Ultraviolento: Entrevista a Carlos Polimeni
Entrevista: Noemí B. Pomi, Néstor Grossi, Adriana Valletta, Gabriela Stoppelman.
Edición: Gabriela Stoppelman
“En un hoyo en la tierra /enterré todos los acentos /de mi lengua natal /ahí yacen como agujas de pino /que juntaron las hormigas puede que un día /
el llanto vacilante /de otro viajero los encienda /y así, con su abrigo y consuelo /oiga toda la noche la verdad
como una canción de cuna.”
“Palabras migrantes”, Paul Celan
Con la luz más temprana, ni bien escuche el cri cri del primer grillo, ponga el atanor al sol. Así, a fuego tibio y bajito (las voces no admiten ningún arrebato), comience a colocar los ingredientes. No respete a rajatabla la cantinela de viejos tratados ni de prestigiosos recetarios, pero tampoco deseche por completo la potencia de esos textos. Cada quien pone el alma a cocerse con lo que puede y tiene. No olvide lo indispensable: fragmentos de memorias cantadas vueltas escrituras, grafías melodiosas impregnadas en el paisaje, la altura de la montaña y el riff de una guitarra eléctrica. Cuando todo esté dentro, condimente con silencio. No puede faltar el silencio. Atesórelo al pie de cada una de sus infancias, defiéndalo entre la multitud de la avenida, acúnelo en el contorno del rostro de sus niños. Ya a punto, bien macerado en los días, anímelo adentro del crisol. El recipiente avanza al paso de lo cotidiano. No lo aísle de las horas, pero elija para él un paisaje a salvo de los ritmos monótonos y de la pura alharaca. Pasado el tiempo de la siesta, verá que el fuego levanta en multicolores (no se apresure en euforias, las voces rechazan ese tipo de urgencias). Es nomás el momento en que los vapores arcoirisean, escriben en el aire los tonos que restan después de las lluvias de crisol. Y así, bien desplegada la paleta a lo largo de la tarde, llega la noche y se abre paso el nigredo (no se atormente, no todo lo oscuro es muerte). El espectáculo entonces se vuelve fascinante: desde muy adentro de las sombras, comenzará el deshilvane de trazos. Primero serán apenas letras, luego hilachas de frases. Cuando el pulso de la letra tome ímpetu, no lo detendrán ni modismos ni soportes. Si es de vuelo y de canto: sea. Si es sobre la hoja y de cuento: sea. Urbana y pueblerina, de trecho corto y de rumbo largo, chacarereante o rockera, en verso o en prosa, la letra trasmutada se hace voz. Entonces, sí. Estamos en el aire: escribe o cuenta o canta Carlos Polimeni.
LAS PUERTITAS DE LA SEÑORA VOZ
“Quien la oye caer ha recobrado /El tiempo en que la suerte venturosa /Le reveló una flor llamada rosa/Y el curioso color del colorado. /Esta lluvia que ciega los cristales/Alegrará en perdidos arrabales/Las negras uvas de una parra en cierto/Patio que ya no existe. /La mojada tarde me trae la voz, / la voz deseada, /De mi padre que vuelve y que no ha muerto.”
“La lluvia”, Jorge Luis Borges
¿Qué diferencia tiene “la escritura radial” con la otra?
Primero, tiene una diferencia con la radio en general. El tiempo que lleva desarrollar una idea en radio convierte a una editorial en una cosa larga, compleja para la atención. Es una aspiración diferente: que la radio no sea solamente un instante que pasa. Cuando sea posible, creo que algún día publicaré un libro con las mejores editoriales. Algunas de ellas han sido escritas previamente, siempre en el mismo día, temprano por la mañana. Otras son apuntes que hilvano al aire y algunas son improvisaciones al aire sobre temas que antes estudio. La idea de “Escrito en el aire” proviene de un libro sobre mi laburo en radio que escribió la periodista María Pita Romero. Parte de la tesis que indica que la radio puede ser una forma de escritura, en mi caso una modesta aspiración literaria o ensayística. Cuido mucho el tema de utilizar al aire un lenguaje plural pero preciso, que respete la lengua castellana y conozca las diferentes puntuaciones y el valor de la conjugación de los verbos, cosa no tan frecuente en radio. Hoy más que nunca la radio está llena de gente que no piensa con una estructura que contemple los dos puntos, la coma, que conjuga mal los verbos. Yo valoro el respeto al castellano. Tal vez, porque estudié Letras, o porque soy un lector empedernido. Puede ser que nunca haya notado mucho la diferencia entre escribir y hablar. Al desgrabarlos, aprendí de mucha gente -como de Abelardo Castillo o de Jorge Luis Borges- que hay una forma de escritura en la oralidad, sobre todo en generaciones que han ido desapareciendo: hay que escuchar lo que es la lengua cuando la usan Atahualpa Yupanqui o el Cuchi Leguizamón. Tipos que no lanzaban palabras al aire. Que sabían jugar con ellas, como Hugo Guerrero Marthineitz o Antonio Carrizo.
Hay también una incorporación de elementos teatrales, como en la editorial de Cortázar, donde su voz aparece mezclada con otros sonidos como un instrumento en un conjunto.
La radio es un espectáculo sonoro, pienso. Estoy haciendo eso todos los días y preparando los textos para un espectáculo que se va a llamar “Voces”. Será un café concert de radio con cena incluida. Dos horas de voces que me habitan y dos horas para comer con el público. Todo lo que está bien… junto.
¿Por qué el plural “Voces”?
Uno está habitado por voces. Muchas de las mías son voces de escritores que leí y escuché en discos o grabaciones, como Gelman, Cortázar, Borges, García Márquez, Galeano, Tejada Gómez, Nicolás Guillén, Bioy Casares. Al leerlos, no puedo despegarme de las voces que consumí como escuchador de discos. Trabajando en radio intento que, si voy a hablar de Cortázar, aparezca su voz o una música vinculada a esa voz. Un espectáculo auditivo. Me parece absurdo hablar de Violeta o de Nicanor Parra sin que aparezcan sus voces. Lo que uno hace con las posibilidades de la técnica es aportar un poquito de suspenso para que aparezca esa voz.
Y cuando no tenés la voz, ¿es posible construirla?
