El Lecturista
Claroscuros: sobre “Berlín en Buenos Aires”, obra teatral de Jessica Schultz
Por Viviana García Arribas
PRIMER ENCIERRO
LLego temprano al Teatro La Comedia. Unos minutos antes de las 20 hs., dan acceso a la sala número tres y allí vamos las cuarenta personas que esperábamos para ver la obra. Pasamos una gran abertura con doble puerta corrediza de vidrio repartido y marco de roble, que denota la antigüedad de la construcción. Las paredes, de importantes molduras, están tapizadas de telas opacas. Un piano de cola y un baúl como única escenografía. Y al fondo, tres hileras de sillas para el público. Me ubico en un lugar y presiento la inminente cercanía de los actores. La gran puerta corrediza queda entonces frente a mí y se transforma en el foro improvisado de un escenario compartido entre público y actores. Mi espalda, acostumbrada a tener una vía de escape tras ella, se siente aprisionada por la pared del fondo. No hay ventanas a la vista, solo un espejo a la derecha y, a la izquierda, una puerta de dos hojas, alta y estrecha.
SEGUNDO ENCIERRO
Al inicio de la obra, Hans y Helga han huido de la Alemania de posguerra y son empleados de la servidumbre de un importante industrial alemán en Buenos Aires. Ambos son músicos: él, pianista y ella, cantante. Durante la guerra, trabajaron en Berlín, para un teatro en manos del gobierno nacionalsocialista. La caída del régimen y la ocupación de la ciudad por parte del ejército ruso ponen en peligro la situación de esta pareja que decide huir hacia la Argentina, por esos tiempos, complaciente albergue para refugiados de la Alemania derrotada.
La pareja vive en el sótano de la mansión -lugar reservado para la servidumbre-. Ya al principio de la obra, se han empezado a manifestar los primeros signos de asfixia en Helga.
TERCER ENCIERRO
Como en un juego de cajas chinas, numerosos encierros se imbrican unos dentro de otros y construyen una dimensión más profunda. Pronto me entero que Helga es judía y que Hans, por amor, se ha ocupado de falsificar su identidad para dejarla fuera del alcance de los nazis. Esta sustitución es liberadora del cuerpo, pero aprisiona el alma y la identidad de la mujer. Y, también, la somete a una servidumbre hacia Hans, basada en el agradecimiento y en el miedo. Con el tiempo, el amor de Hans se ha vuelto, tan solo, necesidad de dominación. Resuenan en esta historia los ecos de “Suite Francesa” (1), en su capítulo Dolce, donde el amor de la mujer por un militar alemán la coloca en situación de víctima de quien ama y potencial traidora de sus pares.
Los personajes no pueden salir del sótano, salvo para cumplir con sus tareas en una casa rodeada de rejas, dentro de un país gobernado por el Presidente de facto Edelmiro Farrel, representante del régimen que había depuesto al presidente constitucional Ramón Castillo. Un encierro dentro de otro da lugar a una reflexión sobre la identidad, la mentira y la memoria.
MÚSICA DEL PASADO
La obra se inicia con una canción: Jessica Schultz interpreta una versión en alemán de “Where have all de flowers gone?”, compuesta por Peter Seeger, durante la época de la guerra fría. Sí, esa que tantas veces interpretó Joan Baez. Se genera entonces un doble extrañamiento: por la época y por el idioma. Ya desde un principio se pone de manifiesto que la obra tiene un anclaje histórico, pero resuenan en ella otros tiempos. De lo particular a lo universal. El trabajo cuidadoso sobre el texto también evoca épocas no tan lejanas y otras cautividades, con claras referencias -sobre todo, en el discurso de Hans- a la última dictadura militar y a la actualidad.
Otras canciones -todas interpretadas por Schultz, con el acompañamiento en el piano de Fernando Migueles- obran de enlace entre diferentes escenas o, también, generan un clima, tal como sucede con la interpretación de “Lili Marlen” -muy popular durante el nazismo- en un tono militar que se acentúa a medida que avanza la canción. O “La Bohème”, en francés, que aporta algo de romanticismo y puntualiza el estado de ánimo de la protagonista.
EL ENCIERRO FINAL
Helga ha logrado eludir el régimen nazi mediante el engaño, pero su familia no corrió la misma suerte: la noche en que fueron apresados, ella estaba con Hans. Desconoce si están muertos o vivos y la culpa la oprime y no la deja respirar. Apenas duerme, sufre pesadillas y cada día que despierta en esa casa filo nazi junto a Hans, colaborador del régimen, su ahogo se hace más profundo. Su deseo ya no pasa por el ansia de vivir o por la necesidad de escapar. El sótano le acentúa la asfixia.
El final de la guerra y la llegada a Buenos Aires juegan un papel muy importante en el despertar de Helga. Hasta entonces, se había dejado llevar por la pulsión de sobrevivir. Como los pueblos, cuando permanecen indiferentes ante el sufrimiento de algunos sectores de la sociedad.
DEL SÓTANO A LA PLAZA
Como en Suite Francesa, la música opera como lazo y marco de la relación de los protagonistas. En el caso de Berlín en Buenos Aires, las canciones -atemporales- iluminan, como una luz penumbrosa, esta historia en particular y, también, la historia de la humanidad, presa en sus constantes repeticiones. Nos advierte, a partir de sus armonías, que el pasado resuena en cada acto del presente y se filtra en toda decisión, pero también es capaz de iluminar la gestación de corajes nuevos.
Finalmente, Helga emerge de la oscuridad del sótano a la luz brillante de la plaza, lugar donde reconoce por primera vez su identidad. Renace con una energía que le permite rescatar su pasado. Pero ese nacimiento se ha gestado en el vientre-sótano que la albergó desde su llegada a Buenos Aires. Sin el ahogo y sin la asfixia, nunca hubiera necesitado la bocanada que solo puede inhalarse al aire libre. Su rebeldía, su negación a permanecer quieta para proteger una identidad que no la ha representado nunca, le permiten desplazarse en un movimiento que es, también, un ascenso a una vida más auténtica.
Una vez que ha salido, comprendemos que la negrura del sótano no era tal. Existía en ella el germen de la libertad, traslucido en algún claroscuro.
(1) Suite Francesa, Irène Némirovsky, publicada en 2004