Por Lourdes Landeira y Gabriela Stoppelman.
Entrevista: Gabriela Stoppelman – Lourdes Landeira
Edición: Lourdes Landeira
La velocidad: Conversación con Darío Canton
Con las palabras del título y un afectuoso abrazo, se despidió Darío Canton de nuestra conversación en el porteño Café de la Paz. El lugar, patrimonio cultural de la ciudad, tras sobrevivir a remodelaciones varias, guarda parte de la historia de Buenos Aires y, hoy, la sirve en bandeja. El marco es ideal para mirar por la ventana de este hombre de 86 años, poeta y sociólogo; sociólogo y poeta que, descomposiciones mediante, compone su obra en vida y su vida en obra. No comemos nada, tomamos té y algo fresco, para contrarrestar el calor, extranjero en esta época del año. De la cocina, salen tostados y ensaladas en olores irrumpidos por café tostado. Canton se sorprende cuando le decimos de qué queremos hablar.
- ¿Qué podría tener que ver yo con la velocidad?
Eso es lo que vamos a averiguar.
TENTEMPIE
En una de las muchas páginas de La Yapa – Primera Parte, séptimo tomo de su autobiografía, editado este año por Librería Hernández, dice:
“… lo de la gente que lee, que me remite de algún modo a ¿cómo lee la gente? (y también ¿qué gente?), con mi antigua recomendación de ´lea despacio, mastique…´para favorecer ciertos hábitos de lectura, junto con mi experiencia de chico que iba al cine a ver películas en episodios que se prolongaban durante semanas –para no hablar de lo que era esperar cartas o periódicos que llegaban por barco-, me hacen mandarle lo que verá. Idealmente se podría publicar en tres partes, con lo cual más que el cuento de un poema como hasta ahora los he llamado, ya sería el folletín de un poema”
Está muy bien señalado, da en el punto de mis experiencias y de mis limitaciones también. Es correcto. Soy una persona que ya pasó los 80. Entonces, cuando yo era chico uno iba al cine los domingos -era la gran fiesta- se veían películas en episodios y había que esperar al otro domingo para la continuación. El héroe, cuando terminaba la función, estaba a punto de caer por un precipicio y ser decapitado por el malvado. Al ver la reanudación, la semana siguiente, medio milagrosamente se había salvado y seguía la historia. Entonces el tiempo tenía otra dimensión. Que no tiene hoy. No sé cómo los chicos o las personas criados con otra temporalidad, digamos, podrían apreciar eso. Eso creo que a uno lo hacía mucho más paciente. Uno podía esperar. Los ciclos de la naturaleza no cambiaban. Las mamás siguen teniendo los chicos a los 9 meses de embarazo. Aunque creo que, con los animales no, los están apurando. Esperemos que con los seres humanos no lo hagan. Salir a la palestra con la cita vinculada con “Asemal” es muy apropiado, porque efectivamente esa especie de consigna de “lea despacio, mastique bien las palabras” era lo que me parecía y me sigue pareciendo adecuado para una lectura en serio de cualquier tipo de materia. Sobre todo si es literario y, aun más si es poesía, hay que darse un tiempo. La poesía tiene otro tiempo.
La cita previa a su respuesta corresponde a uno de los muchos intentos de Darío Canton por publicar su obra (las idas y vueltas de esos intentos, sus logros y sus fracasos están documentados en su autobiografía con lujo de detalles). Tanto a su persistencia y convicción inquebrantable, como a su búsqueda de alguna variante, alguna mezcla entre experiencia y poesía para sostener la espera, el interludio entre los momentos de sentarse a la mesa. Como si la poesía y la escritura propusieran un desacelere, otra dimensión, más allá de la época que se habite.
“Asemal”, (la mesa al revés) sonó bien en la década del setenta, cuando Canton, con mucho material acopiado, no encontraba el modo de publicar. Claro, no había Facebook. A falta de redes sociales, él inventó la propia: enviaba esa hoja de poesía por correo a más de setecientas personas en distintas partes del mundo. Muchos le respondían y así las palabras y los versos conversaban en la distancia y en el tiempo que Canton andaba y desandaba, al entregar y retirar correspondencia en el Correo Argentino. En el mismo lugar donde hoy, 40 años después y en la semana de Mayo, se acaba de inaugurar el Centro Cultural Néstor Kirchner.