Bueno, con Tolstoi, te puede pasar que la voz no esté. Pero trato de trabajar en radio con autores de los que hay un registro de audio, aunque hay algunos que prefiero decirlos antes que poner su voz. Un caso es Neruda. Es fea su voz, está por debajo de la calidad de su obra. A otros, uno queda como un estúpido cuando los dice, como en el caso de Galeano o Juan Gelman. Creo que, en Argentina, muy tempranamente, hubo escritores que aprendieron el valor de dejar su voz grabada. Muchas veces fue la voz grabada del escritor la que condujo a su obra. En los ’60 y ’70, yo vivía en Mendoza en una casa con muchísimos libros y discos. Mis padres eran profesores. En mi niñez, en un estante de una biblioteca en el living que estaba a la altura de mi cabeza, destacaba toda la obra publicada de Jean Paul Sartre, pero para mí eso era álgebra. Hasta que un día escuché una canción de Luis Alberto Spinetta que decía “¡Ah! Si pudiera, si ella quisiera abrirse del ser y la nada, tal vez podría ver que su dios está en la adolescencia” y la cabeza conectó elementos que hasta ahí estaban separados. “El Ser y la Nada” de Sartre empezó a tener que ver conmigo mismo, a pesar de que siempre lo había tenido a mano, ahí, en la biblioteca del living. Por Paco Ibáñez conocí a un montón de escritores antes de estudiarlos en la facultad, y otros que nunca se enseñan. “El fantasma de Canterville” fue para mí antes una canción de Charly García que un texto de Oscar Wilde. Creo que muchísima gente en Argentina conoció a Antonio Machado o a Miguel Hernández por Serrat. Hay un montón de ejemplos de apertura mental del público a partir de una cosa mencionada en una canción, que a uno lo lleva a investigar detrás de eso. Castaneda, a través de Spinetta, es un ejemplo. La música popular tomada por el público con la idea de “las puertas de la percepción”, como pregonaba TheDoors, en la línea de Los Beatles.
DESNUDA DE CANTO
“Y hay otra y otra arremetida grande / por una palabra, por tocar / o por un poquito de sangre”
Sylvia Plath, “Lady Lazarus”
En un momento decís que Spinetta y Miguel Abuelo pueden ser considerados poetas. Como lector ¿qué le exigís a una letra y qué a un poema?
Bueno, eso puede ser una opinión. Hay algunas letras de Charly que tienen, sin lugar a dudas, estatura poética. Algunas de Iván Noble, Palo Pandolfo, Javier Martínez, por nombrar solo algunos, las tienen también. En el gran cancionero argentino pasa también con los textos que fuera de las academias escribieron Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito, Enrique Cadícamo, Alfredo Le Pera, Enrique Santos Discépolo, Hamlet Lima Quintana, Tejada Gómez, Manuel J. Castilla, Ariel Petrocelli, entre otros. Momentos poéticos, producto de inspiraciones poéticas, años ocultos de trajinar los clásicos para escribir luego historias de tres minutos destinadas al público de masas. Hijos de familias capaces de bautizar a sus hijos como Hamlet, Homero, Cátulo, Virgilio que crean el corpus central de la canción argentina. Creo que, cuando uno logra independizar las letras de las músicas y ver lo que esa obra está diciendo, podés llegar a captar la aspiración de todos esos señores de las letras que no escribieron para la gente de Letras. “La bengala perdida” y “Los libros de la buena memoria”, de Luis, son extraordinarios como textos. Al margen de su obra musical, que es la cresta de una ola, pero ni en broma la ola entera. Spinetta publicó un libro de poemas, “Guitarra negra”. O sea que en él había un poeta o, al menos, un intento de poeta, además del músico. Miguel Abuelo era claramente un poeta. Era un performer, un rapsoda, eso se ve en sus presentaciones en vivo, en el aliento de sus temas.
Vos sos un gran escuchador.
Me siento habitado por esas voces, que he escuchado y escucho. Está en mi voz. Están en mi memoria, como en la memoria de muchos otros. A mí muchos se me fueron alojando en el cerebro sin haber intentado nunca aprenderlos, “Lo fatal” de Rubén Darío, por ejemplo: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra dura porque esa ya no siente…” Me lo sé de memoria ¿y por qué? Quizás porque había una canción de Gian Franco Pagliaro que musicalizó ese poema y, con música, las cosas se quedan más fáciles. A lo mejor, sé un montón de cosas cultas porque las aprendí a través de las canciones. Memoricé a Neruda a través de Víctor Heredia. Y el viaje con Neruda, que conocía de mucho antes, continuó para siempre con esa bagaje.
VOCES TEJIDAS A PUNTO INFANCIA
“De todo queda un poco. / No mucho: de una canilla / cae esta gota absurda, / mitad sal, mitad alcohol, / salta esta pata de rana, / este vidrio de reloj partido en mil esperanzas, / este cuello de cisne, / este secreto infantil…”
“Residuo”, Carlos Drummond de Andrade
Cuando en tus libros te ocupás de Luca o de Tarragó Ros “Acaso que hoy Tarragó hable mucho por lo mucho que se calló en la infancia triste”, hacés mucho hincapié en lo que oyeron o no oyeron en su infancia, como herencia rectora de las búsquedas. También, en el epígrafe de “Bailando sobre escombros “, leímos: “Solo cuando entiendes la lengua de un hombre, entiendes sus pensamientos xokonoschtetl, quien tiene raíces muy profundas y se alimenta de ellas”. Y una dedicatoria tuya dice: “A la memoria de mis padres, Perla y Dante: sus bibliotecas y su discoteca llenaron mi infancia de mundos que no caben en el mundo”
Los psicoanalistas sostienen que la formación de la personalidad está relacionada con los primeros años de vida. Yo nací en el ’58 y crecí en Mendoza, en los ’60, con una mamá y un papá muy activos, con un mundo cultural efervescente y con muchos matices. Luego, en los años de plomo, ese mundo fue un refugio muy importante: todos nos quedábamos dentro de las casas -o de la conciencia, de alguna manera- porque la calle era peligrosa. Cuando era ya universitario venían a comer a mi casa compañeros de la Facultad y decían “¡Ah, pero qué vivo! ¡Ahora entiendo…!” Miraban los discos y los libros. Era como vivir en un centro cultural. Era haber partido con cierta ventaja de formación, estar al tanto desde siempre de personajes y movimientos interesantes.
Quizás por eso en tus programas la música y la palabra se entretejen tanto.
Sí. Para mí, una clave de la inteligencia, fuera de la adaptación a los cambios, es que te lleve a relacionar cosas que parecerían distantes entre sí. Es posible que ese territorio de la infancia, hasta terminar el secundario, digamos, sea para cualquiera -igual en las artes plásticas o el mundo de las artes en general-, un reservorio al que uno vuelve. En mi caso, vuelvo evocándolo, seguramente, pero lo amplío y lo adapto.
Llama la atención que, en el caso de Tarragó, señalás lo que no escuchó, lo que se calló en la infancia, aquello que no se dijo.
Una idea surgida seguramente en las charlas con él. Hacen más de veinticinco años de eso. Tarragó es la única persona a la que escuché decir: “Dicen que la infancia fue una época feliz. Yo no fui feliz en mi infancia”. Y creo que el de Luca es un caso parecido. Era un ser que cargaba una infelicidad familiar muy grande, pese a que los dos crecieron en contextos muy diferente. Uno, hijo de un pobre chamamecero, y el otro, de un rico anticuario.
