El Desaliento: sobre la película “El limonero real”, de Gustavo Fontán
Por Pablo Arahuete
“Escribir es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen”, Juan José Saer
“Recostado sobre la hierba, despertó con el salpicar de las gotas del río. El agua corría, mansa.Soñó que estaba del otro lado, acompañado de árboles y pájaros. Su rostro se reflejó desdibujado en el agua inquieta. Miró hacia el horizonte y le pareció inalcanzable para esa cáscara de nuez.Soltó el bote y comenzó a remar. Cada vez que hundía el remo filoso levantaba diminutas olas. Se adentraba en lo incierto y aquello que parecía cercano, en realidad estaba muy lejos…Observado desde el cielo por miles de estrellas, soñó que estaba del otro lado, cuando el bote se hundió en la profundidad junto a su rostro desdibujado en el agua inquieta. Lejos, las dos orillas.
La doble orilla – Mayo 2003, Pablo E. Arahuete
EL TIEMPO INATRAPABLE
El agua corre mansa, la luna siempre observa. Un reflejo trae otro y otro en cada remada. Remar para avanzar, ¿hacia dónde? La brisa ya no es brisa aunque el eco no calla. Sí acerca una frase de Gustavo Fontán, director de El limonero real (2016): “Frente a lo desconocido, no hay lenguaje que nos salve del desconcierto”. La trae el viento, no tiene un tiempo, sólo sabe de ecos en vaivén.
El río siempre va, aunque traiga y quite. Trae y quita historias, como la de Wenceslao, su esposa y la familia. Historias en las remadas del bote que avanza. De un lado, una orilla a la espera. Y, del otro, el único suelo quieto. Ambos, muy alejados del cauce. El río del luto se hace insondable, no hay horizonte por delante. No hay palabras para atrapar al tiempo. Puro devenir, una remada y otra.
¿Quién ha de venir? El eco persistente y la luna silenciosa, acompañada de la brisa, tal vez.
RÍO ADENTRO
La brisa se vuelve a recomponer, pero más espesa. Las dos orillas apenas visibles y el bote de un hombre se adentran en el río del luto.A veces, la pérdida intempestiva de algo amado puede ser como un río. Interminable e insondable, un cauce desconocido que, al transitarlo, deja estelas evanescentes.
El río separa la orilla de la memoria y la del olvido en ambas márgenes. El otro es el espacio donde no hay tiempo. O, por lo menos, donde la cronología se encuentra abolida. No suspendida- quieta-, sino simplemente sin una dirección única para navegarlo.
Ese es el eje en el que Gustavo Fontán desarrolló su libre versión de esta historia de duelo por la pérdida de un hijo. Pasaron varios años. La esposa – sin nombre, innombrada- anda de impecable negro y luto en contraste con el blanco que luce Wenceslao. Ella no asistirá a la fiesta para despedir el año y dar comienzo a uno nuevo. Ella es la imagen de la ausencia del hijo, perdido en un accidente y al que Wenceslao no pudo proteger o disuadir de su aventura por la ciudad.
HUELLAS DE LA AUSENCIA
¿Cuál es la primera huella que deja la ausencia? Tal vez sea una imagen, antes que un sonido, antes que un olor o perfume.
Juan José Saer y Gustavo Fontán miraron el mismo río. Uno, desde sus textos. El otro, como parte de una imagen de la infancia, que se reproduce en otras películas: “La orilla que se abisma” (2008), “El rostro” (2013), la aun no estrenada,“El día nuevo” y, ahora, “El limonero real”. Una impresión vuelta experiencia literaria, cedida a Fontán para hacerse película. El río tiene un movimiento interno, siempre. En el caso particular de “El limonero real” opera como personaje, más allá de ser el nexo entre la presencia y la ausencia: otro de los tópicos recurrentes en la poética del director. En esta película se enfatiza, al desaparecer de cuadro el personaje de la esposa.
UNA MIRADA NUEVA
El hombre, el bote, la luna, la circularidad del tiempo. En definitiva, el desconcierto y la desazón que provoca el viaje y acompaña el luto resultan en horizonte compartido entre la novela y la película. Ese proceso de trastabillar, no hacer pie; esa manía de amar lo movedizo, lo incierto, para no estancarse en la imagen, usa como brújula la fragmentación de la imagen. Y así de fragmentada resulta la relación de los personajes con el paisaje. Es su percepción la que transforma la realidad, la posibilidad de alivianar el lenguaje para que el agobio de los significados no hunda el bote del significante. Pero, sobre todo, que no vaya a hundir el mundo real. La búsqueda indecible es la fe ciega en la poesía y una nueva manera de mirar con la esperanza inquieta de recomponer toda lo existente. ¿Tal vez el pasado?
EL GRAN CARNAVAL
En la película de Gustavo Fontán, la percepción surge con las manchas que configuran el paisaje y con los velos de la naturaleza. Esas manchas resultan la nitidez habitual de lo real. Esa zona difusa también hace del río una pantalla oscilante de memorias.
A la noche, el bote avanza más despacio. La niebla recoge el silencio y el sueño acompaña en el viaje. Pasado y presente, en un mismo río. Las risas, en una orilla sin rostro. Y el llanto, en la otra. Algunos danzan sus ausencias y otros esperan que se hagan presentes. Un gran carnaval señala que es posible otro devenir. El bote avanza sin palabras. Se multiplican las imágenes del desasosiego. Las estelas se prolongan ¿hacia atrás y hacia adelante? El hombre se para y desafía con el balanceo en el bote. Trastabilla en el desconcierto,que ahora se vuelve certeza. Y la noche, más noche aun. Es la noche negra y negra es la vestimenta que no festeja, que no baila, que no espera. La ausencia se hundió en el río, un remo la acaricia y sale a flote. A flote con el recuerdo que le ganó al olvido, ¿en qué lugar?, ¿cuándo? Cuando el bote llegue a tierra.
Jorge Fandermole – El limonero real