Por Anne Diestro
Anormales: sobre muertes accidentales.
“En la noche de insomnio, sustancia natural de todas mis noches, recuerdo velando en modorra incómoda, recuerdo lo que hice y lo que podía haber hecho en la vida. Recuerdo y una angustia se dispersa por mí como un frío del cuerpo o un miedo, lo irreparable de mi pasado ¡Ese cadáver! Todos los muertos puede ser que sean vivos en otra parte. Todos mis propios momentos pasados puede ser que existan en algún lugar”.
Álvaro Campos, Lisbon revisited (1923). Heterónimo de Fernando Pessoa.
UN AMOR DE UÑAS NEGRAS
Alguna vez Martín Adán dijo “Mi primer amor tenía las uñas negras”. Esa frase resuena en mi episodio inaugural, cerca de la muerte. En realidad, el primero lo viví de nonata: mi hermano falleció dos semanas antes de mi nacimiento. Aún no sabía contar y ya conocía más sobre Alonsito y su muerte, que sobre ninguna cosa en este mundo. Él murió a los 7 años, por un accidente, y mamá no se recompuso jamás.
DIALOGAR EL VACÍO
Hace un mes, murió Ana. Todavía me contraigo de sólo pensar en su cuerpo mutado en materia dura y blanca como ella misma, los ojos cerrados y la boca más contraída que mi pesar. Vivir en países distintos no impidió estar cerca, desde que nos volvimos frecuentes. Siete veces nos encontramos: las recuerdo como cuento, con inicio inesperado y un triste final, tanto que no sé dónde irá el punto adecuado, ni si seguir o solo darle una pausa. Estas son las reglas del lenguaje que no puedo apropiar en la vida. Soy una caprichosa, aún le pregunto al vacío por qué se murió.
A veces, como hoy me pasa, te recuerdo tanto que me bloqueo de ti. Necesito escucharte y busco algo, abro cajones, carpetas en mi computadora, me encuentro con videos, fotos, mensajes, audios de whatsapp, blogs y hasta con una chompa(*), que alguna vez te presté. En esos momentos me encuentro con una única excusa: seguro estarás por algún lado de Sao Paulo, sin batería. Y, claro, por eso no podemos hablar.
Odio tanto tu desaparición de parpadeo al segundo. ¡Si ni siquiera me dijiste que te irías! Habíamos hablado, antes de mi viaje por unos días a Mar del Plata. Si tú eras tanta vida y yo tanta queja, ¿por qué no me avisaste, Ana? Ese jueves supe que comerías un plato peruano el domingo; supe que tu felicidad desbordaba por saber que era “ceviche”; supe que te sentías apenada por no comerlo en Perú. Eso fue lo último que supe.
ANA NO DUERME
Acá vienen algunas de mis preguntas, una de las tantas y creo que no te dejo tranquila, pero necesito encontrarte entre todo esto: cuando uno se va a morir, ¿lo intuye? ¿Cómo es que se muere alguien que está tan vivo? ¿La muerte se cuenta en presente? O ¿se olvida?
Y si me muero hoy, ¿qué pasaría contigo? ¿Será cierto que la gente deambula luego de morirse?
Me miras de reojo y lo pienso. Pero, ¿qué más hay? Si te moriste antes de volverte a ver, qué más hay de ti, aquí, si me dejaste sola en esta jaula con rendijas donde- con las justas- veo luces desde lo lejos. Si no sé qué hacer ahora, no sé si estás allá o acá. Sólo sé que tu vida se fue antes que yo respirara, ¡si me mentiste de la forma más cruel! ¿Acaso lo sabías?
Vuelvo a interceder en tu descanso.
Puede que, en algún plano de la realidad, veas lo que estoy escribiendo y te molestes. Sólo sé quejarme de lo que no puedo manejar. ¿Pero qué más podría hacer? A veces te escucho- y no que esté esquizoide o quién sabe- , y necesito reconstruirte con todos los retazos de recuerdo que me dejaste para no enloquecer tan de pronto. Porque sí, eso pasa cuando la muerte del otro llega sin avisar: te vuelves loco.
