"Fiesta snob en casa de la princesa" de Joan Miró

Claroscuros: sobre mis abuelos.

Por Carlos Coll

LA PLAZA SAN JORGE

Enclavada en un cuadrado perfecto, la circundaban los árboles raídos, o eso creo. En el lateral, la cancha de bochas apaciguaba las letanías de los cuerpos encorvados en su desfile mañanero.

"Casas en el estaque" de Georges Braque
«Casas en el estaque» de Georges Braque

Para algunos, se trataba solo de un tránsito camino al mercado y no se detenían. Mientras, para otros, era el punto de foco, de fuga. Todos arrastraban la pesadez, las rutinas del tiempo y allí las volcaban en las más insólitas historias. Miguel no se quedaba atrás. Temprano, con frío o con calor, caminaba erguido y se detenía en la cabecera. Iba preparado y dispuesto a agacharse, con dificultad, con tal de alcanzar la bola desgastada por la intemperie. No era su único objetivo. Lo fundamental era representar sus libretos, preparados con picardía, camino a ese, su rincón. La única salvedad: la lluvia. El resto lo esperaba ansioso por compartir alguna de sus historias, convincentes y atractivas. La plaza San Jorge se desplegaba como un espacio de reunión, el lugar elegido para encontrar sus añejos cuerpos y retazos.

EL PIANISTA Y LA CANTANTE

Me gusta mucho la música. Desde chico disfruto de escucharla y trato de comprenderla. Mi instrumento preferido: el piano. Mis padres no me lo pudieron comprar, por eso no fue posible aprender a tocarlo de chico. Pero, de grande, ahorré lo suficiente como para hacerme de uno vertical, de Chicago. Acaricio sus teclas, como si fueran las terminaciones de la piel de una mujer hermosa. Así, hago que suenen en una melodía escalofriante mientras mi esposa, Rosita, canta arias de Puccini junto al piano en su bata, transparente y provocativa.

"Piano mascota" de Diego Manuel
«Piano mascota» de Diego Manuel

Sí, ella aún me excita, a pesar de sus rollos y de sus arrugas. Creo que me eriza su voz de mezzo soprano”.

Esta historia me la repetía mi abuelo, en medio de una carcajada, cuando regresaba de la plaza y recordaba la cara de los otros viejos con las mandíbulas caídas y la baba en la comisura de los labios. Nunca tocó el piano ni mi abuela usaba bata. Era petisa, gorda, narigona y jamás su garganta pudo haber emitido un sonido armónico. La vieja se enojaba con él, aunque disfrutaba de las historias del Nono y escondía su sonrisa para no dar el brazo a torcer.

 

EL FRONDOSO DURAZNERO

El patio era grande e irregular, con un gran duraznero fortachón en el centro y un asiento de ladrillos a su alrededor, donde mi abuelo se sentaba con el plato de comida en la mano, mientras enarbolaba una cuchara amenazadora. Por mi parte, yo andaba en mi triciclo lentamente e intentaba evitar a mi abuelo para no abrir la boca y tener que comer el puré de calabazas con lomo picado. Era un chico inapetente. “Tenés que cargar combustible”, me decía el Nono. Ahora entiendo la paciencia de aquel hombre ante el primogénito flacucho, que obsesionaba a toda la tribu con su manía.

"Tree branches" de Bruce Rolff
«Tree branches» de Bruce Rolff

La familia era populosa: los abuelos, mis viejos y mis tíos. Mi papá, Oscar, el mayor. Le seguían Horacio, el pintor; Héctor, el payaso de circo y la pequeña Nelly, una nena casi de mi edad, que deambulaba por la casa enfantasmada: así lo haría a lo largo de toda su vida. Mi mamá, Renée, se había incorporado a la familia como una hermana más. Fueron años de extrema felicidad donde el clan se movía en aquel patio alrededor del árbol, centro indiscutible de la casa, al que rodeaban las habitaciones e, incluso, el cuartito que cumplía la función de taller de pintura del querido tío Horacio.

MANDATOS SIN MUÑECAS

Siempre recuerdo las caras de la familia, cuando la abuela Rosa decía: “Vuelvo por la tarde, tengo que ir, es mi responsabilidad”. Todos bufaban y rezongaban, pero no podían resistir la polenta de la abuela. De carácter jodido, la siciliana. Pasaron años hasta saber a qué se debían aquellas ausencias. Claro, si me lo hubieran explicado en aquel momento, no lo habría entendido. Le tocó a mi tía Nelly contármelo. La familia de mi abuela era italiana del sur y su mamá había sido traída a la Argentina de adolescente. Cada uno en el grupo tuvo un rol específico. Mi abuela era la tercera, entre seis hermanos: Antonio, María, Elena, Emilia y el pequeño José. Su madre, una jovencita inexperta, había sido casada por poder en Italia y arrastrada hacia un desconocido, que ya vivía en aquel lejano país.

"Muñexa" de Romina Lerda
«Muñexa» de Romina Lerda

Recibida en el puerto por un hombre extraño y mayor, mi bisabuelo, fue conducida a la casa de Combate de los Pozos, donde debió cambiar las muñecas por un señor cariñoso quien, más que su marido, fue su padre a la distancia. Rápidamente, pequeños saltarines sustituyeron sus juguetes por llantos y responsabilidades que la superaban.

