Por Julieta Strasberg
PRIMERA POSTAL: EL REZO LAICO
I
¿Y si ellos rezaran la oración por los difuntos en una ceremonia sagrada laica, gestada durante un encuentro impensado entre ellos mismos? «Réquiem», de Jorge Palant, suena en la cadencia de una oración, en la voz de los propios muertos, en ocasión de un encuentro donde poner a dialogar el dolor, la pena y la celebración de sus vidas: Milena Jesenská, el amor de que Franz Kafka inmortalizara en las «Cartas a Milena», y Kevin Carter, un fotoperiodista sudafricano, que se suicidó en 1994, poco tiempo después de haber recibido un premio Pulitzer de fotografía.
Milena, sin ser judía, murió en el campo de concentración de Ravensbruck, en 1944, a consecuencia de una enfermedad.
Kevin Carter se suicidó en el medio de una gran polémica por aquella foto, la del buitre al acecho de la niña famélica, la del vientre hinchado y el cansancio absoluto. Aunque este no es el punto. “Réquiem” no es una bioptic ni un intento por explicar ninguna muerte. Pero, entonces, ¿qué es?
II
Nada podría haber supuesto este encuentro: vivieron épocas distantes y sus historias se encuentran apenas en ciertos puntos cruciales: las vidas en los bordes del riesgo, la intensidad de los días vueltos pura acción, el lenguaje- visual o verbal- que intenta y no puede decir lo indecible. Así, Jorge Palant, dramaturgo y director de esta obra, despliega la destreza de dos grandes actores: Carlo Argento y Jessica Schultz., sobre una angosta tarima, como todo escenario.
Dicen que vivir cuesta vida y a estos dos se les fue la vida en ello. 50 años entre la muerte de uno y otro. Sin llegar a ser cara y ceca de una moneda, Milena y Kevin exponen las múltiples caras que tiene todo azar y todo destino.
Milena Jesenská, escritora y periodista checa, durante la Segunda Guerra Mundial, se movió valiente, generosa, solidaria y siempre constructiva junto las prisioneras del campo de concentración. Ella, una gentil entre judías, que había arriesgado su libertad al ponerse la estrella amarilla para salir a la calle, como señal de protesta contra la discriminación de los judíos.
Por su parte, Kevin Carter un día mezcló la mirada de ciertos otros con sus culpas, sus hilachas de biografía y sus propios planteos éticos. El mundo se horrorizó ante su instante de concentración para registrar una verdad que probablemente nadie quería mirar a los ojos. El morbo a veces se acumula en la mirada más que el deseo. Deprimido, adicto a las drogas y al alcohol, el premiado fotógrafo no pudo superar tanto.
III
Herminia Jensezian plantea espacios, cortes y una teatralidad que permite tomar aire para no caer de la estrecha cornisa donde circulan los personajes y poder, así, hacer equilibrio en ese texto de reproches, culpas y recuerdos.
Juan Miceli, con su vestuario, no se queda atrás: suspende a los protagonistas en el tiempo de la gloria. A Kevin Carter, de impecable gala, en la recepción de su premio; a Milena, probablemente en su lectura de cartas de amor.
70 minutos de diálogos y cruces. ¿Dónde y cuándo es este maravilloso encuentro? Los sábados, a las 21.00 horas en TADRON TEATRO Y CAFÉ (Niceto Vega 4802).
Cada sábado a esa hora, el tiempo cronológico se hace a un lado por un instante y la bisagra entre vivos y muertos, entre días y décadas, se pliega para repensar- otra vez- lo innombrable.
SEGUNDA POSTAL: SE DESBORDÓ LA PECERA
¿Cómo describir esa sensación? Aquella, que te genera incomodidad y cierta certeza de estar en el lugar equivocado y, sin embargo, saber que no podrías estar en un sitio diferente. Y la eterna pregunta: ¿por qué estoy así, como “Pescando en la bañera”? ¿Ese confort, ese no querer ver lo evidente -que no siempre lo es tanto-, encierra en un espacio sin salida?, ¿miedo?, ¿inseguridad?, ¿ceguera? Es que, como cada viernes a las 20 horas, de la mano de su autor y director, Leonel Dolara, “Pescando en la bañera” invita a espiar ese espacio de intimidad y confusión, donde ventila miserias y desencuentros.
