El miedo: entrevista a Lita Boitano.
Entrevista: Liliana Franchi, Gabriela Stoppelman, Pablo Resnik
Edición: Gabriela Stoppelman
“(…)Hay/ hechos concluidos/ y hay lechos/ donde he perdido la ilación/ de ser yo misma./ O así imagino. Miro atrás/ difíciles sentidos/ De aquí/ se reconstruye aquello/que en verdad no estaba construido/ sino en proyecto./ Aquí es el lugar/ donde se empieza/ y donde vivo.”
“En camino”, del libro “Pasajes”, Mirta Rosemberg, poeta rosarina
El pintor no podía saberlo. No podía saber al pintar la figura de esa niña, que sus contornos echarían a andar el lienzo, el color y las sombras, hasta convertir el transcurso en zona de clivaje. No podía estar al tanto el pintor, de cómo la breve callejuela arremetería hacia el yerbal, saltaría por encima de las vías del Ferrocarril Sarmiento y rompería la frontera del territorio. Cómo hubiese podido saber Antonio, que la niña, de apenas despuntados once años, se aliaría a la espuma de un primer vaso de cerveza, para arremolinar astucias y prepotencias de toda laya. De Buenos Aires a México, de México a París, de París a Italia, de la huelga de hambre al grito en la calle. Siempre, la pasajera de la voz alzada, haciéndose en su reclamo con cada pigmento de su figura, arquitecta de sus propios contornos, pintora ella misma de cada cuarto donde alojar dos nombres, cien nombres, treinta mil nombres. Cómo iba a advertir Antonio Berni que, en el breve espacio que ocupaba esa figura, haría trinchera la perseverante memoria vuelta presente. Quién hubiera podido imaginar que, de tanto pasar, el pasaje haría bucle en un fragmento atrevido de Piazzolla. Que un acorde sería capaz de reunir, otra vez, a Migue, a Adriana y a Lita, arrellanados sobre el sillón en la casa de Mansilla. Cómo prever que, por un instante, volverían a encontrarse, a puro desempolvar nostalgia de los rincones. Un trío regresado en música, latente entre las cajas de discos, las fotos, el original con el trabajo de Maquiavelo que una vez escribiera Adriana, y el extraño instrumento, traído por Migue de Europa: audaz souvenir que, desde el talento musical de algún pastor, aún reclama la sublevación del rebaño.
Imposible, era imposible que, entonces, cuando pintó a esa niña del pasaje, Antonio Berni palpitara su eterno pulso de alegría funda infancias, su risa que desmota y denuncia el avance de todos los cultivadores de las tristezas. Su maternal humor contra la vieja pandemia de los sembradores de renuncias.
El cuadro hoy pasajea quién sabe por dónde. Pero, si le preguntás, Lita vuelve a pintarlo en su voz. Detalle por detalle, ella es capaz de darle forma a la ausencia. Tan patente la vemos andar su desenfado por nuevos pasajes, que nos da por pensar que, tal vez -de algún extraño modo- el pintor o su trazo sí sabían cómo el paso de una Madre funda la eternidad en la universidad de un pasaje. Entre glicinas de todo tiempo, con ustedes, Lita Boitano.
RITO DE PASAJE
“Después, ahora es para siempre. La calle un río, los techos no se ven, el aire es agua, la ventana da a un cielo de agua”
“El diluvio”, Susana Villalba
En mayo de 1981, el antiguo Pasaje Bernasconi dejó de existir. Nacía en Rivadavia 4893, entre Campichuelo y Florencio Balcarce, y se recostaba a la izquierda del supermercado que, aún hoy, ocupa el predio de la primitiva mansión de José Bernasconi. Recordemos que esta persona adquirió el 28 de septiembre de 1903 una residencia ubicada en Rivadavia 4903, demolida en diciembre de 1958. En 1905, él mismo había mandado edificar, hacia el lado norte de su vivienda, el primer grupo de departamentos conocido en Caballito, y ello dio lugar al pasaje que llevaba su nombre. En el flanco derecho del Pasaje Bernasconi se extendía una acera angosta, que se iniciaba en un descampado agreste, donde crecían los matorrales bajo un coro de cigarras. Según dicen los memoriosos, allí se emplazaban dos viviendas de importancia: una perteneciente al pintor Antonio Berni, y otra destinada a biblioteca pública. Yendo más al fondo del extinto pasaje, siempre por el lado derecho, se veían las casas de techos inclinados a dos aguas, desde donde descendían las antiguas canaletas de desagüe.