Al mismo tiempo, empecé a trabajar contando el proceso de escritura de los poemas. Yo he guardado muchos manuscritos, he perdido, pero también he guardado. Entonces, en esos años en que me dediqué a trabajar íntegramente con la poesía (pude dejar la sociología como ganapán), me dediqué a contar cómo había hecho determinados poema. Con eso hice un pequeño corpus. La idea mía era que uno debía dar testimonio de lo que hacía, no porque fuera nada excepcional, sino porque podía servirle a otros. Y, además, era una manera -para, uno mismo-, de tomar conciencia del trabajo.
LA SOPA ESTÁ SERVIDA
Yo siempre pensé que tenía que dar testimonio de cómo trabajaba. Entonces, en la década del 70, junté una serie de ejemplos que se publicaron en Hispamérica, una revista de Estados Unidos. La nota se llamó “Con las manos en la mesa” y es la narración mía de cómo surgieron algunos poemas y de por qué hice algunos cambios.
INSERTAR TOMA LA SOPA
El ejemplo más largo que tiene de narración acerca de un texto, dice, es el de “Toma la sopa”. Es un poema de 1977 que tuvo unas 30 versiones incluidas entre las páginas 170 y 179 del Tomo III. De plomo y poesía (1972 – 1979). “Nadie me ha dicho: mire, Canton, le agradezco mucho (ríe) el trabajo que se tomó …” Pero está hecho y él lo exhibe. Así como lo hace con tantos detalles, mixtura de registros que incluye la cotización del dólar, las edades que cada miembro de su familia tendrá en determinado año, fotos, reseñas, citas, teléfonos, direcciones. Imposible perderse. O encontrarse.
Versiones de un poema, modos de contar una biografía.
Quizás el yo, más que autoafirmarse a lo largo de las páginas, se disuelva, como acto de provocación, con el erotismo del movimiento oscilante entre lo que se devela y lo que se oculta. Casi igual que en Internet, donde está todo y donde todo, también, se esconde.
CON EL DELANTAL PUESTO
Si de era digital hablamos, imposible eludir otra de las recurrencias de Canton: el registro del manuscrito. Al hablar de eso, busca y nos regala su subjetividad fotocopiada y plastificada en la versión de un poema de puño y letra (cuerpo presente) y su trascripción final, a máquina o computadora. Mismo concepto, distinto sentido.
Yo creo en el manuscrito. Miren, les cuento y así se va enhebrando la historia. Yo, en Estados Unidos, compré- un libro de manuscritos de poetas. Me vine con él y lo llevé hace unos años de años al Festival Internacional de Poesía de Rosario. Yo necesitaba ver eso. Entre 1960 y 1963 estuve viviendo en ese país y, al volver, crucé todo el territorio. Una cosa que hice fue ir a la biblioteca que guarda manuscritos de poetas ingleses y norteamericanos y me pasé tres días – la gran fiesta- mirando rollos y esas cosas. Vi lo que sabía por mí mismo: hay tachaduras, flechas para acá y para allá, cosas que se dejan de lado, otras que se rescatan y se desarrollan, poemas que de arranque tienen tres o cuatro líneas y después se expanden, otros que se encogen. Todas las variedades que uno pueda imaginarse.
Y que, de acá en más, probablemente, quede reservado a ese campo, al de imaginar. Hoy, la mayoría de los escritores hace su trabajo en computadora y los procesadores corrigen sobre lo escrito y guardan la última versión, borran la tachadura.
Las versiones, en cambio, proponen que nada se escribe en una sola vuelta de horno, ninguna cocción es definitiva ni hay recetas infalibles para decir lo inefable.