Acá, donde siempre es de noche, aún me cuestiono por qué alguien que vive, de súbito, ya no lo hace. Cómo o quién explica una desaparición. En términos lógicos, esto debería pasar. Pero los términos lógicos son pobres.
Vuelvo a mis recuerdos para verte donde siempre ríes. Y no quiero utilizar el pasado ahora. Quiero que la memoria esté en este presente, donde estoy yo escribiendo – gerundio bien utilizado-, donde me hablas en un portugués “engrasado”, donde te digo que eres “salvadoreña” y me corriges al decir que se les llama “soteropolitanos” (gentilicio de las personas que nacen en Salvador-Brasil). Pero ni siquiera eso, porque naciste en Valente. Entonces, ¿fuiste valiente en morir antes que yo?
¿Te das cuenta? Sigo en presente.
Sigo sin dejarte dormir, sigo sin dormir.
LA VIDA COMO PEGAMENTO
He escuchado frases de todo tipo:
“Quédate con lo mejor”
“Se conocieron y fue bonito”
“Ella ya descansa en paz”
Y cantidad de frases similares.
¿Saben cuándo cambia todo?
Cuando la muerte ya no es EL OTRO que muere. Sí, también muere algo de ti, por la cercanía. Pero es el otro el muerto y la muerte te ronda, te husmea. Nadie podría ni puede decir algo coherente, ¡jamás! Es como si muchos pedazos de uno estuvieran inertes, siempre a punto de desasirse unos de otros. La vida sería, entonces, sólo el tiempo en su rol de reconstructor, de pegamento.
Para Martin Heidegger, el filósofo alemán que escribió “Ser y tiempo” y revolucionó cabezas con su “DaSein”, existen el ser auténtico y el inauténtico. En este caso está clarísimo:
El ser inauténtico diría: Él se muere.
El ser auténtico diría: Yo me muero.
¿VIERON EL CUERPO?
Aprieto las sábanas de mi cama, me paro, me siento, pongo un poco de música y luego la cambio. Reviso mis apuntes y después paso al espejo: tengo ojeras. Lloré mucho la noche pasada y hoy no tuve fuerzas para ir a trabajar. Me quedé a la espera de la escritura, alguna que no pareciera a carta de despedida ni a resonar de campanas, como si todo estuviera bien. Vuelvo al texto y te busco en el chat de Facebook, te escribo aunque sé que irá a una bandeja de entrada que no leerás. Te digo que te extraño y me desespero.
Es verdad, uno se queda más tranquilo cuando el cuerpo del muerto lo tiene entre las manos o, al menos, si pasa ante tus ojos. Esa fue una de mis preguntas a los amigos de Ana:
– ¿Vieron el cuerpo?
Yo sólo quería saber si Ana llevaba el collar de la paz que la caracterizaba, el círculo rojo, como un lunar, como los tres que tenía en la cara. Pero volvamos al collar: nadie se fijó en eso. Durante días le pregunté a otro de los amigos de Ana dónde la habían enterrado. Ahora paso fuerte la saliva y tecleo aún más fuerte cuando escribo “ENTIERRO”- y él me dice dónde está
E L
C U E R P O
D E L A
M U E R T A
Entré a google Street y busqué el cementerio. Eso fue lo más cerca que estuve a ella.
ZAMBULLIDA DESDE ADENTRO
Ya hace más de 2500 años las cosas no estaban fáciles. Por eso Heráclito apeló al epigrama y al lenguaje poético para aproximar un poco al asunto. Así, mostró una cara de la moneda distinta a la mala y a la buena: porque eso de que los muertos se van al cielo o de vivir más allá del cuerpo era parte de las versiones que, sobre “ella”, circulaban por entonces. La presocrática, como muchos saben, era una época en que Sócrates ya vivía. Y, por más peyorativa que suene la etiqueta- “pre-socrático”- en el mundo griego parecía convivir una multiplicidad de ideas que daban al mundo variadas formas posibles. Una de ellas era la del hombre de Éfeso. ¿Qué decía el buen Heráclito sobre la muerte?
