Ultraviolento: Entrevista a  Miguel Ángel Estrella

Entrevista: Mariana Dosso, Anne Diestro, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman, Mariana Dosso

Caminito del indio,/ sendero coya/ sembrado de piedras./ Caminito del indio/que junta el valle/con las estrellas.

“Camino del Indio”, Atahualpa Yupanqui

Nashem, astro del cielo. “Estrella” han elegido los funcionarios de migraciones en la Argentina. Por cierto es que Nashem- apellido de su abuelo paterno, abre al misterio del universo. Quién sino los astros del cielo nos palpitan ese enigma. Tal vez las conversaciones de Miguel Ángel se acercan también a ese mundo sin respuestas “tradicionales”. Charlas con su Jesusito, con Marta -su amada esposa- con la voz madre, con una voz maestra en intuiciones, con otra experta en precisión técnica y una más, dada a ajustar detalles del espíritu. Miguel elige el anecdotario, esquiva teorizar, prefiere las escenas, dar a ver,  poner en juego a entrevistadores- y aquí también con los lectores- y conmover con pulsos cotidianos.

Así, constela sonidos, forma, nombre y palabras. Pero también las hace estallar en plenitud y densidad, escurridizas, inaprensibles. Del vientre de la palabra- más allá de toda madre, incluso- nace lo poético. Desde allí reclama, piano adentro y, entonces, asciende la música. Sube la mano, baja el dedo índice, acaricia la mesa como a una tecla más. El tacto está conmovido de vida densa, lleno de niños que anecdotean la música, de hombres simples que enriquecen la armonía con su lejana voz, muertos queridos, quienes desde los retratos, aplauden la insistencia de la vida. El aire se pone rico, con una densidad que no pesa. El latido, sin desestimarla, le saca el pecho a la técnica que, admirada, se rinde a sus manos. Estamos lejos de los vaivenes del trabajo matutino o del cansancio de la noche, del amor vuelto deseo y tan dentro de ellos, como el misterio del universo dentro del pulsar de cada estrella.

Y cuando el astro está en lo más alto, una altura todavía más arriba, se desoculta. Por allí revolotea un romance entre sonido y palabra. Escuchen con atención qué se dice. Escuchen.

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 LA PIEL DEL PIANO

 “me pasea los dedos por la piel y me dibuja/ en el espacio, en vilo, hasta que el beso/ se posa curvo y recurrente/ para que a fuego lento empiece/ la danza cadenciosa de la hoguera/ tejiéndose en ráfagas, en hélices,/ ir y venir de un huracán de humo.”

“El breve amor”, Julio Cortázar

Hay aquí un romance. El piano del fondo respira profundo el aire que durante tantos años le quitó la tumba. Goza cada sorbo de libertad, a pulmón lleno. Mientras en eso anda, se le escapa un suspiro hacia el piano de adelante, que se despereza, como si jugara a una cierta indiferencia inicial. Entonces, el otro arremete desde una montaña de libros, fotos y papeles que sostiene sobre su lomo, se alía a los marcos de los portarretratos, a las letras de viejas escrituras, al papel nuevo y al papel amarillento. Y, ente todos, se ofrecen como un cielo. Titilan un cielo de entrecasa para que el piano de adelante conceda y diga. Y él o ella (hay pianos “ella”) concede toda la partitura de su piel, en luz y sonido.

Este piano me lo regaló una amiga. Yo iba a estudiar a su casa, en Ginebra, vivía cerca de un lago.  Estaba enferma, me llamaba a su cama y me decía “Estoy como si tuviera quince años, enamorada”. Ella tenía ochenta. Yo, treinta. Cuando se murió, yo no estaba en París, así que fue mi hijo. Él la quería mucho. Mi hija Paula, también. Mi hijo tenía aventuras con una nieta de ella. ¡No perdonaba ni una mi hijo Javier!

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¿Ese es otro piano?

