El cuidado del otro: Sobre el maltrato de animales
Por Sol Bonavoglia
FRAU HIGIENE
ESCENA 1:
-Muy lindo el perrito. – Y ella asentía con la cabeza y con una sonrisa.
Todos los días lo llevaba a caminar para que el animal hiciera sus necesidades. La higiene era fundamental. Cuidar su espacio íntimo, casi un mandato divino.
-Dale, Reinaldo, tengo que ir a ver «Intrusos». -Murmuraba para sus adentros, mientras le sonreía a la gente que pasaba por el lugar.
Cuando las necesidades del perrito estaban satisfechas, la señora daba media vuelta y seguía su camino. Bueno, no por mucho. Porque el perro se aferraba a su lugar, con la mirada clavada en el piso, en una especie de capricho visual que rompía el delicado equilibrio de la doña. Entonces ella perdía los estribos, tiraba de la correa sin piedad hasta lastimar el cuello del animal. No le importaba un carajo de nada en ese momento. Tenía una enorme capacidad de olvidar algunos preceptos divinos, si el deseo la tironeaba hacia un programa de televisión. Ya no le importaba la gente que pasaba. El perro, inmóvil.
-¡Dale, perro de mierda! ¿Qué te pasa? –
El perro, inmóvil.
Intentó una vez más. Tiró de la correa.
El pero, inmóvil.
-Bueno, listo, me cansaste- Y, entonces, ningún precepto divino fue capaz de detenerla. Le zampó al perro un golpazo en la cabeza. Como era de esperar, el perro: inmóvil. Rígido. Impasible.
Mientras tanto, quienes por ahí pasaban aprovechaban el espectáculo gratuito. El morbo no vacila y deja todas sus labores y obligaciones si de ver un show como este se trata. La mujer, meta golpe. El perro, inmóvil. El público, obediente, jamás se corrió de su posición espectadora. Generoso, ni se acercó a la escena. Eso sí, agradeció el show con risas y sarcasmos varios.
Se sabe que la letra con sangre entra. Y si se trata de un perro, será letra en idioma perro. Así que de tanto pegarle, al final, con la cabeza gacha y sin ganas, el perro depuso su inmovilidad y siguió a su ama. ¡Qué lindo es cuidar una mascota!
CONSEJO VENDO, PARA MÍ NO TENGO
ESCENA 2
Claudio caminaba. Lucía orgulloso su remera de «GreenPeace», por las calles de su barrio. Mientras iba a una convención sobre el medio ambiente, un perro de la calle no dejaba de seguirlo. Al principio, esperó que el perro se cansara. En un punto, se hartó. Hacía quince minutos que el animal no cedía. Entonces, miró al perro, y el perro lo miró a él, con la lengua para afuera y meta mover la cola. Claudio frunció el ceño y agregó:
-No me sigas más-
Conceptualmente y, en idioma perro, el animal comprendió que debía insistir en lo que ya estaba. Claudio no quería ni podía darse el lujo de llegar tarde. Cinco minutos después, el perro seguía atrás de él, entonces con una rama de árbol en la boca. Dos minutos después, aún seguía. Cuatro minutos más y aún ahí. En eso, el hombre tuvo una iluminación. La forma del contenedor de basura a su costado resultó como una revelación de dioses.
-Ahora me vas a dejar de romper las bolas-
De un manotazo, el animal fue a parar dentro del profundo vientre del contenedor. Satisfecho, Claudio se sacudió de fastidio su remera de “Greenpeace” y marchó a destino, con una sonrisa en la cara.
En su camino, le vino un recuerdo de la tarde anterior: “Ayer vi cómo una señora le pegaba a su perrito porque el animal no se movía del lugar… Un asco, cómo puede existir esa gente. Son unos hijos de puta”.
LOS MAREADOS
ESCENA TRES
-A ver, Lolo, ¡una vueltita! -le decía la mujer al animal, mientras sostenía un hueso en la mano. El perro lo miraba y se acercaba para agarrarlo.
