Eduardo Galeano

La confianza: sobre la gesta uruguaya en Brasil 1950.
Por Esteban Massa

 

En lo que Tabares dijo y no dijo percibí el agreste sabor de lo que se llama artiguismo: la conciencia (tal vez incontrovertible) de que el Uruguay es más elemental que nuestro país y, por ende, más bravo.”
Jorge Luis Borges, “La otra muerte

 

CAZAFANTASMAS

Confiar en la inexistencia de fantasmas cercanos es, al menos, un gesto de soberbia urbana. Y por qué no, de ingenuidad. Zancadores de sueños, impedidores seriales de ideas fugaces y tsunamis de piedras, se nos interponen camino a la digna subsistencia. Viven en nosotros, se desarrollan con intercambios eléctricos en nuestro cerebro, toman forma y así se vuelven parte del diccionario psiquiátrico: miedo, angustia, depresión, ansiedad, etcéteras varios.

Difícilmente los fantasmas de antaño se asemejen a los actuales.

La Segunda Guerra Mundial evitó la continuidad de los mundiales de fútbol que se realizaban, cada 4 años y desde 1930. Ese año Uruguay, dueño de casa, venció al equipo argentino, por 4 a 2 en la final. Luego, Italia, en 1934; y Francia, en 1938. Y lo demás resultó el devenir del caos y la muerte inexorable.

Brasil sería el anfitrión en 1950 del primer evento mundialista de la postguerra. Y allá fue el «Negro Jefe». Despojado de fantasmas, confiado en sus fuerzas, ingenuo, soberbio, líder, fundamentalista de utopías.

 

PIES DESARROPADOS

Foto 1
Obdulio Varela

Obdulio Jacinto Muiños Varela nació en Montevideo un 20 de septiembre de 1917. Apenas asomó su conciencia, se hizo llamar Obdulio Varela, en honor y gratitud a su madre Juana, negra y lavandera. Y en olvido a su padre, ausente sin aviso. Descalzo en las cuatro estaciones, pies bajo escarcha o adoquines de fuego, el niño de apenas ocho años vendía diarios en esquinas, bares y puertas de hoteles. Además, jugaba a la pelota. Era centre half (según la lengua de los piratas inventores del fútbol), o centrojá (según los designios de la lengua rioplatense). Juana, entretanto, se encorvaba en la tabla para que los pesos recibidos a cambio calmasen barrigas crujientes.

Obdulio debutó como profesional en 1937 en “Wanderers”, de Montevideo. Luego de seis años, pasó al popular “Peñarol”, donde se desempeñó hasta su retiro, en 1955.

Con la camiseta de Peñarol
Con la camiseta de Peñarol

 

VOLCÁN ENJAULADO

Río de Janeiro preparaba la fiesta con la culminación de una obra arquitectónica colosal, un cráter de fuego, un volcán invertido por el que Julio Verne hubiese imaginado el viaje al centro de la tierra: El Maracaná.

El día: 16 de julio. El evento: la final del Mundial de Fútbol que enfrentaba al superpoderoso Brasil con el humilde seleccionado uruguayo. David contra Goliat. Con el empate, Brasil hubiera sido el campeón. Las tribunas del cráter, a tope. Desde allí, rugían más de doscientas mil bocas. Ambiente de fiesta anticipada, olores a victoria contundente, banderas, fuegos artificiales en silencio de expectación, cientos de palomas enjauladas para echar vuelo al término de la función.

Estadio Maracaná, 1950
Estadio Maracaná, 1950

Los dirigentes de la Asociación del Fútbol Uruguayo juntaron a los jugadores: «Ya han cumplido en llegar hasta acá. Jueguen con guante blanco, y traten de no comerse más de cuatro goles«.

Los pandilleros uruguayos temblaban, condenados a una muerte anunciada. En el túnel, camino al campo, el Negro Jefe les habló como a discípulos: «No piensen en toda esa gente. No miren para arriba. El partido se juega abajo. Los de afuera son de palo. En el campo seremos once contra once. Esto se gana con los huevos en la punta de los botines«. Y, respecto al mensaje de la dirigencia, con los ojos vidriosos y el corazón en la mano les dijo: «Cumplidos, cumplidos, solo si somos campeones».

Minuto dos del segundo tiempo: gol de Brasil. Obdulio toma el balón en sus manos y encara al árbitro.

– Fue orsai- le dice, con firmeza y ceño fruncido.

El árbitro inglés pide un intérprete. Los minutos corren. El tiempo es oro. Obdulio, sabio y calculador, en medio de la tormenta, pone pausa y piensa, se refugia bajo el techo de chapa de un bar cualquiera de Montevideo y espera que el chaparrón se diluya.

Minuto 17: empata Uruguay. Desborde de Ghiggia, centro y, de primera, la empalma Schiaffino para ponerla arriba y que suenen los piolines de la red. Y él, quién si no, miró a los suyos y gritó: «Los de afuera son de palo. ¡Vamo´ arriba La Celeste!»

Lo que sigue es la épica, un ensayo escrito en blanco y negro sobre la fe, la confianza en las propias fuerzas, las limitaciones autoimpuestas, el autoboicot. Los de afuera son de palo remite a las miles de almas que estaban en contra, pero también a los fantasmas propios. Esos que el gurí descalzo, con los diarios bajo el brazo y la celeste en el pecho, espantó a pura arenga.

 

FINAL DEL JUEGO

Minuto 34: Obdulio abre para Alcides Ghiggia, que se va por la derecha, entra al área y le da fuerte al primer palo. ¡Gol de Uruguay, nomá! Y es el final del juego, luego de nueve minutos de incertidumbre y garra charrúa.

Alcides Ghiggia arranca el festejo
Alcides Ghiggia arranca el festejo

Ese final que da comienzo a un inmenso ritual fúnebre, a la desaparición de fuegos artificiales, a miles de palomas que no saldrían de sus jaulas. No hubo ceremonia de premiación, el Negro Jefe le arrancó a Jules Rimet (capo de la F.I.F.A.) la copa a la salida del campo. La epopeya más impactante de la historia del fútbol de selecciones nacionales se había consumado y tenía su nombre: El Maracanazo.

 

ANÉCDOTAS, MÚSICA, INMORTALIDAD

«Bueno como nadie, rebelde como ninguno, cuando le pregunto – ¿fue difícil jugar ante 200.000 brasileños?- Dice: No, no, horrible fue cuando era pibe en el Barrio de La Teja, y descalzo, en invierno, salía a vender diarios«.

Dalton Rosas Riolfo, periodista uruguayo.

 

JAIME ROOS «Cuando juega Uruguay»

 

Vamo’

Vamo’ arriba la celeste

Vamo’

Desde el Cerro a Bella Unión

Vamo’

Como dice el Negro Jefe

Los de afuera son de palo

Que comience la función

 

Obdulio abrió apenas la puerta que lo invitaba a participar de la historia grande. Se asomó e hizo suyos los brazos del Cristo Redentor, se cobijó en ellos para trepar hasta la cima y susurrarle al oído: «Los de afuera, los de afuera son de palo, carajo».

 

EDUARDO GALEANO: RECUERDOS


 

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