Por Víctor Dupont

Los anormales: acerca de la rutina y afines

QUÉ PASO CUANDO NOS PARAMOS

 Es probable que el verdadero secreto de la rutina sea su mordaza sobre el tiempo.

La acción caníbal de Cronos preocupa a cualquier hijo devorado. Quizá no nos haya sido tan urgente preguntarnos qué es esta cosa, esta cosa que pasa o nos pasa. Qué es esto que viene desde atrás, transcurre por no sabemos dónde y va, suponemos, hacia algún lado. No. Tal vez lo más urgente fue cómo vivimos el asunto: cómo atravesarlo. Cómo cruzarlo. Algo sucedió desde que nos paramos en dos patas. Y, si bien algunos monos preguntones de la tribu insisten en indagar- con audacia y tesón- qué es el tiempo, los pastores que verdaderamente dirigen la batuta de la jungla van por otros barrios. Nobleza obliga: los monos curiosos y ociosos nunca pudieron frente a las órdenes y organizaciones de los mandamases.

LA THÉORIE D´UN SINGE FRANÇAIS

Planteado el enigma, el telón abrió la comedia del tiempo.

La varita que midió el misterio fue – quizá hace mucho y para empezar con un primer acto- el pulso de las lluvias, de la cosecha y de la siembra. El pulso de los cielos, de las estrellas. La cosa acabó con el pulso de los mitos, para concluir con una escena magistral, entre ágoras, monos pensadores y pastores emperadores.

Pasó también mucho, mucho – segundo acto – y se impuso un dios, único y vengativo. Con paciencia, una casta sacerdotal pronunció que ese dios se adueñaba del problema y fue la medida, al punto que los monos obedientes lo llamaron  la eternidad. (El misterio, como siempre, perseveró y eso lo notaron los monos ociosos, que insistieron en escribir comedias de más de tres actos, que aún preguntan y no responden, problematizan, joden y no colaboran.)

Pero, en un momento difícil de precisar – tercer acto – y como respuesta a tantísimos asuntos, los pastorcitos de este cuento decidieron organizar más eficazmente a los hijos de Cronos. Quizá, al calor de descubrimientos geográficos, de circunnavegaciones frenéticas, de levantamiento de nuevas ciudades, de pólvoras, imprentas y medios de locomoción; quizá, al calor de reformas demográficas -los monos son peores hacinados que en la jungla-, de enfermedades imparables, de proliferaciones de monitos pobres; quizá, por todo ese mamotreto, los pastorcitos decidieron organizar el tiempo en acciones y diagramarlas en espacios cerrados.

Un mono francés llama a este asunto “Disciplina”.

También podemos pensar en una pariente muy cercana de la disciplina: la rutina. Excelsa ella, y mordaza del tiempo.

Acá estamos, entonces, en el tercer acto de esta comedia y con el temita que nos compete.

(El misterio, como siempre, persiste: qué es el tiempo.)

 

QUÉ PASA CUANDO NOS SENTAMOS

Así como hay instituciones de secuestro (la escuela, el cuartel, el hospital) y de encierro (la cárcel), también podemos detectar rutinas compulsivas o subrepticiamente compulsivas.

Para seguir un segundo más con nuestra fábula, los pastorcitos pidieron a los monos que sentaran su culito de una vez. Mientras imagen 1más niños, más sentados debían estar. Un pastor cruel -disfrazado de mono ocioso – escribió: “(…) Al principio se envía a los niños a la escuela, no tanto con el objetivo de que aprendan algo, sino más bien para que se acostumbren a permanecer sentados y a hacer exactamente lo que se les dice.” (El autor de estas palabras se llamó Kant.)

Un mono que se para en dos patas no se sienta tan fácil.

Y la disciplina no se acepta así como así. Eso corre con la inyección del tiempo normalizador. Entonces, nacen rutinas abiertamente compulsivas, como las laborales (el operario que atiende el torno, el telefonista y el teléfono, el administrativo con sus papeles); o rutinas subrepticiamente compulsivas, como la vida de una ama de casa.

¿Quién no recuerda el rechazo cuando, de chicos, no queríamos sentar nuestros culitos? El timbre marcaba el tiempo del recreo. El timbre anunciaba su fin. El comienzo de una clase. El término de otra. De marzo a diciembre. Exámenes y vacaciones.

¿Y las miradas de las telefonistas, de los operarios, de los administrativos? Esa sombra fantasmal, ¿no es la huella inconfundible de la rutina?

Toda acción rutinaria tiene un correlato psicológico. Por eso, los supuestos desvíos que los pastorcitos malvados del cuento nos deparan son, en verdad, mordazas más fuertes: las vacaciones y el ocio son partes -¡y de qué forma!- del plan.