Fuente: “Los ignorados pasajes de Buenos Aires” |
Estuvimos mirándote y escuchándote en entrevistas. Queremos hacer un recorrido por las diferentes casas donde viviste, empezando por la del pasaje Bernasconi, ¿sabías que en ese pasaje se hizo la primera comunicación telefónica de la ciudad?
¡No me digas!
Exactamente. En 1881, el presidente Roca se alojó en la mansión Bernasconi e intentó hacer una llamada con el ministro del Interior. Parece que el sobrinito de Roca, que andaba por ahí, lo arruinó.
Mirá vos. Si paseas por la zona, verás que, en esa parte de Caballito, hay un montón de pasajes: el Florencio Balcarce y el pasaje El Maestro, ente otros. El Bernasconi era un pasaje privado. Los Bernasconi encargaron la primera calefacción del país, que era suizo italiana. Después de pasar mi infancia y adolescencia ahí, yo vine a vivir a la calle Mansilla como inquilina, el 1° de mayo del ‘55. Así que vi pasar los aviones que iban a bombardear de la Plaza desde esta ventana.
La casa en la calle Mansilla, donde aún vivís, fue tu segunda casa, ¿verdad?
Exactamente. Pero vamos por partes. A la del Pasaje Bernasconi fui a vivir a mis ocho años. ¡Imaginate que cumpliré noventa en julio! De un lado estaba el colegio de la Santa Unión, donde mi mamá me quería anotar en 1° inferior, pero no me tomaron porque se estaban por mudar a la Plaza Irlanda y todo ese predio quedó abandonado por muchos años. Del otro lado, había otro palacio.
¿Es cierto que por ahí vivía Berni, que pintó un retrato tuyo?
Sí, al lado de mi casa vivía Antonio Berni y, además, me pintó en un cuadro. Esa historia de la niña que fui, pintada en cuadro de Berni es hermosa. Y ahora que estoy encerrada por la pandemia, puedo hacer una retrospectiva y pienso que mi universidad de la calle fue el Pasaje Bernasconi. Lo llamaban el pasaje alemán, porque ahí vivían muchos alemanes. Aunque también había ingleses y franceses, como lo fue la primera mujer de Berni, la escultora Paule Cazenav.
En internet, no pudimos encontrar el cuadro donde aparecés pintada de niña…
Está en un catálogo. Pero el cuadro parece que se lo llevó la última mujer de Berni. Cuando yo volví del exilio, se lo pedí Lily, la hija mayor de Berni y Paule. Lily, que era de mi misma edad, lo rastreó. Aunque no lo pudimos ubicar. Recuerdo que, cuando volví del exilio, fui a la casa de Lily, donde ella tenía ordenados todos los cuadros que le habían quedado de su papá. Tomamos el té y nos matamos de risa acordándonos de cuando éramos jovencitas. Me acuerdo que mi mamá solía seguir al cuadrito por todas las muestras de Antonio. Sin embargo, ahora sólo tengo la foto de la revista Para Ti. Lo concreto es que Berni nos pintó a tres o cuatro chicos que vivíamos en el pasaje. Era por el ‘43, cuando Perón lo tenía corriendo a Antonio, estaba en la lista negra.
Por entonces yo tenía doce años e iba a posar a su casa. Ahí llegaban actrices, escritores, todo un ambiente intelectual. En esa casa conocí a Rodolfo Walsh cuando yo tenía dieciséis y él, dieciocho. En fin, estaba lleno de intelectuales que me querían hacer comunista, aunque nunca lo lograron. Peronista de izquierda, sí, eso soy. Y mis hijos, montoneros.
ICO, ICO, LLENO DE NAZIS EL PASAJITO
“Mi lengua es esta, mírala, nacida para decir cosas./ Y yo no quiero el pan de tus manos, ni quiero el vino./ Yo no quiero, no colgar retratos,/ ni dormir entre sábanas almidonadas,/ ni quiero que me alumbren de flores, ni de pájaros, ni de trigos./ Yo no quiero silbar, o cantar, o gritar./ Yo no quiero mirar las nubes, o el abdomen sucio de los señores sucios;/ yo no quiero mirar de costado a los ministros,/ morir en cualquier amanecer con la sangre limpia.”
“Canción para mi sangre libre”, Dardo Sebastián Dorronzoro
¿Cómo te llevás ahora con los intelectuales?