¿En qué mundo se despliega esta obra? Pocos elementos, elegidos en una seleccionada metonimia: con tan sólo un espejo, una bañera y un par de puertas, el espectador puede ver otros espacios que construye con el imaginario, gracias al movimiento de los actores y la eficiencia de la escenografía. Su autor y director, Leonel Dolara- también productor junto a Adrián Caramielo- distribuye el movimiento, por ejemplo, el de Gabriela Del Mar quien, junto a Julián Calviño, interpreta a una pareja que oscila e intercambia ánimos y roles desde un extremo a otro del espectro. Las “puertas” llevan luego al tenso vínculo entre dos hermanas, interpretadas por Rosella Bosco y Stella Minardi, quienes cinchan entre engaños y ocultamientos. Dos mujeres opuestas: una, artista plástica de brillante carrera. Y la otra, su sombra. Tan es así que, entre tanta verborragia, ellas dejan al desnudo enormes vacíos y, en los silencios, delatan las traiciones. Y, si de vínculos complicados se trata, no podemos dejar afuera a la hija del personaje de Rosella Bosco, Victoria Rodríguez Montes, bajo la sombra de una madre demasiado ególatra y ausente.
Luego, en una danza, crecerá la violencia de la relación que interpretan Mariano Cáceres y Antonella Piersanti. Esos dos cuerpos se entrelazan en un macabro ciclo de la tensión creciente: agresión, culpa, arrepentimiento, perdón, luna de miel, y volver a empezar. Pero ¿hasta dónde?, ¿hasta cuándo?
Por otra parte, el triángulo amoroso de Bruno Alarcón, Jimena La Torre y Diego Viquez dibuja en sus contornos la dificultad de vivir la sexualidad y el tremendo miedo a ser lastimados.
“Pescando en la bañera”, vayan a descubrirlo a ELKAFKA ESPACIO TEATRAL (Lambaré 866), los viernes a las 20 hs.
TERCERA POSTAL: VAPORES POR NUBES DE ARENA
“Ya no hay tranvías en el desierto de Texas”. Pero, tal vez, desde el pasado, ellos lleguen obstinados en ser cada vez otros, debido al paso del tiempo, a la desterritorialización y a las velocidades urgentes de las nuevas épocas. Todo vigilado por una voz – también porfiada- que les recuerda a los personajes quiénes ya no son, los corrige y los impregna de palabra autorizada: aquella de lo que se debe y lo que no se debe decir. Cuando Stella deviene Estela -una estelita de estrellas- para su hermana Blanca, antes conocida como Blanche, lo hace ante un Stanley que ahora no es otro que Estanislao.
Y es que en Texas todo se transmuta de ese modo, muy despojado del glamour de Hollywood, un cambio drástico de vapores por nubes de arena.
Pato Azor trae una puesta con humor, ironía y posa una crítica sobre el modo que tiene el sistema de arrojar seres hacia un no-lugar y un no-sentido. Existencias desarraigadas intentan jugar el juego del exilio. Súbitamente dispuestos sobre un involuntario tablero, casi como castigo a un delito que no conocemos, María Nydia Ursi Ducó , Guido D’Albo y Mirta Mato son protagonistas de esta obra que, desde ese «Un tranvía llamado deseo», de Tennessee Williams hace una doble elipsis mortal de tiempo y espacio. Los actores se entregan por completo al juego y nosotros creemos con ellos.
