La intensidad: Entrevista a Susana Villalba.
Entrevista: Viviana García Arribas, Lourdes Landeira, Estela Colángelo, Gabriela Stoppelman
Edición: Lourdes Landeira, Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
“A veces caen las notas a tierra y se hacen árbol. A veces los poetas arrebatan el rumor de la corola. El río suena igual en cualquier piedra sean guijarros. A veces nos toca ser tam, tam, ser grave, ser el grito, caracola anunciadora, ser el coro.”
“La luna en harapos”, Susana Villalba
Hacer patito y dejar que la piedra surfee la raíz del agua. Llegar al flequillo de la costa y deslizarse hasta la loma del cachete. Allí, fugar hacia el contorno para no perder la singularidad del rostro. Entonces, tomar distancia entre lo alto y, de rama en rama, recibir la silueta de la soledad nueva, el cuerpo arborizado, que otra vez lanza la piedra -o el amor- en dirección a los otros. Al pie, un ladrido custodia las raíces, malincha el origen como quien se prueba en la boca el sabor de un eco. Tan descortés, la muerte revolotea en advertencias. Pero el animal persevera y persevera en un surco a contra tumba.
Mientras tanto, la trayectoria no se detiene. La piedra derramada se toma una pausa en la corteza y pica y pica la clausura del tronco. Tan carpintera, se pierde por el mismo hueco que labra y, desde el fondo, canta y cuenta: que más allá de la orilla hay otra orilla, líneas que se cierran en el puño de eternidades, instantes perdidos en busca de sus dueños, objetos revueltos en aromas antiguos. Una confusión tal da tanto gusto que, ya harta de largas consistencias, la piedra se arena en melodías, en cursos rizados del agua puesta a tararear.
Dicen las miradas que, al regreso, la piedra vuelve preciosa en toboganes, cae y cae, tan intrínseca en el grano, como alguna vez lo fue en densidad.
Así estallada, la gramática- esa obstinada soga de la voz-, se astilla en parques y diversiones, irresponsablemente retornada a otra frontera de la infancia.
Así, multiplicada, la letra vuelve a sentarse a la orilla del tiempo y, desde ese allá, se contempla hacer patito. Se contempla siempre otra sobre su rostro renovado. Otra, sobre la página del agua. En esa escena, nos encontramos a conversar con Susana Villalba.
LA RAÍZ, LA ORILLA Y EL BORDE DEL CIELO
“ya no es lugar para los cuerpos se ven reflejos en la mica disparan el destello de piedra afila su cuchillo el monte se prepara recibir el aire como alma refinada destila su raza en el crisol toda sustancia es cosa de mandinga”
“Susy, secretos del corazón”
Antes de entrar en tu trabajo como escritora, nos gustaría preguntarte cómo sos como lectora, qué buscás cuando tenés que devolver una lectura de otro.
Justamente, estuve trabajando en un prólogo para la obra reunida de Irene Gruss, que va a salir pronto. Tuve que destinar tiempo a pensar desde dónde encararlo porque Irene y yo tenemos escrituras bien distintas. En general, trato de ponerme en el lugar de esta autora, entender dónde se paró, qué le interesa decir, por qué y cómo lo dice, por qué elige esa forma y no otra. Presto mucha atención a no pensar desde mí, sino desde el otro, aunque me cuesta mucho meterme en algo escrito por otra persona. Por ese motivo, tampoco doy muchos talleres, lo hago solo si me piden específicamente a mí. En ese caso, pienso que, si me eligen, será porque conocen mi escritura.
En tu escritura, encontramos algo del orden del orillear, de un llegar hasta la orilla del otro y volver rebotado, transformado en otra soledad. Resuena esta idea también en lo que contás sobre tu modo de leer…
Sí, evidentemente, el mundo se conforma con singularidades, cada una, muy propia. En particular, en “La bestia ser”, me interesaban esos seres no humanos – el árbol, la piedra, el perro- que tienen consciencia de ser en red. Hay un milagro en estas singularidades, un lamento que también es celebración. El árbol tiene todo lo que no tiene el perro y por eso lo completa: está quieto, es paciente, es contemplativo.