Ahora no tengo mucho contacto. Durante mi exilio en Italia, conocí a algunos. Pero los admiro. Ustedes, de la primera al último, son todas y todos intelectuales, ya me di cuenta (risas)… Pero escuchame, quiero volver a esa historia del pasaje Bernasconi. Me acuerdo cuando, en 1939, el capitán hundió al Graf Spee frente a Montevideo. En ese entonces, llegaron muchos alemanes desde Uruguay. Ahí empecé a tomar cerveza. Tenía once años y chupaba cerveza con los hermosos alemancitos nazis, ¡yo no tenía ni idea!
Claro. Como mencionaste antes, a ese pasaje le decían “el pasaje alemán”.
Sí, había una familia inglesa que se tuvo que mudar porque los nenes argentinos, hijos de alemanes, lo tenían loco al pibe de la familia inglesa.
Como una guerra dentro del pasaje…
Exctamente… Se me mezcla todo, pero hay detalles que tengo clarísimos. La casa que hizo Bernasconi era una construcción tipo suiza, tenía planta baja, luego la escalera, había tres habitaciones y el baño, bien europeo porque, años más tarde, vi baños parecidos en las casas muy viejas de París e Italia. Se trataba de un baño dividido, una parte con el inodoro, otra con una bacha y una tercera con la bañadera y otra bacha. Eran como tres bañitos que podían usar al mismo tiempo tres personas diferentes. Después -es como si lo viera ahora mismo-, había una escalerita con otras dos habitaciones. Esa parte generalmente se alquilaba a familias alemanas. Con mi mamá y mi papá alquilamos una habitación y mi papá hizo una cocina en el patio. Es decir, se trataba de una casa de inquilinos con subinquilinos, que éramos nosotros. De esas casas, había quince en total, numeradas, hasta las vías del ferrocarril Sarmiento. Ahí terminaba el pasaje. En diez de ellas, vivían solo alemanes. La de Berni era la casa 2. Por la zona había muchos palacetes, pero el palacio grande de Bernasconi, que daba a Rivadavia, parecía un castillo. Seguro que ahí se hizo la comunicación telefónica de la que me hablabas. Yo viví en la casa número 8, después en la 9, después en la 7 y después en la 3.
Copaste el pasaje.
Nos fuimos mudando y cada vez teníamos una habitación más. Cuando se hundió el barco, los alemanes -todos nazis, que tenían en sus casas esas cocinas tan grandes, muy a la europea-, colgaban en cada casa un mapa, que ocupaba casi toda una pared, donde marcaban los avances de la guerra. Ni te cuento la fiesta que hicieron cuando ocuparon París. Había alemanes nazis y austriacos nazis. Las casas tenían patios con alambrado y jardines llenos de campanillas y glicinas. La casa de Berni era divina, aunque para ir al baño tenías que cruzar todo un patio, con frío, con lluvia. Tengo recuerdos tan claros… la mujer, Paule Cazenave, tocaba el acordeón y cantaba tangos con acento francés.
Qué memoria, Lita.
Son cosas que vivís a los diez, quince años. Eso te queda…
¡A vos te queda! Yo no me acuerdo cómo era el jardín de los vecinos de mi infancia. ¿Recordás cómo fue la reacción ante esos festejos de los nazis, entre la gente del barrio, entre los argentinos?
Es que el pasaje, aunque estaba abierto hacia Rivadavia y Yerbal, era privado. Y los vecinos eran todos ricos. No digo que fueran todos nazis, porque en el El Pasaje Florencio Balcarce vivían, entre otros, el escritor Conrado Nalé Roxlo, el escritor Rafael Alberto Arrieta. Caballito, en ese entonces, era muy especial.
Ahora también lo es.
¡Sí, está lleno de torres de fachos! (risas)
Los herederos de los caceroleros de entonces.
Exactamente. Imaginate que Berni tenía una cruz de Lorena pegada en la pared y los alemancitos -que por supuesto no mostraban las caras- una vez le tiraron una bomba de alquitrán sobre la cruz. Berni la dejó ahí para que se viera qué habían hecho los vecinitos.
Lástima que no quedó ese cuadro donde aparecés pintada…
De haberlo tenido, como le digo siempre a HIJOS, hubiera hecho una donación para todos los organismos de derechos humanos. Pero, ¿sabés dónde estuve expuesta? Alguien la vio en el Di Tella, junto a otros retratos de Berni. Mi cuadro tenía unos 60 de alto por 50 o 70 de ancho. Cuando una vez nos avisaron que estaba expuesto, con mi marido nos vestimos y fuimos a verlo. Había gente que pasaba y decía: “Mirá los ojos de pobre que tiene esta chica”. Yo me reía porque, sí éramos pobres, pero no muertos de hambre. Los inmigrantes italianos se podían comprar un par de zapatos nomás, pero la comida no faltaba.
