El miedo: sobre la fotografía analógica

Por Ana Blayer

Fotografías: Ana Blayer

 

AVISTAJE INDOLATINOAMERICANO

 

“…las fotografías son experiencia capturada y la cámara es el arma ideal de la conciencia en su afán adquisitivo.

Sobre la fotografía”, Susan Sontag

La fotografía analógica es incertidumbre, instante, tensión, espera y tiempo justo. Colocar el rollo en la cámara, sumado a la limitación de la extensión de la película -12, 24 o 36 tomas-, me lleva al terreno de hacer un disparo certero y en el momento oportuno.

Los fotógrafos sabemos bien acerca de los tiempos irrepetibles: no siempre el entrenamiento profesional nos juega a favor. En un casamiento, es muy breve el instante cuando el novio le coloca el anillo a la novia. Tampoco son fáciles las cosas en el periodismo deportivo, por ejemplo, en el automovilismo: el auto favorito pasa delante del fotógrafo en apenas milésimas de segundo.

 

ANÉCDOTA DE VIAJE

En la década de los ’80 viajé a Chile, a Perú y regresé por Bolivia. En ese trayecto, me encontré en la ciudad de La Paz, con la idea de llegar a Villazón, en tren. Un paro general organizado por la Central Obrera Boliviana (COB) inmovilizó, entre otras cosas, el transporte. Esa situación me retuvo allí algo más de un día. La fila que se formó en la estación del ferrocarril era extensa, así que quienes necesitábamos comprar el pasaje de regreso nos organizamos para hacer turnos hasta la hora en que la boletería abriera. Rondas de mate y guitarreadas no faltaron en la improvisada procesión, donde confluían nativos y extranjeros de todas partes del mundo.

Aunque era verano, se comenzó a sentir el frío en la madrugada, sumado al cansancio de haber pasado la noche a la intemperie, donde camperas y bolsas de dormir no eran suficientes.

Finalmente, alrededor de las seis de la mañana abrieron las ventanillas para la venta de pasajes. A partir de ese momento las clases dejaron de existir: turista, primera o pullman, todo fue lo mismo. Quien al subir al vagón pudiera sentarse, lograría un verdadero triunfo del cual no fui parte. Subí al tren con pasaje, pero sin asiento asignado.

 

TODO BAJO CONTROL

Al tiempo de la partida, sólo se apreciaba gente con bolsas, mujeres con niños sujetos por la espalda mediante coloridos aguayos, turistas y viajantes con mochilas, bolsos y valijas. Entonces algunos, que durante la espera en la estación habíamos intercambiado charlas, risas y anécdotas, decidimos ir al coche furgón de carga. Hicimos el espacio suficiente para acomodarnos sobre el piso, incluso algunos se apoyaban espalda con espalda. Los naipes, materas y algo para comer, cada uno aportaba lo que podía al grupo.

Después de haber pasado una larga noche, el tren se detuvo en Uyuni. Todo era digno ser fotografiado. Fue en aquel lugar donde se formó un remolino humano: pasajeros que pretendían bajar, otros subir, hacer cadena para pasar bolsas y canastos, acompañados por niños que lloraban.

A escasos minutos de la segunda partida con destino a la frontera entre Bolivia y Argentina, se me ocurrió sacar la cámara y disparar en el interior del furgón. Mis ojos no daban abasto con la escena de coloridas polleras, aguayos, variados sombreros, largas y prolijas trenzas.

INESPERADA SORPRESA

Una vez llegada a Buenos Aires, lo primero que hice fue llevar los rollos al laboratorio de la calle Talcahuano. En menos de veinticuatro horas tuve el viaje entre mis manos. Chile, con su magnífico Pacífico, el morro de Arica, la arquitectura del Perú, su gente, el imponente Machu Pichu, Puno, el lago Titicaca, Juliaca, La Paz… y la cereza del postre: la toma en Uyuni, en el interior del vagón.

Con un vistazo rápido pasé de una fotografía a la otra. Mis ojos buscaban una en especial. Esa imagen que en Uyuni me había atraído tan intensamente. La imaginación me había superado. Al principio, me invadió la decepción. En mi imaginario la balanza había ido mucho más allá, pero, ni bien la vi, no me permití el error. La tensión en el instante de obturar hizo que la sacara movida. En aquellos días, cada vez que miraba esa fotografía, me inquietaba pensar que ese viaje en esas condiciones era irrepetible: ¡cómo me vino a salir movida! Con el correr de los años, me detengo a observar esa imagen: aquel remolino humano frente a mis ojos. Lentamente, me reconcilié con ella.

CAZADORES DE IMÁGENES

El miedo se puede manifestar de diversas maneras, hay que aprender a sobreponerse. Por eso, el desafío que brinda el exquisito arte de fotografiar es estar atentos con la cámara en mano para disparar, sentir cómo el obturador danza con la velocidad de la toma es un hermoso desafío.

En cuanto a la fotografía en Uyuni, literalmente, se me había escapado la liebre.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here