Rituales: sobre las ceremonias funerarias y otras yerbas.
Por Verónica Pérez Lambrecht
“La muerte está presente en la vida bajo cualquier forma y por ello, ejerce una profunda acción dada su omnipresencia”.
Torres Delci, Los rituales funerarios como estrategias simbólicas
que regulan las relaciones entre las personas y las culturas. [1]
El ser humano es un sujeto ritual desde su más remota existencia. Ese mecanismo, entre otras cosas, dirigido a contactarnos con “eso” de lo que no tenemos mayores certezas, persigue a veces un estado más intenso. Desde los ritos más simples, como la bendición de la comida, hasta los más complejos, como los del matrimonio.
Entre esta catarata de rituales de la vida, del amor y de la muerte, surgen los iniciáticos –el bautismo-, los de enlaces conyugales y los ritos funerarios.
Los iniciáticos guardan esa noción de renacimiento, como si el propio parto del cuerpo no fuera en sí disruptivo. En muchos, el sello incluye el acto de marcar los cuerpos –circuncisión-, como puesta en valor de la cuota social: pertenecer. Así, subyace el temor instalado de que, si no estás iniciado, no estás bendecido y transitarás maldito por esta existencia.
Por su parte, los rituales vinculados a la familia someten a los seres a cierta lógica de subyugación, en pos de un amor que -en la mayoría de los casos- desaparece, para así construir masas (o masacotes), dominios de vaya a saber quiénes, y mancillar el amor en “martitimonios”. Los rituales de unión abarcan desde matrimonios álmicos (ad eternum), iniciaciones sexuales complejas (¡qué benévola!), y llegan a la separación, sólo en caso de muerte, entre tantos y tantos esquemas.
Y, aunque el ritual del matrimonio tiene un abanico de cuestiones que transitan desde lo pintoresco a lo grotesco sin respiro, los rituales funerarios guardan en sí eso que inevitablemente nos sucederá a tod@s: vamos a morir. Podemos no ser iniciados, podemos no “cazarnos”, pero tod@s, sin distinción, llegamos al final. Y ahí, las preguntas son siempre, por razones obvias, muchas y sin respuestas: rituales de la muerte.
EL INTROITO
“Lo que no es consciente,
no es humano”
G. Bataille, “Breve historia del erotismo”
La muerte es un hecho de significación social y personal profundamente disruptivo. Implica aspectos psicológicos, sociológicos y estrategias simbólicas relacionadas, sobre todo, con la necesidad de trascendencia del individuo y con la superación del dolor de quienes sobreviven al muerto. Desde el punto de vista cultural, el rito insta a promover la cohesión de la sociedad o de grupo a través de un pasaje armonioso y auspicioso para quien parte y de una contención de quienes quedan.
La concepción de la muerte, no obstante, varía de una cultura a otra. En líneas generales, para las culturas orientales, la vida y la muerte son eventos emparentados, pero en diferentes planos. En tanto, para Occidente, la vida y la muerte están contrapuestas. Asimismo, las ceremonias difieren, debido a múltiples factores, entre ellos, la religión.
Pero, antes del nacimiento de las religiones, los primeros rituales funerarios remontan al Hombre de Neandertal, en el paleolítico. ¿Qué llevaría a aquellos primeros seres en evolución a re-interpretar la muerte? Georges Bataille, en su “Breve historia del erotismo” dice, “el animal, el mono cuya sensualidad a veces se exaspera, ignora el erotismo. Lo ignora en la medida en que le falta el conocimiento de la muerte”. La consciencia de la discrecionalidad de la vida permite dar sustancia a los placeres, “el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”.
LA OMNIPRESENTE
“La única cosa verdadera en la ausencia y en la presencia
es que ambas son construcciones ficcionales. (…)
Recientemente, cuando perdí a mis padres, me topé con
todo lo que sería capaz de enfrentar con esa ausencia,
tan bruta, tan irremediable. (…)
ese asunto está resuelto por la vía de una nostalgia.
Porque quienes partieron, apenas viajaron para otra dimensión.
Y esa dimensión está dentro de mí.”
Mia Couto, “Umbilical”, entrevista por El Anartista
De cara a este hito irreversible que implica la muerte, se abre paso a una danza de la vida, que apela -por qué no- a recuperar la identidad personal separada del cuerpo, y busca explicación a la partida. Los rituales celebran el puente entre la presencia y la ausencia. Así, estar-no estar, ser-no ser, entran en tensión.
En el Antiguo Egipto, bajo el concepto de renacimiento, se realizaba el ritual de momificación, donde el cadáver era embalsamado: se abría y se extraían las vísceras, excepto el corazón y los riñones. Luego de 70 días, se lavaba el cadáver y se envolvía. Las pirámides constituyen el monumento funerario por excelencia, para que el Faraón pudiera convertirse en dios.