Sí. Ese es un piano que yo reencontré en Montevideo. Me lo habían robado los milicos junto con todo lo que había en la casa. El piano tenía un afinador, que era amigo mío. Entonces, durante mis años de prisión, él y algunos alumnos míos de Montevideo, le seguían la pista. Los milicos lo habían enterrado en un lugar en construcción, como para venderlo algún día. Así como escuchan, enterrado, sí. Así que, cuando volvió la democracia a Uruguay, allá por el ’85, me escribió el afinador: “Tu piano está intacto, pero tenés que venir a buscarlo vos”. Era en tiempos de Alfonsín. Un día me encontré al canciller Dante Caputo en un avión y le dije que necesitaba que me diera una mano. “Te doy las dos”, me dijo, extendiéndome ambas palmas. “En Uruguay está mi piano, el que me afanaron los milicos y lo extraño. Tiene un sonido hermoso”. “Lo vas a tener dentro de muy poquito”, me contestó. Y me lo trajo. Lo mandó vía Leonardo Franco, un diplomático amigo que venía a la Argentina. Historias.

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Fotografía Anne Diestro

Cada piano tiene un sonido único, ¿no?

Ahora, este que me regaló mi amiga tiene un sonido extraño. Pobrecito, está todo desdentado como estaba mi amiga, la dueña del piano, en sus últimos tiempos. Desde que volví, estoy llamando al afinador para que venga a colocar los marfiles.

Miguel Ángel Estrella: Estudios y preludios (Chopin) | La Ballena Azul

DESTELLOS DIVINOS                                  

                        Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al    margen de la vida.”

Antonin Artaud

 De pronto, la sala invita a los cuerpos. Dentro de una esfera inesperada de luz, bailan Dinu y Nadie. A su lado, se enciende otro círculo para Miguel y Marta. No hay música de tocadiscos,  y los pianos están ahora ocupados con su intercambio de murmullos. Pero los pies agitan las cuerdas del silencio y, entonces, los acordes suenan a cada roce de las suelas contra el parquet. Giran alrededor del sonido. Hasta ser ellos mismos música. Giran intensamente, hasta que un círculo toca la circunferencia del otro. Son dos pares de estrellas binarias que, en la danza, constelan.

 ¿Los milicos te soltaron en el  ’80?

 Sí, me habían secuestrado en el ’77. Al día siguiente, Nadia Boulanger(1) hizo el primer comité por mi liberación. Ella estaba ya yéndose de este mundo, pero me quería a montones. Fue una historia bella cómo yo entré en su vida: un golpe de Estado fue a meterme en su existencia.

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Es una cosa llamativa, cómo vos la admiraste tanto siempre y ella terminó constituyéndose en la líder de tu salvación.

Mi mujer nació en la otra cuadra de esta casa. Como no teníamos guita, mis suegros nos dieron la parte de arriba, que eran dos habitaciones. También nos hicieron una cocinita en un rincón y compartíamos un baño, abajo. En esas dos piezas, testigos de un amor fulminante, de ese estar todo el día deseándonos el uno al otro, la música de fondo era Nadia Boulanger, a dos pianos, con mi pianista preferido: Dinu Lipatti, un rumano maravilloso, un poeta del piano. Después, los dos empezamos a tomar clases con Luisa Sorín, que vivía en Caballito. Ella había trabajado con Nadia cosas esenciales que nos las transmitió. Ahí, los dos empezamos a soñar con Nadia Boulanger. Uno de nuestros maestros acá era un líder de la dimensión de Nadia Boulanger, pero sólo en lo intelectual: Erwin Leuster, un tipo de la judería austríaca que había estudiado, nada menos, con Arnold Schöenberg y nos transmitió todo ese saber. Schöenberg amaba a Bach y se incrustó en el arquitecto Bach, en cómo construía Bach: un campesino dotado de una iluminación espiritual fantástica porque vivía improvisando y se le ocurrían melodías todo el tiempo. Entonces, Leuster aportó un componente: para mí la música es una inspiración divina. Seas o no religioso tiene que ver con algo muy grande que, de pronto, te envía. Mirá, hace dos años me invitaron a la inmensa Universidad de Lyon para inaugurar la Sala, una  parte de la Universidad que antes había sido una cárcel, donde yo había tocado el piano diez años atrás para los presos. A manera de símbolo, para inaugurarla, querían que fuera otra vez yo. Así que me pidieron una obra específica de Chopin: la “Sonata fúnebre”. Entonces hice una revisión de esa sonata que, en otros tiempos, yo había tocado mucho y hasta ganado premios con ella- aquí y en el extranjero-. En esta revisión me encontré con otra obra. Es decir, la fuente era la misma, las notas eran las mismas, pero la intensidad tenía otra cosa. Empecé a hurgar, a mí me gusta mucho la correspondencia de los compositores. En este caso,  la de la mujer que vivía con Chopin, George Sand, una mina fascinante, colega de ustedes. Creo que era sesenta kilos de hormonas, una mina que se vestía de hombre. En una de sus notas, ella decía que esta “Sonata Fúnebre” la había escrito Chopin a los 29 años; que la obsesión con la muerte le traía pesadillas terribles durante las cuales gritaba salvajemente. Ella “sabía, sentía que en su vida no había esperanzas”. Chopin era tuberculoso y, en esa época, no había penicilina. Murió a los treinta y nueve años. Ahí está esa figura de Chopin enfermo, pero también del Chopin tremendo poeta del piano…

