Viaje alrededor de un punto: “Alicia” “La máquina del tiempo” y otros trayectos de lectura. Desde la infancia.
Por Viviana García Arribas
COORDENADAS
El punto de partida está en mi vida.
Siempre
Buscarlo en otra parte sería engañarme. Ese día del niño y mis nueve años a punto de cumplirse inauguran la aventura. Mi mamá me regala mi primer libro. El primero con palabras. Cuál, no importa. Ese me abrió los ojos y la cabeza. Fue el inicio de infinitos viajes en el silencio de la siesta, de noches sin dormir para leer un capítulo más. Y otro. Y otro.
Se me instaló esa sed insaciable. La intención de abarcar todo y de leerlo todo. Deseo, desafío y atractivo de lo irrealizable. Porque, ¿no es el lector un aventurero? El sillón de lectura (o la silla, el piso, la cama) se transforma en plataforma de despegue, puente de mando, cohete interplanetario, ágora de Atenas o selva africana. Basta con observar la mirada de quien levanta en ese momento los ojos de un libro. ¿Un poco perdida, tal vez? La expresión, somnolienta, fuera de foco, ese tentar salir del túnel. No entiende qué le dicen. No escucha. No ve más allá. La costumbre de leer me encerró en mi mundo y me regaló otros, infinitos. Necesité de mi espacio en soledad. El silencio, el retiro del cuerpo y de la mente me acurrucaron en realidades distintas. La mirada vuela, los límites desaparecen. El precio, tal vez, el aislamiento: el niño que lee se retrae y se aleja del resto.
LOS TRIPULANTES
Algunos libros me acompañan desde el principio. Otros los descubrí hace un tiempo o todavía no se me cruzaron. De todos ellos, tres se encadenan y conversan a lo largo de casi un siglo. No son excluyentes, pero establecen una carrera de postas en la que, cada uno, dialoga con el anterior y da pie para el siguiente. Alicia (1) no sabe para qué sirve un libro si no tiene diálogos ni grabados. Claro que esto lo piensa cuando empieza a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana. El Viajero a través del tiempo (2), uno de esos hombres demasiado inteligentes para ser creídos llega, al final de su viaje, a un tiempo en el que ya no quedan historias que contar. Wolf (3), un hombre del siglo XX y de la posguerra, inventa una máquina para matar sus recuerdos y, en consecuencia, morir. En “Alicia” todo es exuberante, desafío a la lógica y subversión del orden. El Viajero, y luego Wolf, si bien viven sus aventuras más allá de toda imaginación, instalan la idea del fin de las historias.
LA PARTIDA
Estamos escapando siempre del momento presente, y por eso el Viajero construye su máquina. El presente, como tal, no existe, no es, siquiera, un segundo. ¿Es la vida un perpetuo desplazamiento hacia el futuro? ¿Es el presente o el pasado el que se nos aparece cuando leemos? El pasado, el presente y el futuro, se encierran en cada página. Otra realidad se ofrece, casi tangible, como el libro mismo. El tiempo real se detiene. Se nos impone otra lógica. El caos y la angustia ceden. El viaje se inicia, entonces, con la luz parpadeante de una lámpara. El viajero, ilumina el oscuro corredor que desemboca en el laboratorio. Quienes escuchan su relato, en cambio, se mantienen en las sombras.
El Conejo, al grito de: ¡Dios mío! Voy a llegar tarde, se mete en la madriguera y Alicia lo sigue. Una caída interminable en un pozo de paredes llenas de armarios y de anaqueles de libros. El fin de la caída es el inicio de una explosión de los hábitos narrativos. Si bien hay animales que hablan, lo que aquí aparece no tiene el contenido moral de la fábula. Pese a todas las peripecias, los inconvenientes, los personajes insólitos, Alicia nunca tiene miedo, parece adaptarse perfectamente a ese mundo patas arriba. Y, aun, desafía a la autoridad con su ¡Pamplinas!, lanzado a la reina de espadas. Su caída es, entonces, un alumbramiento.
