La confianza: sobre la conquista de México
Por Viviana García Arribas
En enero de este año, cuando el virus con corona comenzaba a transitar por las tierras del Lejano Oriente, visité la ciudad de México. La idea era contactarme con su historia y su cultura. En esa época aún no nos invadía la desconfianza que hoy nos enferma. La siguiente nota nació durante ese viaje.
EL DERRUMBE DE UN IMPERIO
Moctezuma no luchó. ¿Ensueño de servil libertad? Su ejército, valeroso y sanguinario, sucumbió ante un puñado, apenas, de prepotentes conquistadores. No se irguieron las cabezas ante el yugo, por el contrario, el rey azteca actuó complaciente y sumiso. Solo restan vislumbres.
¿Fueron los oráculos? ¿Las creencias, las predicciones? Tal vez, la convicción de lo inapelable. Un vaticinio auguraba el arribo de un dios blanco. Y así llegó el conquistador, con su yelmo emplumado, como Quetzalcóatl, la serpiente, ídolo de la vida, la luz, la fertilidad y el conocimiento. Tarde fue cuando el mexica comprendió que el español había traído tiempos de muerte y tinieblas. Pero el invasor sospechaba el poder de esa civilización desconocida. Quizá, en la imponencia de sus ídolos. O en la fuerza de sus rituales.
México, antes de la conquista, era dominado por los aztecas. La actitud ambigua y vacilante de su líder, Moctezuma, provoca a pensar. Era un pueblo guerrero que había dominado a otros cercanos. Pero, en Mesoamérica, la guerra concluía con el pago de un tributo y la toma de esclavos. Los españoles, en cambio, buscaban convertir al pueblo azteca en súbdito del rey de España y en devoto del dios cristiano. En ese rumbo, Hernán Cortés arremetió contra los ídolos nativos con la energía y la convicción de un poseso. Y, así, hundió el recuerdo de Coatlicue (1) en lo profundo de la tierra. Pudo haber destruido las reliquias de esa raza aplastada. Sin embargo, las enterró y construyó sobre ellas una nueva ciudad: México. Pisar sus calles es transitar sobre una urbe sumergida. Presentir los latidos de un rito pagano. Ocultos por la fuerza, sus símbolos afloraron como rastros del pasado que impregnan el ahora. No pudo la conquista acallar sus lamentos. En la quietud, se esfuerza el silencio. Pero la historia -al fin y al cabo, dinámica-, recoge las voces subterráneas.
MUNDO SOBREINTERPRETADO
¿Cómo se mira el mundo a través de predicciones? Hoy resulta difícil pensarlo. Los pueblos que habitaban el actual territorio mexicano interpretaban el devenir de la historia a partir de los oráculos. Creían, también, que todo suceso del futuro se ha producido también en el pasado y allí se debe buscar para encontrar las respuestas. Para ello, se comunicaban con los oráculos y su vida estaba estrictamente organizada en función de la certeza ¿Qué hacer ante un acontecimiento nunca antes ocurrido? Solo cabía su interpretación a partir de otros hechos anteriores. ¿Cómo inventar un pasado para explicar el hoy? Cortés supo aprovecharlo y explotó el mito del dios blanco que regresaba a reconquistar su reino. Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, tenía también una forma humana. Se decía que había sido un rey legendario obligado a partir hacia el Atlántico y, desde allí, se esperaba su regreso. Y este rey se representaba con la figura de un hombre barbado. Cómo no interpretar, entonces, que el rey había vuelto y que Cortés era su dios personificado. A primera vista, fue una condena engendrada por propias creencias. Sin embargo, estas mismas convicciones habían acompañado con éxito a los aztecas en su camino hacia la conquista de la región mexica, anterior a la llegada del español.
Dos años transcurrieron desde el desembarco de Hernán Cortés en Veracruz hasta la caída de la capital. En el transcurso, varias guerras se lucharon. El campo de operaciones no fue siempre entre las armas, la pelea también se dio en la interpretación del mundo. Proclives al engaño, los españoles no dudaron en simular en pos de conseguir su objetivo. Los nativos, preparados para interpretar los oráculos, no comprendieron las intenciones del conquistador.
Entre los aztecas, “los otros” eran los dominados, los pueblos sometidos. Su identidad como humanos no daba lugar a dudas. Se los consideraba, a la vez, iguales y diferentes. La irrupción de los españoles causó un cataclismo en su concepción del mundo: solo podía tratarse de dioses. Este malentendido no subsistió mucho tiempo. Luego de la muerte de Moctezuma, su legítimo sucesor, Cuauhtémoc, lideró la resistencia. Sin embargo, fue una lucha desigual. La astucia del conquistador hizo su parte. El resto, las armas de fuego que traían los españoles.