Estas orillas las vimos también en tu novela “La luna en harapos”: en el caso de Malinche y Cortés, la frontera parece ser la relación de cada uno con la tierra…
Sí, yo leí bastante sobre las mitologías y las religiones de los pueblos originarios, sobre la relación que tienen con el mundo en general y con la tierra, en particular. No hablo de idealizarlos, porque Moctezuma está en un imperio. Y, donde se construye un poder tan vertical, empieza a deformarse todo. Incluso hoy se cree que los mayas y los nahuas no han cuidado bien los árboles y por esto escasean y se secan. Pero, más allá de eso, los pueblos originarios tienen con la tierra una relación de mayor consciencia de red: todo está en conexión y tiene consecuencias. Por su parte, Cortés no se encuentra en su propia tierra y, como todo conquistador, carece de todo respeto por ella. Su actitud es de avanzar como sea. Aun así, yo me permití cierta flexibilidad con ese personaje, no es totalmente malo, si no, no tendría gracia. Se puede leer en sus cartas que él se daba cuenta y tenía cierta admiración por la civilización de los aztecas. En particular por lo avanzado de la ingeniería. Tal vez esto lo haga peor, porque los destruyó de todos modos. El conquistador siempre está en tierra de otro y solo le importa apropiársela.
EL TEMPLE INFINITO
“La muerte es un lento navegar entre la sed, el recuerdo y el terror. Que llegue la muerte como piedra sólida, quieta, contundente. Y no esta melancólica agonía entre volver a la tierra que dejamos, quedar a la deriva para siempre o recalar más allá.”
“La luna en harapos”
Tu Cortés incluso duda de la existencia de España: «Muchos regresaron a España, pero esto no prueba que haya salido alguna vez de allí.» Es un personaje que está en un limbo, como si no pudiera arraigar con nada.
Me imaginé que lo único importante para él estaba adelante. “Atrás no existe”, dice siempre. Eso es muy del conquistador. Además, supe que él había probado escribir y no le salió. Entonces, en la novela lo hago discutir con Amadís de Gaula. Cortés comprende que las aventuras escritas y las reales son diferentes. Él no es el héroe de un poema, está inmerso en algo real. De todas maneras, más allá de detestar la conquista, no podemos dejar de imaginar la audacia de un hombre que viene a un lugar totalmente desconocido para él y sin mucho apoyo. Vino con muy poca gente, sin la autorización de su gobernador, solo porque quería hacerlo…
Muy soberano….
Sí. Por otro lado yo también pensaba que, evidentemente, para lanzarse así, debió ser que atrás no tenía nada.
¿Por qué le diste el final de la novela a Cortés?
La historia de la ciudad conquistada se termina porque se transforma en la ciudad española de México. Tanto Moctezuma como Cuauhtémoc mueren. De Malinche se sabe muy poco, deja de ser protagónica. Y Cortés sigue, insiste en conquistar lugares y pierde. ¿Para qué se fue a Honduras? Era un lugar muy agreste y fuera del centro del imperio. Y no se detuvo ahí. Años más tarde, apostó a la conquista de Argel y fracasó. Incluso pierde su fortuna en un naufragio. Me sorprendió muchísimo ese impulso imparable de conquistador. Él es lo que queda al final de mi texto. En un momento dice: “Tenochtitlan, ya te tengo, ya te tuve, ya no estás”. Para tenerla, la destruyó. Yo lo asocié con el conquistador de mujeres: las persigue hasta conquistarlas y luego las destruye y pasa a otra.
Sin embargo, su lucha con Moctezuma no termina al matarlo. Dice “Acá tengo mi Moctezuma, yo cargo mi muerto”.