-¡No, primero la vueltita!
El animal giraba la cabeza para un costado.
-¡Vuel-ti-ta! –Exclamaba el tipo, mostrándole el hueso. – ¡Dale, tarado!
Lolo miraba “la carnada” el hueso y después a ella, como suplicándole que se lo diera.
-¡No, primero la vueltita!
Todo tenía un límite. Lo agarró de la cola y lo hizo girar como quien centrifuga la ropa a mano, ante la incapacidad de la máquina para hacerlo. El universo se volvió una nube de fantasmas para Lolo. Cuando el tornado pasó, Lolito se retiró cabizbajo hacia un rincón. Después solo fue cuestión de esperar el momento. El tarascón en la pierna fue tan profundo, que la pobre mujer debió entretenerse varios días en el sanatorio. Cada vez que le iban a dar una inyección en la cola, el médico le decía: A ver, señora, ¡una vueltita!
HABÍA UNA VEZ, UN CIRCO
Camino, intento no ser derribada o pisada por el cuerpo del elefante. Al animal, ahora lo obligan a levantar las patas. El peso de todo su cuerpazo hace un esfuerzo contra toda su naturaleza y lo intenta. Yo me paro sobre su trompa y veo sus ojos la búsqueda de una fugar. ¿Cómo lo ayudo? Soy chiquitita, apenas me veo, quiero decirle que estoy para él, que voy a intentar ayudarlo. Mientras pienso estas cosas, llega el primer latigazo contra el elefante. Y la risa. ¿De qué se ríen? Me niego a dejar que esto siga así… Intento hablarle al pobre animal, pero no me escucha, está muy ocupado en su dolor.
-Vamos a lograr salir de esto, amigo. -Le aseguro. Aunque sé que no me escucha ni me entiende.
Me bajo de su cuerpo, esquivo las pisoteadas, salgo del lugar. Veo a un perro, pienso que puede llegar a ser un aliado. Atado a un fierro, por una correa, el perro debe tener la suficiente furia y humillación como para unirse a la lucha. Me acerco, le explico un plan para sacar al pobre elefante del lugar y combatir por la libertad de todos. Por cómo me mira, creo que me entiende. Sí, estoy segura. Entonces, parpadea y espero una respuesta. Lo único que obtengo es un:
– ¡Ayyy!- lastimoso, en idioma perro, en idioma carne, en idioma dolor.
-¡Uh, Samuel! -Le grita uno de los humanos. -¡Dejá de comer bichos, asqueroso!
LA TRIPLE TRAMPA
Dicen que en las puertas del infierno estaba el cancerbero. Este perro de tres cabezas aseguraba que los muertos no pudieran salir ni los vivos entrar desde y hacia inframundo. ¿Pero y si todos hubiéramos vivido en una mentira? ¿Si la «bestia animal» que todos aseguraban que aquel era hubiera sido tan solo un simple humano? Es decir, ¿por qué para ser monstruo debe tener fisonomía canina?
-Les puedo asegurar, ¡es un humano disfrazado de perro! Exclamó Alberto, todos los muertos lo observaban.
-¡Imposible! -Dijo Elvio, mientras negaba con la cabeza. -Yo lo vi, todos lo vimos, es un perro.
Algunos le daban la razón, otros dudaban.
-Está bien, te apuesto mi reencarnación a que es un humano disfrazado de perro.
El otro aceptó, segurísimo de que se trataba de un perro de tres cabezas. Eran las ocho de la mañana, la hora en la que casi ni había delivery de muertes. Y el cancerbero se tomaba un descanso.
-Te juro, es un humano.
Lo miraron, escondidos detrás de unos cráneos apilados que lo rodeaban. Estuvieron quince minutos con los ojos calvados sobre las tres cabezas caninas. Elvio no paraba de repetirle a Alberto «te lo dije». Mientras discutían en susurros, para que el tenebroso monstruo no los descubriera, el supuesto animal se sacaba las tres máscaras y dejaba al descubierto su monstruosidad humana.