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DESTELLAR, ENTRE DOS AMBIENTES

 “Iba en un paso rítmico y felino/ a avances dulces, ágiles o rudos, / con algo de animal y de divino,/  la bailarina de los pies desnudos.”

“La bailarina de los pies desnudos”, Rubén Darío

Ponele, dos piecitas nomás, como de acá hasta allá, hasta unas pocas veces el ancho que alcanza el máximo de amplitud de mi abrazo. Ponele, ese breve espacio y todo el universo dentro. Ponele que no hay gran cosa para comer, ni para beber. Pero en este recorte de tiempo, la vida late un banquete. Si hasta aún se escucha el tintinear de copas, el sonido metálico del cuchillo contra la mesa, el modo en que el tenedor se hundía entre el ovillo de los fideos. Cómo se impregna la memoria en el sonido. Cómo toca el sonido el compás de la memoria.

¿Qué es la poesía en la música?

Es darle un vuelo divino a la música. Chopin era religioso al igual que Liszt. Beethoven, también, de otro modo. Pero, mirá, George Sand había sido amante de Liszt, tuvo muchos amantes, muy elegidos. Es una linda historia que me hace quererlo mucho a Liszt. De adolescente, yo ponía a Lizt al costado, como uno que tocaba maravillosamente el piano y nada más: Liszt era el pianista de moda en toda Europa, vivía en París, en un castillo que aún existe- hoy es la embajada de Polonia. George Sand organizaba sesiones de poesía y de música donde, entre otras cosas, tocaba Liszt. Ella invitaba a la gente encumbrada a escuchar a su marido, música  y poemas. El que en realidad estaba en el piano era Chopin, no Liszt. Y todo a oscuras. Sólo las minas son capaces de inventar estas cosas. Ustedes tienen una intuición, ven cosas que nosotros no. Cosas que se nos escapan.