Claro porque su competencia es con otro hombre, otro poder masculino al que vencer. El poder de Moctezuma era enorme, tenía como objeto a todo el imperio mexicano y los pueblos de alrededor. En algún lugar, Cortés lo admiraba.
En nuestra lectura, creímos que la novela iba a terminar con el Templario, tal vez porque es un personaje eterno, exento de la coyuntura histórica. El Templario es un personaje misterioso, contanos un poco de él…
Yo quería que estuvieran presentes distintos componentes de nuestra cultura. También aparece un moro, un pueblo que ha influido muchísimo en la cultura española. Y el Templario me parecía importante como contrafigura de Cortés. En ese momento histórico, alrededor del año 1500, el Templario tenía un objetivo diferente a la conquista, de carácter intelectual, podríamos decir: buscaba el Grial. A su vez, se enamoró de Malinche de un modo espiritual. Por otra parte, yo quise agregar un poco de cultura judía. Porque en España había una gran cantidad de judíos conversos que, con el paso del tiempo, se asimilaron con las otras culturas locales. Me parecía perfectamente posible que el Templario tuviera algún ascendente judío.
FAMILIAS DE MAREA BAJA
“Enamorarse es caer y que parezca un vuelo/ cae una estrella infinitamente/ infinitamente/ la espero”
“La bestia ser”
En el caso de Catalina, la esposa de Cortés, parece ser una exiliada de todas partes, sus textos son monólogos llenos de tristeza.
[button-green url=»#» target=»_self»]Cuando yo nací nació la tristeza y un águila negra daba negra voz. La que sola tiende y sola se sienta a comer, la que tiene todo el día para no saber qué hacer con tanto día que tiene. Tan poca noche me espera, que si no sueño con él la noche no existiría. Ay mi moro, moro mío, la vida quedó en tu alcoba. La luna en su cuarto blanco busca su espalda morena, la espalda morena gira, nunca se encuentran. El alazán de la noche que la sostiene se desespera. Lleva vestido de novia en una carroza negra, es un tiovivo el deseo, el trotón es de madera. La luna se vuelve mengua, es la mitad de una pena por la mitad de su sombra, el lama que gira loca por una arrebato entero. La reina blanca se ahoga, su sueño no tiene tallo, la luna no tiene tierra, el alma no tiene dueño. Ay mi moro, moro mío, que frío que hace en el cielo, blanca una noche y la otra.[/button-green]
Me interesaba mostrar el lugar de las mujeres. Catalina es una contrafigura de Malinche, pero ninguna de las dos tiene poder. El poder lo tienen los hombres. Y Catalina es como nadie: Cortés la deja sola en Cuba y, cuando gana en México, por compromiso, la llama. Ella va hacia él y muere de asma, afectada por el clima de México. Algunos documentos dicen que Cortés, ya gobernador, la ahogó para casarse con alguien más importante. Yo elegí que muriera de asma porque me parecía un poco más sutil y adecuado para este personaje: alguien que se ahoga por la falta de poder que tienen las mujeres. Ella nunca pudo elegir.
“Cuando yo nací, nació la tristeza”, dice Catalina, casi como un destino.
Tomé ese verso de los cantares españoles de aquella época y lo continué, porque me interesaba especialmente. Además de la métrica, aquellos cantares me dieron la medida de ella y, también, de las mujeres en esa posición de estar siempre a la espera de un hombre que se va en busca de la conquista. Una vez conquistada, a Cortés ella ya no le interesa en absoluto. Y Malinche es la contrafigura, porque parece que puede accionar, al menos, en el sentido de estar condicionada por su necesidad de sobrevivir. Se habló mucho de la traición de Malinche, del malinchismo y de la ayuda que ella le dio a Cortés. Sin embargo, toda su historia es un sinfín de hechos donde Malinche no elige. Su propia familia la vende para hacer heredar a su hermano varón. Se la dan a Cortés, igual que le daban gallinas. Malinche hace lo que puede para sobrevivir y termina en un lugar de semi-poder, a la sombra de Cortés. En varios momentos de la novela dice: “Mejor es elegir lo que por fuerza se es”. Así, decide enamorarse de su destino y pensar que lo eligió. Decide no ser otra Catalina. De todos modos, después quedan las dos en la nada.
