenúa su azul. Y el pájaro amarillo mira hacia otro afuera, ¿no cree en el encuentro? La escena cambia: todo es confuso, ¿dónde empieza y dónde termina el círculo? La respuesta es la aguja en el pajar, o mejor, la búsqueda. Hay un quiebre o el círculo da a luz muchos círculos, redondeles de todos los tamaños. ¿Y una persona está de cabeza?
Si se tira de La Tierra cae al cielo, al infinito, allí los círculos son órbitas pero también hay prismas, líneas de luz, cuadrados, geometrías estalladas hacia el centro, mientras la soledad de la nada y lo oscuro permanece en los bordes.
¿Dónde está entonces la persona? ¿En una habitación de paredes rectas y grises? ¿Bajo una cascada de agua fresca? ¿En el jardín?
Boyd recrea una y otra vez el jardín, se observa en la paleta de colores, en los motivos de su pintura, en los títulos de los cuadros…
Jardín: lugar donde se cultivan plantas.
Alicia, a partir de una búsqueda, cayó al jardín de las maravillas. Tom entró a medianoche.
Alejandra también quiso ver el jardín, lo concibió en su escritura. (2)
«Nos dimos / un jardín / en el beso», dice un poema de Cecilia Pisos.
Claramente, el jardín es mucho más que una morada de plantas. Allí residen la magia, la expectativa, los deseos, los miedos, la infancia…
Cultivar: dar a la tierra y a las plantas las labores necesarias para que fructifiquen.
Algo maravilloso que también es parte de uno/una/une madura allí. Algo sin una definición muy clara, debe ser cuidado y alimentado.
EL NO LUGAR
Es difícil separar la obra de Simon de su biografía. Él es inglés: nació y vivió la mayor parte de su vida en Londres. Allí estudió Bellas Artes y conoció a su compañera, de nacionalidad argentina, con quien tuvo dos hijos. Hace más de diez años viven en Toay, un pueblo de La Pampa, en una casa de campo rodeada de un gran jardín.
En una pequeña charla acerca de su obra, Simon comentó cómo, en sus composiciones, mezcla los paisajes de su tierra natal, los de la tierra adoptada y otros elementos que completan algunas ideas en los cuadros.
Hay quienes sienten el arraigo a su tierra como una raíz prolongada de sus pies. Otros descubren el desarraigo al alejarse, con la añoranza del clima, los sabores, los olores, los colores y la idiosincrasia de la tierra natal.
Para Simon, seguramente el hogar sea aquel país donde creció y donde vive parte de su familia; pero también este, donde crecen sus hijos. El hogar oscila así entre dos mundos, como oscilan sus composiciones entre luz y oscuridad, entre lo efímero y lo duradero, entre mostrar y ocultar el decir.
Quizás aquellos que alguna vez estuvieron lejos de su tierra pueden entrar más rápido al círculo mágico que propone la pintura de Boyd, porque es allí –y en los sueños- donde puede convivir todo lo amado.
De esa forma, el cuadro termina por constituirse en el hogar más completo posible.
Entonces, ¿qué es el jardín?
“No es un lugar físico, es más bien un estado de ser. Un lugar seguro, de armonía, sin conflicto. Donde la naturaleza está cuidada de tal forma que se aumenta la belleza y se forma una especie de santuario… Es adonde trato de ir cuando pinto… Con el conflicto se aprecia el jardín con más intensidad… Creo que el jardín también es mi infancia.”,
reflexiona Simon.
Las obras de Boyd te invitan a pasear por el jardín: esa indefinición en alguna forma, esa posibilidad de leer el color, de sumergirse en la muchedad de la naturaleza y en la magia de la luz…
Caerse un poco del tiempo y de repente encontrar algo de uno/una/une allí, imbrincarse al trazo para ir hacia ese lugar no físico, ese refugio del que habla el artista, eso, ir y volver, tensión de contrastes, siempre, para la magia de lo inesperado.
(1) Definición de Wikipedia
(2) Referencias a “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carrol, “Tom´s Midnight Garden” de Philippa Pearce y a la poeta argentina Alejandra Pizarnik.
(3) Todas las imágenes corresponden a la obra de Simon Boyd.
genial tu nota Jose, groso este Simon, gracias por darlo a conocer