El cuidado del otro : Sobre Margaret Anne Bulkley y Cecilia Grierson, médicas pioneras.
MUCHACHA, HAS RECORRIDO UN LARGO CAMINO
Por Noemí B. Pomi
ROMPER EL CAPARAZÓN
En “El profeta”, de Khalil Gibran, una mujer pidió a Al-mustafa “(…) Háblanos del dolor”. Y Al-mustafa dijo: Tu dolor es la ruptura del caparazón que encierra tu entendimiento…. El caparazón: todos tus conocimientos, todos tus condicionamientos, el proceso entero de tu formación, tu educación, tu sociedad y civilización, todo ello constituye el caparazón que te mantiene a ti y a tu entendimiento aprisionados.”
Acaso debiéramos preguntarnos por qué el interrogante surgió de una mujer. Sencillamente y no tanto, porque a las féminas no las cuidaron. Las leyes fueron redactadas por hombres para hombres. Por siglos, el poder político, económico y religioso estuvo en manos de masculinos. Como las orugas, en lenta metamorfosis a mariposas- pero con otros tiempos- las mujeres debieron soportar siglos para completar el proceso. En el interín, les estaban vedados derechos elementales: la formación intelectual, las ventajas civiles, el arte, el goce y, en algunos casos, hasta la elección del compañero. A todo esto, hubo que oponer lucha y muertes.
ENCORSETADA
Fue por el año 1795, en el Reino de Irlanda, cuando Margaret Anne Bulkley comenzó su vuelo. La jovencita era brillante, apostaba sin límite a su deseo de ser doctora. No sabemos si, desde el origen, su sueño estuvo impulsado por una vocación solidaria. No importa cuál haya sido la consciente motivación. Los comienzos no resultaron sencillos. La barrera parecía infranqueable: la medicina estaba prohibida para las mujeres en casi toda Europa. Durante miles de años, ellas se habían disfrazado de hombres para estudiar ciencias y ser doctoras en medicina.
Hija de Mary Anne Barry y, por parte materna, sobrina de James Barry, reconocido artista y miembro de la Royal Academy de Londres. Su padre, Jeremiah Bulkley, era comerciante. Tal vez, contagiada por el romanticismo inglés y alemán, la joven Margaret ideó el plan de cambiar su identidad y su vestimenta. En 1809, salió vestida de hombre para tomar un barco que la llevó a Edimburgo (Escocia), bajo el nombre de James Barry. Así partió, como “hijo” de su tío. O sea, su madre pasó a ser su tía. Con el nombre de varón, se doctoró en la carrera de Medicina de la Universidad de Edimburgo y se especializó en cirugía, con honores.
El tío James tenía dos amigos influyentes, llenos de ideas innovadoras: David Stuart Erskine, un ardoroso partidario de permitir la capacitación de las mujeres en todas las disciplinas, y el General venezolano, Francisco de Miranda, quien habría propuesto que, una vez egresada, Margaret fuera a Venezuela a ejercer como médica. Pero la cosa no resultó sencilla. El General Francisco de Miranda- político, militar, diplomático, escritor, humanista e ideólogo venezolano- fue tomado prisionero por los españoles y murió en la cárcel, en 1816. Margaret comprendió: de ese modo, se esfumaba también su posibilidad de ejercer la medicina. No quedó otra, se adaptó a su realidad y continuó con el nombre y los hábitos de varón. Sus condiciones le permitieron entrar como “cirujano” en el Ejército Británico.
VOZ AGUDA, MANO FIRME
Las características del Dr. Barry no respondían a su vestimenta. Tenía voz aguda, suplementaba los zapatos para aumentar su altura, usaba prendas holgadas y portaba fama de ser hiriente y difícil. Margaret debió luchar para sostener su máscara masculina. ¡Si hasta llegó a librar varios duelos en defensa de su honor! Pero no todo era en contra. Camuflada, viajó más que cualquier mujer. India, Jamaica, Malta, Corfú y Crimea formaban parte del Imperio Británico de entonces. En esos territorios, el Dr. Barry ejerció su profesión, con calidad y estilo ácido. Se sabe que sirvió en Waterloo y que, en Sudáfrica, realizó la primera cesárea exitosa, con sobrevida de la madre y del niño. Utilizó técnicas occidentales, pero también observó modalidades de las cesáreas hechas por indígenas. En aquellos años, solo se recurría a intervenir quirúrgicamente a una mujer cuando estaba a punto de morirse, con el fin de intentar salvar al bebé. James no vaciló en trenzar las formas de ambas culturas.
Sus logros médicos le permitieron alcanzar el cargo de “Inspector General de Hospitales”. Debido a este puesto militar, pasó algunos meses en los hospitales de campaña durante la guerra de Crimea. Allí coincidió con Florence Nightingale, quien lo describió “como la criatura más endurecida que he conocido en el Ejército” (2).