AL FILO DEL GLOBITO DE PENSAR
“finalmente decidió que el caso de la joven en el cuarto es el misterio sumido en melancólico enigma miró hacia atrás viendo su muerte la perdió entre las fotos el gato se ovillaba: “cuanta contrariedad”/ declara el detective: “comprendo al asesino yo hubiese hecho lo mismo”
“El detective millonario”, “Susy, secretos del corazón”
Mencionaste los cantares españoles y recordé que, en “Susy, secretos del corazón”, un texto que tanto refiere al lugar de las mujeres, hay una recuperación de canciones populares, frases, refranes. ¿Cómo pensaste ese cruce con tu texto y con el aire pop de la revista de la época?
Ese libro está construido con mucho patchwork. Usé frases de canciones, de series de la televisión de cuando era chica. Cosas súper ridículas. El detective millonario, por ejemplo, era un langa, un seductor. La serie siempre empezaba cuando, mientras besaba a una mujer, a él le sonaba el teléfono para ir a atender un caso. En “Susy…”, están todos los clichés que nos conforman en tópicos de personalidad, no solo a las mujeres, también a los hombres. Quizás en las chicas más jóvenes hay ahora un poco más de flexibilidad. Pero a nosotras, en la época del pop, nos atravesaron esos personajes. De todas maneras, yo soy de una generación que ya iba a la universidad, estábamos cruzadas por determinadas formas de enamorarse, formas instaladas de cómo conquistarnos. En la revistita “Susy”, apenas la chica veía al chico, aparecía el globito de pensar que decía:”oh, lo amo”. Eso había que hacer, amar sin vueltas. En nuestra época la figura del hombre atractivo ya no era la del “macho cuadrado”, la figura de nuestra época era el seductor. Así, la trampa era mucho más silenciosa. En los ochenta, surge el arquetipo del hombre progre. En los noventa, llega el supuestamente colaborador. Claro, no es de ayudar de lo que se trata…
[button-green url=»#» target=»_self»]“… lo acaricié mil veces en sueños pero puesto de frente a la paciencia claudicó una estola en el piso la bombacha inútil con mis sucias espelas ni post datas afines ni me entrega de amar sin ambiciones sin conocimiento de lo amado…”[/button-green]
[button-green url=»#» target=»_self»]“… pero es ajeno también tanto abandono nos pierde del otro la cuenta sin saldar la baba de los días se acumula un rancio olor almizcle factoreadopas de deux donde hubo fuego la tierra que bosteza todo es sexual hasta la piedra y el animal comido de cabeza que es el hombre.”[/button-green]
Actualmente hay una publicidad, en Europa, que se llama “los ayudadores” y muestra justamente eso.
Mi generación estuvo marcada por “los corredores”. Son hombres que no pueden comprometerse, no pueden más que la huida. La mujer empezaba a crecer, a ganar espacios y a ellos les daba temor, no sabían cómo posicionarse frente a eso. Habría que pensar qué pasa con las conquistas hoy, cuando todavía se mantienen muchos viejos atravesamientos. En algunas cosas la juventud actual parece más piola y la situación se ve más pareja, en cuestión de género. Pero, aunque me gustaría que así fuera, no tengo idea de si esto se da en profundidad. Sí sé que los noventa neoliberales fueron atravesados por los medios de comunicación. Los ochenta, en general, son silenciados. Sin embargo, para mí esa época post dictadura fue interesantísima, un tiempo tan marcado por la eclosión de singularidades no direccionadas. Surgen poetas con escrituras muy diferentes por esos años. Aparte, explotaban las charlas, las mesas redondas, las discusiones feministas en general y, en particular, la pregunta sobre si había una escritura específicamente femenina o no. Yo pienso que sí, porque una escribe desde el lugar en donde está. Yo efectivamente escribo desde donde percibo estas cosas, como los clichés que señalo en “Susy…”. Fue un lindo periodo, había unas polémicas terribles.
