Bajo la Alumbrera, Diana Doewk

Rituales: sobre “La sociedad de los soñadores involuntarios, del angoleño José Eduardo Agualusa.
Por Lourdes Landeira

 

“Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño”.

 «Las ruinas circulares», Jorge Luis Borges

 

LA NOVELA

Leonora Carrington
Leonora Carrington

“Mpuanga mantiene hábitos simples. Todas las tardes, alrededor de las seis, va a aquel bar a tomar una caipiriña y leer los diarios”.

El personaje en cuestión ocupa escasas líneas de la novela de José Eduardo Agualusa, “La sociedad de los soñadores involuntarios”. Aunque no por eso es secundario, él y su ritual son tan importantes en el engranaje como cualquier otro suceso. Podría decirse que Mpuanga repite sus actos para que todo continúe igual. Sin embargo, ese es su modo de hacerse huella, de permitirse ser encontrado, de participar en la permanente transformación de los acontecimientos. Al espacio que habita en las páginas lo recorta el zoom con que el narrador acomoda y desacomoda sucesivamente su historia. Su, ¿de quién?

De Daniel Benchimol, el periodista divorciado que se incomoda con la intimidad. Pacifista y nadador compulsivo, el hombre escribe sobre desapariciones. De aviones, de personas, de fondos, por ejemplo.

De Hossi Kaley, el dueño del hotel que Daniel frecuenta cuando lo convoca el mar. Hossi murió dos veces antes de morir, perdió parte de sus recuerdos y duerme con una pistola descargada bajo su cama.

De Angola y sus interminables años de luchas internas, antes y después de la emancipación colonial en 1975. De una, entre tantas huelgas de hambre.

De un sueño, quizás el más ansiado y más el temido: el de soñar.

La contratapa de la novela tiene una cita del mozambiqueño, Mia Couto: “Agualusa es un traductor de sueños. La sociedad de los soñadores involuntarios es una novela tejida con los más delicados materiales de la poesía”. La argentina Lila Feldman, en su libro Sueño, la medida de todas las cosas”, afirma que los sueños hacen del abismo medida humana y se pregunta si será porque tienen estructura poética. Psicoanalista, dice que le gusta imaginar a los sueños como ruinas vivas donde reinscribir el tiempo: “Ruina en eterna construcción mientras el tiempo en ella prosiga su trabajo. ¿Será el sueño capaz de darle dimensión humana al tiempo? El sueño nombra en la noche lo que viene de otro tiempo y se hace presente en este tiempo, en la actualidad del sueño”. Y, si de poesía y transcurrires se trata la cosa, creí necesario convocar a este encuentro a Luis Borges -que no es José, sino Jorge (*) más allá de cómo lo intente pronunciar un deslucido monarca español al lado de un oscuro presidente, que desconoce la diversidad lingüística casi tanto como el castellano que cree hablar. Por eso, de “Las ruinas circulares”, del famoso Jorge, son los epígrafes de esta nota.

Vuelvo a Agualusa. El hombre escribe en portugués, su lengua materna. En Angola, el país donde nació, el portugués es el idioma oficial y, entre otras, el umbundu, el kimbundu, el kikongo, el chókwè, el nganguela y el kwanyama son las lenguas nacionales. “La teoría general del olvido” y “El vendedor de pasados” son títulos de otras novelas del escritor quien, en “La sociedad de los soñadores involuntarios”, conjetura: lo único modificable es el pasado y es posible que todas las personas sueñen el mismo sueño para actuar sobre el futuro. De hecho, eso pasó en Luanda. ¿Ficción?

Más de una vez, yo misma he fantaseado en manifestaciones -sobre todo, en las de mujeres y en las de derechos humanos, esas donde nos contagiamos unas a otros de un común anhelo- con que, sin hablar, en un mismo momento, todas y todos decidimos caminar hacia la Casa Rosada y entrar.