HUMEDAD EN EL ÁLBUM DE INFANCIA
“Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos/ (con una tijera)./
Aún hoy intento”
“La gran salina”, Ricardo Zelarrayán
Mientras estuviste en el exilio, la casa de la calle Mansilla donde aún vivís, ¿quedó sola?
Mi papá vino a vivir acá. Después de mi viaje a Puebla, México, tuve que exiliarme. Llegué a Roma el 1° de mayo de 1979. Para fin de año, con él y con mi mamá -que viajó con un pasaje que le regaló el Consulado-, fuimos a conocer a nuestra familia italiana. Porque yo fui engendrada en el Véneto…
Claro, vos llegaste a Argentina con tres meses en la panza de tu mamá.
Tal cual. Nací el 20 de julio, que ahora es el día del amigo, ¡fijate vos! Bueno, mi marido murió en el ‘68. A partir de ahí, durante casi diez años, aprendí mucho de mis hijos, crecí políticamente con ellos. Ahora, yo siempre fui peronista, empecé en el secundario, con el primer gobierno de Perón, aunque en la familia no había nadie peronista.
¿Fue una decisión volver a la casa de Mansilla, donde habías vivido con tu marido y tus hijos?
Yo volví -primero- en el ‘78, porque me tuve que operar de las várices, de lo contrario, corría el riesgo de que se me hicieran úlceras. Me operó un médico en Santa Fe y Uriburu, en un sanatorio. Y después tuve que continuar con curaciones a domicilio. Mi casa ya estaba cerrada, con un olor a humedad que ni te cuento, pero mi mamá limpió lo más que pudo, pobrecita. ¿Y sabés quiénes me subieron hasta mi cama? Mi cuñado Pucho, que murió en España, y mi primo, el comandante de aviación naval de Bahía Blanca. El mismo que, cuando desaparecieron mis hijos, me dijo que no podía hacer nada por ellos. Es compleja esa relación. Yo soy única hija y, con mis primos, nos criamos juntos, como hermanos. Él adoraba a mis hijos. Por supuesto, eso no lo exime de todas las responsabilidades. Yo lo llamé a los tres días de haber desaparecido Miguel Ángel. Muchos años después, la mujer me dijo “lo llamaste demasiado tarde”. Bueno, es una historia larga esa. Pero, mira qué curiosidades tiene la vida, yo fui la última que lo vio con vida en el Hospital Naval, hace ocho años. ¡Ay, los afectos! Yo charlo mucho en Familiares acerca de cuánto significan los afectos muy fuertes. Siempre, sin perder capacidad de crítica. La verdad, me hubiera gustado haber tenido a mi primo durante el gobierno Macri. Me hubiera gustado enfrentarlo, a él, que estaba tan orgulloso de su formación militar. Algunas charlas llegamos a tener, pero, en el último tiempo, cuando estaba en arresto domiciliario con cáncer y la mujer con Alzheimer en un geriátrico de Córdoba, solo charlábamos de cosas de cuando éramos chicos.
Sin embargo, finalmente, retomaron algún tipo de relación…
Después de muchísimos años. Estuvimos sin vernos desde el ‘79 hasta hace ocho años.
UNA CASA LONG PLAY
“Una de cal y otra de luna,/ esta es la fórmula precisa,/ una de cal y otra de luna./ Sobre la puerta,/ la divisa en el escudo del frontón./ Sobre la puerta la divisa:/ “En lo más alto el corazón.”/ Nada lo estorbe ni lo impida:/ En lo más alto el corazón.”
“Mi casa”, Félix Pita Rodríguez
Cuando volviste de Italia a la casa de Mansilla, ¿cuál fue tu sensación?
Nunca me sentí mal. Incluso, acabo de hacer arreglar la casa con los mismos bonos que me dieron como indemnización por la desaparición de mis hijos. Yo me administré de manera que no tuviera que molestar a nadie hasta el último día de mi vida. Además, tengo la pensión de mi marido y la jubilación de ama de casa. Pero, para retomar tu pregunta, al regresar acá, me sentí otra vez en mi casa, entre las fotos, los long play de mis hijos y los míos, con toda mi historia. ¿Sabés?, yo nunca pienso en la muerte, nunca, aunque cada vez estoy más cerca. Al mismo tiempo, no quiero sacar nada de la casa.
¿Quisieras que quede todo como está ahora?
