La queja: sobre “El guardián entre el centeno”, de Salinger.
Por Esteban Massa
“El color es el medio para ejercer influencia directa sobre el alma: el color es la tela, el ojo, el macillo y el alma es el piano con sus cuerdas”
Wasily Kandinsky
SENDERO AL COSTADO DEL MUNDO
Penumbra, el cielo gris encapotado, colores –todos-, aunque opacos. Senderos angostos, habitaciones a la luz de una vela que se consume con bronca, impotencia y sarcasmo. Ese es el mundo de Holden Caulfield, descreído y obsesionado por contarnos que las luces de la sociedad mercantilista no existen como tales. Quejoso, odiador del brillo de los mandatos sociales, rebelde, insolente contra el “deber ser” en el que nadan y se ahogan quienes lo rodean. Esa mirada crítica y ácida de la sociedad americana no cesa en lo discursivo y pasa a la acción. Donde hay luz, él ve oscuridad; donde hay belleza, fealdad; donde los estereotipos son el camino, asoma la inmensidad del abismo de la estupidez humana.
Aunque su escenario es una paleta de acuarelas sin brillo, se ve su luz: un reflejo incandescente encandila a los atónitos espectadores. Se oye su voz que reflexiona, el ruido a vidrio, roto, cuando entra en acción, sus expresiones de odio, mutadas en una sensible compasión, que desordena e invita a pensar.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, como fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso”
Holden Caulfield, El guandián entre el centeno.
Este joven protagoniza la novela “El guardián entre el centeno” de Jerome David Salinger y se sube a la cima de la rebeldía, de la disconformidad eterna. Desde allí agita su bandera. Los vientos de ese vaivén de la tela serán una cachetada para despabilar a quienes enciendan una linterna y espíen su mundo.
MANOS DE TIZA
“Es un país hermoso, lo admiro de verdad. Pero de pronto te das cuenta de que hay norteamericanos cazando gente inocente.”
Yoko Ono, sobre EEUU
John Lennon es luz blanca, es la visita del sol a ventanales distraídos, la tibieza que atempera las almas y seca las paredes húmedas de la nieve en invierno. Esa luz no distingue formas, transfigura todo en melodías, en el sonido suave de un piano transparente y en una voz que pasa a la inmortalidad. John vive en Los Ángeles, distante de ´The Beatles´ y a gusto con su nueva vida. Compone sin compartir el espíritu creativo, sin negociar, es él, sus instrumentos y ella, Yoko Ono. Se casaron en 1968 y se transformaron en un dúo, sólido e inexpugnable.
Esa blancura, sinónimo de rebeldía en el seno del cuarteto de Liverpool, es el matiz de la disolución eterna, de la refundación personal. El hombre volantea su carro y, ante dos senderos, escoge el de la izquierda. La flecha, a modo de cartel indica paz, amor, compromiso social, música. Su refugio, una mansión rodeada de árboles frondosos, donde vive hasta 1973, año en que Nueva York es su destino ineludible, aquel con el que soñaron al cruzar el Atlántico.
El edificio Dakota, lujoso y exclusivo hospedaje, será su nueva morada hasta 1980, año en el que su blanquecina existencia mutará hacia un tinte plagado de enigmas.
EL DIABLO METIÓ LA COLA
“Vivo en el mundo, pero no formo parte de él”
JD Salinger
Mark David Chapman camina por las calles de Nueva York, rodeado de una atmósfera roja intensa, espesa. Su admiración deviene en obsesión y lo abruma, lo interpela, lo sitúa en un puente bamboleante, lo invade en dudas existenciales.
La música de Los Beatles en general y Lennon, en particular, lo toman del cuello, lo sueltan, respira. Recupera algo de lucidez, lee a Salinger, quien ahora lo ahorca. Sus pulmones chillan, rugen, se contraen, minutos eternos hasta que retoma cierta calma.
Cruza el puente y camina entre la gente. Nadie lo registra. Es de día y el, en su mochila, lleva un libro y un ejemplar del último disco solista de John. El plan, en marcha. Se acerca cansino hacia el edificio Dakota, lo ve venir, y consigue la firma en el disco. El cielo, poco a poco, enrojece. El sol y las nubes forman un techo de confusión colora. La noche acecha y Mark auspicia de guardián entre el cemento.
La espera es tensa pero amable, el rojo ya es bordó.
John regresa con Yoko del estudio Record de grabación, pasadas las 22:30. Sin mediar palabras, Mark gatilla cinco balas de fuego mortal. Merodea la escena del crimen, como un animal que mata no por el efecto natural de la cadena alimentaria, sino por placer; como uno que contempla, paciente, la sepulcral escena. Cansado luego de un día largo en tiempo y emociones, el joven se sienta en el cordón de la vereda. Sus piernas piden una tregua. El día estuvo soleado, pero él esperó a que su oscuridad se diera la mano con la noche, una fusión de colores que dibujaron los aromas de la muerte. La policía lo divisó rápidamente. Su actitud anodina hizo que los oficiales se acercaran lentamente, pero con la certeza de que estaban ante él.