[button-grey url=»#» target=»_self»]“Las personas comenzaron a atravesar las paredes: jóvenes con batuques; viejos cargando azadas y machetes; mecánicos, con los mamelucos sucios de aceite, muchachos macubás, con crines de cebra en la cabeza. Niños descalzos, hechiceros, soldados, estudiantes, pescadores. Y también nínfulas, vendedoras de frutas, de peces, ambulantes, cambistas, las antiquísimas damas, dobladas por el peso de la edad; mamás embarazadas, con un hijo en las espaldas y otro de la mano; cocineras, lavanderas y niñeras. Todas aquellas personas se quedaron allí, en el inmenso gabinete presidencial, girando como peces en un acuario; contemplando, con redondos ojos de asombro, las telas en las paredes y los armarios de puertas abiertas, dentro de los cuales se podían ver millares de bustos del presidente, en oro y plata; las cabezas embalsamadas de los antiguos facciosos y enemigos del pueblo, desaparecidos hace tantos años; botellones de vidrio llenos de pequeños corazones afligidos, todavía vivos y palpitantes y, al lado, globos de cristal donde flotaban, en un cielo tan azul como el de mi infancia en los días felices, los juegos por estrenar de las nínfulas y de los niños descalzos. -Está todo aquí –dijo una de las damas apuntando alrededor-. Todos los días que nos robaron. Comenzó a llorar. Lloraba y reía. Aquella dama éramos todos nosotros«. [/button-grey]

Si alguien piensa que le acabo de spoilear la novela, sepan que no: después de esto, quedan aún algunas páginas para el final y la riqueza de la poesía sigue ahí, intacta, dispuesta “a enloquecer la realidad” de quienes se sumerjan en sus aguas y conozcan al “hombre que fue soñado por el mar”.

 

LA HISTORIA

“Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica.

El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo”.

Las ruinas circulares”, Jorge Luis Borges

Caos primordial, Hilma af Klint
Caos primordial, Hilma af Klint

Angola, al sur de África, fue colonia portuguesa hasta que la Revolución de los Claveles rojos puso fin a cuarenta años de dictadura en el país europeo. El régimen del Estado Novo había sido instaurado en Portugal en 1933, por António de Oliveira Salazar, quien jamás aceptó retirarse del trono. Unas enérgicas botas, dicen, eran parte insoslayable de su andar. Cuentan las lenguas- buenas y malas- que, un día de 1968, el dictador tuvo un accidente doméstico. Hay quienes lo refieren como una caída en la bañera y quienes aseguran que se cayó de una silla de lona, mientras el pedicuro le atendía los pies desnudos. En mi caso, me hago eco de esta última versión, imagino que su cabeza golpeó contra la fría baldosa a escasos metros de donde las botas, adormecidas, soñaban otros pasos por venir. Lo cierto es que, a pesar del derrame cerebral y de haber sido sucedido por Marcelo Caetano en el cargo de primer ministro, su entorno íntimo lo trató como a la máxima autoridad durante los dos años que sobrevivió.

Mientras tanto, en Angola, la lucha armada se intensificaba día a día. Desde mediados del siglo XX, se habían multiplicado las manifestaciones de resistencia al poder colonial. En 1956 se creó el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), encabezado por Agostinho Neto, de quien no tengo noticias acerca del calzado que usaba, pero sí sé que era médico y poeta.

(…)“El llanto de siglos / donde la violada verdad se consume en el círculo de hierro /
en la deshonesta fuerza / sacrificadora de los cuerpos cadavéricos / enemiga de la vida
cerrada en los estrechos cerebros de máquinas de contar / en la violencia / en la violencia / en la violencia (…)».           

El poema es más largo, se llama “El llanto de África y tiene un antes y un después, entre los que se incluye esta exclamación:

«(…)¡Nosotros tenemos en nuestras manos otras vidas y alegrías / desmentidas por
nosotros en los lamentos falsos de sus bocas! (…)».

En 1975, Agostinho Neto se convirtió en el primer presidente de Angola.