Mirá, mi gran amiga, Cata Guagnini, fue presidenta de Familiares. Una militante del PO, troska de los pies hasta la punta de los pelos. Una mujer muy amplia, muy capaz, la consultaban todas las orgas, imaginate. De sus tres hijos, Miguel está en Venezuela, y otros dos, Luis y Diego Guagnini, están desaparecidos. Yo quisiera que se hiciera cargo de la casa la mujer de Luis Guagnini, Dora Sala, una periodista muy querida. Me gustaría que esta casa se usara para algo hecho con cariño.
Vos seguiste viviendo muy bien en esa casa, sin ningún trauma.
Sin trauma. El otro día, por ejemplo, cuando se conmemoraron los cien años del nacimiento de Piazzolla, desde esta casa, yo miraba el homenaje musical por la TV pública. Y, en un momento, cantó Amelita Baltar “Balada para un loco”, junto al sexteto de tango. Me vino una emoción tan grande cuando dijeron que ese tango tiene cincuenta y un años, y que fue estrenado en 1969 con Amelita y Piazzolla… Mi marido había muerto en 1968 y, un año después, yo estaba con mis dos hijos, Adriana, de dieciséis años, y Miguel Ángel, de trece, sentados los tres delante del televisor -blanco y negro en esa época- sobre un sillón. Y yo volví a vivir ese momento. Se me cayeron lágrimas de alegría. Además, Amelita lo estaba cantando con ochenta años y pensar en la emoción de ella me dio más alegría aun.
NIÑA ENTRE LOS HUECOS
“Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./ Pero creo que mi
soledad debería tener alas.”
Alejandra Pizarnik
¿Cómo era tu carácter antes de la desaparición de tus hijos?
Optimista, nunca depresiva. Cuando mi marido se enfermó del corazón, como no me mostraba caída, algunos en la familia pensaban que yo era una inconsciente, que no me daba cuenta de la gravedad de la situación. Yo me daba cuenta, pero había que disimular un poco con mis hijos. Además, yo soy creyente, no de estar rezando todo el día ni tampoco de pensar que el Sagrado Corazón iba a salvar a mi marido. Como le dije al Papa Francisco: yo le pido siempre al Sagrado Corazón, pero nunca me dio bola (risas). Ahora mismo, con la pandemia, le estoy pidiendo y no pasa nada…
¿Nunca se te quebró la fe con todo lo que te pasó?
No, gracias a Dios. La fe la tenés o no la tenés. Soy creyente, optimista, pero no inconsciente. ¡Cosas de la sangre italiana! Yo pienso que algo de eso me viene de herencia porque, con todos los problemas que tuvo mi mamá, yo la escuchaba siempre cantar en italiano.
¿Creés desde la infancia?
Sí. Pienso bastante en mi infancia. Tengo allí una historia muy complicada, que ni yo conozco del todo bien. Un poco les pregunté a mis tías de Italia. Pero, al regresar del exilio, no tuve coraje de preguntarle algunas cosas a mi mamá. En ese entonces, ella cumplía ochenta años y era una época en que no se hablaba de ciertos secretos e intimidades en las familias. Incluso, entre las mujeres de Familiares, si bien tenemos mucha confianza entre nosotras, recién en estos últimos años nos pusimos a hablar un poco de nuestras propias vidas.
Podríamos decir que Familiares es otra de tus casas…
Es mi segunda familia. Nosotros funcionamos en la Liga, donde también nos involucramos en la defensa por la libertad de los presos políticos de esa época. Yo me pongo muy mal cuando no se habla de los más de diez mil presos políticos que tuvimos. Uno dice treinta mil desaparecidos y yo siempre agrego: y más de diez mil presos políticos y miles de asesinados.
COMPINCHEAR EL VIAJE
“El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por/ la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pandora/ alta queridísima entregada con una mano, /aquellapalabra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros”
“Yo muero todavía”, Arnaldo Calveyra
Al entrevistar a otras Madres, muchas veces se repite que ellas eran amas de casa, que estaban en otra sintonía con respecto a las actividades de sus hijos. E, incluso, muchas desconocían la militancia de sus hijos.
La mayoría, sí.
Pero en tu caso no es así, vos acompañaste a tus hijos en la militancia, ¿de dónde te salió eso?
Yo también me lo pregunto. Siempre fui peronista, pero nunca militante. Mi marido lo mismo, nunca fuimos a una manifestación.