EL BANQUETE
Cuando terminó la experiencia de “Asemal”, en el 79, el proyecto mío era hacer una especie de narración general con la historia de los poemas entrelazada con mi vida. Porque , cuando empecé a poner cronológicamente los poemas, me di cuenta de que era un poco el cuento de mi vida. La idea arrancó a mediados del 75 y me puse a escribir en el 86. Entre el 86 y el 89 hice la redacción inicial, que terminaba en el 89. En ese momento, muy esperanzadamente, creía que iba a poder editar eso a la vuelta de la esquina; en el 90, 91. No fue así. Después, tuve algunos contratiempos económicos. En fin, me pasé toda la década del 90 tratando de publicar algunos gajos de esa narración. La narración tenía, hoja tamaño oficio, a un espacio, 1500 páginas. Todo el mundo se peleaba para editarlo (risas)
Entre el exceso y la exuberancia, Canton se deshace de sí mismo en su obra, para dar cuenta de su época. “Hace poco el marido de una gran amiga dijo que es la primera autobiografía que lee en la que no se habla del autobiografiado”. Elige recortar por el lado de la abundancia y se da el gusto.
Si uno quiere acercarse a entender algo de una persona, de lo que hace, hay que dar cierta riqueza de información. El tema del dólar, por ejemplo, ha sido fundamental durante toda mi vida. He asistido a todos los vaivenes que se puedan imaginar. Al igual que otra serie de temas vinculados con la economía fueron decisivos en mi vida. Yo ilustro cómo compré un departamento a una cuadra de Santa Fe y Pueyrredón en el año 1967, por 15.000 dólares. Si piensan qué pasa hoy en día, se pueden dar una idea de cómo alguien podía vivir en ese momento. Hay una gran riqueza de materiales, que encontré y también que busqué. Con ellos intento recrear, y con eso, también, me he divertido mucho.
Es que hay algo lúdico en ese componer y descomponer para crear algo nuevo. El registro de la descomposición llega al límite (él se pregunta todavía sobre las repercusiones de esa publicación) de incluir en La Yapa – Primera parte, fotos del cajón abierto de su padre en el momento en que le tocó reducir su cuerpo. Cuenta en el texto que, como uno de los huesos de un hermano era muy grande, debieron ponerlo con los restos de otra parienta. Y escribió: “fue un connubio expeditivo que seguramente no imaginaron”.
También me tomé el trabajo de localizar la colección de “El Gráfico” para conseguir fotos de las peleas que yo había visto en el Luna Park, las mismas que, a treinta o cuarenta metros de mi asiento, veían Perón y Evita. Después, cuando me puse a trabajar en el tomo de mi infancia, fui a Carmelo y encontré en la casa de mis parientes algo sensacional. Los documentos de un juicio por el cobro de la tarifa del cruce en balsa del arroyo del lugar (cuando no había puente). La denuncia señalaba una anomalía: todas las cifras terminaban en cero y la tarifa de la balsa era con centavos. Eso demostraba que estaban haciendo trampa, estafando. Me pareció sensacional y mandé la narración. Si habrá lectores para esto, no lo sé.
Aunque no lo sepa, seguro lo intuye, a la vez que se recuerda. Como dice en otra de las páginas de su Yapa sobre una lectura de alguna vez en alguna biblioteca: “Me da que pensar el que esté consultando el mismo volumen que otro leyó hace noventa años”.
Siempre pensando en perspectiva, dentro de 50 años, por ejemplo. Tengo un poema en “Asemal”,”Temporalidad”, en el que la escritura inicial, surge un día que estoy esperando un colectivo en Chacarita. En la estación de trenes, la luz del sol se ve de cierta manera muy hermosa. Yo anoto, no sé ni en qué calle estoy, pero anoto. Eso me queda y después sigo trabajando con el poema. Lo que hago es describir ese momento y trato de imaginar cómo habría sido en 1874 y cómo será en 2074, cuando ya no voy a estar [la narración está en el Tomo II. Los años en el Di Tella (1963 – 1971), p. 137]
Pero quizás haya alguien leyéndolo.
ANTES DEL PAN, SIEMPRE FUE EL TRIGO
Queremos saber cuál es su momento de empezar a escribir, cuándo considera que una historia, una imagen, una vivencia, necesita pasar al papel. Y él, claro, tiene ejemplos y anécdotas.
