Claroscuros: Sobre el cierre de campaña Fernández-Fernández.
Por Alicia Lapidus
VIAJE AL RÍO
Era mi primera vez, mi debut. Nunca fui a un cierre de campaña. Mi ser siempre se mantuvo “apolítico” hasta que la realidad despertó al compromiso. Esta vez, acompañé, sin ser militante, con la curiosidad de quien jamás se involucró y cree que la mira “de afuera”.
A Rosario, pues. Salimos el día anterior para llegar tranquilos y dormir la noche previa. Había que estar descansados. El entretenimiento en la ruta, plagada de camiones, era contar cuántos carteles veíamos del “Frente de Todos” y cuántos de “Juntos por el Cambio”. Si eso era alguna mágica medida, ganaríamos.
LA COLUMNA
La cita, a las 14:30. El sol radiante y tibio anunciaba una bella jornada. Los que saben de dichos populares decían: “es un día peronista”. Llegamos a la plaza, de donde partiría la columna de la agrupación con la que íbamos. El sonido de los bombos y los cantos nos guió al encuentro. Yo buscaba los micros por los alrededores y, nada, sólo gente, mucha.
Entre esa multitud, corría una alegría contenida. Todavía escéptica, indagaba: ¿dónde dan el chori y la coca?, tan mencionados en el imaginario de muchos. No, ni por asomo. A un costado, dos mujeres vendían pastelitos hechos en sus casas para ganar un dinero, tan esquivo en los últimos tiempos.
Nos mezclamos a medias, desde un lado de la columna que empezaba a marchar. Otra vez, mientras recordaba nuestra Plaza de Mayo, miraba alrededor para encontrar los camiones antidisturbios, la policía: ni señales. La gente caminaba ordenada, entre cantos y risas, al son de los infaltables bombos y de alguna trompeta que le daba música a la letra. Al llegar a una esquina, los organizadores miraban si venía un auto o un colectivo y detenían el derrame de personas con sólo su voz de alto.
LA PATRIA ES EL CHORI
Ya en los alrededores, comenzó a aparecer el folklore típico. Mucho más ordenado y lindo que en nuestra ciudad, en Rosario, en el parque del Monumento a la Bandera, los puestitos de venta de choripanes se alineaban con techitos de color, como en una feria artesanal. Del otro lado del caminito que transitábamos, los infaltables vendedores de remeras, divididos a la perfección entre quienes vendían estampas alusivas a Néstor, Cristina, Alberto y, más allá, las de la Patria Grande Latinoamericana. Salpicados en el medio, los vendedores de banderitas, banderas, gorros, como si hubiera sido un partido del mundial.
Fotos Alicia Lapidus
La columna fue a buscar su ubicación frente al escenario. Nos separamos de ella para vagabundear entre los presentes. De nuevo, yo- escéptica- buscaba, pero ni un micro ni choris de regalo. Si los querías, los tenías que comprar.Tampoco se veía policía.
CHORIPAN Y RÍO
Nos arrimamos hacia el río, donde había más aire y menos concentración de personas. Chicos, parejas, grupos de amigos sentados en el pasto compartían sándwiches, bizcochitos y mate.
No pude evitarlo, el perfume de las parrillas me llevó derecho al choripán que disfruté sin remordimientos. Cumplida mi necesidad de disfrutar tamaña delicia, volvimos a arrimarnos.
La tarde se diluía en el cielo, pero no el entusiasmo en la tierra. Desde los parlantes venía música y las pantallas entretenían con videoclips de artistas nacionales. Aunque no hacía falta, la concurrencia se animaba a sí misma. El escenario estaba montado en paneles que se iluminaban mientras caía el sol. Cada vez llegaban más. Se condensaba la multitud. De pronto, un grupo empezaba con un cántico y contagiaba al resto. Si alguien quería pasar o ubicarse, le hacían lugar sin problemas. Bastaba un “permiso” para que se abriera la multitud. Todo era “por favor” y “gracias”.
MAGIA POPULAR
Algo mágico había en ese atardecer, algo que recorría a todos los asistentes como un abrazo etéreo, un calor que entibiaba el invierno, una mística de estar y ser con el otro. Todo era alegría expectante.
Después de varias horas de espera, sin que nadie desertara, comenzó el acto. Una electricidad se desparramó entre todos los asistentes y los cantos crecieron. El momento de Cristina fue el más emotivo. Yo miraba las caras cuando ella hablaba. Vi el llanto de tantas y la mirada nublada de tantos hombres, todo eso junto, no lo vi nunca. Eran lágrimas de agradecer, de esperar, de admirar. Después, Alberto. Con la fenomenal transmisión de poder recibida, empezó el canto tribunero: “se siente, se siente Alberto presidente”- Era más que una esperanza, era una promesa de lealtad que la multitud le brindaba.
Cae la noche y hace frío. Ni el calor de los cuerpos cercanos lo mitiga, pero cada participante se siente abrigado por el deseo, por la intensidad de lo vivido.
La ceremonia peronista se realiza. Las pasiones transforman la experiencia en rito que se reedita en cada encuentro. La mezcla de la esperanza con el temor los mueve a juntarse, para transformar con esa chispa. Algo más queda de esa noche, el encuentro con el otro.