De dónde salieron los claveles rojos que adornaron uniformes, armas y balcones el día de la revolución portuguesa tiene sus versiones: de una boda que no llegó a concretarse, de un restaurante que no llegó a inaugurarse, de un cargamento que no llegó a exportarse. La flor nacional de Angola es la Welwitschia mirabilis, una planta de más de 1.500 años de antigüedad. Esta flor se caracteriza por dos hojas que crecen hacia el suelo en busca de frío y agua para sobrevivir a la adversidad del desierto.

Hossi Kaley atravesó el infierno como militar de la UNITA. Daniel Benchimol cree que todas las guerras nos aprisionan. Para él, la violencia no puede ser liberadora.

La colonización portuguesa desembarcó en el Congo en 1482. Sí, la fecha nos suena con diferencia de un número- una década- para situar el año en que Colón, a bordo de la carabela, divisó tierra americana. Angola se convirtió en un país proveedor de esclavos, de allí que gran cantidad de cubanos, brasileños y dominicanos tengan sus raíces en aquel país.

La guerra, dice un personaje de la novela de Agualusa, no terminó, solo duerme.

 

EL MIEDO

“El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él”.

“Las ruinas circulares”, Jorge Luis Borges

 

Siesta, Joan Miró
Siesta, Joan Miró

Karinguiri, la hija de Daniel Benchimol, se manifestó contra el dictador de su tiempo y fue detenida. Redobló la protesta con una huelga de hambre. Eran tiempos tecnológicos, claro, y el caso se viralizó. Ocupó páginas de los periódicos europeos y la intelectualidad progresista dio su inmediato apoyo. El dictador se negaba a liberar a los “revus”. La hija de Daniel, piel y hueso, supo de los sueños que cabían dentro de la prisión y escribió una carta a su padre, que pronto se convirtió en discurso político colectivo. Entre otras cosas, decía:

“El miedo destruye a las personas. Corrompe más que el dinero. Pero descubrimos que es posible combatir el miedo. ¿Cómo pueden ustedes tenerle miedo a un régimen que se estremece cuando siete jóvenes sin poder alguno levantan la voz?».

Nada cuenta la novela acerca de si Karinguiri era poeta, sí le hace decir a Hossi que teme a los poetas porque son una especie de adivinos. Lo cierto es que la carta de la huelguista resultó inspiradora, al punto tal que toda la población se dispuso a soñar y soñó el mismo sueño que concluyó en libertad.

Lila Feldman  aporta nuevamente lo suyo: dice que, desde siempre, el sueño recorre todas las épocas y geografía. Así, el hombre está condenado a soñar sus recuerdos. El camino produce un interrogante acerca de la experiencia y el acontecimiento. Deviene la pregunta sobre de si es más verdadero lo sucedido en el sueño o en la vigilia. ¿De dónde se produce el saber? A modo de ilustración, ella cuenta que -para los tobas- el sueño no es privado, sino  parte de los procesos colectivos. En conversación con El Anartista y algún tiempo atrás, Moira Millan explicó que, para los mapuches, el sueño es un lugar de conocimiento por excelencia. La gran Liliana Bodoc solía relatar  una anécdota donde una mujer mapuche, en Chile, le contó que tenía tres cabras porque las había soñado, con la misma seguridad que cualquiera tendría por haberlas comprado. Por su parte y en su novela, Agualusa convoca a los chamanes que se ejercitan para soñar y comprender el mundo. Los define como aquellos que ven en la oscuridad y se maravilla con el poder de síntesis. Un poco antes, o un poco después, hace hablar a un personaje:

“Me acuerdo hasta hoy de una laguna de la cual saltaban sapos gordos, amarillos como limones. El que comía aquellos sapos comenzaba a hablar una lengua desconocida. Las personas querían hablar portugués o umbundo, pero sólo lograban hablar esa lengua. Se comprendían unos con otros. Nosotros, los que no quisimos comer los sapos, no entendíamos nada”.