Se encontraba entregado a la lectura de El guardián entre el centeno.
Lo entrega y dice: “Esta es mi declaración”.
En otra indagatoria, agregará: “Gran parte de mí es Holden Caulfield, el resto ha de ser el diablo”.
HAZTE LA FAMA
«Yo no pienso nunca en el lector, así que no pienso si un libro que acabo de publicar va a tener éxito o no. Lo escribo y no sé si el libro se ha vendido o no. Mis amigos no hablan de eso, y yo no pienso en ello».
Jorge Luis Borges
Jerome David Salinger nació Nueva York en 1919. Su carrera literaria empezó en 1940. Entonces, en varias revistas, publicó relatos y piezas teatrales, escritos durante una estancia en Europa. En 1942 se alistó en el ejército y participó en diversas acciones bélicas de la Segunda guerra mundial, entre ellas, del desembarco de Normandía. Allí, como combatiente, inició la redacción de su única novela: “El Guardián entre el centeno”, publicada en 1951. El narrador, Holden Caulfield, es un adolescente enfrentado a la hipocresía del mundo adulto, con notorias dosis de ironía sobre los mandatos de la sociedad americana. Salinger decidió aislarse. El argumento esgrimido resultó simple. No pudo sostener su vínculo con la fama: esa estrella que deseaba lucir en la solapa. Aunque, una vez allí, solo le produjo un cúmulo de contradicciones.
«En mis peores momentos, hace años, todas las cartas que me enviaban eran, en parte o completamente, escritas con el estilo de Holden Caulfield. Era como estar en el infierno.”
Jerome David Salinger
UN CORTADO Y UNA LÁGRIMA DOBLE
Fictional complaint (Queja ficcional)
En un bar del barrio Greenwich Village, en Manhattan, se cruzaron. Allí, justo allí, sí, en la barriada donde Hitchcook rodó “La ventana indiscreta”, y donde –quizá- el vecino Bob Dylan compuso alguna de sus inoxidables canciones. No fue casual el encuentro, aunque quien lo promovió haya intentado en vano que así lo fuera. El calor abrumaba. El aire a las trompadas con la humedad, mientras vencidos brazos de árboles buscaban sombras ausentes.
Jerome leía el periódico en una mesa amarronada, lejos de las luces de las ventanas. Holden tardó más de lo necesario en acercarse, ralentizó el paso, prendió un cigarro: todos movimientos quirúrgicos, temerosos. Se sentó a su lado, en cámara lenta, como quien acuesta al niño rebelde y recién dormido, en una cuna de mimbre. La mirada, al frente. Las manos apoyadas sostenían las rodillas temblorosas. Finas gotas de tensión se desplazaban por su rostro sin caer. Jerome lo miró de reojo, Holden se percató y, con idéntica postura, le habló:
– Leí en el periódico que usted reniega de su fama. De ser así, le confieso que me alegraría por demás.
– ¿Quién es usted?- Salinger se quitó los lentes y dobló el diario en dos.
– Comprendo que no me reconozca aunque, como bien sabe, estas canas las llevo conmigo desde muy pequeño- Holden se tocó los pelos de la sien, siempre con la vista fija en un punto, allá, en la lejanía.
Jerome, 20 años mayor, lo observó con el ceño fruncido por la sorpresa develada.
– ¿Holden?
– El mismo – Sacó una de sus manos de la rodilla para pitar con energía- ¿No siente remordimiento? Hace tiempo que lo busco, solo para que sepa cuánto lo odio. Usted es el responsable de esta puñetera vida que llevo.
– Se equivoca, se victimiza sin argumentos. ¿Qué ocurriría si me victimizo yo, joven Caulfield? Su rebeldía adolescente me llevó a la fama: una daga oxidada hundida en mi espalda.
Holden, sin sacar las manos de sus rodillas, lo miró. Fueron apenas unos segundos en los que la atmósfera huyó espantada.
– Apenas y a cuenta gotas, salgo de su libro a esta vida de lata. En cambio, ¿usted…?
– Yo, igual, joven. ¿O cree que estar aquí, en este bar, implica ser libre de, como dice usted, esta latosa vida? En fin, ¿qué busca?
– Pero qué tío jodido resultó ser. Solo busco el anonimato, usted puede tapar la sombra que pesa sobre mis hombros. Yo no he matado a nadie.
Holden se paró. Apoyó un pie en la silla que crujió. Jerome se recostó sobre el respaldo, intimidado.
– Perdón. ¿Qué dices?
– ¿Va a desconocerlo? No esperaba menos. Estoy acusado de instigador al crimen de John Lennon y de otras canalladas de ese tipo.
La imagen se detuvo, las nubes traspasaron el cielo a paso de pájaros migrantes. Los de a pie, en su mundo. Ellos dos en un submundo de calles de lodo y piedras pesadas de tonalidades absurdas.
El guardián entre el centeno fue motivo de innumerables debates e inspiraciones artísticas.
´Guns and Roses´ le dedicó una hermosa canción en su álbum “Chinese Democracy”, del año 2008, «The Catcher in the rye»