Ausencia: Sobre «Muerte en un funeral», de Frank Oz.
Por Carlos Coll
LA ESTOCADA BUSCADA
Todo está listo, impecable. Los escalones seguros esperan al hermano mayor y a su esposa, que hace días ya están. El resto de la prole aún no llegó. La pareja duerme en el cuarto del este, desde donde el sol podría despertarlos con tibieza. Siempre se levantan temprano, antes de que el astro los enceguezca y los fluidos se revolucionen. Según el especialista, el momento perfecto para copular y lograr el objetivo es ese. Ella está en el período de mayor fertilidad y la hora adormece a los óvulos, ante el posible ataque delicado de algún espermatozoide debilucho y tempranero.
Como en una reiterada e incansable tarea, la ducha los refresca. El día se presenta duro y, enfrentarlo, los atemoriza. Los espera una tarea ardua y agobiante.
EL PAQUETE ADQUIRIDO
Sobre la mañana tardía, llega a la ampulosa casa, la comitiva oscura. Cuatro guardianes bajan de la camioneta, entrapados en negro y con un rictus de circunstancia en los rostros. Bajan el ataúd. Lo trasladan, desde las manijas de bronce, hasta el espacio definido en medio de la sala. Allí, los sillones y las mesas ratonas han sido corridas para darle al féretro el lugar central.
Entonces, el director de la comitiva abre la tapa de caoba lustrosa para acomodar al muerto.
-Este no es mi papá.- Grita el hermano mayor y su voz rebota en las paredes del caserón. Su esposa se acerca.
-No es mi suegro, se equivocaron de muerto. Qué clase de servicio prestan, encima, cobran una fortuna.
Rápidamente y sin decir palabra, los guardianes recogen el paquete y se retiran como habían llegado, circunspectos y en silencio. Así comienza el film «Death at a funeral» («Muerte en un funeral»), una comedia inglesa de humor negro, un verdadero grotesco.
A partir de este momento, el desarrollo del film se transforma en una sucesión de equivocaciones y confusiones.
Existen dos versiones de esta película: una inglesa y la otra norteamericana, bastante similares aunque, es de destacar, el humor y la flema de la primera, que la hace más atractiva. La británica se estrenó en el año 2007 y, dirigida por Frank Oz, fue interpretada, en sus roles principales por:
Matthew Macfadyen – Daniel
Rupert Graves – Robert
Peter Dinklage – Peter
https://www.youtube.com/watch?v=I6TJPF3XjZU
EL MARCO DORADO
La familia ha llegado al funeral. En un principio, el espectador se desorienta, ya que no es fácil saber quién es quién. La esposa del difunto es la anfitriona perfecta. Organiza el catering: la comida circula a su alrededor, mientras las bebidas llenan las copas sedientas de los parientes. Entre plato y plato, asoman el llanto y el dolor contenido. La sobrina rebelde se presenta con su novio inocente y odiado por su futuro suegro, hermano del muerto. Antes pasan por la casa de su hermanito menor, el adicto. El novio no está bien y ella, siempre atenta a su deber de protectora, le da a tomar una píldora -supuestamente Valium, por lo indicado en la etiqueta-. No tiene presente la condición de su hermanito. En el frasco descansa una nueva y potente sustancia que hacer delirar y genera imágenes oníricas.
Simultáneamente, en un auto elegante, el hijo tarambana arrastra a un tío viejo, malhumorado y maloliente, en silla de ruedas.
Por fin, el descendiente menor del patriarca atraviesa la puerta de calle. Se trata del preferido, el escritor ganador que vive en New York. La madre se derrite entre sus brazos, mientras el hermano mayor se muerde los labios.
LA PRESENCIA
La reunión familiar presenta a cada cual en su rol, mientras se desplazan por la casa, comen, beben y conversan. La droga pega en el novio de la sobrina del muerto y su comportamiento descoloca a los invitados hasta el desquicio, cuando cree ver que el ataúd se mueve. En medio de esta confusión y a los pies del muerto, ninguno ha reparado en un enano que lo acompaña con un silencio religioso. ¿De quién se tratará? Nadie lo conoce ni sabe quién es este individuo tan particular. El hermano mayor, encargado del discurso de despedida, se retira al escritorio a repasarlo, mientras el enano va tras él. Ya en soledad, advierte a su seguidor, quien le muestras fotos, donde el hombrecito está con su padre en situaciones muy comprometidas: fueron pareja secreta desde hacía años. Con ojos llorosos, el enano pide parte de la herencia. Le corresponde, se amaban.