estrella11delichon-urbica (1)En mi vida con mi mujer, Marta, la he visto tantas veces razonar con esa intuición. Te voy a contar algo que pasó con mi hermana Antonia, que estaba estudiando para ser monja. Antonia, una mujer muy bella, con unos ojazos verdes, muy árabe, aunque no lo es, Marta era como una hermana. Marta, embarazada de Paula, estaba en un momento de su formación vocal fuerte, que prometía mucho. La habían elegido como una de las mejores voces argentinas. Digamos, los mercaderes querían armar una pareja ideal con nosotros. Éramos jóvenes, lindos, teníamos talento. Y Antonia quería ser monja. Entonces Marta le dijo: “Antonia, a los dieciocho años, no te podés encerrar en un convento, no conocés la vida todavía. Mirá, yo tengo que parir y seguir cantando. Vení a ayudarme dos años”. Para Antonia, Marta era una mina que veía más lejos que ella. Los dos teníamos alumnos. Entre ellos había un muchacho, Ricardo, de zona sur,  pobre, loco por el piano y por la música. Obrero de Clarín, se había llegado a comprar un piano. No eran todavía los tiempos de Magnetto. Un día, Ricardo estaba tomando clase y Antonia pasó con Paula bebita en brazos. Recordá que vivíamos en dos piezas. El piano estaba por un lado, el chico tocaba en su clase y, por allá, había una cocinita. Entonces, Marta sorprendió un sonrojamiento del varón al piano. Ricardo vio pasar esos ojazos de Antonia y se puso rojo como tu pullover. ¿Cómo vio eso ella? A mí se me hubiera pasado de largo. Cuando Antonia salió de aquella pieza y levantó la vista para ver a quien tocaba, también marta detectó lo que yo no veía. Terminada la clase dijo: “Ricardo, nunca te invitamos a comer. Es la una y no hay nada más que fideos y un café. Ya sabés que andamos justitos con los gastos”. Él, tímido: “No, no quiero molestar”. Entonces, Marta: “Ricardo, hace un año y medio que estudiás conmigo, ¿por qué la maestra y el alumno no van a almorzar juntos? Están mi marido y mi cuñada. Sacate esa timidez de encima, muchacho”. Así que se sacó su timidez. La cocinita era mínima, entraba una mesita chica, ahí estábamos los cuatro. El rojo de los dos seguía imperturbable. Cuando terminó el almuerzo -y acá viene la historia- Marta le dijo a Ricardo: “Antonia no conoce Buenos Aires. Vos que la conocés de memoria, ¿por qué no la llevás a dar una vuelta, al Teatro Colón, sé que no no te perdés ni una función, ¡con lo que te gusta la música!, llevala a Plaza San Martín, qué se yo. Mostrale un poco a esta chica que viene del norte. Y de ahí, hasta que, hace pocos meses Ricardo murió, Antonia y él fueron como novios. Ella no entró al convento, aunque sigue con su fe inquebrantable. Se casaron, tuvieron hijos, tienen nietos, vivieron acá cuarenta años, en la casa de abajo.

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Fotografía Anne Diestro

TE CUENTO UN ÁNGEL, ¿DALE?

“El alma que entra allí debe ir desnuda/ temblando de deseo y fiebre santa/ sobre cardo heridor y/espina aguda:/ así sueña, así vibra y así canta.”

“Yo soy aquel”, Rubén Darío

Bueno, a ver, contame, contame de ese aleteo a ras de la tierra, de esa forma en que lo angelical se vuelve mate y palabra a tiempo, amistad en el vino, música tocada, café de por medio. Contame el modo en que las voces orbitan el planeta siempre solitario de un hombre, pero también decí cómo esa coreografía de los otros alrededor de tu propia sombra compone la más bella partitura de cuerpos entrelazados. Filiaciones del dolor, del tiempo y la alegría, ángeles que intermedian entre la altura y los pozos y nos religan, de raíz.

Desde que llegamos nos hablás de mujeres. Nadia Boulanger, organizó el primer comité por tu liberación. Marta, tu esposa, con quien formabas un dúo voz instrumento. En otras entrevistas has nombrado a tu madre y sus consejos: “no hay que andar con herrumbre en el alma”. Evita, que parece haberte enseñado que cada cual puede elegir su destino. Milagro Sala: después del recital que diste allá, muchos de los presentes comentaron que era la primera vez en su vida que escuchaban en vivo a un pianista interpretando a Chopin, Mozart, Yupanqui y Villoldo, entre otros autores. “Milagro representa el coraje de esas hembras que ha parido nuestra tierra como Evita, Cristina, como tantas que son odiadas por burdos personajes de la historia de hoy”. Todas, de algún modo, están vinculadas a la liberación. Conversemos.