Contraste, relámpago y memoria: primeros ingredientes
El primer poema mío y el primer libro mío fue “La saga del peronismo”. Digo, como poema largo, no poema suelto. Y ese poema surgió un día en la universidad de Berkeley, donde estudiaba sociología. Un 25 de mayo, cuando vi llegar al campus a unos obreros en un camión para hacer algún arreglo, no sé qué. El contraste entre esas personas y los estudiantes, varones y chicas, con ropas informales, con libros bajo el brazo, me remitió inmediatamente al 17 de octubre de 1945. Yo, en aquel momento tenía 16 años, anduve por las calles, soy testigo del 17 de octubre. Y ese recuerdo, como un relámpago, a mí me dio la idea de escribir un poema. Y ahí arranqué. Yo estaba viviendo en la International House, y ese o al otro día, lo primero que hice fue consultar a amigos y compañeros de qué se acordaban si les decía Perón o peronista. Alguno hasta me hizo una lista. Algunos decían cosas totalmente intrascendentes o del acervo común. Entonces, la comparé con mi propia lista, yo ya había hecho una especie de guía con lo importante para mí. Y ahí me quedé muy tranquilo, mi memoria funcionaba bien, es decir, se había olvidado de lo intrascendente. Así arranqué y escribí el libro.
La naranja se pasea (aunque esté descompuesta)
Este otro caso es más deliberado, pero también vinculado con el azar. Hay un poema mío que se llama “Corrupción de la naranja”. Surgió a fines del año 1963, ya tiene más de 50 años. Y yo tengo todavía un pedazo de una de las naranjas originales, que se ha petrificado. En un momento lo había perdido, pero lo pude recuperar. Cuando escribí el poema, yo estaba viviendo solo, en un departamentito chico, por el Parque Chacabuco. Y, como no tenía heladera, compraba periódicamente alimentos. Yo soy un gran frutero de toda la vida, la fruta es muy importante para mí. Un día descubrí que tenía una naranja en una escalera que daba a una terracita. La fruta se estaba descomponiendo y dije: esta es la mía. Me puse a registrar cómo era el proceso de descomposición. Además, le agregué dos naranjas más. El proceso duró, con tres naranjas, cerca de tres meses, durante los cuales yo tomaba nota periódicamente
El germen de la vigilia
“La mesa” es otro ejemplo. Tengo un pequeño librito que se llama “ La mesa”. Lo he injertado también en uno de los tomos, el de la década del 60. Se escribió entre 1967 y 1969 y nació de un sueño. Un día me fui a dormir y, de repente, me desperté diciéndome unas líneas; era de lo más extraño, algo como: la mesa se compone de una tabla y cosas así. En esa época yo estaba bastante alerta, cosa que no siempre hago. Entonces, prendí el velador y me puse a anotar. Tengo el manuscrito de eso, son unas 150 líneas que salieron de un tirón, a lo largo de una hora más o menos. Ahí está el germen de todo el libro. Sale de un sueño, porque estuve alerta.
Recocciones verbales
- Ya que estamos de anécdotas, ”El Abecedario médico” es otra de mis producciones. Mi padre era médico y un hermano mío, también. Yo estaba acostumbrado a tener en mi casa, y consultar, los vademécums (el arsenal de los médicos). Un día en el 72, 73, me golpeé con una ventana; me había mudado hacía poco y me lastimé, me corté el cuero cabelludo, me sangró. Fui al hospital cercano, el Rivadavia, me pusieron algún punto y me pidieron que compra una inyección antitetánica. El nombre: Tetabulín. La compré y me olvidé del tema. Unos meses después, no puedo precisar cuántos, me acordé del Tetabulín y anoté en un papelito: = corpiño mistongo. Hay un tango que habla de un bulín mistongo (lo canta). Después de un tiempo, volví a encontrar el papelito ese en el bolsillo de un saco y dije: puedo hacer algo con esto. Lo relacioné con los vademécums y me puse a leerlos y a redefinir los productos medicinales. Pasé dos o tres años en esa tarea. Después …, les ahorro las desventuras de la publicación. Ese es otro arranque de una obra, a partir de un accidente doméstico.