Alejandro Mateo despliega un excelente trabajo con la escenografía y el vestuario, realzado por las luces de Lucas Orchessi. La fragilidad de los personajes coincide con esa precariedad de cartón, ausencias y paredes sin techo. Cajas que sirven para cualquier uso y, por supuesto, un teléfono. Un afuera mentiroso se meterá de prepo en la historia, entre pastillas desparramadas como confites amargos del destierro. Otra gran producción de Ale García,y una cita obligada para revisitar a esos personajes y encontrarse con la decadencia y la ingenuidad de un mundo que, entre abandono y marginalidad, vuelve a sorprender.
¿Dónde y cuándo? Cada domingo a las 18.00 horas, en el TEATRO DEL ABASTO, Humahuaca 3549., vuelve a tomar vida el texto de Laura Cotton y a subvertir a un clásico del cine, con guiños al espectador atento.
CUARTA POSTAL: RELOJ DE CAOS
¿Un caos alrededor de nosotros? ¿O será cierto aquello que Dios no juega a los dados? Si es así, esa medida del desorden no es más que aparente y tiene un sentido. Y nosotros, ¿dónde podemos significar el mundo dentro de esta imposibilidad de encuentros?
Sujetos mediados por pantallas, andamos sin vernos, sin percibirnos. Y, de repente, la chispa, el contacto ¿real o aparente? Y en todo caso, ¿importa? ¿Cuánto hay de «real» en lo real y de «aparente» en los simulacros?
Sergio, interpretado por Pablo Pieretti, se busca sin éxito entre su biografía, las mujeres de su vida, sus devaneos amorosos y laborales, su padre y, sobre todo, su madre. Belén Fernández Díaz es la encargada de interpretar, con una gran ductilidad, a todas ellas. Entra y sale de esas pieles tan diferentes con apenas un gesto o un detalle, sutilezas que construyen un universo singular.
El texto y la dirección son de Merceditas Elordi. Y algo de su impronta de actriz -además de dramaturga y directora- se cuela en la actuación de Belén. Un espacio pequeño desafía a los actores a una performance constante para jugar con el escenario, las luces, las sombras, la música y el vestuario; para recrear espacios renovados con la velocidad de un click. Un reloj ajustadísimo dentro del caos de estas vidas. «Entropía o el orden de lo vano» es la propuesta que tiene lugar cada domingo a las 20.00 hs en Belisario Teatro (Corrientes 1624). Para no perderla.
QUINTA POSTAL: PARLOTEAR LAS HUELLAS
Seis, seis, seis -dicen- es el número de la bestia. No lo sé. Lo que seguro es de otro mundo es el trabajo enorme de estos seis actores, con estas seis obras y estas seis propuestas de Rubén Pires. Para los que seguimos desde hace un tiempo su amplia trayectoria, no nos sorprenderá su profunda lectura y apropiación de Beckett. Lo hace carne, lo cruza con sus lecturas de Nietzsche, lo tiñe de grotesco y lo salva de lo trágico patético, con una impronta muy personal. Pires le da una particular cadencia y sonoridad a las voces, a las imágenes y a sus sombras. Rubén es un investigador y un creador, pero también un plástico.
Ya, de movida, arranca con un personaje hamacándose hasta morir y gritándole el «másssssssss” a la voz que, como suero, le insufla vida. Una vida de repeticiones que, sin embargo, la salva de la quietud y le permite desafiar a la muerte.
Así, luego de una Jessica Schultz tenebrosa, que nos deja con la piel entre temblores ante esta primera propuesta, recibimos a un hombre que recuenta su existencia y nos habla de 30.000 fantasmas. Una coincidencia asombrosa de Beckett con nuestra propia historia. Gerardo Baamonde pasea sus recuerdos por escena, tensa la memoria y construye con sus manos siluetas en el vacío, hasta llenarlo de narratividad.
En eso irrumpen las tres mujeres resentidas a tal punto con la gris tintura de los años, que ni el perfume de su glamour, ni sus chismes ni sus risas exacerbadas compensan la pena. Jessica Schultz, Celeste García Satur y Marina Tamar hacen un espejo triple que, cuando se pone asimétrico, delata la falta.