Así empieza el escándalo, al que va sumándose en secreto alguna parte de la familia. Tratan de contener al “amante”, inútilmente. Él está dispuesto a todo por conseguir lo que le pertenece. La esposa y la familia van a saber quién era realmente el patriarca.
ACTO DE AMOR
Todo se acelera. La droga actúa sobre el novio. El viejo paralítico se descompone y se caga encima. El enano grita, lo amordazan en el escritorio, lo golpean sin intención, lo drogan con el aparente Valium, que va tornándose en protagonista. El amante delira y cae sobre la mesa ratona. Un tajo enorme en la frente, sangre. No responde.
Y, he aquí la cuestión, ¿qué hacer con el enano muerto?
En ese momento, gritos. Por el efecto de la droga, el novio sale desnudo al tejado y se quiere tirar. Su prometida -la prima- se desespera y todos van tras el espectáculo. Las viejas se tapan la cara con las manos, pero no lo suficiente como para no espiar al desnudo por entre sus dedos.
Entonces, lo deciden: meterán al enano en el ataúd y lo enterrarán con su padre. Y lo hacen, levantan la tapa y lo acomodan. Primero, quedan los cuerpos en una posición demasiado comprometida. Recién ahí, los giran y dejan al enano boca abajo, sobre el pecho del patriarca. Cierran la tapa justo en el momento que la gente entra a la casa. El novio es convencido por la prima, quien le confiesa su embarazo. Con un beso y ante el público en total azoramiento, bajan del tejado.
LA DESPEDIDA
Por fin, el hermano mayor intenta iniciar su discurso. Dos palabras y el ataúd entra a moverse, se abre la tapa y aparece el enano vivo y a los gritos. El cuerpo cae al piso y todo se descontrola. La madre llora y ve las fotos caer desde el bolsillo del pequeño hombre, cuya presencia ha generado el fin del grupo familiar.
Entonces, el hermano mayor reacciona por primera vez. Ordena que acomoden al muerto y comienza, por fin, su discurso. En esta ocasión, no lee lo que tiene preparado. No. Sólo recuerda a su padre, aquel gran hombre que les dio la vida, los crió y siempre les brindó todo su amor.
EL BANCO EN EL JARDÍN
Así, como en la película, garabatea a la muerte -es decir, a la ausencia- así como pasa por un tamiz todas las apariencias de una familia armónica, nuestra memoria, con el tiempo, refiere a algunos y a otros y los relega a cierto olvido.
Las separaciones siempre duelen. En un principio, tienen la apariencia del abandono, del alejamiento. Sin embargo, más tarde, nos damos cuenta de que no es solo así. Las presencias vuelven y se acercan para quedarse en nuestras vidas. Parientes, amigos queridos, familiares. Es por eso que tengo, entre otras cosas, un banco de plaza, al costado de una parcela reservada para mí en el cementerio privado de San Isidro, “Los Cipreses”.
Allí, justo al lado, mi maestra de teatro -mi querida Nina- ya me espera para ayudarme a recrear “El polaco” de “Un tranvía llamado deseo” que, según ella, en esta vida yo nunca hubiera podido representar, porque no me da el físico.
Eso por un lado. Por otro, si de presencias que traen las ausencias hablamos, está mi hermana del alma, Martita. Ella aparece y me recuerda que, sentada al costado del río -¿en un banco de plaza?-, me aguarda para que recordemos nuestras travesuras en la facultad de ingeniería.
Por si fuera poco, con mi gran amigo Armando, seguimos nuestra charla sobre manutención y mantenimiento para poder mejorar mi trabajo de presentación: aquel que me llevó, durante cuatro meses, al lejano Japón. Fue por aquella beca sobre packaging, ganada con esfuerzo hace algunos años.
Y, para cereza del postre, la trementina en mis fosas nasales, mientras mi Tío Horacio me guía la mano, con su experiencia de gran pintor, y maneja el pincel para dar vida a las telas en blanco de mis óleos.
Aún quedan muchos cuadros por pintar, muchas notas por florecer y muchos encuentros no pensados por celebrar.
Entre azar y camino, se fundan promesas que desplazan ausencias y multiplican otras.
En busca y hacia el futuro, el deseo promete, insiste, sugiere y reedita la apuesta.
Aunque no lo aceptemos, siempre estamos alrededor de un muerto: nosotros mismos. Siempre, entre rituales que lo desafían con renacimientos.