Y, sin embargo, en los dos se lee una orfandad.
Sí. Pero debe ser como un temperamento físico. Lo mismo se podría decir de Charly o de Borges, o de Bukowski o de Gabriel García Márquez.
Sí, pero cada uno tiene su tracción singular de esa orfandad.
En “Bailando sobre los escombros” hay un capítulo que dice: “Si el mundo fuera feliz, el rock no existiría”. Creo que, si el mundo fuera feliz, no existiría la manifestación artística en general. Estaríamos todos en praderas, masticando flores, mirando pasar las ovejas y tocaríamos el laúd. Casi nadie tendría muchas cosas interesantes que decir. Al mundo le sobrarían Van Gogh y Rimbaud.
No corremos ese peligro por ahora.
No, claro. El arte, en general, expresa, además de buscar la belleza de las formas, un intento de corregir el mundo, una disconformidad con lo que ya existe, el dolor de la existencia.
LLANTO A MÍ MISMA
“¿Por qué lloras? Mejor dame la mano / y prométeme volver en un sueño. / Tú y yo somos un monte de dolor. / En esta tierra tú y yo jamás nos encontraremos. / Si pudieras tan sólo enviarme a medianoche / por medio de las estrellas tu recuerdo. “
Ana Ajmátova
¿Y qué disconformidad singular expresa el rock?
Alguien, en una ciudad, enchufa una guitarra eléctrica y empieza a meter barullo, a meter distorsión, a pegarle a unos parches. Eso no ocurre en el paisaje bucólico del campo, ocurre en las ciudades, entre bocinas, humo, sirenas, el cemento caliente… El rock, la música eléctrica, es una expresión de una disconformidad esencial y urbana. Cuando el rock sale de la ciudad se convierte en otras cosas. Y llegó desde los campos a las ciudades a partir de la electrificación. La música negra, original en los Estados Unidos, la música de los esclavos en las plantaciones que, después del laburo, cantaban canciones de tristeza o canciones de amor está arriba en la cadena del ADN. Esos negros, luego de la liberación de los esclavos, empiezan a ir a las ciudades y conocen la electricidad, los instrumentos, empiezan a relacionarse con el mundo blanco y así nace el blues eléctrico, de recorrido paralelo al jazz, más sofisticado. Después de esa línea de evolución surge el rythm and blues, es decir la combinación del blues con la música bailable de los colonos llegados de Europa. Y, después de ahí, salta el rock. Es una secuencia que se extiende durante muchos años. Pero el dolor, la tristeza, la disconformidad o el desamor han generado más creación artística que la alegría y la beatitud. Una vez escuché un diálogo entre Charly y Fito. Fito dijo: “Me separé y estoy como el orto.” “Aprovechá y hacé un disco”, le replicó Charly. Si uno piensa en los mejores discos de los ochenta de García, de Spinetta y de Páez fueron hechos después de peleas y separaciones: “Privé” después del fin de Jade, “Ciudad de pobres corazones” luego del asesinato de una familia. En Piano bar cuando escuchás “Por favor no hagas promesas sobre el bidet, por favor no me abras más las cartas”, está tácita la novia brasileña de Charly, Zoca. La bronca, el odio, el dolor, la venganza, la incerteza, como temas de composición, crean empatía. El jueves pasado vino Lila Downs a la radio y pusimos un bolero trágico, cantado por ella. Le pregunté si podía cantar con ella misma. Se puso los auriculares y, escuchándose, no pudo ni hablar. Lloró y lloró tres minutos. Tuve que terminar la nota porque vi que no podía seguir. El audio le pegaba a ella como público, de tal modo que no podía más que llorar.
INDIO CON PANTALONES LEVIS QUE HABLA FRANCÉS
“Vuélveme amargo. / Cuéntame entre las almendras.”
“Cuenta las almendras”, Paul Celan
Muchos de los personajes de los que te ocupas se acercan a la etiqueta “maldito”
Lo maldito siempre me pareció interesantísimo. Me gustan más los perdedores que los ganadores, los malditos que los benditos y lo oscuro que lo muy claro.
Sin embargo, más que el carácter “reventado” de los personajes parece que te interesa mucho marcar la riqueza de la mezcla.
Es que, en el caso de que existan cosas puras -lo cual es toda una discusión- creo que lo único interesante de nuestra cultura es el mestizaje. Yo tengo un apellido del sur de Italia, cara de indio, hablo castellano, uso pantalones Levis y estudié francés. Soy mestizo. Lo único relevante de mí es mi mestizaje cultural. Vengo de una familia con abuelos vasco-franceses, italianos, españoles e indios. Mi abuelo, Ireneo Salinas tocaba la guitarra criolla y era nieto de un cacique de San Luis, de las salinas, seguro. Mi abuelo, descendiente de italianos del sur, tocaba el bandoneón era un sentimental tanguero. Mi papá, primera generación de universitarios, escuchaba bossa nova y jazz moderno. Yo crecí en un mundo en el que todo era mestizo, en Guaymallén, nombre de un cacique huarpe de Mendoza. Hay un texto de Nicolás Guillén que dice “¿has probado tú el agua pura? Mierda segura” Lo escuché en un disco también. El agua pura es el agua destilada, sin gusto a nada. El agua tiene que tener un gusto. Todo lo lindo y emocionante nuestro es mezcla. “Tu sangre es roja, la mía también. Creo no me equivoco, algo tendremos que ver. Somos indios latinos con guitarra eléctrica y comunicados a través de internet”, dice una gran canción de Pity Álvarez. Es una buena pintura de la cultura argentina. Fijate, a nuestra cultura se la relaciona con el tango. Tango es una palabra africana, como tantas otras que usamos sin saberlo. Además, ya existe en el flamenco una forma que se llama tango. El máximo cantante sería Gardel, un francés. Y el instrumento que nos representa es el bandoneón, que sólo se fabricó en Alemania, originalmente. Lo cantamos en castellano, la lengua de nuestros conquistadores. Lo valoramos cuando fue bendecido en París y New York. Somos mestizos por donde nos miren. Folklore no es una palabra argentina, sino anglosajona, quiere decir: el acervo del pueblo. El instrumento con que tocan la mayoría de los folkloristas es… la guitarra española…
Hemos tenido muchos debates con muchos entrevistados sobre un tema que planteás en varios de tus libros con tus biografiados: lo extranjerizante. Para algunos pareciera que la única música nacional posible es la reactiva, la que se defiende del otro. Para otros, cualquier influencia no deja de ser propia.
