Persistencia: de la mirada
Por Carolina Diéguez
LA NO- VELA DE LA ETERNA
¿Puede la mirada de un ser querido persistir en la nuestra? Adherida, velada, superpuesta. ¿Qué consistencia tiene?
Unos ojos me miran más allá de la distancia que imponen la pared o el libro. Están del otro lado del papel, pero su fuerza cuestiona desde el silencio. Desde ese otro lenguaje, libre de palabras: el de la fotografía o el de cualquier obra de arte. La imagen, esa libertina llena de potencia, no requiere de ningún guión para su defensa. Su jerarquía nunca está en juego. Su fuerza persiste aun cuando dejemos de mirarla. Se instala en nosotros. In-velada, siempre otra vez narrada. Oculta y puesta al descubierto. Sensual e inaprensible: la mirada.
LA VENTANA MÁGICA
El vacío de esos ojos abre una ventana en los nuestros, un hueco que sólo puede llenarse con imágenes traídas de otro tiempo –dentro o fuera de la memoria–.
Como dijera alguna vez Luis González Palma, autor de esta fotografía: “nadie sale ileso de la infancia”.
Abro una caja. En su interior, un cuaderno de mi abuelo, completamente escrito a mano. Dentro, varios dibujos del jardín y gráficos con la disposición exacta de flores, plantines y almácigos.
Un mapa perfecto indica la distribución y el crecimiento en el tiempo, con indicación de tipo, especie y color. Podría ser una obra conceptual o la gráfica del proceso durante una obra de arte.
Gráfico abuelo – plantines clasificación – orientación y crecimiento
Pensar una obra es como pensar un jardín. Lo orgánico y perfecto de la naturaleza contenido en la matemática más pura.
¿Puede la mirada de un ser querido persistir en la nuestra?, ¿o funciona acaso como una ventana que nos abre a ser otros?
LA IMAGEN QUE NOS MIRA
La letra del abuelo me mira desde el papel, su imagen me interroga desde cada una de sus fotos. Y esa otra imagen…
Ese otro ajeno a mí, la foto de un desconocido que me mira. Qué extraño este encuentro con el lenguaje, sugerido por un cuerpo que no es un cuerpo en sí. Hay algo innombrable en aquella foto. Eso me interpela, me conmueve. Un corte, una extrañeza “me despunta y (…) me punza”[1]
Y, en ese cruce de miradas –la mía sobre la foto, el sujeto fotografiado que me mira, el fotógrafo que mira a través de la foto– se funda un espacio de encuentro. Las miradas ponen en movimiento el mecanismo del intercambio.
Imposible escapar a ese sentido relacional.
EL AURA
“La presencia de una lejanía por cercana que esta pueda hallarse”.[2] En su inasible, la mirada es también lo menos disimulable, lo más inaprensible, pero también lo más legible. El lugar más lleno de ambigüedades de un cuerpo.
¿Qué esconden? ¿Qué dicen esos ojos? ¿Qué encuentra en ellos el fotógrafo? ¿Qué finalidad se oculta tras el retrato fotográfico? ¿Qué pretende la fotografía o el fotógrafo más allá del “registro”? Quizás, ellas constituyan más un inventario de la memoria que de la realidad en sí. Hay en la mirada de esos niños, mujeres y hombres algo que merece ser visto, lejos de la cotidianidad de la imagen.
Es justo en la trama entre el ojo y la mirada, donde la metafísica se quiebra por completo. No puede existir mirada sin ojo, ni ojo sin mirada. Por dura, seca, esquiva que sea, la mirada mira. Cuerpo y alma son una sola sustancia. La mirada, entonces, no resulta la emanación de un ojo. El ojo es la mirada y viceversa.
Hay un solo espacio donde no puede interponerse una reja. Adivine, usted lector, cuál es.
LA GEOGRAFÍA DE LA MIRADA
“… ¿Cómo se construyen, en nuestra experiencia interna, unos ojos que nos miran fijamente? ¿Cómo se interpretan y elaboran, en nuestro interior, las sombras, los brillos y toda la geografía implícita en cada fotografía” Si nuestra forma de ver se confecciona desde lo social y lo cultural, podemos concluir que toda mirada es política…”[3]
Todo mapa de una mirada viene con división política. El peinado, la expresión del rostro, la presencia o ausencia de maquillaje, todo está atravesado por las determinaciones de un tiempo y de un espacio.
Hay una sola provincia en este mapa atravesada por otro tiempo, aunque no por eso sea una zona fuera de la historia. ¿Cómo brillaban los ojos de un griego?, ¿cómo brillaban los ojos de un italiano medieval? ¿Cómo brillaban los ojos de mi abuelo?
Así como los mapas están atravesados por ríos, fronteras y lagunas, así podría cartografiarse- desde el cuerpo de una foto- el flujo del brillo en una mirada. En el curso de este río de luz, se cruzarían las imágenes de mi memoria con la prepotencia de mi fantasía y con las lagunas del tiempo. Todas torcerían y volverían a un punto en la foto, la gran desembocadura de todo este discurrir, ¿será ese el punctum de Barthes?
En “La cámara lúcida”, Barthes contempla la fotografía de su madre en el invernadero. Ella tenía, entonces, tan sólo cinco años. Pero, al observarla, Barthes reconoce en esa niña a su madre. Ve en ella algo así como la esencia de su madre y dice: “La foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados» [4](…) No me importa la vida de la foto, sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos y no con una luz sobreañadida» [5] De la misma manera, cuando miro la foto del abuelo, sus ojos me atraviesan y su mirada se instala en la mía.
El punctum es intensidad, “eso” hace que una fotografía afecte.
LA PROFECÍA ENMARCADA
Decía Blanchot que la profecía no anticipa el futuro, sólo retira el presente. En este desacomodarnos de la cronología, la fotografía se despliega a sus anchas. Como una rebelde en el intento por quebrar la rigidez del marco que la sostiene, la foto obliga nuestra mirada a otro tiempo. Corridos de nuestro presente, nos incomodamos, nos desterritorializamos. Mucho más, cuando la foto no es cualquier foto, es la foto de una mirada. Porque ahí no nos mira un hombre, no nos mira un papel, no nos mira simplemente una imagen; no estamos frente al cotidiano misterio de un espejo, sino en el territorio sagrado de la refracción. Mirada contra mirada, la dirección del mirado y de quien mira se bifurca.
ÁRBOL DE FRUTO AJENO
Personajes y escenas donde predomina el sepia, imágenes de una luz oscura. La mirada atravesada por la cultura. Sus fotos tienen el clima de las iglesias latinoamericanas y remiten, de alguna manera, a la cultura maya. Y, en esa atmósfera oscura, la luz siempre subraya la mirada.
La cultura, la realidad, el afuera colonializan al cuerpo hasta desmembrarlo. Y uno se vuelve fruto de ese árbol ajeno, colmado de imperativos. Así y todo, es imposible separar al ojo de la mirada.
Y la herencia de la letra del abuelo insiste y dibuja un trazo en mí.
Luis González Palma:Nace en Guatemala 1957, en donde estudia arquitectura y cine. En 1984 comenzó a experimentar con la fotografía. Sus fotografías desdibujan los límites de la disciplina. Es uno de los más importantes fotógrafos de América Latina.Vive y trabaja en Córdoba, Argentina. |
[1] Barthes refiere al “punctum” de una foto, en La cámara lúcida
[2] Benjamin, Walter.
[3] González Palma, Luis: Declaración del artista.
[4] BARTHES, Roland. La cámara lúcida. Ed. Paidós; Barcelona, 1998. p.143
[5] BARTHES, Roland. Ibíd., 144