Alicia es pura curiosidad y el Viajero apuesta al futuro de los hombres. Wolf perfila un héroe contemporáneo: los motivos de su invento son egoístas. Aprovecha el momento para construir su máquina y va en busca de un pasado que desea olvidar. En el recorrido, pone en cuestión la familia, la escuela y el amor. Él también recorre los túneles de la ciudad subterránea, donde encuentra al negro que baila en una caverna iluminada por la luz del sol. Éste es su único momento de goce.
ALGUNAS PERIPECIAS
Cuando leo, pongo en juego todo mi cuerpo.
Me acomodo en un sillón, pliego las piernas sobre el asiento, me acurruco como quien busca protección, trato de conseguir un poco de silencio alrededor. A veces, el cuerpo se rebela y me traiciona: dolores y contracturas me torturan. ¿Será un castigo por el placer?
Insisto en buscar en estos libros las huellas de mi propia existencia. En los tres, el cuerpo aparece como protagonista. Me habré cambiado en otra… era yo la misma esta mañana… ¿no acabo de hacerme mayor? El cuerpo de Alicia crece y se achica al compás de su hambre… o de su curiosidad. A veces, esos cambios físicos le sirven para adaptarse, aunque también le causan inconvenientes: cuando tuvo el tamaño adecuado, la llave se le hizo inaccesible… me es imposible salir, porque no quepo por la puerta… rozó la tribuna de los jurados con el borde de la falda, derribándolos a todos… Su cuerpo está en constante cambio.
El Viajero describe las sensaciones de la navegación como extremadamente desagradables. Se experimenta un sentimiento parecido al que se tiene en las montañas rusas zigzagueantes… y la misma sospecha de inminente aplastamiento. Incluso, cuando vuelve, su cuerpo muestra las huellas de la aventura: cortes, magulladuras, un pie lastimado. En el mundo del futuro se encuentra con que el hombre… se había diferenciado en dos animales distintos: unos, bellos y delicados en la superficie. Y otros, pálidos y repugnantes en las profundidades.
Wolf sufre consecuencias parecidas a las del viajero durante el viaje al pasado. Necesita cerrar los ojos para no vomitar y aferrarse con fuerza a los barrotes de la jaula, que también sangran.
LA VUELTA
Llega el final y todo vuelve a la normalidad. Alicia despierta de su sueño. El Viajero desaparece y el cuerpo de Wolf yace sin vida sobre la hierba roja. Los mundos alrededor se desvanecen. El tiempo se transforma otra vez en una sucesión de instantes. Posiblemente, haya caído la tarde o esté a punto de amanecer.
¿Yo? Me desperezo, estiro las piernas, miro en torno.
Ya sé. Me voy a buscar otro libro…
(1) “Alicia en el País de las Maravillas”, Lewis Carroll, 1865
(2) “La Máquina del Tiempo”, H. G. Wells, 1895
(3) “L’Herbe rouge”, Boris Vian, 1950
Vínculos sugeridos
LABERINTO
- WHO
http://es.wikipedia.org/wiki/Doctor_Who
Viviana, ¡que texto tan bello!. ¡Me encantó!. Me gustaron muchas cosas. Desde lo literario, me resultó una lectura muy contemporánea que se teje con restos de lo real, la propia experiencia y lo que decantó de ella. Esa referencia a la experiencia subjetiva del tiempo a partir de la mutación del cuerpo que también me interesa como analista. Además, me trajo el recuerdo del texto que me me ató a la lectura para siempre, un poema de José Sebastián Tallon que leí en segundo grado y que me permitió descubrir que en el mundo hay muchos mundos, infinitos, imperdibles. Por eso, me pareció tan interesante en tu texto el valor que tiene la contingencia. Cómo un hecho contingente como el encuentro con la lectura puede cambiar una vida para siempre. Hecho contingente que nos da la oportunidad de un segundo nacimiento. ¡Felicidades! Un gran abrazo.