Por Lourdes Cabrera
Los anormales: Sobre “El Tigre Acosta”
MIRTHA LEGRAND O TENER CORAZÓN
Aún después de la dictadura y todavía hoy, sobrevuela el ¿qué habrán hecho? Si uno se pregunta qué habrán hecho, ¿quiénes?, las respuestas orientan sobre los juicios de valor implícitos en estos interrogantes: los terroristas, los que querían una dictadura de izquierda, los que odian el orden, “los anormales”.
Pero, para los militares, había “anormales” y «anormales”. Si se trataba de secuestradas mujeres, entonces, ya se las recategorizaba como “subnormales”. La condena se agravaba con vejaciones físicas y con violencias del lenguaje exclusivas para ellas.
Sin embargo, los militares no estaban solos. Cuando se habla de dictadura cívico- militar, entre la parte “cívica” hay quienes se destacaron por su colaboracionismo estelar. Cómo no iba a estar entre ellos, Mirtha.
“No sé cómo ocurrió. No me acuerdo si ella tenía la pregunta anotada en un papel “ayuda memoria”. Tampoco recuerdo si en ese momento estábamos solas (…) Pero, después de hacerme una observación sobre lo bien que me quedaba mi nuevo color de pelo, me disparó: “¿es verdad que vos salías con el tigre Acosta?” (…)
-¿Cómo que “salía”?
-Bueno…-reculó- Si es verdad que salían a cenar, eso es lo que dice la gente…
¿A qué se refería Mirtha con “lo que dice la gente”?, ¿a qué tipo de opinión pública? Contextualicemos: el encuentro entre Mirtha y Miriam Lewin- ex detenida en la ESMA- ocurrió el día que Néstor Kirchner decidió bajar el cuadro de Videla. Fue un 24 de marzo del 2004. Ese día, la sensible Legrand tomó la decisión “atinada” de suspender el habitual almuerzo servido por mucamas de uniforme y la entrega de regalos. Mostró su corazón al decir “no es un día para festejar”. Algunos leyeron el gesto de otra manera. Para recibir a Lewin, no hacían falta mucamas ni almuerzos elegantes. Qué corazón tan sensiblemente ambiguo el de Mirtha: una de cal, una de arena.
La pregunta de Mirtha tergiversa un dato de la realidad, pero no del todo. Ese es su estilo. Preguntar: ¿es verdad que salías con el Tigre Acosta? provoca en el oyente la referencia a una cierta intimidad, de la cual la “gente” podría concluir, “bueno tanta tortura no había, tan mal no la pasaban”.
Parte de la chicana está en la utilización del verbo “salir”. Como bien le contestó Miriam Lewin, a las secuestradas las sacaban, no decidían salir, no podían negarse.
En la pregunta de Mirtha, en su utilización del verbo, hay una implicancia: las secuestradas no estaban tan secuestradas, tenían un margen de libertad que, incluso, les permitía darse ciertos gustitos, como una salidita de vez en cuando. Incluso, con los mismos “represores” que, en el discurso de Mirtha y, en este contexto, tampoco reprimían para tanto.
Con el énfasis en el verbo, Mirtha señala varias cosas a la vez: una ética confusa, de la cual Miriam Lewin sería la representante; un cuestionamiento de su condición de víctima y una sugerencia- nada velada-, contraria a lo que dice otra gente. Según Mirtha, no solo no las maltrataban, sino que la pasaban bomba.
Ante la respuesta de Lewin, “-es verdad, nosotras mismas lo relatamos en el libro. (…). Nos sacaban a cenar. No salíamos por nuestros propios medios. No teníamos derecho a negarnos. Éramos prisioneras. Nos venían a buscar los guardias en plena noche y nos llevaban. A una compañera, Cristina Aldini, el tigre Acosta la llevó a bailar a Mau Mau, después del asesinato de su marido. Que a una mujer la lleven a bailar a un lugar de moda los asesinos de su compañero, me pregunto si no es una forma refinada de tortura. A Cristina, un oficial de la ESMA le llevó la alianza de su esposo, Alejo Mallea, a su cucheta en Capucha, donde estaba engrillada, para demostrarle que lo habían asesinado. Le preguntó si ella quería ver el cadáver. Cristina, al principio, dudó, pero después aceptó porque pensó que de lo contrario siempre se iba a quedar con la incertidumbre. Cuando lo vio, tenía dos tiros en la cara. Uno era el de gracia entre ceja y ceja. Lo habían ejecutado. ”
Mirtha no tiene otra que avergonzarse. Aun así, el “salías” representaba una afirmación que muchos hubieran querido hacer, no sólo durante la dictadura, sino también en los años del menemismo. ¡Qué trabajo de adormecimiento a nivel de la subjetividad se realizó durante tantos años para llegar a esto! ¿Cuánto tuvo que pasar para que una proporción de la gente se autorizara a condenar a las víctimas y no a los victimarios?, ¿qué perversión de la lógica puede invertir de tal manera los términos para que parezca una natural relación de causa efecto?