Pero nunca le dijiste a tus hijos que dejaran de militar, ni siquiera por temor a lo que pudiera sucederles…
No. Nunca me molestó que militaran. Ellos empezaron desde el colegio. Adriana estudiaba Letras y ahí conoció a Ortega Peña. Yo siempre digo que él la hizo peronista. Por otro lado, Miguel Ángel iba al colegio italiano, Cristóforo Colombo, al que lo mandé porque lo teníamos enfrente, aunque yo siempre fui hincha total de la educación pública. En el colegio italiano, a pesar de que muchos de los profesores eran fascistas -venidos acá con los pasaportes que les daba el Vaticano- mi hijo leyó a Hegel, a Marx, tenía una formación muy interesante.
Después que se llevaron a Miguel, tu hija Adriana volvió del Brasil, donde residía con su marido, para operarse. Al tiempo, Adriana se involucró de nuevo en la militancia. Y, entonces, tampoco le dijiste a ella que dejara de militar…
No, no. Porque fui una mamá compañera, yo estaba de acuerdo, entendía también el problema de clase que subyacía a la cuestión.
LA ETERNIDAD EN UN RETAZO DE LA VOZ
“Hay que desnudar la memoria…/ para liberar el llanto/ la voz/ la mirada/ de miles de víctimas que esperan la lluvia/ para continuar la siembra”
“Retazos de viento”, Nora Murillo, poeta de Guatemala
Cada número de nuestra revista tiene un tema. Esta vez es el miedo. Al buscar, la única referencia al tema que encontramos es cuando vos le contás a Miguel que se llevaron a César Lugones y él dice: “Uy, mami. Por seis meses no vamos a saber nada de él”. Hay otra referencia acerca de que Miguel tenía miedo de anotarse en las materias, para no quedar expuesto. En cuanto a Adriana, vos especulás que se casó un poco como reacción al miedo…
No lo sabré nunca, pero pienso que ella se asustó mucho cuando, junto a otros manifestantes, fue corrida con caballos, en el momento en que Cámpora liberó a los presos de la cárcel de Devoto. Después, decidió casarse con quien había dicho que nunca se casaría. Me emocionás contándome la frase que dijo Migue tal cual fue dicha…
Lita, querida…
Sí, sí, esas fueron sus palabras, tal cual… Por otro lado, pienso que, como cada día sucedía algo diferente, mis hijos nunca me terminaron de contar todo. Una vez, Migue se ganó una beca para ir a Europa. No quería ir, pero los compañeros de militancia prácticamente lo empujaron. Al volver, en diciembre del ‘75, realmente hablamos muy poco de su viaje. Me contó que estuvo tres horas mirando al David de Miguel Ángel, y se trajo un long play de Roberto Murolo, de canzioni napolitane. Mirá, el otro día casi me desmayo al ver por la televisión a una orquesta de Dinamarca, dirigida por un italiano. Tocaban música de operetas italianas y, de repente, durante la ejecución de una de ellas, vi a cinco tipos tocar un instrumento que usan los pastores. Es un pequeño instrumento de metal o hueso, muy chiquito, y hace un sonido que nunca pude lograr. Bueno, mi hijo se había traído ese instrumento de Italia.
La música parece estar muy arraigada en tu familia…
Sí, desde chiquita. A mí me prendió la italianidad, a mis primos, por ejemplo, no. Y eso que nos reuníamos prácticamente cada sábado a comer en la casa de mi tío, en Floresta. Ese tío era el papá de mi primo, el de la marina. Me acuerdo que yo iba al colegio del Estado y, en general, teníamos maestras grandes. Una era la señora del médico, la otra era la señora del marino… Entonces yo, que tenía un primo en ese entonces cadete, me daba corte. (risas) Ahí aprendí también por qué en el Véneto hay tantos curas y monjas, ¡porque eran pobres y la única manera de mandarlos a la escuela era meterlos en los seminarios! Eso me lo contaban los curas cuando, en mi exilio italiano, trabajé como cocinera en una parroquia. Algunos curas eran de familias de ocho hermanos y estaban metidos en el seminario desde chiquitos. ¡Andá a decirle a uno de esos que vote por la legalización del aborto! En cambio, los curas más jóvenes sí apoyaban la legalización.
HOLA, MUJER
“(…)amor es simplicidad sin límites,/ obstinación y pregunta en medio de la siesta,/ en tanto los fantasmas doblegados que somos/ cuchichean de verbo a verbo en su lengua/ caídos a nuestros propios pies; dan paso al esplendor que nos atraviesa.”