LA SOBREMESA
La disección del idioma parece ser una de las obsesiones de Canton, un viejo proyecto que- dice- quedará para otros. Busca “tomar la mayor conciencia posible del idioma que uno maneja y ver qué puede hacer con eso, como si fueran ladrillitos para hacer algunas construcciones distintas”
En “La Yapa – Primera parte” (la Segunda Parte está escrita pero, todavía, no publicada) plasmó en una página: “La idea básica sería: ¿cómo hacer la disección de un idioma (el castellano en este caso, y el castellano tal cual lo hablan –pronuncian- los hablantes del área en que vivo)? El objetivo final sería, naturalmente, no solo adquirir un mejor conocimiento sobre el idioma (mayor conciencia sobre las herramientas que uno usa naturalmente) sino a partir de allí introducir variaciones que son parte del trabajo poético”.
Poder sistematizar esas variaciones es lo que me interesa. Más que nada, pienso en los juegos de palabras, pero no como algo intrascendente, sino como algo que puede ser otra cosa. Había una sección en la revista Viva ,de Clarín, que recopilaba dichos de los chicos cuando no dominan todavía el idioma y dan lugar a errores divertidos. Tengo ejemplos, también, de algunos de mis hijos: el avión levanta abuelo, o la lintérnaga, de la linterna y la luciérnaga. Creo que se puede trabajar muy en serio en eso. Yo no pude hacerlo, quedará para que lo hagan otros.
NUESTRO CAFÉ DE YAPA
Antes de irnos, cuando ya los mozos pasaban algunas pizzas cerca de nuestras narices y el grabador se había apagado, Darío Canton nos tenía reservadas dos preguntas. Quería respuestas nuestras.
La primera era sobre algo que aparecía en una nota de Juan Forn, en la contratapa del diario Página 12, que traía entre sus cosas. Él quería saber el significado de canuto; no lo conocía. Le hablamos, entonces, sobre lo clandestino, la jerga lumpen de la cárcel, lo escondido, la transgresión a la norma.
La segunda cosa era saber qué pensábamos sobre contar cómo se escriben ciertos poemas. Allí hablamos de la provocación y, una vez más, de la integración y la mezcla; del carácter precursor de sus técnicas, que se adelantan a las posibilidades de internet; del fragmentario, como forma de escribir más allá de los géneros; de la autobiografía, más que como las cosas que a uno le pasan, como de los registros cotidianos que impactan, a veces en crudo, a veces poetizados, a veces con fotos: allí donde la cocina de la propia escritura es parte. Así como lo es el modo de registrar la forma de percibir el mundo, el modo de cocinarlo. Y de cómo, a partir de ciertas huellas, se escribe; con su propia poética. De la necesidad de preservar r lo indecible.
Darío Canton nos ofrece regalarnos los tomos que no tenemos de su obra. Nos cuenta sobre un artículo que ayer nomás terminó de escribir con un colega estadígrafo, sobre el Éxodo Oriental, el movimiento de población que acompaña a Artigas ante la invasión de las tropas portuguesas. En el padrón de 1811, dice y se entusiasma, él tenía parientes por línea materna y, de curioso, se puso a estudiarlos. “Bueno, esas cosas”.
Hoy, un día después, escribimos estas líneas de nuestra experiencia, del encuentro. Escribimos el nombre Darío Canton en nuestro número Anartista sobre la velocidad. Es probable, casi diría seguro, que nuestro nombre, El Anartista, hoy, ahora, esté siendo parte de una nueva yapa de Darío Canton.
Un placer habernos tocado el timbre y abierto la puerta para salir a jugar.
Un testimonio de la generosidad. Dejando huellas para otros, por si les sirve.
Ningún misterio, leer despacio, tomarse el tiempo. Genialidad y paciencia. Comienzo mi jornada agradecida. Dario Cantón, mi admiración y respeto
gracias, Marcela!