En esos momentos, ¿ya estaba presente esa sensación de mostrar que el hombre no es el centro de todo que leemos en “La bestia ser”, esta sensación de que todo lo existente es parte de la misma cosa?
Sí, los poetas éramos como una gran familia. Imaginate, estábamos juntos Bayley, Olga Orozco y otros tantos de mi generación. En el medio faltaban una o dos generaciones. Sin embargo, los poetas más grandes nos escuchaban porque eran generosos. Había la alegría de encontrarnos después de siete años sin habernos podido ver, años donde no fue posible juntarse con nadie. La excepción se da cuando aparece el “Diario de Poesía”, con intención de posicionar a algunos y, para eso, atacar, dividir a los grupos incipientes que ya existían. Yo pasaba de largo, a mí me parecía una tontería discutir si yo era romántica o no. Fuera de eso, con el resto, si discutías un día, al día siguiente el asunto ya había pasado. En aquellas charlas sobre la mujer, Irene Gruss era muy provocativa y siempre lanzaba algo por lo que todos -incluida yo- la queríamos matar. Pero al poco tiempo estábamos todos juntos matándonos de risa. Digamos que éramos todos un bosque: perros, árboles, piedras…
ORISTALLAR CON OTROS
“Soy intrínseca/ el arte de estar/ quieta/ es dar el corazón/ al movimiento”
“La piedra”, “La bestia ser”
“Andar detrás de un sueño sin forma, estar en una forma y al momento saber que ese era el sueño. Adentruyo era lengua”
“La luna en harapos”
Te propongo volver a la idea de la orilla. En tus textos, marcamos palabras como “adentruyo” o “intrínseca”. En general, tus libros hablan de hacer familia, comunidad, cuerpo con otro. Así como el perro llega a la orilla del árbol, a su raíz, el árbol llega a la frontera del cielo y la piedra, a la orilla del agua. Tender al otro, dejar de ser con otros. En ese marco, ¿qué son esas palabras que esquivan el sí mismo, que no son el yo?
Hablás de lo que más me interesa. Cuando se escribe, no se hace desde el yo cotidiano, se entra en un estado diferente, una se conecta con la parte más singular y, al mismo tiempo, entra en red con otros, casi se da un inconsciente colectivo. En ese sentido, me gusta experimentar con el lenguaje, llevarlo a lugares no convencionales. En este caso, la orilla sería estar al borde de que el lenguaje estalle sin que llegue a estallar. Para eso, me valgo de distintas experimentaciones, como el patchwork, del que ya hablamos. Para trabajar el lenguaje de la Malinche en «La luna en harapos» estudié la gramática náhuatl y luego traté de aplicarle al castellano lógicas del náhuatl. Por ejemplo, juntar dos palabras, como adentruyo es algo que hacen los nahuas. O decir ´serpienpiente´, porque ellos duplicaban la sílaba final para decir en plural. En cuanto ´intrínseca´, me gustaría contarles algo que me pasó cuando escribí la “La bestia ser”. Durante el proceso, algunas veces fui a San Luis. Al norte de Merlo hay un lugar que se llama Piedra Blanca. En ese momento, encontré allí el lecho de un arroyo sin agua. Entonces, me sentaba ahí y veía infinitas piedras, todas enormes, todas blancas. Yo iba fuera de temporada, así que estábamos solas, las piedras, sintiéndonos de manera profunda. De pronto, entendí que la palabra intrínseca decía perfectamente qué es una piedra: está en sí misma, es completa en sí misma y, aun así, mi piedra -por lo menos la de ese poema-, logra estar en red conmigo, con el contexto. La piedra es consciente de que el perro la huele, de que pasan los bichitos por encima, de que viene la libélula…
A su vez, siendo ella tan golpeada y erosionada por el agua, se descubre ella misma origen de la canción del agua….
