Viaje alrededor de un punto: Sobre abandonos y orfandades.
Por Juan Carlos Pedot
Hay vidas que circulan por otras líneas del tiempo, desde el comienzo nomás. El reparto de condiciones y posibilidades marca el ritmo de otro reloj, a veces más rápido otras, más lento. Pero jamás coincide con la hora que dan en la radio y en la televisión. Es el tiempo del abandono, de la ira, de la desesperación, de la orfandad gestándose entre sábanas atormentadas; el tiempo donde el futuro se escuece de terror ante lo estrecho del espacio que le dejan para desplazarse y el pasado se contrae, abatido, en busca de una oportunidad para empezar de nuevo. No son temporalidades de otro planeta. El extrañamiento no es la extranjería. Afuera no queda nadie. Pero, en los bordes, ¿quién maneja el alocado reloj en los tiempos de los bordes?
EL ARCÁNGEL GABRIEL
Gabriel parecía un ser de otro planeta. Más bien, un niño de otro planeta. Su madre lo parió en el Equiza, de González Catán, cuando tenía 16 años. Llegó sola al hospital en la mayor de las ausencias, aterrada. Se acercó a la guardia como una accidentada cuya familia no se hubiera enterado, todavía, de lo sucedido. Nunca supimos si verdaderamente tenía familia, porque nadie se arrimó a preguntar por ella. Primerizamente dolorida, la vida en su vientre exigía nacer. A la madre le quedaban dos chances: dar a luz o mudarse, como se decía en mi barrio, para cuidar la imagen. En ambos casos, incomodaría a propios y a extraños y lograría el regocijo de pocos. La vida, sin embargo, declaraba en silencio – “aquí estoy yo”. En su imperiosidad por nacer, parecía responsable de cumplir un sino.
¿DOMICILIO?: EL HOSPITAL DONDE NACÍ
Al nacer, sus signos vitales se ajustaban a todos los estándares normales de un neonato sano. Succionó ferozmente apenas le arrimaron de forma generosa la teta.
Desde la primera hora de vida conocí a Gabriel y, en reiteradas oportunidades y debido a mi trabajo de técnico de laboratorio-, tuve que hacerle análisis. Eso hasta que su caso me resultó muy familiar. Cada niño es un imán, no hay un modo de atraer tan particular como el de los chicos: de alguna manera, se transforman en el centro de un grupo social. Ellos manejan el discurrir de un tiempo y nosotros bailamos a su son.
ÉRAMOS POCOS Y CAYÓ LA JUSTICIA
Todo el personal de neonatología esperaba, más que la aparición del padre -en muchos de estos casos no sucede-, la presencia de la supuesta familia de la mamá. Hubiera sido un alivio para un personal recargado de tareas. A los tres días del parto, la muchacha se escapó sin dejar rastro y sin siquiera encargar el bebé a nadie. A la buena de Dios, Gabriel contaba con un ente intangible que lo protegía y que velaría por su suerte: el servicio programó tareas inéditas para esta neo- maternidad. Tareas que, por aquel momento, se cumplirían hasta que se necesitara, sin plazo determinado. Sobre estas improvisaciones, para encarajinar mejor la cosa, cayó la justicia.
CADA QUIEN SE ARMA LA FAMILIA QUE PUEDE
El bebé era precioso y quienes lo atendían se encariñaban con él, al punto que alguna que otra enfermera se lo quiso llevar a su casa. Desde la dirección del hospital, se instruyeron órdenes precisas sobre la vigilancia y atención de tan particular paciente. Ya se conocían anteriores intentos de robo de bebés. La parentela solía ser la responsable de denunciar cualquier sospecha. Pero acá parentela, no había. No más familia que el personal. Entonces, en este caso, el personal alertaba al personal. En los cambios de turnos o de guardias, corría la pregunta a boca de jarro: ¿cómo está Gabriel?
De a poco, todo el hospital giraba alrededor de la suerte de ese niño. Así pasó el cumple mes primero y varios cumplemeses. Nadie reclamaba. Gabriel, por todo domicilio, tenía un nosocomio y, por expectativa de resolución- de un horizonte- , sólo la lentitud de la justicia. La Chela, la enfermera más experimentada con niños- madre de varios con distintos hombres-, apadrinaba a Gabriel. Era la más preocupada. Si lo hubieran ofrecido en adopción, ella hubiese sido la primera en anotarse.
HAY ALGUIEN QUE IMPORTA
La Chela aplicaba en su diario trajinar el tan mentado “yo es otro”. Le brotaba del cuerpo como una tumoración de la solidaridad. Lo mezquino no calaba en sus registros. Parecía una mujer de otro tiempo, pero no del pasado, una mujer del futuro.Siempre supo que Gabriel no le sería dado en adopción, pero aun así se hizo a cargo. Hay ciertos rasgos épicos, fragmentos de la noción de heroína romántica, en quien sabe que su deseo no será satisfecho y, sin embargo, actúa como si la lucha misma pudiera generar condiciones para que las autoridades “concededoras” de la satisfacción de los deseos cambien de opinión.