Sí. Pero también hay un hombre allí, que es Yves Haguenauer, de la judería parisina. ¿Cómo lo conocí? En París, Nadia había sido para Marta y para mí como nuestra madre. Aún muy enferma,  llamaba todos los días a los médicos para ver cómo iba el tratamiento del cáncer y si mi mujer se iba a salvar. En un momento, a Marta le entra una desesperación por ver a sus hijos, pero los médicos pensaban que era peligroso un viaje a Buenos Aires. Aun así, me decían que la podían recauchutar para que los viera, porque estaba muy desesperada, soñaba, gritaba dormida… Marta era una madraza. Entonces, la recauchutan y me advierten que, en el siguiente mes, no le podía pasar nada. Podía viajar y abrazar a los chicos, pero después debía volver. Nunca más volvió. Ahora bien, yo había ganado una beca del British Council, entonces me tenía que a ir a Londres a hacer un curso. Antes de irme, Nadia me pidió que tocara, donde ella daba un curso de verano. Me dijo: “Después del concierto voy a hacer una cena e invitaré a una pareja interesante: Los Haguenauer. Son judíos, muy inteligentes, muy lectores. Él ha sido prisionero del nazismo, se escapó siete veces, pero siempre lo encontraron y lo llevaron de vuelta. Ellos van a estar sentados a tu lado en la cena”. Bueno, di el concierto y en la cena estaban Yves y su mujer, Martina. En esa cena nos enamoramos. Me decían que nunca habían escuchado tocar a Beethoven como lo hacía yo en el piano. Me llevaron a casa, al día siguiente, al aeropuerto, y ahí nació una amistad. Les conté mi angustia  por la enfermedad de Marta y la posibilidad de que muriera. Bueno, me fui a Londres y allí me habló César Civita, el dueño de Editorial Abril. Civita nos amaba a los dos, nos decía: “Ustedes son una pareja como nunca he visto y agradezco al cielo haberlos conocido”. Yo le decía “¿No estarás enamorado de mi mujer, no?” Y él: “La verdad es que los ojos de Marta son perturbadores”… Bueno, entonces me llamó por teléfono a Londres y me dijo: Miguel Ángel, respirá hondo y tranquilo, no pasa nada grave, está todo controlado, pero Marta está hospitalizada”.  Y era que ella, con tal desesperación de mostrar al mundo entero a sus dos hijos, que eran los más lindos del mundo, salía para todos lados con ellos. Se agarró una gripe tremenda, mucho más fuerte que las habituales, todo eso en contradicción con el tratamiento que venían haciéndole en Francia, en fin… “Te mandé un pasaje Londres-Buenos Aires. Vení. Es muy necesaria tu presencia porque vos sos el hombre de su vida”. Retiré el pasaje y me vine a Buenos Aires. La vi en el hospital Tornú. Marta parecía María Callas, estaba bárbara. La hija de Civita iba todas las mañanas a peinarla y a maquillarla. Entonces entró un médico y dijo “¿Qué es esto, va a cantar Carmen?”

estrella29525163ec0ff931f84223423edaaa791¿Nunca pensaste en escribir esta y otras historias?

No. La cuento muchas veces, no con tantos detalles como con ustedes. Tengo una memoria enorme.  Volviendo a Haguenauer, cuando a mí me preguntan quién me cuidó, porque parezco un hombre muy cuidado, contesto que fue Yves, mi ángel liberador.  En la tortura, yo tenía otros ángeles, no estaba Yves ahí. Él, Martina y su hijo Jean Louis, que era pianista y alumno de Nadia. Ella le dijo que a él le faltaba una cosa y esa cosa era el sonido para tocar Beethoven, que ese sonido se lo podía dar yo. Y es así que Louis vino a estudiar a Buenos Aires con otro chico inglés, también alumno de Nadia.

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Fotografía Anne Diestro

¿Y cómo se enseña un sonido para tocar Beethoven?

Bueno, eso tiene que ver con la densidad de tu vida, con las cosas densas que vos vivís. Podés tocar muy bien el piano y escuchar a diez pianistas que tocan maravillosamente bien y todos tienen sonidos diferentes. El sonido es una cosa que viene de adentro, de las tripas. Ayer escuchaba a un pianista que toca maravillosamente bien pero, como comentaba con Paula- mi hija-, es una lástima que, con semejante posibilidad técnica, no transmite el drama de la gran Sonata Patética de Beethoven. Estaban todas las notas, pero faltaba eso. Paula me decía: “Papá, Horacio es pianísticamente impecable, aunque es joven y no sé si conoce el amor. Esa densidad que te da el amor, el deseo cumplido. No sé si coge, por ejemplo.” En una época yo estudiaba como un animal el piano, diez horas por día. Imposible para los vecinos. Entonces Marta me consiguió cincuenta pianos distribuidos por toda la ciudad: en la Boca, en Haedo, en todos los barrios. Yo trabajaba con el maestro de Marta, Castronovo, de la judería porteña. Y, en un momento, perdí el deseo de tocar. El deseo es como un instinto erótico.