Sí, tal cual, el agua no cantaría si no la atravesara ¿verdad? A la vez, si el agua no pasara por ella, no la puliría. Hay tanto concentrado en la palabra intrínseca, es lo que a mí me gustaría ser, intrínseca y, al mismo tiempo, consciente de esta red, en un extremo y en el otro. Por lo menos, al escribir, me gusta eso. Después, por supuesto, no podría vivir así todos lo minutos de mi vida.
En la vida cotidiana necesitás este yo común para no volverte loca. En el estado de escritura, como yo le llamo, me gusta conectarme con un momento del lenguaje muy personal, tomarlo a mi manera. Al mismo tiempo, tener conciencia de que, en ese modo personal, también me estoy comunicando, no es un secreto privado que luego no entiende nadie. Hay una cuestión del orden de la universalidad semántica, donde el otro va a entrar en algún lugar de entendimiento porque toqué algo de lo humano en sentido universal. Es mi aspiración.
UNA CASA BABILÓNICA PARA LA ORILLA DE LA VOZ
“Porque soy yo todavía, /la que llega siempre a casa/ como después de un largo viaje/ y encuentra que la casa se mueve/ como un barco. “
“Matar a un animal”
“Pero estás como arrancado /del jardín de tu casa,/ trasplantado en mí./ Como si no tuvieras manos ni pies /sino raíces. /Pero en el agua.”
“El cangrejo ermitaño”, «Matar a un animal”
En tus textos en general y en “Matar a un animal” y en “La bestia ser” especialmente, aparece mucho el tema del cuerpo. En algún verso decís algo como: “El momento de crear, lo demás es cuerpo”
Sí, lo demás es el cuerpo.
Ese no tener cuerpo sino formar cuerpo, es una idea muy spinoziana. No pensar el cuerpo como una propiedad, componer cuerpo con otros. En tus poemas, los cuerpos se deforman y transforman por la presencia de los otros.
No había sido tan consciente de eso, pero lo asocio con lo que acabamos de hablar, ¿no? El cuerpo es maravilloso porque es tu conexión con el mundo. En el momento de escribir, sin embargo, me gusta salir un poquito del yo en todos los sentidos, incluso, de la imagen corporal que una tiene de sí misma. Por eso, en algunos textos, me pongo en personajes y me imagino, por ejemplo, como la viuda negra. En mi vida, en mi yo, soy un poquito fóbica, la red es más inconsciente. Creo que precisamente me protejo de una hipersensibilidad, por la que tiendo a captar muy rápidamente lo que le pasa a los otros.
El proyecto de “La casa de la poesía”, es muy familiero. Difundir la poesía con otros es volver a romper ese sí mismo, tan antipoético…
Eso sí. Fue una cosa mesiánica, a mí me parecía que la poesía estaba tan desvalorizada que, quizás, si le dábamos un lugar institucional, se podía ganar no sólo en difusión, sino también en legitimación. Lo encaré como una especie de militancia. No es algo que yo inventé, lo que hice fue institucionalizarlo, meterlo adentro del gobierno.
¿Funcionó?
En un momento, sí. Yo trabajaba en la Municipalidad desde hacía muchos años y aproveché el poder hacerlo desde adentro. Eso me lo hizo más sencillo, porque conocía todos los trucos municipales. En un principio, fue una movida con mucha difusión. Yo le metí mucha prensa, esa es otra posibilidad que te da la institución. Podés llamar a los diarios, te atienden y, entonces, empezás a ver el fenómeno. Lo que nunca logré es que le pagaran cachet a un poeta por leer su material, por ejemplo. Me parecía que debía ser así. Pero, en general, esa experiencia de “La casa de la poesía” fue muy buena. También lo institucional tiene contras, se partidiza y, cuando cambia el partido gobernante, el siguiente quiere tirar todo y hacerlo de nuevo a su manera, para apropiarse del proyecto. Por otro lado, hay gente que tiene muchas fantasías y piensa que gané un montón de dinero y que me daban celulares y limusinas, cuando yo seguí ganando mi sueldo municipal.