El mestizaje, la mezcla de elementos, define nuestro aporte cultural. Lo que pasa es que, en las grandes ciudades argentinas, una parte de la cultura oficial mira a Europa o Estados Unidos como meca o utopía y rechaza lo propio por grasa. Se ha creado un desfasaje muy grande que se ve en la belleza, en cualquier canon que busquemos. Nuestras clases altas, su dominio de la comunicación y cierto espíritu colonial que sobrevuela han hecho que si en la puerta de este café, está la palabra “Exit”, nos parezca normal. Pero, si eso mismo estuviese escrito en mapuche o guaraní, no sólo no comprenderíamos, sino que nos parecería excéntrico, aquí en Palermo Viejo, el barrio de los compadritos de Borges. A un porcentaje alto de la gente culta de Argentina le parece excéntrico o incluso inculto que alguien hable guaraní. Pero que lo haga en una lengua europea es re cool. Hay un problema de no reconocer y de mirarse en un espejo equivocado. Por mi trabajo he podido viajar a unos cuarenta países. La verdad es que, cuando uno entra en Europa, es un sudaca. En España, sos de un lugar que colonizaron. En Francia, sos de un lugar exótico y simpático. En Alemania, de un lugar donde no te quieren. Siempre sos un sudaca. Y la diferencia entre un uruguayo y un argentino es algo que comprenden solamente un uruguayo y un argentino. Es como si alguien nos dijera a nosotros: “Yo no soy de Nigeria, soy de Gabón”. Para nosotros es lo mismo: es un negro de África. Bueno, para ellos nosotros somos unos indios de Sudamérica. Ahora, en lugar de tener orgullo por la identidad muchas veces nos da culpa, pena o vergüenza. Tenemos nostalgia de una pureza ajena. Hay un productor argentino de cine que había conseguido una plata para hacer un película que finalmente rodó en África y así entró en contacto con muchos cineastas africanos. Sus pares le contaban que conseguían mucha plata europea para hacer películas en África, pero solamente si tenían jirafas, elefantes o leones. Imaginate una reunión con los productores europeos. “¿Vos querés filmar un drama psicológico que transcurre en Túnez?”. “Si, eso quiero”. “¿Hay jirafas?”. “No.” “Entonces, no hay plata.”. “Esto es una historia de amor que transcurre en las afueras de El Cairo.”.”¿Hay camellos, hay pirámides?”. “No”. “Entonces, no hay plata.” Al público europeo no le importa África si no hay safaris y leones. El mundo espera que vos te comportes según el estereotipo. Mercedes Sosa tenía un contacto con un empresario de Alemania Oriental, que realizaba un famoso festival de la canción política. Allí Mercedes cantó “Gracias a la vida” con Joan Baez, por ejemplo, antes de la caída del Muro de Berlín. Un día le dice el empresario a Mercedes, “si un año usted no viniera, ¿a quién puedo contratar de Argentina, que sea bueno y que nos pueda gustar a los alemanes?” “A León Gieco”, le dijo Mercedes. “Ah, ¿y cómo es?”. “Es como Bob Dylan pero en castellano”. “No”, le dijo el tipo, “si quiero a Bob Dylan traigo a Bob Dylan”. Mercedes se dio cuenta en el acto que había metido la pata y contraatacó: “No, no. Es como Bob Dylan de aspecto, pero en realidad es un folclorista rubio que toca ritmos folclóricos argentinos”. “Lo contrato”, dijo el empresario. Y lo contrató nomás. Mercedes vino y le dijo a Gieco: “Leoncito, arme una banda con bombo, bandoneón y mucho quilombo y meta sikus, que lo van a contratar”. Durante años, León tocó con esa banda, porque así conseguía laburo en Alemania, Australia y muchos otros lugares, con un público que no quiere un Bob Dylan, quiere un gaucho. Ahora, si nosotros asumimos que, dentro de eso, ese gaucho puede ser un montón de cosas más que un gaucho, y no nos da vergüenza, a lo mejor, entendemos más cómo nos miran. Ya que a los argentinos nos preocupa mucho más como nos miran que como somos.
COCA COLA NO SIEMPRE REFRESCA MEJOR
“La poesía debe ser hecha por todos”,
Lautréamont
Todo un tema, porque si lo nuestro es el mestizaje ¿dónde queda lo originario?
Es que lo originario es también mestizo a esta altura. Yo he pasado el solsticio de invierno con la comunidad mapuche en San Martín de los Andes y muchos de esos mapuches llegan en moto, con sus teléfonos celulares inteligentes, sus tablets y hablando castellano. Conservan su espíritu ancestral y sus ritos, pero viven en este mundo y con él interactúan. Sin embargo, lograron una histórica resolución judicial mundial, por la cual no hay internet en mapuche, para preservar la lengua. Pero me ha pasado de estar en una reservación qom, donde todos andan vestidos de calle y te dicen “¿querés una foto? Nos ponemos la ropa de los pueblos originarios y te cobramos por la foto.” Creo que es inteligente también no vivir en la era medieval, cuando tenés acceso a la tecnología. No como esas sectas de Estados Unidos que viven sin luz eléctrica porque creen que la electricidad es el demonio.
A veces, para preservarse es mejor abrirse que cerrarse.
Las dos cosas. Es combinar qué debe estar cerrado y qué abierto. No es lo mismo la colonización que la combinación. Colonización es que te hagan la cabeza. Otra cosa es el rechazo a la tecnología y al progreso, en base a un fundamentalismo sin lugar. Somos mestizos porque en nosotros conviven un montón de cosas, entre ellas la aceptación de los nuevos tiempos con el reconocimiento del pasado. Te colonizaron cuando vos ya ni te das cuenta que estás colonizado, esa es la verdadera colonización. Mis hijos fueron educados, en parte, con “Cartoon Network”. Cuando vamos a comer los varones pueden decir “Quiero nachos con frijoles y guacamole”. El otro día mi hijo Luca me preguntó: “¿Te gustaban las canicas cuando eras chico?”. “¡Bolitas, qué canicas!”, le dije. Eso te da una muestra de cómo, sin darte cuenta, estás en un proceso en el cual la colonización es tan suave que ni se nota. No es malo en sí que te guste el guacamole, al contrario, es conocimiento de otra cultura, pero tapan lo propio. Los pibes no comen lo propio sino lo ajeno. Sus padres festejan una Navidad Blanca con un Papa Noel vestido con los colores de Coca Cola. Halloween es más importante que la Pachamama.
Es curioso que estemos hablando de mestizaje, de alquimias y transformaciones y nos citaste en un bar que se llama “Crisol”.
PAISAJE QUE CANTA, PAISAJE QUE CALLA
“con charcos de almejas y garzas como / clérigos / la mañana hacía señas / con el rezo del agua y el grito de gaviotas y cornejas / y el golpeteo de los botes en el muro tramado / por las redes, / para que yo me levantara / es ese instante / en el pueblo dormido todavía y empezara a caminar.”