New Pavilion by Renzo Piano in Chateau La Coste

¿Eso fue antes del secuestro?

Sí, tenía veintitrés años. Entonces le dije a mi maestro: “usted sabe que he perdido la alegría de tocar. Ahora ya sé cómo se toca todo en el piano, domino el instrumento pero no tengo esa pulsión erótica con el piano”. Él me dijo: “No, usted -nunca me tuteó- nació para esto, usted es un hombre de escena. Lo que pasa es que su relación conmigo tiene un límite. Yo no le puedo dar más”.

“EL SONIDO, MI PRIMO NACIDO MUY LEJOS”, DIJO LA PALABRA

 “el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;/ mi infancia, tan cercana,/ en el mismo jardín donde la hierba canta todavía/ y donde tantas veces tu cabeza reposaba/ de pronto junto a mí,/ entre los matorrales de la sombra.”

“Aquí están tus recuerdos”, Olga Orozco

La lejanía es justo esa esquina donde la música se vuelve poema, el poema invita a la frase, la frase coreografea una relato y, cuando la prosa llega al borde, ya estás en la siguiente esquina. Entonces, doblás otra vez y suena la música, toda muy cerca, toda lejanía.

El no tocar, o el dejar de tener la pulsión para tocar, ¿no sería parte del tocar? Como  una pausa que el deseo hace para que las cosas decanten…

 Sí, pero yo estoy pensando constantemente en música y mis oídos registran todo el tiempo si lo que suena es un do sostenido o algo. Entonces, siempre tengo deseos de tocar. Sé cómo pedirle al piano que me dé densidad. Porque una cosa es tocar y otra es sacarlo del piano. Ese do, en el caso de lo que estoy pensando en este momento, que es una Fantasía de Mozart, es del inicio de algo que va a ser muy doloroso. Entonces, tiene que venir de los huevos. El maestro este me decía  “Creo que es el momento de que usted se vaya a Europa. En todo caso tiene que cambiar de maestro”. Mirá qué generosidad la del tipo, porque yo era su mejor alumno, el que ganaba premios, el que le daba lustre. Sintió que habíamos llegado a un límite. Así llegué a Celia, una mujer extraña. Ella me hacía buscar. El asunto de buscar es un desafío, es como la conquista de algo, de una mujer también. Buscar, buscar, buscar. Celia de Bronstein era una musa. No era linda, pero sí bella. Una mujer enorme, siempre vestida de largo., Hablaba como chilena, un español muy depurado. Yo le dije: “Mire señora, yo tengo veintitrés años, soy casado…” Ella: “Sí, sí. Conozco su nombre y sé que ha tenido tal y tal premio.” Entonces le agregué: “Yo puedo tocar todo lo que quiero, pero tengo ganas de ver algunas obras con usted”. “¿Así que usted puede tocar todo lo que quiere?” “Sí,” contesté. “¡Qué pretensión!” Yo pensaba en las sonatas de Beethoven, cosas bravas. Pero ella marcó enseguida la cancha. Me hizo sentar al piano y se sentó a  mi lado. Empecé con una de las obras más trágicas de Mozart, la Fantasía en Do Menor. Mozart no escribió, para clavicordio, nada de esa dimensión patética. Toqué la primera frase. Ella me levantó delicadamente las manos y me dijo: “¿Qué ve usted ahí?”. “Misterio”, dije. Me hizo tocar diez veces y empezó a darme en las pelotas: “¿Cómo es ese misterio?” “Es misterioso, Celia.” “No, no. Pero hay muchas clases de misterios”. Esta clase, sobre una obra que dura catorce minutos, se extendió por tres horas y media. Al final me decía “¿Qué ves tú ahí?” Ya me tuteaba…

 estrellas610374889e0d5b825e3e84c424ef4b38Una relación cargada de sonido y palabra.