“Letra de amor”, Raúl Santana
Me quedé con una anécdota de Adriana, que también tuvo una referencia al miedo. Ella te había dicho que lo único que le daba miedo era el dolor…
Eso me quedó grabado. Como Adriana, antes de esta última cita -adonde yo la acompañé y vi cómo se la llevaron- había ido a dos citas más, algo que no se debía hacer por seguridad, a mí se me ocurrió pensar, si en alguna de esas dos no había hablado con alguien. Pero, bueno, esas son cosas que escuchás en los juicios. Si yo no hubiera participado de un organismo, nunca hubiese llegado a tener esta idea.
Una vez te hicieron acompañar a un muchacho, Roberto Lago, a México, creyendo que lo estabas ayudando…
Él estaba colaborando en la Esma. Anda por ahí todavía, que Dios lo ayude. Había sido secuestrado, pero lo largaron muy rápido con la condición de que apuntase gente.
Vos te tuviste que ir al exilio por culpa de ese episodio.
Claro. Yo me había llevado a México ropa para quince días. Pero, después de ese episodio, era muy peligroso volver a Buenos Aires. Igual, cuando llegué a Italia, hubo mucha gente que nos ayudó. Sobre todo, en el momento en que, junto con otra madre, Juana Bettanin, hicimos un ayuno en Roma para atraer la atención del Papa polaco que estaba en ese entonces. A ese yo le tenía una bronca…
A Francisco también lo viste…
Sí. Y también le dije que no me había gustado nada cuando era Bergoglio. Se lo dije con mucha educación y una sonrisa, pero le canté la verdad sobre la bronca que había sentido cuando lo nombraron. Eso ocurrió en 2015. Con una compañera, le llevamos una edición fabulosa y en italiano del libro con los poemas de los presos políticos. Todo sucedió sin hacer ningún pedido de audiencia. Ahí mismo, en la plaza, yo no le soltaba el brazo y le preguntaba cuándo iba a hacer la autocrítica de la iglesia en la época de la dictadura, cuándo abriría los archivos. Después, lo fue haciendo. El anteaño pasado, antes de la pandemia, yo me pagué el viaje como para saludar a Italia y otra vez fui a verlo. Fuimos cuatro que charlamos con él. Le dije que, en 2015, más que por el pedido que yo le había hecho, fue su forma de mirarme durante ese encuentro lo que me había dado fuerza. Una fuerza tal, que yo le creí. Cuando me vio esta última vez, me dijo “Hola, mujer”, con ese saludo de barrio. Él es de barrio. Para mí, su cambio ocurrió después de haber visto la pobreza del Mediterráneo, después de enfrentarse a los desaparecidos y muertos de hambre que escapan de las guerras de África. Al final, le dije: “Ahora, como usted es peronista, le voy a dar un abrazo peronista” (risas). Cuando salimos, la monja Genevive, que es prima de las monjitas francesas que mataron los milicos, me dijo: “Lita, cuánto te agradezco, porque yo pensaba lo mismo, pero no se lo podía decir.” Te juro que estoy en un período en que tengo ganas de decir francamente todo lo que pienso, inclusive a Larreta le hablaría. Sin malas palabras, le hablaría mirándolo a la cara. Porque, en la cara, te das cuenta enseguida cuando te macanean. Eso, como te dije al principio, lo aprendí en la universidad de la calle.
Aprendiste a ver las cosas y a no negarlas ni esquivarlas.
Es verdad. Me molesta mucho cuando dicen “Ay, no. No quiero verlo porque me hace mal.” ¡Y jodete si te hace mal!, ¿pero cómo vas a dejar de lado la realidad?
Dijiste que, después de haber perdido a tus dos hijos, ya nada te podía dar miedo ¿Hay algo, hoy en día, que te dé miedo?
No. Me da lástima la ignorancia de muchos. Yo no uso celular, me gusta hablar con la gente mirándola a la cara y lamento no poder, desde hace ya un año, hablar con algunas personas. Pero siempre les digo a los Hijos, que me da pena la falta de formación que tiene hoy la militancia, comparada con la de sus padres. Cuando hablo con algunas militantes de aquella época, a las que considero casi como hijas mías, me cuentan: “Nosotros estudiábamos, no éramos improvisados. Nos habremos equivocado, puede ser, pero sabíamos lo que hacíamos.”
¿Nunca te dio por escribir?
No. Me gusta hablar. Leí a Dostoievski a los catorce años, cuando estaba con mis amigos comunistas. No me voy a olvidar nunca de ‘Crimen y castigo’. (risas)
Hablar es todo un género también. Te quería preguntar, volviendo al tema del miedo, ¿qué sentís con respecto a la proximidad de la muerte en el contexto de todas las luchas actuales?