Pasado un mes y medio, Gabriel rebosaba salud. Como si los eventos del abandono hubieran transcurrido por un túnel, por otra dimensión temporal ajena a su cuerpo. Qué extraño el insondable tiempo de los bebés: la mirada aparentemente perdida y la exploración del mundo del recién arribado parecen inaugurar con sus ojos cada rincón del mundo. La epifanía renovada no era el don de Gabriel. Apenas apuraba un gemido cuando tenía hambre. El verso “el que no llora no mama” se desvanecía de sentido en los alrededores de este crío. Todo el cuerpo de auxiliares sabía que el llamado de Gabriel no respondía ni los modos generales de los niños abandonados. Un débil gemido, un germen de voz provenía casi de un tiempo anterior a la gestación, de un tiempo primordial donde todo pudo haberse elegido de otro modo. La debilidad del gemido era el reclamo de una chance. Había equipo. Y el equipo comprendía ese extraño idioma surgido de un vacío, de un hueco del tiempo y sus demandas.
EL CARRUSEL DE PERSONAS
En sus largos ocho meses en neonatología un sinnúmero de voces giraba alrededor de Gabriel. Los tres turnos diarios del personal de limpieza, de enfermería, del personal médico y de otros que se arrimaban constituyeron la familia temporal. Una ronda para que el huérfano no advirtiera de golpe toda su orfandad.
Los neurólogos pediatras de Capital Federal no daban pie con bola. El pibe, sordo no era. Mudo, tampoco. Su frágil gemido eludía cualquier respuesta en los exámenes practicados. Entonces, obligados a dar respuestas, los especialistas largaron algo así como que el niño no se identificaba con nadie porque los turnos del personal lo tenían mareado en ese carrusel de voces y rostros.La apreciación no necesitaba estudios previos en neurología, el mote de especialistas los dejaba al borde del discurso obvio y absurdo. Y Gabriel gemía, con un gemido tan débil que perforaba los tímpanos.
EL SINSENTIDO DE LAS CIFRAS
No había solución en el caso de Gabriel, era imposible quedarse a vivir toda la vida en una incubadora. La justicia no permitía que nadie se hiciera cargo de la situación. Al neonatólogo se le ocurrió entonces buscar a la madre:
Hay que encontrar a la madre – gritó en un arranque de lucidez.
No resultaba tarea fácil: el domicilio que había dado era falso y no había referido trabajo alguno.. Pero el sensible neonatólogo se las ingenió y, en unos quince días, se apareció con la joven muchacha. Ella se llevó al niño con el compromiso de traerlo, después de un mes, para control. Quince días, un mes. Cifras que perdían su consistencia de cantidad y mezclaban el alivio y la desazón por la suerte de Gabriel. Y ese gemido, como embajador de un destino trágico.
LA PARENTELA DE UN GEMIDO
Dos meses después. Interior, clínica.
El personal se apiñaba, como ante la inminencia de la salida de una estrella del espectáculo. Las tías y tíos adoptivos se arrimaron en una nueva ronda. Gabriel estaba bien cuidado, había engordado y- ante el asombro de todos- ya no emitía el débil gemido. Con casi un año, balbuceaba “mamá”, “tata”, y algo que nadie entendía:
– “Miyaaa” –
Según la madre, el grito era un modo imperativo de “Miraá”
En los ojos de Chela vimos un camino para entender el sentido de “miyaaaa”. Miyaaa era pariente de un silencio muy hondo y el amigo de un grito sordo. Era el modo en que el origen se cuela entre las palabras para indicar que, allá lejos, donde el vacío reina, el reparto de las condiciones sigue siendo muy injusto.
PAREDÓN Y DESPUÉS
Y después vinieron cuatro años, donde la imagen de Gabriel fue sólo una nebulosa que flotaba en los pasillos, mezclada con el recuerdo y el eco de aquel grito: “Miyaaa”, “Miyaa”. Cada tanto- tres o cuatro veces en todo este tiempo- la nebulosa tomaba consistencia. La muchacha aparecía con el niño. Pero ya no se trataba del rebosante niño que nos incitaba a entender el sentido oculto de sus balbuceos. Gabriel se deterioraba. El arcángel perdía pluma de sus alas y ya apenas remontaba vuelo. La última que lo vimos estaba desnutrido, con la mirada gris y llena de tristeza.
Un día, el pasillo entero se llenó de un rumor. Gabriel había muerto. Fuera del hospital. Pero era como si de verdad hubiese ocurrido dentro.
Aún hoy, ya jubilado, cuando- de tanto en tanto- vuelvo de visita al hospital, creo escuchar por los recovecos del lugar aquel grito: “Miya”, “miyaa”. El grito del ángel caído que una vez más me recuerda.
El reparto, hay que revisar el reparto de las oportunidades.
Atrapante cuento, crónica, sueño. Efímero vuelo de niño pobre, madre pobre. Por suerte la esperanza del afecto solidario hace tolerable la angustia del desamparo. Excelente trabajo Juan. Gracias.
va relato