Por su parte, en China, la continuidad de vida y muerte conducía al entierro del cuerpo con los objetos de uso cotidiano del difunto. También se realizaba el ritual de “castración” de los muertos, como culto a la vida.
En Indonesia, se considera que la muerte no se consuma instantáneamente, sino como parte de un proceso. Se desarrollaban, entonces, dos exequias: una provisoria y otra, en la que se le cortaba la cabeza al cadáver, también como culto a la vida.
India tiene lo suyo: la muerte es el mayor acontecimiento de la vida. El rito funerario, antiguamente, consistía en sumergir el cadáver en las aguas del Ganges, rodeado de hierbas durante 7 días para que la carne se suavizara. En la actualidad, se lo lava con estas aguas, para purificarlo. Luego, se incinera.
TOUR POR LA ENCICLOPEDIA
Algunos rituales mortuorios llamativos para nuestra idiosincrasia son [2]:
- Hacer gemas con los cuerpos, en Corea del Sur;
- Sacar al muerto, envolverlo en un nuevo sudario y hacer un baile con el cuerpo cada 7 años, en Madagascar;
- Poner los ataúdes en los acantilados para que no se asfixien bajo tierra, en Filipinas;
- Trozar el cuerpo y ofrecerlo a buitres, en el Tibet;
- Contratar payasos para las exequias, en Bélgica y Holanda;
- Consumir las cenizas luego de un año para tomar energía vital, en Amazonas.
Tal es la celebración de los muertos en México los días 1 y 2 de noviembre (2 de noviembre, día de todos los muertos para el catolicismo), que la fecha ha sido declarada por UNESCO, desde 2003, como Patrimonio inmaterial de la humanidad.
Todo dicho, ¿no?
No. Las ceremonias abundan casi tanto como pueblos, tribus, etnias.
Así, podemos hacer un brevísimo recorrido por algunas religiones [3], cuyos rituales de despedida de los cuerpos buscan esa continuidad, ese valor simbólico, capaz de vulnerar cualquier intento de escepticismo.
En el judaísmo, previo al entierro, el cadáver se lava a los fines de purificación entierro y se envuelve en un sudario. Si se trata de un hombre, el cuerpo se envuelve en el talit, manto que ha recibido el hombre en su Bar Mitzvá, a los trece años. Se sepulta en tierra, salvo que se trate de un entierro fuera de Israel. En tal caso, prima la ley del lugar y no la bíblica. En señal de recuerdo del precepto que indica enterrar cuerpo a tierra, se retiran los herrajes del cajón y no está permitida la cremación. En el entierro, los familiares directos se desgarran una prenda como forma de expresar su dolor. Dicha vestimenta se usa durante semanas. Algunas etapas del duelo son:
Lamentación: durante los tres primeros días tras el entierro, los deudos deben permanecer en el hogar y no responder ni a saludos. No pueden rasurarse ni arreglarse y tienen que recitar el kadish, oración fúnebre. Las mujeres no pueden usar cosméticos.
Shivá: los siete días tras el entierro. Continúa la prohibición de rasurarse, se visten las ropas rasgadas, pero ya puede relacionarse con la gente que le expresa su dolor.
Shloshim: los 30 días posteriores al entierro. El familiar ya puede salir de casa a la sociedad, pero sin llegar a hacer una vida normal. Acaba al final de este período la prohibición de rasurarse. Suele hacerse una ceremonia en el cementerio, para esa fecha.
Un año de duelo: Está prohibido participar de fiestas, tanto públicas como privadas, durante los 12 meses posteriores al entierro.
Los budistas creen en la reencarnación, como transmisión ininterrumpida de energía entre existencias y herencia de karma. El ritual funerario varía según la corriente. En líneas generales, el cuerpo se prepara con formol siete días antes de la cremación, para liberar al espíritu. En ese período, se reza. Las cenizas se suelen esparcir en un río. Familiares y amigos presentan ofrendas por 49 días.
Los católicos creen en la resurrección del cuerpo durante el Juicio Final y en la vida eterna, no así en la reencarnación vida tras vida. Se trata de un cuerpo divino, de un cuerpo otro. Previo al momento de la muerte física, se otorga el sacramento de la unción de los enfermos, para exonerar de pecados y encomendar el alma a Dios. Luego, se vela al muerto, en atención al acompañamiento socio-psicológico de los deudos y se efectúan diversos tipos de oraciones, principalmente, “el rosario”. En muchos casos, se celebran misa con el cuerpo presente, en sentido de última despedida, y el sacramento de la Eucaristía. Hasta mediados del siglo XX, se llevaba luto de uno a dos años, de acuerdo a la cercanía con el difunto, en particular, por parte de las mujeres. También se celebran misas en fechas alegóricas (meses, aniversarios).
Las primeras sepulturas de los cristianos fueron las catacumbas. Fueron concebidas como inmensos laberintos subterráneos y con enormes implicancias políticas en los primeros tiempos de esta cultura dogmática. Hoy en día, está permitida la incineración de los cadáveres -a excepción de declaración contraria en vida-, no así la disposición de las cenizas en cualquier otro lugar que no sea de culto, como en los cementerios.