Te escuchaba y no podía dejar de pensar en que me llama la atención la asociación de la poesía y la institución. Una siempre imagina a la poesía como instituyente, no como lo instituida.
Bueno, pero yo pude hacer dos grandes festivales internacionales, donde traje poetas de muchas partes del mundo. Había que bancarles los hoteles, los aviones. Desde la institución, podés hablar con la embajada de muchos países y negociar, por ejemplo, los vuelos. Por su parte, la difusión no es poca cosa, porque los poetas nos hacemos conocidos solo por las lecturas. Los libros, si se venden, lo hacen en ferias, en presentaciones, no en las librerías. En mi caso, mucha gente me escribe y me pregunta cómo conseguir un libro mío y el libro no se consigue porque la distribuidora no hace llegar el material. Y no es que nos importe ser conocidos por el nombre, sino que esos libros son nuestra manera de existir. Con “La casa de la poesía”, la idea era que la poesía comenzara a circular. El hecho de ser institucional o de no serlo no te va a modificar la forma de escritura. Nadie va a cambiar su forma de escribir porque tiene que aparecer en “La Casa de la Poesía”. Además era un modo de legitimarse un poco. Quizá ahora no se ve. Pero, en ese momento, la idea era que la novela era el género importante. Otra cosa que también pasaba era la relación con el público general. Porque los poetas podemos creer que somos conocidos, pero lo somos entre 500 de nosotros mismos. La gente común no tenía ni idea de la existencia de una poesía argentina diferente. Entonces, si vos decías poesía, pensaban en Alfonsina Storni, a la que habían leído en el colegio. Quizás, alguno conocía a Olga Orozco o a Edgar Bayley. Incluso Orozco se hizo muy conocida y ganó premios cuando ya tenía más de 80 años y, al poco tiempo, se murió. Yo me di el gusto de llevar a Olga a “Babilonia”. Estaba repleto, repleto, repleto de gente que hizo un silencio impecable para escucharla.
Contaste que para “La luna en harapos” investigaste historia, gramática, las culturas, los lenguajes, eso habla más de multitud que de soledad…
Sí es cierto que soy bastante solitaria y, como ya dije, un poquito fóbica. Sí creo que tengo una antena muy abierta a los otros. Por eso decía antes que yo capto cómo son, qué les pasa, tengo mucha capacidad de escucha y, si alguien me cuenta algo, también tengo mucha capacidad de entender profundamente. Yo escucho un noticiero y, en un segundo, te hago una estructura de un montón de cosas que pasan. Estoy muy pendiente de captar esas señales en otros. Pero, al mismo tiempo, todo eso es un trabajo en solitario que se proyecta hacia la multitud.
Queda claro que cuando hagamos una fiesta multitudinaria no te invitamos….
Si me invitan, voy un ratito. No es que no me guste estar con otros, pero me gustan mucho más las charlas de a pocos, para que se dé una comunicación verdadera.
PACIENCIA DE FRONTERA
“El árbol es paciencia tomando cuerpo hacia el vacío”
“La bestia ser”
El tema de este número es la intensidad y venimos, de entrevista en entrevista, marcando este punto de que las nuevas generaciones le atribuyen a esa palabra la noción de “ser pesado”. Para ellos, alguien muy intenso es un plomo. Sin embargo, nosotros aún lo entendemos como una convocatoria a la potencia que somos, que tenemos. ¿Cómo te relacionás vos con la idea de la intensidad? Y antes que nos respondas, quiero traer un verso tuyo que dice: “Pero vuelvo, no creas/que pedía más/que la intensidad del azul/ante el naranja”.