“A los hombres aguarda muertos lo que no esperan ni se imaginan”
“Estar dispuesto a vivir significa estar dispuesto a morir”. Y Heráclito rectifica: “o más bien, no acceden exactamente a tener su muerte, sino a descansar”. A la muerte, entonces, no se la acepta en su sola calidad de límite de vida, sino como una apuesta, una disposición simultánea a la vida.
Está bien, sin duda esta es la primera muerte que me zambulle de adentro hacia fuera, me determina a mi propia desaparición; la primera muerte desde los pedazos hasta el espejo. No me desentiendo, esto ya dejó de ser un problema del futuro porque la muerte es presente.
Así es, las muertes por accidente vienen y te rompen cualquier molde. En el mundo occidental nos construyen la idea de los ciclos de vida: nacemos, crecemos, desarrollamos y morimos. En realidad, ni siquiera son ciclos, son líneas, transcursos que pueden ser tacleados en cualquier tramo. Y nadie te cuenta la otra parte de la historia: imprevistos, trampas, celadas de la muerte, que vienen como pájaro, te cagan y se van.
UN DIOS QUE BAILA
“- ¡Busco a Dios! Allí había muchos ateos y no dejaron de reírse. Los descreídos, mirándose con sorna entre sí, se decían: « ¿Se ha perdido?» « ¿Se ha extraviado?». Y agregaban: «Se habrá ocultado». «O tendrá miedo». Al loco no le gustaron esas burlas y, precipitándose entre ellos, les espetó: « ¿Qué ha sido de Dios? (…): «Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin su sol, sin su orden, sin quién pueda conducirla… ¿Hemos vaciado el mar? Vagamos como a través de una nada infinita»
Nietzsche buscó algo que necesito ahora: reformular las preguntas. ¿Qué es eso de nacer y vivir en las preguntas sobre “eso” que eres y nadie te explica? Una vez leí que son los niños los grandes filósofos. Nietzsche los tomó muy en cuenta. El hombre que sólo acepta y carga es el camello. Quien advierte que sólo acepta y carga, pero aún no hace nada, es el león. Y quien modifica es el niño: un dios que baila.
Finalmente, apela a mi niña. La muerte ya sucede, ahora, y la escribo en presente. Nuestra muerte ya está sucediendo. Y, aun así, bailo.
PARA ANA
Tristeza contra los dientes
o arrancarme la boca en la tuya
sin dientes para las palabras
sin boca frente a árboles con ventanas
Promesa de pájaro y vida que muerde cuando
te quedas o no
más
menos
La no vida después de esto
lágrimas con café
Boca de agua y abrigo vuela desde mi pecho
te sacudo sin despertar
Cuento tres y devuelve el cuento sin final
Mi presente es un eterno sin nostalgia
pasado sin prisa
La muerte es sueño
Sin muerte no hay sueño
Abriré los ojos e iremos a morder otro café.
“Y la muerte no tendrá dominio.
Los que yacen hace tiempo en los recodos bajo el mar
no morirán ahí en vano;
retorcidos en los potros de tormento cuando cedan los tendones,
atados a una rueda de tortura, aun así no serán despedazados;
la fe en sus manos se partirá en dos
y los males los atravesarán como unicornios;
cuando todos los cabos estén rotos, ellos no se partirán;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
No pueden gritar más en sus oídos las gaviotas
ni romper ruidosas las olas en la playa;
donde surgió una flor, otra no podrá
alzar su cabeza a los golpes de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
sus cabezas se hundirán entre margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol se hunda,
y la muerte no tendrá dominio.”[i]
[i] Y la muerte no tendrá dominio – Dylan Thomas.