Por Gabriela Stoppelman
El Hastío: Sobre “Peces y puñales”, de Ricardo Junghanns
¿Qué cuerda tensa seres, cosas, espacios, huellas y directrices del deseo?,
“En la baldosa abierta/ la lluvia del día anterior/ todavía refleja el tropiezo de los amantes”,
¿Qué atajos curva la palabra en los pozos? ,
“la soledad que viaje en colectivo hasta más allá/ De Moreno, miserere/ Los solos viajan solos en colectivo, más allá de Moreno, miserere. /Los solos mueren de soledad, hora tras hora/ en los trenes, miserere”;
¿Qué ecos nos sostienen en los desfasajes de las alturas?,
“los más resbalamos sobre los plátanos a dos metros del alma”
¿Qué curso se entremezcla con nuestros restos?,
“el viejo río marrón juega con las últimas bailarinas y sus peces”
“Peces y puñales “ avanza a puro machete para cortar las quebraduras en todas las filiaciones. Así, el golpe es una tibieza que remarca las líneas gastadas en el árbol genealógico donde se escribe el nombre del abuelo “tajo”: “Muchas veces sin atajos/ tajos de lucha/ horizonte”, el del padre “puñal”, “canto verde que mece/ apenas caricia/ puñal” y el del hijo “puñalito”, “toda la larga serpenteada de guirnaldas/y puñalitos de serpiente”. Las religazones no resultan sencillas. Hay filos al acecho: jugos agrios de la historia gotean sobre las herencias y obnubilan los horizontes. Algo canta, en contrapartida, pero la lucha es desigual porque, aunque la intensidad de la voz se maneje en tierra y en vuelo, se entorpece por desinterés en las artes del cálculo y la estrategia. Aun fuera de las leyes de la guerra, la voz y el machete dan combate. Atacan con el rojo- presente en todo el poemario, en ardores, quemazón e incendios- y se camuflan en matices del negro, rebordes de la pausa, curvas de la ausencia: “Transitando muy cerca de Atoq, viejo zorro con los ojos rojos, se hallaba envuelto en una atmósfera densa que los obscurecía” .
Y, entre los hilos que se restituyen y los tajos amontonados con la hojarasca, la ciudad es un eclipse sin destino, que sólo descansa en lo frondoso de la selva. La ruta lleva y trae al machete y a la voz, como al conquistador y a su amada, que trafican condiciones y paciencia, hasta que llegue el día, ¿cuál? Y ya que vamos de intrigas, ¿qué parentesco une al machete con la familia de los puñales?
Mientras árboles y avenidas embroncan e iluminan las superficies, mientras la sed y lo caduco se desgastan en círculos ya muy usados, “Corremos detrás de las serpientes/ cantándoles canciones que ya no encantan”, algo atruena desde lo subterráneo. No son monstruos, no son mitos, no son fuerzas sobrenaturales. Son pequeños peces que encienden el sonido de su roce, cuando todo el resto se apaga. Primos hermanos del machete, si se juntan, hacen cuadro. Y se ocupan de no amontonarse, como un poema que siente el fin de un acorde y hace un silencio entre dos versos, un pasillo entre dos estrofas. Así, el cardumen despliega un contorno- casi una coreografía- alrededor de ciertos silencios. Entonces, se abren los huecos: “eso que se te mete en las costillas/ medio de lado/ pero no duele»; «de qué habla el hueco del tarumá«. Lo indecible inventa figuras entre los cuerpos, los tiempos y los territorios. Las trastadas de la historia quedan expuestas, obscenas en lo que falta y toscas en lo que sobra. Una segunda persona se atreve y pone a dialogar retazos de prosa con poesía.
Algo en “Peces y puñales” hace centro en una nueva inquietud. Las cuerdas se tensan con más fuerza. Se escucha el sonido del machete contra las quebraduras. Es casi un canto que busca armonías, mientras despeja y re siembra.
Pero es imposible verlo. ¿Dónde se ha ido este pariente de los puñales? El abuelo “tajo”, el padre “puñal” y el abuelo “puñalito” conspiran con lo subterráneo. Los umbrales, las cornisas y las orillas se exasperan: ““La rana preguntó: / ¿Cantas o esperarás que llueva?/La lluvia preguntó: ¿Crecerás con el sol de la mañana?”.
Y el machete que no aparece.
Hasta que, entre las figuras de la lluvia, una incisión, un rasguño, una herida, comienza a latir. Ahí, cintila la luz de un nuevo día, se desarma el tono y la dirección de la pregunta. Ahora se sabe: el corte que canta es un hombre, un lejano pariente de lo indecible. Un tajo que empuña un puñal desde una huella y lo proyecta hacia un puñalito por venir, en el horizonte:
“Viaja una hoja solitaria/ sobre la hoja/ un hombre antiguo/ escribe incrédulo con mis propias plumas”.
A puro machete. A pura historia.