Y de la risa ácida salimos, pero no de lo especular. Un hombre de blanco se mira en otro hombre de blanco, ambos de largo y alborotado cabello, donde enredan entre narrador e interlocutor la impotencia, la ausencia y la incompletud de toda narración.
Volver a leer ese libro, a pasar por esos recuerdos, o saltarlos sin regresar la vista atrás es lo que hacen Gerardo Baamonde y Eduardo Lamoglia, aun desde y la noche más profunda y el silencio. Dos actores que, nuevamente de la mano de Ruben Pires, despliegan su arte en escena (para quienes se la perdieron, ya interpretaron un “Esperando a Godot” único e imperdible.)
Cuando ellos se van, regresa el terror de la mano de Jessica Schultz, con algo así como la versión femenina de Norman Bates y su atemorizado personaje en “Psicosis”. Ella encarna a una mujer doble, que es hija y madre. Pero, entre ambas, un abismo que no salva ni el hecho de ser interpretadas por el mismo cuerpo de mujer.
Y, finalmente, tres cabezas, las de Celeste García Satur, Marina Tamar y Carlo Argento parlotean tres puntos de vista de una historia. Desde la muerte, aún intentan el imposible relato de aquello que los arrastró a la tragedia. ¿Saben dónde están? ¿Acaso importa? Tan solo el sonido de sus propias voces les retiene una huella vital, allí donde la muerte copó todo a quienes ¿se amaron? hasta que la parca….y ¿el silencio? los encontró…
6 obras, 6 actores y 6 propuestas que no se pueden dejar pasar. “Hacéla corta Beckett”, cada martes a las 20.45 horas, en EL TINGLADO TEATRO (Mario Bravo 948). Teatro del mejor para volarte la cabeza.
SEXTA POSTAL: LOS ENREDOS DEL SEÑOR LOPE
“La discreta enamorada”, una obra de Lope de Vega que, en la mirada de Santiago Doria, reinstala un mundo de mujeres inteligentes y bellas, entre enredos y nudos, tan solo para ser admiradas por cautos y poderosos. Desde aquellos jardines en los que viven Fenisa y su madre, Belisa, se despliegan los derroteros de la joven, para lograr que su amor por Lucindo triunfe y para sobreponerse a la terrible propuesta de su padre, el Capitán Bernardo, quien la pretende para él. Esa no tan discreta, pero sí muy enamoradiza Fenisa, tendrá siempre la respuesta justa para complicar las cosas un poco más y, luego, lograr su cometido.
Lucindo es interpretado por Mariano Mazzei, ceñido dentro de la cadencia justa de Lope de Vega, en su peso y rima, con una sonoridad y una corporalidad exquisitas. Ana Yovino, joven y talentosa actriz de extensa carrera, es la bella Fenisa. Gabriel Virtuoso se viste del enamorado Capitán, que ansía saciar su cansado cuerpo de militar en las tiernas carnes de la pequeña enredadora. Y así será objeto de errores y tropiezos hasta llegar a su destino. ¿Hasta dónde su ceguera por apropiarse de tan tierno bien?
Irene Almus encarna a su madre, Belisa, con el humor y la ironía necesarios para hacer de esta obra una delicia. Irene juega, baila y divierte con sus contradicciones y deseos. Ostenta virtudes que, a poco de expresadas, contradice con sus anhelos de mujer.
Monica D´Agostino es Gerarda quien, con su belleza y voz, canta e interpreta a esta encarnación de la histeria femenina, desde los ojos de esos personajes, tan típicos de Lope de Vega. Gerarda urdirá el plan para frustrar el amor de aquel a quien tuvo, sin apreciarlo. Sólo en la pérdida, ella puede conocer la medida de ese vínculo. Su enamorado, Doristeo, el caballero de la espada y la voz de plata, es interpretado por Francisco Pesqueira, quien nos tiene acostumbrados a su gracia y su humor. Y que otra vez logra componer un personaje encantador. Doristeo es así víctima de los vaivenes de la historia: gentilhombre- a la vez engañado y tergiversador- mas siempre con la rienda perdida.