MALA MALINCHE
Taimada y traidora, la Malinche conocía el idioma de mayas y aztecas. Pronto aprendió, también, la lengua invasora. Pudo hablar con unos y otros. Consiguió así una posición de ventaja. Rápidamente vertió susurros en el oído de Cortés y ocupó un lugar en su lecho. Vilipendiada y detestada por la historia, jugó su propio juego. Tradujo, dio aviso de emboscadas y tomó partido, francamente, por el español.
Un cercano rencor la separaba de su pueblo. Los guerreros luchaban y conseguían prestigio. Ocupaban un lugar relevante en la sociedad. Las mujeres no servían para la batalla, pero sufrían sus consecuencias. Nacida noble bajo el nombre de Malinalli o Malintzin, hija de un cacique, fue vendida como esclava a los mayas para despejar el camino de su hermanastro hacia la herencia. Años después, la entregaban a los españoles en prenda de paz. Solo tenía quince años. Históricamente se la consideró símbolo de la traición a la raza. Las voces actuales prefieren una mirada más compasiva. Dio a luz a quien es considerado el primer mestizo con nombre y apellido: Martín Cortés.
Extraños meandros dan forma a la historia. Ríos lentos reptan bajo el sol y anidan en cada protagonista. Una mujer pudo ser el elemento principal en la derrota de su pueblo. Pero fue ese pueblo quien la vendió y entregó como mercancía. Los españoles, por su parte, la desecharon en cuanto no les resultó de utilidad. Nada sabemos del resto de su vida ni de su muerte. Solo quedó su nombre como sinónimo de traición, que persiste a través del cancionero popular. Hoy, nuevas miradas echan otra luz sobre sus motivos. La humanizan y tratan de comprenderla.
…
Arrojada, expulsada
del reino, del palacio y de la entraña tibia
de la que me dio a luz en tálamo legítimo
y que me aborreció porque yo era su igual
en figura y rango
y se contempló en mí y odió su imagen
y destrozó el espejo contra el suelo.
Yo avanzo hacia el destino entre cadenas
y dejo atrás lo que todavía escucho:
los fúnebres rumores con los que se me entierra.
Y la voz de mi madre con lágrimas ¡con lágrimas!
que decreta mi muerte.
Malinche (fragmento)
Rosario Castellanos
INFINITOS VIRUS
Los españoles trajeron a estas tierras algo más que lengua y religión. También dispersaron enfermedades hasta entonces desconocidas por los pueblos originarios. Una de ellas, la viruela, cuyo agente es un virus. Extrañas resonancias de la historia en el presente.
La sociedad azteca fue diezmada. Una expedición de hombres crueles y ambiciosos le hizo sentir el peso de armas mucho más sofisticadas tanto en el campo de batalla como en el de la comunicación. La enfermó en más de un sentido. Poco pudieron hacer los nativos contra tan variados ataques. Moctezuma, su líder, confió en el rumor de palabras que apenas comprendía y en sus propios vaticinios de derrota. Escuchó aquello que, en su experiencia, era confiable: sus convicciones y un pasado de triunfos para su pueblo. No había vivido lo suficiente para prever el cataclismo que produjo la invasión europea, ni su historia registraba amenazas semejantes. Fue tarde cuando su sucesor emprendió la lucha. No bastó la confianza en las propias fuerzas para poder revertir la situación.
Hoy nos toca vivir una experiencia inédita y, una vez más, habrá que encontrar una salida. Nuestro oráculo de hoy -la ciencia- anda a tientas por un rumbo incierto y, el resto -quienes solo podemos escuchar sus vaticinios- nos entregamos a sus saberes. Una vez más se pone en juego lo desconocido: rastros del pasado que impregnan nuestros días. Solo nos resta confiar en el futuro, cuando infinitos soles brillen sobre infinitos cuerpos en parques y plazas, montañas y playa, mientras se anuncia el fin de la amenaza.
(1) Coatlicue: la diosa madre, “la de la falda de serpiente”, hallada en 1790 durante las obras de remodelación de la Plaza Mayor de la capital de la Nueva España.
BIBLIOGRAFÍA:
La conquista de América – El problema del otro, Tzvetan Todorov (1982)
La guerra de las imágenes – De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019), Serge Gruzinski