Dylan Thomas, “Poema de octubre”
Uno de los elementos que incluís al narrar la vida de los personajes que biografiás son los paisajes, para vos parecen ser muy importantes.
Mirá qué interesante. No lo había registrado… Te puedo decir que sí, creo en el determinismo geográfico. Creo que los microclimas, el medio ambiente, las cosas que uno ve, te determinan en buena parte.
¿Y las calles?
Me gustan las calles, será por eso. Creo que si crecimos en la pampa, al lado del mar o en el Caribe, eso nos condiciona temperamentos y, también, visiones de la vida. Si miramos el mapa de la cultura universal veremos que, en un puñado de kilómetros, nacieron Einstein, Marx, Freud, Nietzsche, Kant, Beethoven, Mozart, Bach, Goethe y siguen y siguen las firmas. Un lugar donde hace frío diez meses al año. La gente está encerrada en las casas. Piensan, filosofan, escriben. Esas mismas gentes, nacidas en el Caribe americano, hubiesen hecho obra por otro lado: tocarían los timbales, comerían ceviche, pintarían aldeas selváticas. En el Caribe no hay experiencias registradas de filósofos metafísicos de resonancia mundial o músicos abstractos de nivel internacional, quizás porque la vida es tan linda y tan simple que la gente vive diferente. Para interrumpir el silencio del frío y la montaña, hay que tener algo que decir. Si no lo tenés te quedás callado. ¿Por qué un porteño habla a los gritos? Porque en la ciudad hay ruidos, música, gente que pasa, pasan los colectivos. No nos escuchamos, entonces, hablamos mucho y muy fuerte. Pero vos estás con un jujeño, y puede estar una hora sin hablar. No es que esté enojado, es que no tienen nada que decir para interrumpir el silencio. El silencio es mucho más importante que las palabras.
¿Y el silencio para vos?
Soy de al lado de la montaña, de una montaña muy grande, impresionante. Cuando estás a su lado, te dan ganas de pintarla, de fotografiarla, de retratarla, de subirla y de mirarla. La montaña te hace voyeur, o trepador. En mi caso, miro, veo, saco conclusiones, ese es mi temperamento. Soy de ahí pero también viví la mitad de mi vida acá. Me porteñicé. En esto también soy un mestizo. Allá soy un porteño y acá no soy un porteño. Un patagónico te dice: “Vamos acá cerca”. ¿Y cuánto es acá cerca? Setecientos kilómetros. Bueno, hay un determinismo de ánimo y hasta hay uno físico. Los mejores corredores del mundo, de esas carreras de 42 kilómetros, las maratones son de lugares donde había que ir a buscar el agua y el agua quedaba lejos. Los mejores velocistas provienen de zonas en las que si no corrías, te comía el león. Las estrellas deportivas jamaiquinas de hoy son descendientes de esclavos que venían de África. Los barcos con esclavos hacían la primera parada técnica en Jamaica y luego seguían a Estados Unidos. En Jamaica, los dueños ingleses de las haciendas se quedaban con los mejores, los más rápidos, los más altos, los más esbeltos y, de ahí, salieron los tatarabuelos de los que hoy son los hombres y mujeres más veloces de todos los tiempos. La enorme mayoría de los mejores corredores de 100, 200 y 400 metros son jamaiquinos desde hace años. Y de los diez mejores tiempos de la historia de las maratones, ocho son de atletas de Kenia y dos de corredores de Etiopía. Miren el mapa y los desiertos.
Miguel Ángel Estrella nos contó de un género musical que se llama “tumba africana”, en el que los negros de Cuba, descendientes de los esclavos africanos, tocan música africana mientras bailan vestidos de cortesanos franceses.
Todos los géneros musicales más lindos de América Latina son producto del mestizaje entre los esclavos, su música negra y los blancos. Ya hablamos del tango y el blues. También la bossa nova, la habanera, la chacarera, el candombe, América completa es mestiza en ese sentido.
Europa también es mestiza.
Sí, otros mestizajes: los anglos con los sajones, por ejemplo. Lo que pasa es que, en el temperamento anglosajón, no hay -al menos que nosotros podamos advertir desde acá- un desprecio de unos por los otros. Acá sí, el desprecio del blanco sobre el negro, por el indio… El intento de supremacías blancas le ha traído muchos problemas a este mundo.
NO ES UN PÁJARO, NO ES UN AVIÓN: ES CHARLY
“Toda una primavera de alondras en una nube enrollada”
Dylan Thomas
¿Tendrá algo que ver el mestizaje en deponer la primera persona y hablar en tercera en tus textos?
Me daba vergüenza escribir “yo”. Como vengo del periodismo, la palabra “yo” me parece demasiado autorreferencial, por eso trato de no escribir en primera persona. Es un ejercicio que puede parecer raro o impostado… Comunicación implica la existencia de gente que necesita saber y la existencia de cosas que contar. El comunicador debe tratar de desaparecer y ser el nexo entre ambos elementos. Intento conectar y el yo me suena intrusivo.
Igual está tu mirada.