Activ@, promovió varias reformas médicas y se destacó, sobre todo, por sus investigaciones contra la sífilis. Además, ideó un sistema de filtración de aguas para evitar las enfermedades provocadas por la contaminación. Estos métodos de higiene y prevención fueron pioneros.
INDOMABLE
Margaret-James debió tener muy desarrollado el concepto de solidaridad. Por eso, denunció la forma inhumana en que eran tratados los enfermos mentales y leprosos en Ciudad del Cabo. También, luchó contra las falta de reglas de higiene eficientes, contra la mala praxis médica y contra los medicamentos vanos, que se vendían en las farmacias. Impuso un tratamiento revolucionario para la lepra y las enfermedades tropicales que llevó a transformar la atención hospitalaria de esas dolencias. Sin embargo, la fiebre amarilla no respetó a la doctora. En 1845 debió trasladarse a Inglaterra para intentar curarse.
RETIRADA A CONTRAMANO
Veinte años después, enferma y en contra de su voluntad, la retiraron del servicio activo. Fue en 1864. Y duró poco más. La parca no perdonó a quien la había combatido por tanto tiempo. Al fallecer el “Dr James Barry”, la enfermera encargada de preparar el cuerpo, con sorpresa, advirtió que en realidad James era Margaret. Y, en su vientre muerto, halló las cicatrices claras de un viejo embarazo. La autopsia desgarró los velos.
A LA CAPACIDAD, PALOS
No importaron los logros médicos y los servicios brindados al Ejército Británico. El historial militar del “Dr. Barry” sufrió un embargo durante 100 años. La mal llamada vergüenza institucional decretó silenciar la voz de una mujer y de su batalla.
UN ACTO DE JUSTICIA
“Margaret Anne Bulkley yace enterrada en el cementerio de Kensal Green en Londres. En su lápida dice:
Dr. James Barry, Inspector General de Hospitales. Muerto el 26 de julio de 1865, a la edad de 70 años.
Ella fue una médica extraordinaria, la primera graduada de una escuela de medicina de Gran Bretaña, que engañó al ejército y al resto del mundo durante 50 años”.
La letra de la lápida no se privó en exponer las máscaras. James era doctor y no doctora, pero a su vez era una médica y no un médico.
Y POR CASA…
Muchos años después de lo ocurrido en Irlanda con Margaret, a las mujeres de nuestro país, el ingreso universitario les estaba vedado. En 1885, la Universidad de Buenos Aires negó la admisión a la Facultad de Medicina, a una farmacéutica, Élida Passo. De armas tomar, Élida inició un litigio, finalmente ganado. Pero, cuando se resolvió a su favor, la muerte truncó su posibilidad de ser médica.
RECOGER EL GUANTE
Cecilia comenzó su batalla pocos años antes de la muerte de Margaret, en 1859, con el mismo empeño. Por estos lares, la primera profesión “apropiada” para las mujeres era la enseñanza. Con una buena formación, se podía ejercer, aun sin título habilitante. Tal, el caso de Cecilia Grierson. Hija de inmigrantes irlandeses, Jane Duffy y John Parish Grierson, pasó su infancia en el campo. Allí, despuntó su vocación docente, entre sus numerosos hermanos y vecinos. Después, se diplomó como maestra. Las letras le agitaron el pensamiento y le avivaron la vocación. Según su propias palabras, en una carta…”creo que nací para ser maestra, recuerdo desde los dos años, algunas escenas donde siempre, en mis juegos, era maestra”. (3) Una vez obtenido el título, Domingo F. Sarmiento, por entonces Director de Escuelas, la nombró maestra en la Escuela Mixta de San Cristóbal. Demasiado inquieta, el magisterio no le alcanzó. Además, la enfermedad y la muerte de una amiga despertaron en ella otra voz.
UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA
Bien sabía Cecilia que el camino a recorrer era difícil. No obstante, el antecedente de Élida Passo la alentó. En 1883, ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas, en medio de descalificaciones de profesores y compañeros. A principios de abril de 1886, por tercera vez en el siglo, el cólera atacó a la ciudad de Buenos Aires y todos los estudiantes de medicina fueron convocados a prestar servicios en Salud Pública. Cecilia Grierson resultó destinada a la Casa de Aislamiento, uno de los improvisados lugares de atención y refugio para los pacientes. En un grupo de trabajo, tuvo como compañeros al Dr Penna y al Dr Estévez. La vocación era mucha. El trabajo, también: “Los días agotadores pasados en la Casa de Aislamiento me hicieron concebir la idea de educar a enfermeras, puesto que no había quién respondiera a las necesidades de los enfermos. El mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren es colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud”. (3)
Controlada la epidemia, retomó sus estudios. Durante los seis años de aprendizaje, también se animó con el trabajo. Carta de por medio, enviada a un profesor, obtuvo el cargo de Ayudante del Laboratorio de Histología. A pesar de la hostilidad del medio, en 1889 consiguió recibirse y ejercer la profesión como mujer, algo impensable en ese entonces. Su especialidad estaba íntimamente vinculada a las féminas: fue obstetra. En cambio, a pesar de haber sido la primera mujer en obtener el título en la especialidad, no logró trabajar como cirujana. En este caso, las barreras sí la frenaron.