Clarísimo el origen del miedo a los poetas. Largo tiempo atrás, Platón ya los había expulsado de la República por considerarlos imitadores que corrompían la percepción del mundo. Afortunadamente, la dueña de las cabras de Bodoc no se enteró.

 

LO DESPUÉS

“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”

“Las ruinas circulares”, Jorge Luis Borges

 

Giovanni Guida
Giovanni Guida

Si es cierto que el pasado -esa ruina en continuo movimiento que nos necesita para mantenerse viva y a la que necesitamos para vivir-  es pasible de ser modificado una y otra vez, podemos pensar que nuestro futuro está  en ese pretérito, en forma potencial, y que, a través de sucesivas combinaciones con nuestro presente – y nuestro soñar como acto creador-, podría devenir en un porvenir.

En el libro de Ryszard Kapuściński, “Un día más con vida, el periodista polaco relata los meses que pasó en Angola, en 1975, en tiempos de una de las tantas guerras libradas en el país. Al inicio, incluye una selección de proverbios latinos, entre ellos, el que dice: ”cuando llega el miedo, rara vez aparece el sueño”. En el transcurso, narra el calor, el olor, la sed, el exilio, la segregación, el desamparo del desierto y también la iridiscencia de primerísimos primeros planos de quienes hacían –y deshacían- cada centímetro de su territorio. Finalizada su estadía y la escritura del libro, agrega datos históricos sobre Angola. Por ejemplo, que la esclavitud representó el 90% de las exportaciones durante la primera mitad del siglo XIX; que, hasta 1962, la esclavitud persistió, entre otras, bajo la forma de trabajos forzados; que, en el año 2000, la guerra seguía, que el 90% de la población era analfabeta y que solo el 10% de los negros vivía en ciudades: la mayoría aún subsistía como campesinado, en condiciones de pobreza extrema.

“¿Usted cree que una única verdad puede volver real una ficción entera?”, se pregunta uno de los personajes de la novela de Agualusa, mientras otro “alarga los ojos por la playa y un árbol da carcajadas reclinado sobre un muro”. Antes, durante y después, los pone –a todos- a soñar.

Inés, una paciente de Lila Feldman, le dijo un día: “en el sueño me echaban de mi casa. Bueno, yo me echaba, porque la autora del sueño soy yo”.  Feldman, más tarde, parafrasea a Spinoza – “nadie sabe lo que un cuerpo puede”–  al decir que nadie sabe lo que un sueño puede. Potencia inconclusa en su perseverancia de ser ruina móvil, afectación presente y nueva creación. Una y otra vez.

Por otra parte y como nos movemos en tiempo y espacio, incluyo estos datos: en febrero de 2019, tras un proceso de 5 años, la homosexualidad dejó de ser delito en Angola,  aunque el cambio de sexo no está permitido y el aborto solo se garantiza cuando hay riesgo de vida para la madre o el feto y en caso de violación. El código penal prevé penas de entre 2 y 8 años de cárcel para otros casos de interrupción de embarazo, por considerarlos delitos.

Tengo la convicción de que la transformación colectiva persistirá en su sueño y, más temprano que tarde, se escribirá, otra vez, la historia.

Para este cierre convoco la voz de Agualusa, porque hoy, la nota es sobre su novela.

“Estaban allí desde hacía cuatrocientos años, seiscientos años, algunas hace mil años, uniendo el cielo al suelo con sus raíces profundísimas y derechas como tornillos. Los ancestros de aquellas plantas habían respirado el mismo aire que los dinosaurios. A seres tan antiguos nada les extrañaba”.

(*) En Marzo de 2019, en Córdoba, Felipe VI inauguró el Congreso de la Lengua Española junto Mauricio Macri. El Rey de España nombró a Borges como José Luis, mientras el presidente argentino celebró que los argentinos no hablen argentino, los peruanos, peruano y los uruguayos, uruguayo.

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