Sí. Michael Moore o Lanata hacen documentales con ellos delante de la cámara: “Estoy aquí ,en la puerta de la General Motors”. A mucha gente le encanta. A mí me hace ruido: correte, mostralo y que tu voz quede en off. Ahora escribí un libro que va a publicar en octubre Planeta. “El día que Charly saltó (y otras crónicas salvajes del rock)”. Son un puñado de crónicas personales con historias y momentos de Spinetta, Charly, Fito, Calamaro, Abuelo, Federico Moura, León Gieco. Ahí utilizo un poco más la primera persona. El día que Charly se tiró fue una rareza. Él acababa de dar un recital en Mendoza, un sábado por la noche. En Mendoza y en Córdoba siempre hubo problemas con Charly. Para algunas ciudades del interior Charly es un porteño insoportable. Una vez, la justicia de Mendoza lo internó, incluso lo ataron, le pegaron, lo filmaron como a un animal salvaje. Él ha tenido un comportamiento muy raro y el público también lo ha tenido con él. Ese día en que se tiró era la Fiesta de la Vendimia, marzo del año 2000. El gobierno de Mendoza me había invitado a ir tres días gratis: viernes, sábado y domingo. Simultáneamente, había un programa de recitales llamado “Argentina en vivo” del gobierno de la Nación. Era una serie en la que Mercedes cantó en el límite con Bolivia; Divididos, en Tierra del Fuego; Gieco, en El Dorado, el límite con Brasil; Cerati, en San Rafael; Diego Torres, en Bariloche. Charly tocó en Mendoza capital, con Mercedes Sosa de invitada, todo bien. Yo estaba de casualidad alojado en el mismo hotel, en el tercer piso. Allí, Charly había escrito, quince años atrás, “Demoliendo hoteles”, una vez que él había roto todo ese hotel. Bueno, el recital terminó a la una de la mañana y yo me fui a comer con unos amigos al centro de Mendoza. Vino María Gabriela Epumer, que era amiga mía y tocaba con Charly, y se sentó a comer con nosotros. Charly terminó tocando el piano en un barcito a las tres de la mañana, para cincuenta tipos borrachos que le pedían “Canción para mi muerte”. Como a las cinco, una señora pasada de copas le dijo: “Eh, agreta, no tocaste lo que te pedí”. Y Charly le contestó: “¡Toqué cuatro horas gratis, toqué!”. Un tipo que estaba con la señora le tiró a Charly un vaso. Charly lo esquivó. Uno que estaba con Charly le dio un sillazo en la cabeza al acompañante. El resultado fue que Charly se fue a dormir y la dama y su compañero fueron a la comisaría a hacer una denuncia contra él por agresión física. La policía fue a buscarlo, lo detuvo, lo metió en la Penitenciaría. Le hicieron una causa. Quedó detenido, a espera del pago de una fianza, en la habitación. Un escándalo. Yo llegué a las tres de la mañana al hotel. En el pasillo, el violinista que tocaba con él me encaró: “¿Carlos Polimeni?”. «Sí», dije yo. «Hace tres horas que te estoy esperando, pasó todo esto y Charly quiere hablar con vos”. Yo tenía a esa altura una relación de veinte años con Charly, así que le dije: “Decile a Charly que yo me voy a dormir”. “No, no, me va la vida en esto. Charly necesita que le grabes una nota contando lo que pasó y responsabilizando al gobierno de esto, porque el gobierno lo trajo y ahora no lo protege, lo llamó a De la Rúa y no lo atiende…”.“Mirá, flaco, no tengo ni grabador”. “No te preocupes, tenemos todo”. “¿Sabés qué pasa? Yo no soy empleado de Charly García. Estoy acá pasando el fin de semana”.“Pero yo sí soy su empleado. Te pido por favor”. “Bueno, está bien. Tenés razón.” Voy. Estaba Charly y alrededor un mundo inenarrable. Y Charly, enloquecido: “Me tienen preso acá. Ahora me voy a tirar por esa ventana, me voy a matar y la culpa la va a tener el gobierno, son todos unos hijos de puta”. Bueno, le grabé una entrevista de una hora y media en la que decía: “Si cuando me tiro de acá, me mato, este es mi testamento”. Me fui a dormir. Eran las seis de la mañana. A las doce del mediodía, me desperté. Yo era Jefe de Espectáculos de Página12 y tenía esa entrevista grabada. Era lunes a la mañana. Me fui a
escribir a una oficina. La televisión estaba todo el tiempo con “Charly, incidente en Mendoza y qué se yo…” En ese tiempo, Darío Lopérfido estaba todavía del lado de los buenos. Lo llamo al celular, él estaba en la Casa Rosada y me atiende. Me pregunta por María Gabriela Epumer y le digo que había estado con ella hasta las cuatro de la mañana y estaba bien. Le cuento que tengo esa entrevista explosiva con Charly donde lo puteaba a él, a de la Rúa, al gobierno, hablaba bien de Menem, y lo insto a ayudarlo al flaco.
¿De Menem?
Sí, porque cuando lo llamaron a Menem en medio de ese quilombo, los atendió. Los escuchó y pidió que le pasaran con el sargento que estaba en la puerta de la habitación. Le pasaron y Menem le dijo al sargento: “Carlitos es un buen chico, déjenlo tranquilo ¿quién es el juez de la causa?”. Y así… Finalmente le dije a aquel Darío: “Mirá, te aviso porque si pasa algo grave, va a ser un problema para todos”. “¿Qué grave puede pasar?”, me respondió algo cínicamente. “Charly está amenazando con tirarse por la ventana”, le comenté. “Pará, pará…¡Charly se tiró recién por la ventana y cayó en una pileta!. Está vivo, lo estoy viendo por la tele” ¿Qué pasaba? El Hotel Aconcagua alojaba por entonces también al ministro del Interior de Argentina, que era un mendocino, Alberto Flamarique. El tipo había citado a una conferencia de prensa a los medios nacionales, en el primer piso del hotel, para hablar de la economía argentina. Cuando vienen los periodistas, prenden las cámaras, está a punto de empezar la conferencia y, por la ventana, pasa Charly García volando. Un camarógrafo, que llegaba tarde a la conferencia de prensa y venía armando la cámara, se encuentra con Charly en plena caída y filma la secuencia. Eso era lo que Lopérfido estaba viendo por tele, casi en vivo, cuando yo lo llamé. Bueno, subí a verlo y Charly estaba ya en su habitación. Él no sabía que la pileta estaba casi vacía cuando se tiró. El piletero estaba vaciando la pileta porque era lunes. Al ver a Charly, le pidió que no se tirase. Se tiró, claro. Cuando lo llevaron la demencial noche anterior a la penitenciaría le hicieron entintar los dedos, ese trámite feo. Él le dijo al comisario que no lo haría porque él era Charly García. El comisario le respondió: “Vos sos uno más”; “No, yo no soy uno más, yo soy un genio, soy Charly García”; “No, aquí sos uno más”. Cuando se tiró, Charly terminó declarando: “¿Vieron que yo no soy uno más?” Era un gesto de valentía, en su lógica. De chico, en Moreno, en una quinta de sus padres, con una pileta que tenía al lado una casilla, Charly ya se tiraba de trampolines escarpados. En el piso del hotel de Mendoza donde estaba, había un tentempié del gato Silvestre. Antes de tirarse, Charly tiró ese tentempié a ver para qué lado caía. Luego, tiró una caja con compacts y vio para dónde caía. En base a eso calculó y después se tiró él. Fue un gesto desafiante.
VOCES A FLOR DE PIEL
“Vuelve siempre y tómame en la noche, / cuando los labios y la piel recuerdan…”
“Vuelve”, Constantin Kavafis
Vos destacabas antes que ese coqueteo con la muerte pareciera no estar asociado al suicidio, sino a un desafío.
Claro. Luca, por ejemplo, esperaba la muerte. Charly, no. Hoy Charly tiene una vida muy limitada, aunque en lo musical está bien. Siempre estamos esperando sus canciones, creo.
Vuelvo a un tema que ya comentamos, ¿cómo diferenciarías a los malditos del reviente?
