Ausencias: sobre despojos
Por Liliana Franchi
UNA MOCHILA DE TIEMPO
Hay ausencias que duelen prolongada y finitamente. Otras se instalan, duelen tanto que marcan la cara, marchás con ellas a lo largo de la vida y más allá. Algunas son esperadas y, de a poco, pierden su rol, te permiten sobrellevar nostalgias. Otras irrumpen incomprensibles en brutalidad, feroces, salidas de todo encuadre y significado. Son diferentes porque te perforan. Te aseguro que caminarás con ellas sobren tus espaldas, como si llevaras una mochila llena de tiempo insoportable.
Sabemos de estas cuestiones. Nos percatamos de ellas cuando las noches tardan en hacerse días, cuando la luz del sol demora en divisar tu alma o viceversa. ”Eso” lastima hasta la inmovilidad, hasta la cuasi locura, si la hubiera. Es el desasosiego constante, la razón de todos los tormentos de un corazón fragmentado. El dolor a punto de la imprudencia y el desvarío.
Vengo desde el fondo de la historia, vengo a contar otra historia, vengo porque sobreviví, porque logré resignificar, salir de la hoguera y ser fuego.
La ausencia -sin nombres, sin destino, sin presagios- dura como la roca misma, pero es versátil a ser demolida hasta polvo. La crueldad fue insolente, quizás, porque le hicimos frente en lucha. Apelamos a la agonía, al dolor, a las dudas, aunque solo se impuso la certeza de percibir una ausencia sin retorno. Muchas lunas fueron testigos. Quedamos a la vera del camino, en luto eterno. Nosotras, las viudas, las amantes, las compañeras con la prohibición del olvido y con los despojos de una carencia brutal e irracional.
Ilusos de aquellos que creen que, al cortar la flor en pleno vuelo, detienen la salida de una nueva.
MEMORIA EN ACTO: PARA LUIS MARÍA
Éramos jóvenes y apasionados, imaginábamos que podríamos cambiar algunas cosas. En plenos setenta, los sueños se plasmaron en militancia, es decir, en recuperar ideas hacia una equidad más noble para con el otro, en reivindicar propuestas hacia aquellos que más lo necesitaban en todos los órdenes.
El corazón era el valor de cada compañero y compañera en esta lucha por la restauración de nuestros derechos y por el afianzamiento de una vida más proporcionada. Todos éramos y somos merecedores de tales logros.
Decidimos, entonces, ir por ese corazón. Mi compañero, en la facultad, donde daba clase. Y yo, en el barrio. Trabajábamos duro para poder sostener nuestro hogar y hacernos el tiempo para participar hacia aquellos que tenían poco, tan poco que la sonrisa se les desdibujaba en mueca grotesca. Con sólidos ideales, persistentes, a sabiendas de los obstáculos que atravesaríamos, comenzamos la laboriosa lucha. Amábamos cuanto construíamos. Las noches cálidas nos encontraban en la organización de algún festival, peña, o huelga de hambre, a favor de las metas previstas.
Y estábamos todos, cada uno aportaba un pedacito de cielo al otro. Uno metido en el otro y miles en uno. Pensábamos que nunca se acabaría, que sería una contienda larga, pero le dábamos batalla. Corrían los años y éramos felices con lo que habíamos decidido, nos fortalecía, haciéndonos grandes y victoriosos.
Ahora recuerdo una escena: llovía intensamente mientras, en un televisor en blanco y negro, escuchábamos: “Comunicado número uno”, de la junta militar que había desplazado el gobierno de derecho. El lamentable e impune “Proceso de Reorganización Nacional”. Entonces nos miramos, pensamos que esto entorpecería el trabajo de militancia. De ahí en más, debíamos ser sigilosos, hábiles para poder continuar con nuestras actividades. Y así fue, desde aquel 24 de marzo de 1976.
¿Dónde estaban los compañeros que no lográbamos ubicar?, ¿se refugiaban?, ¿perdían nuestros contactos para protegernos? Lentamente, nos fuimos percatando: ya no se registraban en ninguna parte. Tal vez los habían “chupado”, como decíamos, o estarían en otros lugares, resguardándose del enemigo que logró ser bestial.
Lo cierto es que jamás pensamos el genocidio que se avecinaba. Sin embargo, sucedía a lo largo y lo ancho de todas nuestras esperanzas y vidas. Casi sin rumbo pero firmes, seguimos adelante, exponiéndonos lo necesario y en busca de aquel que, envuelto en una bandera, solía caminar junto a nosotros,
y al Negrito con ojos aceitunas
y a Pepe,
también a Laura.
A Luis María se lo llevaron un 11 de febrero de 1977, de su lugar de trabajo: la veterinaria que habíamos logrado instalar juntos. Sufrí el desconsuelo de no tenerlo más. Jamás perdonaré ya no poder recordar su voz. Seguiré hasta mi último aliento reivindicándolo y llevándolo como bandera.
“No perdono a la muerte enamorada
No perdono a la vida desatenta
No perdono a la tierra ni a la nada
Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
Y besarte la noble calavera
Y desamordazarte y regresarte…”
Así, con las palabras de Miguel Hernández, hablar uno de tantos recordatorios que colocamos en cada calle, año tras año, cada niño, cada madre, cada abuela, cada hijo.
El 24 de mayo de 1977 fue asesinado y arrojado con otros compañeros en la puerta del cementerio de Monte Grande. Fue durante un supuesto enfrentamiento, como solían justificar.
EL FUEGO DE TUS OJOS
No me arrepiento de nada. Soy fuego, llama, pasión, también suelo ser luz, brasa y lumbre tibia. No me apago, voy al calor del mismo y enciendo desesperanzas, alumbro la vida que nos dejaron, bautizo la tierra con apenas algunas lágrimas que me quedaron. Soy fuego lento y amigo, dormito al calor del mismo, me levanto como la siembra cada mañana. Es verdad: ya no tengo tu voz, pero sí tus ojos clavados en los míos como la última mañana en que partiste sin volver. Sujeto, apretaditas contra mi pecho, algunas fotos viejas que nos dejaron, en un hogar vacío y devastado, arrasado por el odio. Los juzgo y me libero, los persigo y, en tu nombre como en el de tantos otros, me hago líder.
No envejezco, porque al igual que vos nos fuimos jóvenes. Nos dejaron con vida para contar esta historia, la nuestra, la de muchos. Mientras estemos de pie, seguimos de frente sin claudicaciones, gritamos, reivindicamos, sentimos y amamos esta lucha que heredamos. Y, en el mientras tanto, sin vencernos, somos lo que han hecho de nosotros. Elegimos un camino, lo sostenemos porque en él confiamos, sabemos que en algún lugar cercano y en cierto momento mediato los recuperaremos.
Tal vez sean pájaros de libre vuelo, nubes anchas de finas curvas, árboles añosos que cobijan campos, o lluvias intensas en inviernos fríos. No importa, siempre volverás a mí.
No se llevaron mi sonrisa ni mi fortaleza, no lo lograron. Tu retoño es mujer hoy día, lleva tu misma sangre, reclama a la par, con tus mismos ojos, con idénticas manos. Sembraste lucha, sangre y vida.
A veces te extraño tanto, que debo pensarte para que regreses, aunque sea un instante. Y así nos juntamos por las noches, de tanto en tanto, de luna en luna, de sueño en sueño.