La persistencia: sobre el dolor
Por Viviana García Arribas
PUNCIÓN LUMBAR
Acostada sobre la camilla, en posición fetal. Las piernas abrazadas contra el abdomen. Espero. Algunos ruidos sordos a mi espalda. Una voz profesional, aunque afectuosa, me dice: “ahora, flojita”. Apenas contengo la respiración, mientras la aguja hace el trabajo en mi columna.
Visión doble. El mundo se duplica. Por un segundo, el miedo. El temor de no volver a ver normal. La realidad se distorsiona, ¿qué había mirado hasta entonces? Cierro los ojos y me tranquilizo.
Fundido a negro.
No hay dobles ni sencillos. Abro el ojo derecho -el sano- todo está como antes, como siempre. Me traiciona el izquierdo. Desde el día anterior, se niega a mostrarme las cosas habituales. Insiste en crearles un fantasma. Miro bien: no sé distinguir lo real de la copia. Pienso. ¿Existe lo real? Si mi ojo izquierdo puede reproducir dos donde hay uno, ¿puedo decir que uno de ellos tiene mayor entidad? ¿Prevalece uno sobre el otro? Una versión caprichosa y retorcida del mito platónico se me enfrenta ni bien abro los ojos: la idea de mesa y su copia, la idea de árbol y la suya. El hombre y su original. La aparición simultánea de ambos en mi campo visual me descoloca y prefiero no mirar. Desviar la vista, entrecerrarla, para no ver el universo multiplicado.
“Hay que hacer una punción lumbar”, había dicho la neuróloga. Extraer un poco de líquido cefalorraquídeo, a ver qué pasa. Si es que algo pasa. El espectro abarca: parálisis en los músculos oculares, lesiones, trastornos circulatorios y tumores en el ojo. Por evidente, descartan el estrabismo.
El dolor es intenso. Desde el día anterior, castiga mi cabeza, late en mi nuca, tira, como un gancho, de mi ojo izquierdo. Se instaló desde temprano y lo supe: no se iba a ir con facilidad. Casi, desde que tengo memoria, me ataca. Me despierto y mi primer pensamiento está dedicado a mi cabeza. ¿Me duele? ¿Me dolerá hoy? ¿Podré trabajar, viajar, vivir sin dolor? Una vez por semana, la respuesta es: no. Me invade y no se va por doce horas. A veces, más. Algunos dicen que es incapacitante. Yo trato de no darle importancia. Se me hizo costumbre.
Sé que no va a dejarme. Dolor y placer se confunden, se entreveran. Si desaparece de una parte de mi cuerpo, tarde o temprano, nace en otra. Tal vez, hable a través de mi dolor. Quizás exprese todo eso que persisto en ignorar.
EL DIAGNÓSTICO
Los médicos intentan explicar. Descartadas varias posibilidades, solo les queda el dolor o el estrés. También un virus. Debo permanecer varias horas acostada. Me dicen que descanse. Por suerte, está todo bien.
Me despierto varias veces en la noche. Duermo un sueño liviano e inquieto. Fuera de la habitación, se escucha el deslizarse de las camillas, algunas órdenes de las enfermeras. Otras voces, quedas y angustiadas, se filtran a través de la puerta apenas abierta. Necesito ir al baño. ¿Cuántas horas habrán pasado? Dijeron que no debía levantarme. Podría provocarme un fuerte dolor de cabeza. ¡Ja! Me incorporo y camino. No veo bien. Salgo al pasillo de la clínica y la luz me enceguece un poco. Sigo adelante. Recuerdo cuando miraba la tele de chiquita y la imagen se distorsionaba. “Tiene fantasma”. Y papá movía la antena. Nadie viene ahora en mi ayuda.
Todavía no llega la furia. Prevalece el temor. No saber qué me pasa o cuándo se me va a ir. Pero sé que mañana o pasado, cuando esté más tranquila, voy a volver a odiarme. Y a preguntarme por qué.
Nuevo día, nuevo médico. Cambio de guardia a las ocho de la mañana. Entra en la habitación, mientras hablo por teléfono a mi oficina. Aviso que no voy a ir a trabajar. El médico prejuzga: “con seguridad, es un pico de estrés”. Me receta clonazepán y me manda a casa.
Después de una noche internada, estoy sola otra vez. La cabeza ya no me duele, pero todo sigue duplicado. Cuando crucé la calle, antes de entrar -del brazo de mi marido, palo mayor de mi nave en esta tormenta- las personas con las que me cruzaba parecían ir de a dos, como siameses. Sensación de náusea, inestabilidad, mareo. La noche me había traído la paz de su negrura. No ver. Ni simple ni doble. No saber. Pensar que todo fue una pesadilla.
Vuelvo a contemplar ese mundo anómalo que mi ojo izquierdo se empeña en mostrarme. Trato de incorporar esta nueva imagen. Se revela tan real que pone en cuestión lo visto hasta ese momento. Me obliga a reconocerlo como extraño. O, al menos, de realidad incierta.
LA VUELTA
Pasan los días y la visión se normaliza. Me olvido de mis dudas filosóficas y sigo con mi vida. Incorporo dos o tres remedios a mi pastillero.
Y espero.
Esta, es de esas lecturas que te dejan un buen sabor de boca; ligerita, amena,interesante, narración fluida, informativa, etc. Me encanto!!! Wow!!! Felicidades!