Por Cecilia Illia.
La velocidad: Sobre trenes, huellas y corrimientos.
LAS IMPRESIONES HUMANAS
El tren japonés maglev –por levitación magnética- batió en estos días el récord de velocidad, 603 km/h. Mediante un impensable mecanismo de imanes, y quién sabe qué otras yerbas, se mantiene suspendido sin contacto con el riel. Maravillas de la invención humana, siempre dispuesta a luchar contra la distancia y la muerte, con el afán de correr los límites, aunque sea un poquito más allá.
Y otro poco.
Y otro.
(El hecho de que en su apuro tropiece más a menudo con la muerte, pensándolo bien, no lo contradice. El desafío a la muerte es un modo de neutralizarla, de quitarle espesor.)
¿Qué se verá por la ventanilla del tren? Se me ocurre un presente disuelto en haces de luz. Manchas disipadas en el aire. Colores en movimiento como pájaros en picada, estrellas fugaces, insectos momentáneos.
Polvo de formas.
Aunque, si el trayecto fuera en la planicie, podría recuperarse la imagen en la distancia. Curioso. Sin horizonte, el cuadro se descompone y la sensación en nuestro cuerpo es un mareo cercano a la arcada. Necesitamos la distancia para rescatarnos de la náusea, incluso de aquella sartreana, la existencia desnuda y el sentido explotado.
BIG BANG
Justamente, al mirar a la distancia, observando las estrellas, fue como el científico austríaco, Christian Andreas Doppler, descubrió cómo el movimiento del objeto que él observaba cambiaba la frecuencia de la onda lumínica, emitida de acuerdo a si se alejaba o acercaba a él. Escribió su tratado en 1842. Diversos científicos continuaron investigando este fenómeno para ondas sonoras y electromagnéticas. Es decir, cuando un objeto se acerca, las ondas se acortan, se aplastan, se agudizan, se azulan. Cuando un objeto se aleja, las ondas se alargan, se agravan, se arrojan –se vuelven rojas-.
Si algo está muy cerca, sus ondas se amontonan. ¿Será por eso que el universo se expande? ¿Buscará distancia para encontrar algún sentido? ¿Estará huyendo de la náusea?
La distorsión de las ondas, la de la velocidad.
LA VELOCIDAD ATEMPORAL O EL ESPACIO ETERNO
Al revés. El páramo de Ray Bradbury y su dragón de ojos de fuego y aliento de gas blanquecino. Bradbury necesita erradicar el tiempo, inventar un espacio eterno, si es que eso es pensable. Ubicar dos caballeros atemporales con armadura y corselete de plata, dos hombres sin esperanza y, a la vez, dispuestos a enfrentarse al monstruo, que arde a través de los páramos y echa rayos y azufre. Porque no hay vuelta atrás. Sólo avanzar hacia la muerte segura, abrazados por esa ráfaga que arrastra el tiempo, que deshace el tiempo.
El dragón se acerca veloz, rugiente. El efecto doppler aplastó el corazón de los caballeros, a sus lanzas y a sus armaduras. Fue la confusión de la cercanía, la disolución del tiempo en el instante, el estallido del sentido.
El tren siguió su camino, silbó un buen rato con un pitido cada vez más grave, más lejano, ¿rojizo, por los restos de los hombres confundidos?
CARTOGRAFÍA DE UNA FUGA
Como salir corriendo. Es algo común, una reacción insondable y frecuente. Querer salir ya mismo de este lugar. Rápido, en expansión, en busca de la distancia. Abandonar la náusea, la implosión del tiempo, el amontonamiento.
Fugar en moto.
“Me gusta subirme a la moto cuando me siento saturado. Tomo cualquier ruta y acelero. Porque la sensación de velocidad depende de la aceleración. Lo que te da la moto es la aceleración, vence la inercia muy rápido. Después el viento, el cielo, la cinta del asfalto hacia adelante, eso también suma, pero lo ‘único’ es la sensación de peligro de la aceleración.”
“¿Peligro?”
“Es embriagante”
“¿Como una droga?”
“Claro. Hay algunas drogas, como la bencedrina, que causan la misma sensación. La usaron en la segunda guerra para levantar a la tropa.”
¿Y el tren? El tren surca caminos. El transiberiano, el transmanchuriano, el transmongoliano, el de la ruta de la seda. Predeterminados. Surca caminos predeterminados. Un mapa. ¿Para qué apurarse? Si sabemos adónde vamos.
Hay gente a la que le gusta mucho los trenes. Construyen maquetas, compran réplicas, hacen viajes por el gusto de viajar en tren.
“A la vez no tenés protección alguna, el contacto con tu alrededor es directo. No hay mediación. No tenés la chapa del auto o el vidrio de la ventana. Es velocidad pura”
” ¿Qué es velocidad pura?”
“Es omnipotencia. Libertad de movimientos.”
“¿Quién se mueve?”
“El compromiso del cuerpo es muy alto. Cuanto más liviano sos, más difícil es. Porque tenés menos masa para controlar la moto. Si sos liviano, la relación entre tu masa y la de la moto es desventajosa. Además, cuando aumentás la velocidad la moto es más estable, aunque también más sensible. Es el principio de la bicicleta, la fuerza centrífuga vence a la fuerza de gravedad.”
Dicen que los surcos de los carros, al dejar su huella penetrante en la tierra, fueron los precursores de las vías. Sólo había que guiarse por las marcas y estabilizarse en la profundidad del cauce. Aunque el ferrocarril surge en la Revolución Industrial –Inglaterra- en los siglos XVIII y XIX, desde mucho antes se usaron carriles para transporte en las minas. En la Cosmographica Universalis de Sebastian Münster –popular libro del siglo XVI- puede verse la ilustración de una vía en una mina de Alsacia.
“¿Y los riesgos?”
“¿Los riesgos? A la moto la manejás con las piernas, desde el centro de tu cuerpo hacia adelante. Desde el vientre. No pensás en eso.”
Las vías son las huellas evidentes. Ningún esfuerzo para buscarlas, ninguna confusión. Si bien existen las agujas y lo más lindo, los guardagujas. Ellos se toman el trabajo de resolver cualquier encrucijada y se quedan con la agudeza en sus bolsillos. Los guardagujas y los guardabarreras, hermosos oficios erradicados por la tecnología, suavizaban los irremediables cruces de cualquier camino, por marcado que esté.
COMPÁS DE ESPERA
Al caminar en la playa, me gusta leer sobre la arena la velocidad en las huellas de mis antecesores. El largo del paso –también inciden la altura y el peso- el contorno cortado de la zapatilla o del pie. Si se detienen a mirar el mar o los tesoros que dejan las olas en la costa.
Porque las huellas se leen.
Así debió imaginar el hombre la escritura. Empezó con marcas, dibujos, jeroglíficos, letras.
Para eso hay que demorarse, oscilar la mirada de las huellas al horizonte. Seguir el vuelo de alguna gaviota recupera el movimiento, también la convulsión de las olas.
Pero hay que detenerse porque si no, nos perdemos lo mejor.
Además, por lo menos a mí, leer en movimiento me da náuseas.