Había de las dos cosas. El sonido y la palabra son complementarios, como ustedes dicen. Si no hubiera esa palabra, no habría ese sonido. La palabra te lleva a una convicción y esta se concreta cuando vos sacás el sonido que querías obtener de ahí.

Entonces, ¿en el origen fue la palabra y después el sonido?

Eso no te lo podría definir por el momento. Cuando sea más grande, quizás. La palabra siempre tuvo que ver. Además, en mi relación con el público, la palabra cuenta, la mía y la del público.

Leímos que, cuando vos descubriste lo social, escribías en un diario universitario.

 Sí. Si no pudiera tocar más el piano, escribiría. Me gusta escribir.

Contabas que, después de la tortura, la sensibilidad tardó nueve meses en volver, como un embarazo, agrego yo. En esos momentos no sabías qué iba a pasar en el futuro.

Claro, porque era todo el aparato pianístico: brazo, antebrazo y manos. No sentía nada, absolutamente nada. No sé cómo hubiera sido de no volver esa sensibilidad, porque sin música yo no sé vivir. Es como un vicio vinculado al erotismo, al sonido. Y lo que tiene de diferente a la palabra es que el sonido es más fuerte. El sonido es fruto de algo que viene de muy lejos y que a veces no se puede decir con palabras.

ARIAS DE  SUEÑOS DAR

“Es mi destino/ Piedra y camino/ De un sueño lejano y bello, vi day/ Soy peregrino./ Por más que la dicha busco,/ Vivo penando/ Y       cuando debo quedarme, viday/ Me voy andando./ A veces soy como el río/ Llego cantando/ Y sin que nadie lo sepa, viday/Me voy llorando.”

“Piedra y camino”, Atahualpa Yumpanqui

¿Cuál es la nota justa de un sueño?, ¿cuál, el acorde que tensa el aire en el pasaje del sueño a la vigilia?, ¿qué vigilia  no acompasa el modo de soñar? La memoria se atrinchera en las lindes de entre mundos. Y, aliada a la ensoñación, combate con la espada, el sonido y la palabra. Dicen algunos parroquianos, que el dúo siempre está a punto de dar el batacazo. Luces o sueños, acordes del deseo, siempre en tono mayor.

¿Eso no será lo poético, allí donde no llega la palabra? Me llama mucho la atención la historia de cuando vos diste ese concierto que duró nueve horas y, en un momento en que la gente te pedía que volviera y te querías ir a comer, un hombre te pregunta “¿qué vamos a hacer sin eso?” señalando al piano sin nombrar la música. Eso que sale del piano, algo innombrable.

Claro. Es el misterio de la música. Ellos, los campesinos de los valles Calchaquíes, que estaban ese día, le ponían nombres a las músicas. Fue una experiencia extraordinaria en mi vida. Yo ya era conocido. Fue así: un día me hablan unos chicos cristianos de Tucumán, de trece y catorce años, contándome que  les había gustado lo mío, que había sembrado algo en ellos con mi preocupación social. Así que habían ido a los valles Calchaquíes y querían defender la cultura autóctona calchaquí. Esa fue la base de lo que luego fue “La voz de los sin voz” (2). Me contaban que, en ciudades turísticas, como Cafayate o Tafí del Valle, los comerciantes de la zona querían que las vasijas tuvieran otras formas, con otros colores y figuras más exóticas o con algún erotismo para vender más a los turistas. Ellos consideraban eso como intocable, cualquier cambio lo debían decidir los propios artesanos y artistas calchaquíes. Me pareció hermoso. Por eso fui. No tenían un piano y yo, como era el pianista de moda en ese momento, en cada entrevista que me hacían decía que andaba buscando un piano para los valles Calchaquíes. De pronto, apareció un piano de un rosarino que conocía los Valles, al que le pregunté dónde había que ir a buscarlo. No quiso, lo mandó directamente a la escuelita de El Mollar. Estos chicos que me convocaron no eran pobres, pero tampoco tenían plata para pagarme ni el pasaje. Entonces, fui por las mías. Me esperaban en el aeropuerto para llevarme a los valles. En el camino, me dijeron: “No les dijimos quién sos, porque en Tucumán uno dice Estrella y tiene una resonancia inmediata con el piano. Entonces les dijimos que sos el chango que toca el piano y punto. No dimos ningún nombre, queremos ver qué pasa con la música si ellos no tienen la más puta idea de quién sos”. Me hice cómplice total de eso.