Ahí justamente está lo complementario de lo que hablábamos. El árbol complementa al perro y el azul complementa al naranja. Primero quiero hacer una pequeña aclaración: cuando los chicos dicen intenso, en ese sentido de ´plomo´, creo que lo han tomado de una mala traducción de la tele. Contrariamente, para mí, todo tiene que ser profundamente intenso. Si no, no vale la pena. Sobre todo, en poesía. Incluso los encuentros de poca gente, de los que hablaba antes, son los más intensos. El lenguaje tiene que tener intensidad. Por eso la necesidad de salir del lenguaje cotidiano, común. Para mí, la intensidad es una palabra importantísima y por eso yo no escribo todos los días. El otro día una chica me preguntaba cómo me enfrento a la página en blanco. Y yo no me enfrento. Si no tengo una intensa y profunda sensación de querer escribir, no me siento ante la página. Tampoco me siento a escribir si no tengo algo, algún tema que me provoque. Quizás veo algo en la tele, y pienso ¿Por qué están cada vez más gordas las páginas de policiales? ¿Qué pasa? ¿Por qué se ha vuelto una figura tan importante el asesino? En esas vueltas, estoy mucho tiempo, esa experiencia se hace intensa, en el buen sentido. Toda la investigación que hice sobre Malinche fue porque me interesaba intensamente. No lo hice por obligación ni para cumplir un contrato. A mí me daría miedo firmar un contrato de antemano. Prefiero tardar todo el tiempo que quiera, fascinarme con las cosas que encuentro. Viste que la escritura es rizomática, se abre y se abre. Esa parte es intensa, lindísima y estimulante de la imaginación
¿Nunca te saturan los datos, la información? A veces la cantidad hace perder el rumbo. Imagino cuánto habrá para informarse en relación a Cortés y a la Malinche.
No, no me satura, porque yo fui de a poco. Y, mientras tanto, escribía. Yo siempre tardo un montón de tiempo en escribir. Habrás visto que, entre la publicación de un libro y la del otro, pasa mucho tiempo. Nunca estoy veinticuatro horas en lo mismo. Leo, escribo y lo dejo estar, salgo a caminar y, mientras, se va asentando. Por supuesto, la cosa es que lo que escribo no salga como dato, eso no tendría gracia. La gracia está en que lo leído como información se mezcle con otras cosas en tu cabeza. A veces, uso la memoria emotiva, asocio con alguna experiencia personal y la transformo completamente para ponerla al servicio de lo que quiero decir.
La paciencia es otro de los temas que recurre mucho en tus textos. Es una palabra que da la sensación de que se trata de fundar un tiempo personal.
Sí, sí. Es que el de la escritura, sobre todo, es un tiempo particular. A mí me asombra muchísimo, en las generaciones más nuevas, cómo se preocupan por no haber publicado un libro por año. Eso es no tener paciencia, pero en un sentido profundo. Si nadie te está corriendo, nadie está esperando por tu libro a la vuelta de la esquina, no te vas a hacer más famosa por ese libro. Y, si te haces famosa, es un segundo. No significa tanto.
Esa preocupación denotaría más interés por el libro que por la escritura…
Y mirá que lo he escuchado de buenas escritoras, pero es como un imperativo de la época del que ni se dan cuenta y no lo pueden evitar. En vez de ser, se trata de hacer. Por suerte, nunca me preocupé por eso. “Plegarias” es un libro escrito en el 2001. La escritura es algo caótica, similar al caos que se estaba viviendo en ese momento. Pasaron catorce años hasta que publiqué otra vez. Entonces, sin siquiera preguntarme, algunos decían que yo había dejado de escribir, que me había pasado al teatro. Cuando me enteré, me reí. Es verdad que escribí un poco de teatro y estuve estudiando teatro, eso no quiere decir que yo fuera a abandonar la poesía. Pasa que no tenía nada lo suficientemente intenso para decir en poesía. Mi idea siempre es aportar algo diferente, en el buen sentido, Como dije, no me esforcé a nada hasta que un día, levemente, empecé a pensar que sería interesante hablar como un perrito. Y ahí empezó “La bestia ser”.