 LA GUERRA DE LAS COSTUMBRES

Para Nietzsche, la costumbre es una autoridad superior, un ordenamiento, una voluntad de dominio. En tiempos, por él mismo calificados como “prehistóricos”, las comunidades temían en la transgresión de las costumbres algo terrible: “Todo uso supersticioso nacido sobre la base de un azar falsamente interpretado impone una tradición que es decente seguir; emanciparse de ella es, en efecto, peligroso, más pernicioso todavía para la comunidad que para el individuo (…)”.

En este período -el más largo de la humanidad, configurador de las costumbres- el hombre más moral es el que se sacrifica al hábito. El individuo debe ser inmolado: así lo exigen estos preceptos que nuestros ancestros se propusieron.

Se trata, según Nietzsche, de “criar a un animal al que sea lícito hacer una promesa”. En criollo: sentar cabeza. El monito de nuestra fábula tiene que ser preparado, tiene que poder vincularse a un futuro. Para eso, las costumbres deben dejar sus marcas. La pedagogía arcaica echa mano de herramientas bien sutiles: la crueldad, el dolor, el sufrimiento. Gracias a estas técnicas, el hombre moldea su conciencia y se fabrica, con lentitud, su capacidad de prometer. La comunidad garantizará que cumpla. Si no, el castigo.

Tenemos, pues, los elementos. Promesa: capacidad de lealtad, fiabilidad. Memoria: huella sobre el cuerpo, garantía viva del fuego de la costumbre. Castigo: consecuencia por incumplimiento. Obediencia: una capacidad, según Nietzsche, que “ha sido hasta ahora la cosa mejor y más prolongadamente ensayada y cultivada entre los hombres.”.

Esta directriz del pensamiento fue desarrollada desde primitivas épocas hasta hoy, donde su último producto continúa con el cincel y aún moldea la obediencia.

 

IMAGEN 2UNAS CUENTAS

El día tiene veinticuatro horas. Ocho usamos para dormir. Nos quedan dieciséis.  En otras ocho tenemos que trabajar. Nos quedan ocho. Para desayunar, almorzar y cenar, supongamos, perdemos dos horas y media. Nos quedan cinco horas y media. Viaje al trabajo, ida y vuelta: supongamos, dos horas. Nos quedan tres horas y media. Supongamos una hora perdida más para el aseo. Quedan dos y media. El programa de Tinelli dura dos horas y media. Nos quedan cero horas.

LA CRUZADA DE LOS REFRANES

No podía faltar la moral normalizadora del lenguaje. A los pastores les gustan, en especial, los refranes.

El refrán resulta el acompañante obligado de la costumbre; lo avala, lo acentúa y materializa. El refrán, un saber añejado, sin embargo, premia a sus cultores con una tranquilidad y una sapiencia dignas de envidia.IMAGEN 3

Cuando el tiempo se medía por la casta sacerdotal y el dios prometía eternidad, el hombre cosechaba refranes de cultura campesina.  Más tarde, luego de las llamadas revoluciones burguesas y con el advenimiento de la vida urbana, el mono de los refranes dejó lugar a su hermano bastardo: el mono de tópicos. Un animal que se alimenta con lugares comunes, con clichés.

Un animal así debe exclamar que la luna es blanca. Se debe poner unas anteojeras y pensar a los aristócratas con sus lentes, moviéndolos; a los plebeyos que escupen; a los malos, con sus risas malvadas de telenovelas; a los “chorros” con su vocativo “amigo”; a los curas con sus inclinaciones pederastas; a las madres, siempre abnegadas.

DE NUEVO HACIA LA RUTINA

El animalito ya no sólo promete. Ahora obedece. El próximo paso, para su mayoría de edad, es someterse a la rutina. Y volvemos al comienzo. La rutina completa el círculo del animalito prometedor. Maestra de la vida moderna, la rutina se constituye, firme. Bajo su amparo trabaja la fuerza de una pasión triste: la seguridad. Quizá, su clave. La rutina nos da seguridad física, indispensable para las otras: política (y su custodia policial, en sentido etimológico del término); psicológica (custodia del diván o de gabinetes terapéuticos); metafísica (custodia del sacerdote).

Nos queda, sin embargo, un asunto importante: la creencia.

UN PASTOR LLAMADO PASCAL

«Sería, pues, bueno que se obedezcan las leyes y las costumbres porque son leyes…Pero el pueblo no es susceptible de esta doctrina; y así como cree que la verdad puede encontrarse y que se halla en las leyes y en las costumbres, las cree y considera una antigüedad como una prueba de su verdad.”

En otro pasaje de sus “Pensamientos”, este pastor llamado Pascal muestra con prolijidad por qué es sensato y racional creer en Dios.

Discute con su interlocutor imaginario, quien le dice:

«Se me fuerza a apostar, no se me deja en libertad; no se me deja, y estoy hablando de tal manera que no puedo creer.”

El pastor, orondo, contesta:

            «Queréis llegar a la fe y no conocéis el camino; (…) aprended de quienes han estado atados como vosotros y que ahora ponen en juego todo lo que tienen (…) Seguid la manera como han comenzado; haciéndolo todo como si creyeran; tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc. Naturalmente, hasta esto os hará creer y os embrutecerá.”