Lo que le pido a Dios es que me dé vida, porque esta época me parece muy valiosa e interesante para vivirla. Si de la pandemia salimos más o menos bien, quiere decir que tienen razón los que dicen que la muerte no fue en vano.
HABITACIONES PENDIENTES
“Salí hace años a rodearla a ella/ para volver al mar más solo/ o acaso fui a rodear el mar/ para ser hijo de otro modo de mi madre,/ ya no me acuerdo qué buscaba,/ nadie recuerda lo que busca,/ mi madre ya no ha ido/ al mar,/ es todo lo que sé,/ y no llevarla es no reconciliarme/ con el mar, no ver el mar/ como se ve después de niño,/ también no ver cómo es mi madre
ahora, no saber nada de mí mismo.”
“Mi madre ya no ha ido al mar”, Fabio Morábito
Me faltó mencionarte una casa, y es la de Devoto, donde viviste con Adriana y María Rosa, la novia de Miguel.
En ese momento, teníamos que pagar el alquiler y andábamos sin un mango. Entonces, yo me empleé en un consultorio de la avenida Córdoba, de una médica que atendía problemas de diabetes pero que, como negocio, ofrecía “curar” la celulitis con unas planchas de algodón y unas drogas francesas que se aplicaban con electricidad. Las cobraba carísimas. Yo entré ahí de caradura, creo que quemé a más de una (risas). Las quemaduras producidas por esa medicación, me dijo una vez un paciente que era sindicalista, se parecían a las de la picana. A ese hombre fue al único de ese consultorio a quien le conté acerca de mis hijos. Los demás me consideraban una persona “alegre”. Y, de verdad, lo fui en todos lados, también en Familiares. Pero volviendo a ese departamento que compartí con las chicas, en ese entonces, yo trabajaba cuatro horas y llegaba a Devoto con el colectivo 146. Adriana trabajaba en una empresa italiana y María Rosa, en un Estudio. A la noche, por ahí teníamos algún invitado -tapado-. A veces ellas se ponían a charlar y, cuando yo llegaba, no había ni un vaso de agua para tomar. Me acuerdo que más de una vez me enojé. Una vez me enojé mal, y dije “me voy y no vuelvo más”. Por esos días, por Beiró, vos veías pasar los Falcon verdes con las itacas asomando por las ventanillas, pero igual yo decidí irme a la casa de los padres de María Rosa, que vivían a ocho cuadras. A la cuarta cuadra, me dije “acá me liquidan”. Era una cosa horrible la calle. Entonces, me volví. Y no les hablé por una semana, creo. Bueno, son experiencias que viví. La sensación en ese entonces era de ‘hoy estamos y mañana no sabemos’. No había tiempo para charlarlo. Todas las cosas que recuerdo se fueron dando así. Son muchos años de estar sola.
¿Qué fue de María Rosa?
Fue el amor de mi hijo. Sus padres la mandaron después a Israel y, tras ella, se fueron ellos. Después, viajó el invitado que teníamos en la casa. Yo he sido compinche de ella, igual que de mis hijos.
Siempre fuiste compinche.
Es lo que me tocó. Lo que elegí.
Hablando de compinches, contás que el feminismo de Italia te influyó mucho a tu regreso a Buenos Aires. ¿Cómo fue esa primera marcha pionera del feminismo, en el ‘84, en la que participaste cuando volviste del exilio?
No me acuerdo si fue ahí, que nos quedamos frente al Congreso y empecé a conocer a Marta y Maggie, dos abogadas, que hacían jornadas todos los años. Recuerdo que, en una de esas jornadas, había un taller sobre la mujer y derechos humanos. Íbamos con María Adela Antokoletz, presidenta de Madres en ese entonces, y con Renée «Yoyi» Epelbaum, de Madres, la que hacía los documentos. Ella también tenía a sus tres hijos desaparecidos. Los había mandado a Uruguay para salvarlos, pero igual se los llevaron en el marco del Plan Cóndor. Una cosa horrible. Bueno, con ellas y con Ilse Fuskova, la fotógrafa, íbamos a los talleres. Pero, antes de eso y a pesar de mis creencias, yo me había venido de Italia convencida de la legalización del aborto. Recuerdo que me molestaba una consigna que ponían acá las chicas jovencitas de la izquierda “Todas abortamos”. Yo les decía que con eso no íbamos a convencer a nadie, que la consigna válida era la que levantaban las italianas: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.” Allá, a pesar del Vaticano, la ley ya tiene sesenta años.
¿Qué te queda pendiente después de todo esto que hiciste?
Como te dije antes, algunas preguntas que no pude hacerle a mi mamá.