Hay un parentesco entre los malditos y los reventados. Volvemos a la infancia, la felicidad y la no felicidad, los padres, la sociedad… De Charly y de Luca, no se puede decir nada que no hayan dicho ellos en sus canciones. Pero, en el ’55, Charly tenía cuatro años, hijo de un matrimonio de clase media alta. El papá era empresario y la mamá, productora de televisión. Los padres se fueron a Europa en un viaje larguísimo de tres meses y dejaron a los dos hijos al cuidado de la sirvienta, las tías y demás. Se fueron mintiendo que volverían pronto. A los cinco días de irse sus padres, Charly tuvo un ataque de bronca que le decoloró la piel entera en un cuadro o enfermedad que se llama vitíligo, un ataque en la piel de bronca y de odio. Creo que, de ahí en adelante, él vivió siempre enojado, sobre todo, con la madre. Entonces siempre fue el chico díscolo, rebelde… Charly es un rebelde, pero uno que siempre quiso ser una estrella de rock, lo cual es una maldición. Llegar al conocimiento a través de los excesos. Luca ya sabía qué era eso. Luca tenía un problema grave con el padre y Charly, con la madre. Pero si vas a Michael Jackson, Prince o Madonna, tenés los mismos casos: abusos infantiles, padres dominantes. Axel Rose, Mick Jagger… En ese estereotipo de la estrella de rock, hay siempre una pelea fortísima con la autoridad maternal o paternal que deviene en un encontronazo con los maestros, con el poder, los uniformes, la autoridad y el deber ser. Creo que, más que rebeldes, son personas muy heridas por la vida y canalizan eso en algo artístico.
Y, aun así, eso no lo explica todo. ¿verdad?
No, claro. Hay miles de personas con las mismas características que no crean arte. En todo caso estamos hablando de gente con capacidad y desarrollo intelectual o artístico fuerte.
VIDRIO MOLIDO DENTRO DE UNA ALBÓNDIGA
“olas enormes se precipitan sobre las casas / y arrancan los labios / que los pájaros han colocado en las ventanas”
Jean Arp
¿Qué es para vos ultraviolento?
Un tema de “Los Violadores…”. También, me llama la atención que una parte importante de la sociedad argentina se haya dado cuenta recién ahora de los ultraviolentos de clase que están en el poder. Acá hay una visión de la clase alta y de los ricos en Argentina, una visión que está en el corazón del gobierno de Macri y sus alrededores. Ellos, hasta acá, nunca habían gobernado sino a través de otros o cogobernaron, como con Menem y con la dictadura. Ahora, por primera vez, lo hacen de un modo simbólico ultraviolento. Todo eso en un proceso que se enmascaró como se enmascara el vidrio molido dentro de una albóndiga que come un gato y después desgarra sus tripas. Acá hubo un gran enmascaramiento de cuál era el verdadero plan de ejercicio del poder. Y, ahora, casi dos años después va quedando más o menos claro: ellos piensan que a la Argentina le sobran veinte millones de personas y quieren gobernar, como en otros países de América Latina, para veinte millones y los otros veinte que se jodan, que subsistan… Creo que el plan es el intento de una reescritura de la historia argentina y es mucho más ambicioso de lo que uno ve. Al sector que ha salido perdiendo en el relato de la historia -por ser cómplice de las dictaduras, los genocidios y el entreguismo- enarbola hoy una narrativa propia. El ministro Bullrich te dice que va a haber otra conquista del desierto, como si aquella hubiera sido muy buena. Y luego desparece Santiago Maldonado por apoyar la causa mapuche. Se despliega un plan completo ideológico para discutir de vuelta todo: la conquista del desierto, la Patagonia Rebelde, el peronismo, los ’70, la dictadura. Todo en un país que, si es diferente al resto de América Latina, es porque la Generación del 80, con Sarmiento a la cabeza, pensó en la educación laica, gratuita y obligatoria y en la salud pública como pilares de una sociedad. Si fuera por los muchachos que están ahora, Sarmiento era un zurdo. Para ellos está claro que quien pueda pagar merece salud y educación y el que no, que se joda como en Chile o Brasil…
También ahí hay una operación de lenguaje exitosa que no encuentra nada muy talentoso ni muy bien pensado que se le oponga.
Porque, en estos tiempos, en que gobernaron otros sectores, la derecha tuvo espacio para recargarse y renovarse, aprovechando el repliegue. Estados Unidos modificó su política respecto de América Latina, ya no quiere golpes de Estado sangrientos, que le traen problemas a todo el mundo, sino gobiernos amigos-socios. Ya no cree que el problema sea acabar con los subversivos, sino dominar los medios de comunicación. La llamada batalla cultural, en términos de Antonio Gramsci, fue ganada ampliamente por Estados Unidos, que, a través del cine, la televisión, la música y la moda, impuso en este continente valores culturales foráneos como propios. Después de este período turbulento de más o menos quince años en que triunfaron los sectores diferentes en las sociedades de siempre -Lula, Dilma, Evo, el Frente Amplio, Bachelet, Chávez, Maduro, Correa, y el kirchnerismo en Argentina- la derecha latinoamericana tomó nuevos impulsos: es moderna, es tecnológica, es de redes sociales, tiene dinero, no es sangrientamente genocida, tiene discurso nuevo, tiene semiólogos, semióticos, publicistas y su intento final, insisto, es reescribir la historia completa. Hay que pensar las particularidades de la Argentina, en que el ciclo del principio de milenio se dio de la mano del peronismo. En el peronismo hay una idea general de que el estado debe estar a favor de los trabajadores pero también un culto por los empresarios nacionales. Es una expresión de nuestro mestizaje también. Argentina es un país con características especiales: mucho más culto, mejor educado, con mayor salud y mejor alimentado que el resto de América Latina, con mayor poder de su sociedad de salir a la calle, más sindicalizado y combativo. Esa fue la base sobre la que se avanzó tanto en lo simbólico, en una era en que una porción de la sociedad se sintió en sintonía con América Latina. Una sintonía en diversidad, si se quiere. La derecha en el continente, en cambio, no tiene diversidad: en todas partes es muy parecida entre sí. Usa el mismo libreto y tiene los mismos guionistas. Hace las mismas acusaciones y tiene los mismos miedos y privilegios. Cuando ves los trajes de Macri, Enrique Peña Nieto, Sebastián Pineda, Lacalle, Capriles, Michel Temer, los peinados de sus mujeres hermosas, los discursos escritos por sus publicistas son todos parecidos. Son familias. Los derechosos no usan ropa roja ni llamativa, usan colores tenues, blancos, celestes, beige, marrones. Hay un patrón en los discursos, en los aspectos y en las campañas, mientras del otro lado reina la disparidad. Los presidentes del período anterior parecían la Armada Brancaleone: una mujer con cartera europea en Argentina; un indio que no habla bien castellano en Bolivia; un viejo con aspecto de topo en Uruguay; una mujer con apellido francés en Chile; un economista ortodoxo, convertido en traidor de su clase en Ecuador; un obrero metalúrgico con un dedo menos en Brasil; un militar nacionalista en Venezuela. Un conglomerado que parece armado para una publicidad de Benetton pero que irrita en serio al Poder Real, Todo eso junto fue mucho al lado de estos otros tipos, que son todos iguales: todos lectores de Vargas Llosa, formados en universidades privadas, todos con postgrados en inglés. Si hay un invento que esta época disparó es que la comunicación de masas ha logrado pobres que aman a los ricos. Y les perdonan a ellos la corrupción que no les perdonan a los gobiernos populares. Pero es un proceso muy pensado desde el Norte. Hasta las telenovelas han sido un campo de batalla, pregunten sino en Brasil a los televidentes de O Globo. O miren Canal 13 en la Argentina. La batalla cultural es una expresión que patentó Gramsci en Italia y que usó la izquierda en todo el mundo, pero fue la derecha quien mejor y antes la llevó a cabo. Y de este estado de cosas no se sale fácil. Se sale sólo con sufrimiento. Se sale -como decía Churchill- con sangre, con sudor y con lágrimas, no con buenos modales.