El pastor sabe: con sólo cumplir la rutina de la creencia, aunque no creamos en ella, la creencia llegará sola.

Podremos no creer en Dios. Sin embargo, las pequeñas rutinas de persignarnos frente a una iglesia, de bautizar a nuestros hijos, de “hacer de cuenta que” el agua es bendita hace a la cosa. Ese conjunto pone la creencia a trabajar por nosotros.

Un día nos despertamos y descubrimos a nuestra fe, intacta.

AL PASAR

Problemitas de los monos ociosos.

Ley y regla.

La ley retrasa siempre con respecto a la regla. Cuando la ley cierra sus puertas a la regla, aparecen todas las anormalidades de lo legal.

El miedo a cuestionar la ley.

La ley que instaura el delito.

La diferencia entre operación y protesta.

Los monos ociosos dicen que hay muchos “monos republicanos, democráticos y legalistas” atrapados en un dilema que desconocen.

CRISIS DE LA OBEDIENCIA

Pero, ¿por qué obedecer? Porque sí. O porque es cómodo. Porque la verdadera eficacia de la autoridad es su carácter incomprensible.

La siguiente historia la conocemos. Desde la profundidad de la noche, un espectro le habla a Hamlet. Sabemos que se trata de su padre. Papá sufre. Las tinieblas duelen en su abismo. Papá pide vengarse. Papá fue asesinado. Papá es un alma en pena. Y el culpable de esto el tío de su hijo.

Así habló aquel fantasma. Habló e imprimió la huella imborrable de su mandato. Constituyó a Hamlet como hijo y heredero. La herencia de la venganza. Y el pedido de clemencia para su madre. Herencia y clemencia parecen difíciles de conciliar.

Hamlet, entonces, demora.

Y al final obedece.

Pero, ¿obedece? ¿Fue clemente? ¿Vengó a su padre? ¿Aquel reguero de sangre y cadáveres certificó que cumplió o, más bien, incumplió? Si el padre -que siempre ha muerto- se parece a un fantasma; si su voz -espectral- deja caer sobre nosotros mandatos, ¿siempre obedecemos? Quizá sea al revés. Pensemos, por un segundo, si la torpeza y la pereza no nos condenan a lo contrario. Tal vez nos condenen a no cumplir ni a obedecer jamás, por más que lo deseemos. Pensemos no tanto en una rebelión de Hamlet contra su padre y contra su mandato. Pensemos, como al principio de la nota, en una comedia. En otra. La comedia de un Hamlet que no puede vengar a su padre. Un Hamlet torpe. Que realiza las acciones sin eficacia. Un Hamlet que, al revés de los héroes griegos, mientras más quiere cumplir el designio oracular, menos lo realiza. Un Hamlet guionado por Woody Allen, por ejemplo. Un Hamlet que intenta infructuosamente vengar a su padre, no puede por su idiotez y un día despierta y descubre que no hay moral, que puede besar a Ofelia y a su tío y a la madre y olvidarse de la ignominia. El fantasma del padre se hartaría y se iría a molestar a otro culposo, a otro príncipe contrariado y le simularía que es su padre muerto. Al final, los enredos llevarían a todos -vivos y muertos, padres e hijos- a asumir que es difícil ser torpes y desobedecer, pero podría resultar un escape ante la tentación de cumplir los mandatos.

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DEUS EX MACHINA: LOS MONOS TORPES

Ahí es cuando entra una jauría de monos torpes. Son parecidos a los ociosos, pero no tan inteligentes. Parecidos a los pastores, pero no tan precisos. A su paso, provocan desmanes por su propia tontería. Les cuesta atender bien los teléfonos o hacer las tareas administrativas. Las monas torpes son pésimas amas de casa. Algunas quieren recitar refranes y los pifian: “A palabras necias, oídos gordos”; “panza llena, corazón con tiento”. Estos monos y monas quieren obedecer y, cuando pretenden cumplir una orden, siempre hacen algo mal. El culito no se les pega muy bien a la silla. Y encima son insomnes y huérfanos. Los pastores admiran su solicitud. Aunque no comprenden su ineficacia.

Cuenta la leyenda que los monos ociosos los estudian y los observan con minucia. Falta poco para que baje el dios, acomode los conflictos. Falta poco para que los torpes y los ociosos puedan aliarse y los pastores se dejen de joder con los refranes, las rutinas, las disciplinas, las costumbres, la obediencia, las mordazas, las leyes y las creencias.

Para esperar o precipitar ese momento, hay que escribir muchas comedias y desaprender no pocas severidades.

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BIBLIOGRAFÍA

-La cita sobre Kant pertenece al libro “El espinoso sujeto”, de Slavoj Zizek, Paidós 2011.    

-Las citas de Nietzsche pertenecen a “Aurora”, Editorial EDAF, S.L. 1996.

-Las citas de Pascal pertenecen a “Pensamientos”, Alianza Editorial, 2009.

 

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