Pero vuelvo a los viajes de mi abuela: su tarea en la familia era acomodar, maquillar y vestir a cada integrante, familiar o no, fallecido en el entorno del clan. Extraño, ¿no? Para ella era normal y lo tomaba como un halago. Tenía su maletín con los elementos necesarios y, con una sonrisa, cumplía  su obligación. No está demás recordar las puteadas de mi abuelo Miguel ante semejante mandato. En mí, generaba una mezcla de curiosidad y admiración. Hoy, lo entiendo: ¡era muy guapa la petisa!

LA PITONISA

Al asomarme a esta bruma y soplarla, se me aparecen distintas imágenes. De pronto y sin proponérmelo, surgen otros ojos. Aquellos celestes transparentes de mi otra abuela, alta, rubia de cabellos plateados y con esas manos pecosas de dedos largos. Adoraba los anillos y las pulseras, que la adornaban dándole ese aspecto de reina madre, que tanto me seducía. Ahora las recuerdo y me doy cuenta lo diferentes que eran y cuánto se complementaban. Las dos abuelas fueron compañeras de vida, cada una desde su ángulo y con su estilo. Siguieron juntas en este tránsito durante muchos años. Murieron sin saber que la otra ya había partido. Cuando las veía, cada una me decía: “¿Cómo está la vieja? Dale saludos”. Ya no recuerdo a quién no le pude dar el mensaje.

"La bailarina de avignon"de Pablo Picasso
«La bailarina de avignon»de Pablo Picasso

Mi abuela Fefa me inspiraba mucho respeto y me intrigaba. La visitaban vecinas a menudo. Se acomodaban en la cocina y empezaban los rituales: plato con agua, granos de sal gruesa y tres gotas de aceite que, al extenderse y perder los bordes, indicaban “mal de ojos”. La cura era inmediata. Recuerdo cuando me sacaba la remera y me ponía boca abajo sobre la cama de respaldo de bronce. Sus dedos expertos buscaban en mi piel delgada a la altura de la cintura y después venía el dolor seguido de aquel “crac” que retumbaba en la pieza.  Así, tirado el cuerito, eliminado el empacho. Dieta y fin de la diarrea, caca recuperada.

 

LA CUCHILLA DEL ZAPATERO

"Autorretrato con sombrero de paja" de Vincent Van Gogh
«Autorretrato con sombrero de paja» de Vincent Van Gogh

Es lógico que, en este punto de la escritura, me aparezca la imagen de mi abuelo Julio, el compañero de la reina madre. Lo recuerdo alto, de mandíbula cuadrada y mucho pelo. Viejas fotos descoloridas demostraban que había sido un galán de aquellos. Hoy lo veo encorvado sobre su cajón de trabajo, mientras arreglaba suelas de zapatos, con ese olor fuerte a tinturas. Mayor y cascarrabias, celaba a extremos imposibles a mi abuela Fefa. La perseguía, “¿dónde fuiste?, ¿por qué tardaste?”. Esta situación creció hasta alcanzar extremos en los cuales mi abuela no pudo seguir manejándolo. Se le diagnosticó arterioesclerosis. El punto de quiebre se dio aquella mañana, cuando él la corrió con la cuchilla de zapatero. Por suerte, ya estaba débil, casi sin fuerzas y la abuela lo manejó como una experta enfermera. A partir de allí, las medicaciones lo mantuvieron pasivo.

LA MEDIA RACIÓN

"Mujeres saliendo de un huevo" de Jim Warren
«Mujeres saliendo de un huevo» de Jim Warren

Mi abuelo Miguel era bajito, menudo, simpático y divertido. Su padre, nacido en Barcelona, y su madre, en Valencia, lo hacían el típico catalán. Siempre pensé que las parejas de mis abuelos debieron haber ido invertidas pero, en la vida, los opuestos se necesitan.

Sus horarios eran estrictos. Se levantaba temprano, apenas desayunaba con un chocolate y, eso sí, el almuerzo, a las doce en punto: un churrasco del tamaño de un posa-vasos y medio huevo frito. Sí, solo medio.

La abuela Rosa estaba resignada, ya no puteaba. Mi abuelo tenía medidas medias para todo, excepto para el fileteado. Sus pensamientos y hojas enredadas entre claveles eran magníficos. Sus dibujos, de una belleza increíble. Todavía recuerdo la silla para comer que me hizo: blanca y decorada. Sentado en ella, yo me sentía en un hermoso jardín de hadas. Se lo llevó un cáncer silencioso, pero nos dejó sus filetes.

"Flores" de Ricardo Gomez
«Flores» de Ricardo Gomez

LAS POLLERAS CON VOLADOS Y LAS BLUSAS CON LUNARES

Entre los reflejos que me golpean, recibo aquellas pieles oscuras de los amigos de mi Tío Horacio. Ellos entraban en casa de los abuelos con sus guitarras y sus canciones flamencas e inundaban el patio de zapateos y castañuelas: aquellos gitanos me parecían salidos de un libro de cuentos. Los recuerdo reír, tomar y bailar. Con ellos, quiero cerrar los ojos y dejar que su música me cubra. Con ellos, me quiero quedar junto al olor a trementina del cuartito donde mi tío pintaba y yo lo acompañaba, desde la silla de no comer que me había fileteado mi abuelo Miguel.

 EL CAPRICHOSO ILUMINADOR

¿Quién maneja el reflector de la memoria?

¿Qué luz describe impulsos sobre el recuerdo, sobre las pequeñeces y revela simples eventos que, para el sentido común, se mantiene inolvidables?

¿Cuántas cosas habrá en el umbral entre luces y sombras que, sin indecisión, te arrastran para un lado o para otro según los caprichos de este misterioso iluminador?

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