FIEBRE EN LA MOCHILA
“Revuelo de silencios aromados. / Estrellas-pájaros de fuego / dichosos de infinito.”
“Despertar” Jacobo Fijman
Vuelven las conexiones: como antes con voces y palabras, silencios y sonidos, ahora, los colores de las ropas, las lecturas de los presidentes ¿cómo asociás esa manera de lectura con lo poético que tanto aparece referenciado en tu obra?, ¿escribís poesía?
No. Escribí de joven, pero no escribo poesía. Por otra parte, creo que la poesía es una mirada diferente sobre el mundo de lo real, es ver la armonía, la belleza, la disonancia que están y generalmente no vemos. La mirada del poeta es la que encuentra, en esa pared, que podría ser sólo una pared de ladrillos, un universo. Creo que lo poético está ahí. Hay que escuchar, ver, y después hay que poder decir, pronunciar. Eso tiene que ser carne de uno, algo que va de adentro hacia afuera. A los músicos suelo preguntarles dónde está la música. Si está afuera y el músico es una antena que la capta, o si está adentro y el músico la saca con sus instrumento. O si es todo eso junto. No sé muy bien cómo es con la poesía. A veces me parece que está en las cosas, a la espera del ojo que mire y cuente. Y otras veces creo que está dentro de las personas. No me preocupa, como lector. Pero adquirí el hábito de intentar retener lo que me gusta, tal vez de tanto repetirlo para mí. Quizás la culpa la tuvieron los profesores del secundario, que me hacían aprender de memoria. El placer por retener buenos textos es como una fiebre. Como que te guste jugar al fútbol o cocinar y vas por ahí con eso en la vida: una fiebre que se apodera de vos en algún momento, de la que sos víctima y de la que disfrutás también, pero que se queda a vivir por siempre. Yo odiaba estudiar de memoria, pero así aprendí Quevedo, Garcilaso, Góngora, el Cantar del Mío Cid. Eso me dio un método, una forma de cultivar la asimilación que me fue dejando un sedimento. Mientras más crezco en edad, ese sedimento es más importante. Un cargamento que llevo conmigo que, por otra parte, me permite decir cosas a través de otros.
Darle la voz a otros…
Claro y, además, cuando uno le da la voz a otros elige de esos otros, que ya no son tan otros, algo que a uno lo representa en algún punto o que está tan bien dicho, que sería imposible decirlo mejor. Una vez me invitaron a un espectáculo de teatro surrealista y dije de memoria un poema de Neruda que se de memoria… porque lo aprendí musicalizado por Víctor Heredia. La semana pasada, releyendo una biografía de Neruda, me enteré cuándo y por qué lo había escrito, en 1923. El libro se llama “Crepusculario”. Muy joven, él vivía, en Santiago de Chile, en una pensión para estudiantes, sin un peso, flaquísimo. El sol caía a la tarde en la ventana balcón donde él se sentaba a escribir. Era un espectáculo privado e intenso. Mirando ese momento fue que escribió: “Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza del cielo se abre como una boca de muerto. Tiene mi corazón un llanto de princesa olvidada en el fondo de un palacio vacío…” Bueno, creo que no se puede decir mejor eso.
¿Podrías no escribir más?
No, no podría. Ni podría dejar de escribir en el aire, ni podría repetir esas fórmulas de los programas de radio. El que no se da cuenta, puede repetir toda la vida y estar feliz con eso, para mí es como una guitarra desafinada. Escucho eso y me digo ¿pero de verdad este tipo está diciendo “qué tal, cómo les va, buen día” convencido de que eso es importante? Para mí, hay otras cosas que decir, otras formas de hacerlo.
¿Y no extrañás al poema que escribías hace treinta años?
No. Vivo con eso. En mi dieta diaria, hay horas de canciones, de lectura, de poesía, de ensayos, de revistas, de películas, de recuerdos y eso es un viaje infinito. Hoy sé que Van Gogh miraba por la ventana del sanatorio donde lo habían internado, eso que después pintó. Y creo entender el sentido final de esa obra. Eso es para siempre y, dentro de veinte años, a lo mejor entenderé otra parte.
Para el final, te leo el final de “Bailando sobre los escombros”: “Endurecerse pero en el fondo, si es posible, no perder la ternura. Influir sobre aquellos que te influyeron en un proceso que no es circular sino inteligente”
Parece que los tiempos como estos llevan a pensar que la historia es circular. Borges desarrolló toda una obra sobre el concepto del tiempo circular: los laberintos, los espejos, temas centrales de la humanidad. Creía que las épocas vuelven, que la lluvia es siempre la misma, que la luna es la misma siempre: “Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:los astros y los hombres vuelven cíclicamente; los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.” Es una idea poética por excelencia pero falaz, porque la historia demuestra que las cosas progresan, se retrocede porque se avanzó. Para mí es como un mar que no trae siempre lo mismo a la orilla. Además de las circularidades, que son muchas y son muy atractivas, hay pasos hacia adelante, si no pregúntenle a una mujer, a un negro, o a un enfermo. El ser humano vive cada vez más tiempo en parte porque existen los antibióticos. Un chico de diez años hoy tiene mayores conocimientos de cultura general que un sabio del siglo XV. Creo que la historia avanza y progresa y que, a veces, cuando estamos muy tristes y muy decepcionados, nos parece que todo es circular y que siempre vuelve. Es una idea mágica muy linda, pero es mucho mejor la metáfora del río de Heráclito. El río no es nunca el mismo y uno tampoco lo es. El rio cambia, nosotros también. Pero se mueve. Todo se mueve: la única certez es el cambio.
Excelente nota. Recien descubro El Anartista. Felicitaciones
Bienvenido! Gracias!
Maravillosa entrevista!!!
Gracias!!
Muchas gracias por el comentario!
Cuando la poesía,la escritura,las vivencias transitan el mismo sendero el arte se vigoriza y resplandece.