El criado de Lucindo es interpretado por Pablo Di Felice, una presencia vital para el humor de toda la obra. Su circulación genera un hilo narrativo entre el resto de los personajes. Su travestismo es, así, toque de ritmo y argamasa
La escenografía, despojada y precisa, se ve claramente resaltada por una muy buena puesta de luces de la consagrada Leandra Rodríguez. Un vestuario muy bien seleccionado por Susana Zilbervarg y un compromiso ineludible: ver esta obra en el Centro Cultural de la Cooperación, en su sala mayor, Solidaridad. ¿Cuándo? Viernes y sábados, a las 20 horas.
SÉPTIMA POSTAL: TODO A LA DOBLE
“Código Tartufo. Moliere 1975” o cómo releer a Molière para volver a exponer a los falsos devotos y a los impostores. Así, en esta propuesta de Merceditas Elordi, trabajada junto a Ariel Osiris y David Señoran, el recurso es conocido, pero no por ello menos eficaz: teatro dentro del teatro.
Un grupo de actores ensaya el clásico “Tartufo” de Molière. De burgueses, de bufones y de falsos e impostores la historia está repleta. Aquella, la de “Tartufo”, los criticaba fuertemente. Aquí, más de dos siglos después, aquellos se muestran con otras ropas y otros escenarios, aunque siempre sumergidos en la misma farsa.
Una irrupción hace una curva elíptica: Agostina Botta es arrojada literalmente a escena desde otro tiempo y lugar. Entonces, cambia el aire, el color y el ritmo de la puesta. Ella trae la realidad de aquellas mujeres que intentaron escapar del horror y la tortura de la cárcel del Buen Pastor, en Córdoba. Así como en ese episodio, en esta obra, poco tiene una dimensión de realidad completamente sólida: ni la representación de “Tartufo”, ni la obra que vemos, ni esa danza aparentemente tan ensayada. Lo que sí es consistente es el encontronazo violento con la realidad más contemporánea.
En un juego de dobles, aquello que esa compañía teatral representa, ese engaño del ¿devoto? Tartufo se hace existencia de la mano del actor, David Señoran, quien también es el director de esta obra. Tartufo y el actor que interpreta Tartufo sofocan con sus falsos dones, su ego y su altísima autoestima. Ambos –persona y personaje-, pretenden la juventud y la belleza de jóvenes indefensas que, doscientos años antes una y en 1975, la otra, intentarán defenderse del farsante.
Cada personaje, poco a poco, desnudará sus bajezas. Julia Azar interpreta a Madame Pernelle, quien guarda una doble moral y nada ve, nada sabe, ni entiende. En la primera ficción, cae ante los influjos de Tartufo y, luego, hace gala de la ceguera típica de 1975. Incomoda su ignorancia porque nos recuerda a la de tantas y tantos.
María Laura León, Dorina, es la mediadora, sabe y entiende, tanto del amor de los jóvenes en “Tartufo” como del dolor y el espanto de esas prisioneras del Buen Pastor.
El juego de dobles se continúa con Mariana y Valerio, en “Tartufo”, y con Belén Fernández Díaz y Mauricio Méndez como los actores que habitan amores manchados de traiciones y mentiras.
Y, si de contradicciones y cegueras se trata, Ariel Osiris las encarna a la perfección: obnubilado por el amor de la joven actriz, su mujer, y manipulado por Tartufo y sus engaños, como Orgón.
Todos los personajes escenifican un interrogante sin respuesta, al menos, no una única ni una certera. Sí sabemos que cada viernes a las 23 horas, en El Kafka Espacio Teatral (Lambaré 866), hay actuación de la buena. Acompañada por una puesta de luces y un sonido muy buenos, con una escenografía mínima, acorde a la ambivalencia de la escena en la que transcurre toda la obra.