Y me pregunto más, ¿cómo es posible que los rumores sexuales acerca de las detenidas hayan tenido más influencia en el pensamiento de cierta gente, que las denuncias de tortura y asesinato?
REPITE, REPITE: EXISTIRÁS.
Por otra parte, es bueno señalar que los rumores de “connivencia sexual” solo funcionaron en relación a las mujeres. Es decir, por tratarse de mujeres luchadoras, al acusarlas, se incluía una doble condena: no solo eran subversivas sino también, putas. ¿Qué se puede esperar de una puta? Vendían su cuerpo hasta a los torturadores. Y uno se pregunta ¿por qué? Una prostituta lo hace por dinero, ¿por qué lo haría una secuestrada?
“No, no me acosté con el tigre Acosta, pero si lo hubiera hecho para salvar mi vida, ¿qué? ¿Quién podría juzgarme? ¿Quiénes pueden asegurar qué es lo que habrían hecho si hubieran estado en mis zapatos?”. Así contaba Pinky, ex detenida en la ESMA. Cuando la retiraban de su calabozo para bañarla, esto podía significar dos cosas: una inminente violación o que iba a ser usada como servicio doméstico para alguna cena o fiesta entre secuestradores. Y Pinky contó más. Una vez, cuando le ordenaron lavar un montón de vajilla, después de una cena de milicos, entre los platos, ella encontró un papel de alfajor Havanna. El llanto fue instantáneo. Era la primera vez que leía algo, desde el comienzo de su secuestro. Por otra parte, ese papel era la señal de que afuera seguía existiendo un mundo. Sin ella, claro.
Eso me recuerda la anécdota que contó un ex detenido uruguayo, acerca de un fósforo de papel, que lentamente desenrollaba para poder escribir. En el borde que linda con muerte, vincularse con la escritura o con la lectura era un salvavidas. No como literatura, sino como señal ínfima de vida: el lenguaje.
Por aquellos años, estimado lector, no hubo una manifestación callejera contra Mirtha. La indignación no tocó más que a pocos. Que Mirtha dijera lo que dijo era parte de la libertad de expresión, era una opinión más, normal, que se le agradecía al ejercicio de la democracia. Lo normal, así planteado, resulta como un pariente del sentido común: una conducta que no genera sospechas. Vemos así que lo normal puede instaurarse por un golpe de estado. Hay golpes del estado normal de las cosas. Golpes asesinos, que llegan acompañados por otro pariente: la prima de la normalidad es la caza de brujas.
El golpe de estado a lo normal genera un montón de anormalidades. A la gente se la llevan con vida. Pero, qué decir de los parientes, condenados a la espera: aceptar la muerte sin cadáver, ¿es normal? Imaginar el daño que pueden estar padeciendo, ¿es normal? Sí, responde la norma del asesino. Había tantos hijos de puta que gozaban con el dolor inconmensurable del otro. No sólo en las salas de tortura. También gozaban al recibir a los parientes desesperados; gozaba libidinosamente el imaginario militar, con sólo pensar el modo en que se replegaban y escondían “los zurditos”.
Dentro de los campos, el “goce” vejatorio tenía también sus normas. A partir de gestos, miradas o palabras que el instinto delataba en los secuestrados, los milicos leían sospechas e intenciones, en base a las cuales seleccionaban el grado de daño a infringir. También los silencios enardecían a los torturadores, que esperaban respuestas a ¿dónde?, ¿cómo?, ¿con quién?
Después de la tortura nada era igual para nadie. El desprecio por la vida, del lado de los torturadores; y el apego a la vida, del lado de los torturados, quienes luchaban cada minuto en ese entorno casi normal para algunos y totalmente anormal y enfermo para otros.
Ser mujer, desde tiempos inmemoriales, fue algo peligroso. Las llamaron brujas y fueron a la hoguera. Varios siglos después la llamaron guerrilleras, por su lucha por un mundo mejor. Y también, putas, por su solidaridad, su resistencia y su calidad de sostén de compañeros y compañeras.
Muy interesante el análisis. Artículo bien escrito y puntos de vista lúcidos.
Interesante…el párrafo final excelente!
gracias, bonita!
Quisiera sentir que cada ciudadano pudo leer y comprender este desgarrador relato de parte de nuestra historia
Es terrible lo que vivieron los detenidos desaparecidos.Son horrorosos los testimonios sindicados en esta nota.Pero gracias a su dolor y sacrificio pudimos tener por primera vez en la historia argentina una democracia y erradicar para siempre los golpes de estado.Todas las generaciones posteriores a ellos debemos sostener un eterno agradecimiento a estas víctimas del terrorismo de estado.
Tremenda pieza literaria desgarradora que te deja la «calesita intelectual» girando, girando, ¡cuantas Mirthas jodidas he conocido, y conocere antes de irme! Miriam Lewin no sufrió el «Estocolmazo», no dudo de ello.