CON PROYECCIÓN INTERNACIONAL
En la Facultad, no todas eran flores: ciertos estudiantes de avanzada- entre quienes se encontraban José María Ramos Mejía y Juan B. Justo- consideraban a la carrera de medicina demasiado teórica. Entonces, crearon el Círculo Médico y la escuela para práctica de medicina e investigación. Cecilia estaba en ese establecimiento, dentro del cual creó la primera Escuela de Enfermeras de América Latina. Incansable, además del plan de estudios formal, estableció el uso del uniforme para las enfermeras, luego adoptado por los países latinoamericanos.
Donde había alguna actividad profesional a inaugurar, estaba Cecilia. Fue una de las fundadoras de la Asociación Médica Argentina y de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios.
HERMANADAS
Un abismo retráctil aleja y acerca las historias de Margaret y Cecilia en el tiempo y en las circunstancias. Ellas no parieron hijos. No obstante, cuando las dificultades para parir se les presentaron a otras mujeres, sin que les temblaran las manos, ellas innovaron. Como se dijo, hasta entonces los partos eran exclusivamente por vía vaginal. La posibilidad de operar a una parturienta resultaba viable, solo si estaba en juego la vida del bebé. Ahí, ambas se jugaron. En África Margaret se atrevió y cambió las normas. Sus manos firmes y su convicción la llevaron a realizar la primera cesárea con sobrevida de madre e hijo. En Buenos Aires, fue el turno de Cecilia, con el equipo liderado por el Dr Samuel Molina. Era el año 1892, en el entonces Hospital de Mujeres- hoy, hospital Rivadavia.
MAESTRA, SIEMPRE MAESTRA
Para atender las necesidades de los niños con problemas de aprendizaje y de comportamiento se requerían consultorios-escuelas. También los ciegos, los sordomudos y los discapacitados necesitaban una enseñanza especial. Ahí estaba la maestra Cecilia con ojo atento, impulsora de salas que contemplaban las diversas problemáticas. Jamás abandonó la docencia.
Como nada se le escapaba, se ocupó, además, de poner en orden los huesitos. Los albores del siglo XX la sorprendieron en el dictado de los cursos inaugurales de “Gimnasia Médica y Quinesioterapia” en la Facultad de Medicina, primer antecedente de la kinesiología en Argentina. Fue kinesióloga de oficio y de letra. Es importante marcar que esta mujer se atrevió en otro territorio donde el paso era hostil para las mujeres: la publicación de libros científicos. Ella publicó varios. Se ve que el tiempo libre no era un asunto que le interesara, más que como periodos para seguir en la batalla por su vocación.
NI UNA MENOS
Su profesión siempre se adhirió a los presupuestos de la solidaridad. Cecilia participó en Londres del «Congreso Internacional de Mujeres». Y comenzó otro vuelo, el de los derechos de género, que culminó en la fundación del Consejo Nacional de Mujeres, en 1900. Años más tarde estuvo al frente del «Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina», convocado por la Asociación de Mujeres Universitarias. Es curioso que algunos de los temas de aquel congreso aún permanezcan actuales y que el espacio laboral para las mueres todavía sea un territorio de lucha. Si bien contamos con legislación que iguala derechos, la realidad es que no siempre a igual trabajo se obtiene igual remuneración. La ley es el primer paso pero la realidad está lejos.
OTRA VEZ, SOPA
En vida, Cecilia fue homenajeada: al cumplirse los 25 años de su graduación y cuando se retiró de la docencia. No obstante, luego de tanto trajinar, confesaría: “Intenté inútilmente ingresar al Profesorado de la Facultad en la Sección en la que podía enseñar […]» No era posible que, a la mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médica cirujana, no se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser jefa de sala, directora de algún hospital o se le diera algún puesto de médica escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi condición de mujer (según refirieron oyentes, miembros de la mesa examinadora) que el jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distinguido colega”. (3)
(1) El Profeta de Khalil Gibran, 1923.
(2) Florence Nighingale, Londres 1820- 1910. Enfermera y escritora, considerada la precursora de la enfermería moderna.
(3) Doctora Cecilia Grierson. Su vida y su obra, Buenos Aires, Tragant, 1916, págs. 43-75