Los musulmanes creen en la resurrección, no en la reencarnación. Al morir se coloca al difunto sobre el costado orientado hacia la Qibla. Se lava el cuerpo y se lo cubre con tela blanca de algodón. No está permitida la incineración, se entierra orientado hacia la Meca y se da lectura al Corán. Son rituales rápidos y sencillos.
Finalmente, en este raudo recorrido por algunos ritos religiosos, nos quedan los evangélicos, quienes creen en la resurrección, en pasar a la eternidad ante la presencia de Jesucristo. Se vela el cuerpo en el tanatorio, acompañado de los líderes religiosos y los miembros de la comunidad como contención psico-social. Entre servicios de cánticos y lecturas, prima la sobriedad.
TRANSGRESIÓN
“Al separar el erotismo de la religión los hombres
la redujeron a la moral utilitaria…
El erotismo, al perder su carácter sagrado,
se volvió inmundo…”
G. Bataille, “Breve historia del erotismo”
Los rituales también se modifican con el tiempo. En este último sentido, la Iglesia Católica es “vanguardista”, a los fines de mantener adeptos y casi sin alternativa, ha accedido a la cremación y al cese prematuro del luto. Sin embargo, aún sostiene que esta vida es “el valle de lágrimas” y el sentido de satisfacción y felicidad se sitúan más allá de la muerte, en la resurrección del cuerpo, en unión con el cuerpo de Cristo. Y, cuando escribo que “aún sostiene”, lo hago con consciencia exprofeso de hablar en presente. Por supuesto, siempre hay disidentes.
Como signo de la evolución de los tiempos, surgen voces como las de los curas en opción por los pobres. Entre ellos, el teólogo Eduardo de la Serna, reclama la necesidad de transgredir la iglesia “necrófila” y “dolorista” (sic) y volver a la fuente, al Jesús que dio vida, que dio visibilidad e identidad a los que –aún vivos- no la tenían: a los enfermos, hambrientos y pobres. Y no para sostenerlos en ese lugar de miserabilidad, sino para sacarlos de allí. Es la vida lo que defendían los curas del tercer mundo, como Carlos Angelelli. Es la vida lo que defendían los 30 mil desaparecidos. Siempre fue la vida y la dignidad en la vida.
EL SALTO CUÁNTICO
La muerte expone el sentido y el sinsentido de la vida. Es el salto del que nadie zafa, a un vacío que se llena de mil y un contenidos.
El único ser con consciencia de su finitud busca explicaciones. Cualquier culto o religión proveen las suyas en función de sus intereses.
La separación del cuerpo de toda consciencia es un plato no biodegradable e indigerible. Las resoluciones son más vastas que los millares de rituales expandidos por el mundo. Y, en el mismo sentido, el nihilismo tiembla ante el disruptivo rostro de la parca.
Independientemente de las religiones, las despedidas de los cuerpos tienen un impacto inexorable, ya sean rituales de pasaje o rituales de continuación. Los cuerpos nos traen relatos de sus vidas, cuando son hallados con sus menesteres personales, o cuando se logra identificarlos –apenas desde sus huesos- después de años de búsqueda. Así, se produce el cierre de etapas de agonía e incertezas. Por eso, estos rituales son tan importantes, porque nos permiten ese último espacio de conexión con lo que hemos vivido. Eso impacta en la memoria, vida y resoluciones de quienes nos quedamos.
Los muertos, sus cuerpos, son la presencia tangible de la ausencia.
E incluso, más allá de toda creencia, lo cierto es que afectamos a nuestros pares, familiares, amigos, alumnos, maestros, subordinados, pero, sobre todo, los hijos. Y ahí radica la responsabilidad de vivir de la manera que nuestra ética y valores nos interpele, en la consciencia individual de ser seres comunitarios. La vida nos trasciende en estas pequeñas o grandes influencias. Tal vez ese sea un pedacito de eternidad, que pueda durar 2, 5, 7 generaciones. O tal vez, quién sabe…
NOTA DE COLOR: Aquella tardecita salí del trabajo con el cansancio cruel de cada día. Subí al subte en el desagradable horario pico de la vuelta que, aun así, no es tan letal como el de la mañana. De cara al vidrio de la puerta, una calcomanía me devolvió a la consciencia, esa que me hace human@. Decía:
Imagen de portada y registro fotográfico Juan José Stork: Instagram JJS y álbum FOTOMONTAJES
[1] Torres Delci, Los rituales funerarios como estrategias simbólicas que regulan las relaciones entre las personas y las culturas. Sapiens. Revista Universitaria de Investigación [en linea] 2006, 7 (diciembre)
[2] 10 insólitos ritos funerarios alrededor del mundo
[3] Los ritos funerarios según la religión