Por Pablo Arahuete
La Velocidad: Sobre la película “No toda es vigilia”, de Hermes Paralluelo
LAS DESVENTURAS DE DEPENDIENTE Y SOLEDAD
Dependiente y Soledad pululan y escrutan los pasillos del hospital. Dependiente parece haber superado esa dura barrera: la velocidad de la edad. Ahí se lo ve,acostado y a la espera de alguien que lo traslade al ascensor. Soledad, en cambio, arrastra la vida en el chirriante andador y por los enormes pasillos silenciosos. Busca, lenta, pero la velocidad la deja retrasada en ese andar constante, aunque minúsculo.
SILENCIO, HOSPITAL
Las primeras imágenes de “No todo es vigilia”, documental del catalán Hermes Paralluelo, se instalan en una alta tensión y en una honda angustia, al tiempo que nos introducen en la realidad de sus abuelos, Antonio y Felisa. Ellos le escapan al destino del geriátrico y viven en una pequeña casa, absolutamente solos. Duermen en camas separadas y coexisten en el vacío, cuando la oscuridad le gana a la pequeña luz, filtrada por algún recoveco.
Los achaques de la vejez, reflejados en los rostros, ella parece sufrirlos más que él, aunque el hospitalizado sea Antonio y quien siempre espera, Felisa.
El hombre aguarda que le realicen unos estudios y, de vez en cuando, comienza a contar su historia ante distintos interlocutores que lo pasean por los pisos, sin prestarle atención. Es el relato horizontal de su biografía. Es el corte del pasado, que se aproxima como un cuchillo a su nueva realidad, la del dependiente y la del desamparo.
Felisa, su esposa hace más de seis décadas, busca y espera, pero se pierde. Nadie sabe orientarla en su aventura del extrañamiento. Ella también es, a su modo, dependiente de la buena predisposición de algún alma caritativa para acompañarla hacia donde Antonio continúa su soliloquio entrecortado.
EL CEMENTERIO DEL TIEMPO
En la cámara de Hermes Paralluelo conviven, por un lado, la paciencia del director, que sabe esperar los momentos de verdad- gemas del documental- y, por otro lado,su capacidad de síntesis para, en un encuadre, dejar plasmada una idea, que va mucho más allá de la imagen y se incrusta en el alma del espectador. Entonces, el hospital ya no es un hospital, sino el cementerio de las horas, donde todo deviene a otra velocidad. ¿Quién corre a la espera? ¿Los recuerdos van más rápido que la memoria? La parábola de Aquiles y la tortuga se da aquí en una macabra puesta en escena.
EL AROMA DEL CALENDARIO
El presente de Antonio ya no es tal, se ha cristalizado en ese lugar sin lugar, una sala de hospital. Sin embargo, la resistencia del recuerdo parece mover las perezosas ruedas de la camilla, cuando él aguarda la llegada del ascensor. Cada pausa en su narración-prolija, no salteada, coherente- es una hoja del almanaque que pasa y vuela; cada imagen de su niñez, un aroma perdido entre las fragancias de sus recuerdos. ¿Qué se deja de recordar primero? Avanza la memoria como la tortuga para que Aquiles no la alcance, para que no la sobrepase en su intento por atrapar ese instante de vida pasada. Felisa ya ni los huele a los recuerdos, los reconoce cuando finalmente se encuentran, al resguardo del olvido y con ganas de volver al hogar.
DOCUFICCIÓN DEL SILENCIO
En la casa de Antonio y Felisa el tiempo no pasa, sí lo hace la lentitud habitual para las reacciones cotidianas y para la falta de memoria reciente, elementos que la cámara capta en una mezcla de ficción y documental, durante el tiempo en que ambos registros coexisten.La cámara escucha el silencio, el balbuceo aferrado a las palabras en la sordera de los equívocos,resueltos desde la mirada cómplice de él hacia ella. La incomunicación circundante se asfixia en su propio veneno, porque entre ellos prevalece el reconocimiento del otro, puntal de una historia de amor sin tiempo, ni condicionamientos del afuera.
MEMORIAS DE PASILLO
“No todo es vigilia”, además de retratar desde el corazón y la sensibilidad el triunfo del amor de una pareja de ancianos sobre la velocidad en la que trascurre la vida, es un manifiesto cinematográfico sobre el tiempo y la manera de representarlo. Lo hace sin apelar a convencionalismos ni a elementos discursivos recurrentes. Mientras todo pasa frente al lente, también transitan las ideas y reflexiones invisibles que marcan los límites del cine, en función a la realidad que encuadra o pretende retratar. Es allí donde tallan las palabras y los detalles configuran un espacio de representación simbólico, en el que los relojes de pared sobran y las fotos que miran a los personajes complementan a los ojos negados a observar el paso del tiempo.
En la película del realizador catalán se espera a la acción para que fluya sin provocarla, mecanismo aplicado a los recuerdos de Antonio y Felisa, con interlocutores que están allí presentes, pero no visibles. Tal vez son los fantasmas: ellos vienen a confrontar antes que la muerte dicte su sentencia.
La belleza de lo efímero encuentra aquí su espacio cinematográfico, como si la velocidad del olvido no existiese cuando,desde la primera escena, ese ejercicio de vitalidad que practica Antonio afirma su biografía ante desconocidos, mientras Felisa lo busca por los pasillos del hospital y de la casa. Y lo espera.