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Fotografía Anne Diestro

Estos chicos estaban yendo mucho más allá de lo que habitualmente va la militancia. Entonces empezó el concierto a las dos de la tarde y terminó como a las once de la noche. No estaba cansado, estaba en estado de seductor.

O sea que hay otra dimensión del tiempo.

Cuando estoy tocando ni  me doy cuenta. Me pasa también en el teatro o en el cine. Cuando algo me copa. También cuando me piden que escriba algo sobre un tema, me lleva mucho tiempo pero me gusta mucho escribir.

¿Hay como una deuda ahí con la escritura? Porque vuelve todo el tiempo, está en los orígenes, en cada anécdota que contás…

Sí, sí. Yo nací en una casa de muchos libros. Mi viejo era poeta y mi vieja una campesina muy letrada. Ella nos educó con Rubén Darío y hasta que se murió podía recitar cien poemas de Rubén de memoria, era su preferido, pero también Neruda, Almafuerte, los poemas de Yupanqui. Todo eso tiene que ver con lo que  fui viviendo después. En la tortura yo escuchaba la voz de Marta. Esa locura, estaba en chupadero donde no veía a nadie, teníamos vendas  muy gruesas y una capucha, todos estábamos desnudos. Colgado de las muñecas, yo oía la voz de Marta cantando un aria de Bach y también, la de mi madre. Por supuesto que yo pensaba “Si los pudiera matar a estos”. Había una mujer que se ensañaba con mi sexo diciéndome “¡Te voy a reventar, te voy a reventar!”. Lo de la venganza a esta mina, de poder estrangularla, iba de suyo.

estrella9imagesDijiste que no podías vivir sin sonido y  que, en el borde de la muerte, estas voces eran el único acercamiento a un lenguaje posible que no te pusiera en riesgo. No podías hablar ni cantar ni tocar, pero ¿quién te privaba de recordar?

Por supuesto. Aparecían voces y yo me concentraba como un hijo de puta, porque era un aria que ella cantaba que es como hablar con Dios. Marta lo cantaba y te ponía los pelos de punta. Esa aria la cantaba Christiane Legrand, que creó los “Swingle Singers”, donde las voces hacían las cuerdas que acompañaban. Entonces, el ejercicio en medio de la tortura era detectar qué tocaban los violines primeros, los segundos, el violoncello y la viola. Un ejercicio mental enorme. Me concentraba tanto que sentía menos los castigos que me propinaban esas bestias. También oía voces, pero que no eran físicas, eran voces interiores. Por ejemplo, Jesús era un personaje muy fuerte en mi vida, como Nadia. Pero es otra cosa. Nadia era una madre en la música y Jesús, cuando yo le digo padre, en la mirada él me dice: “No soy tu padre, soy tu hermano”, me encanta que me diga eso. El Jesús que viaja conmigo es un Jesusito hermoso que conocí en Ucrania. La Unesco me había mandado para una misión Chernobyl en toda la región para ver qué se podía hacer con los artistas para  ayudar a las víctimas. Ahí tuve una relación amorosa con una ucraniana muy bella, psicoanalista. Vivimos tres días juntos. Ella,  en su living, tenía es este Jesús y, en los arrumacos, él me miraba. Yo lo miraba también y eso me interpelaba un poco. Yo le decía: “Papá, esto no es pecado. Vos sabés que no se inventó nada mejor”. La chica era psicoanalista y me contó que me escuchaba hablar dormido, cosa que yo sabía, porque a veces me despierta mi propia voz. Me preguntó si soñaba con la tortura. “No”. “¿Y con la cárcel?”. “Tampoco”. “Pero no me digas que nunca soñaste con la cárcel”. “Sí, una vez soñé”, le dije. Una sola vez. “En la cárcel, teníamos un hábito militante que era contarle a tu compañero de celda tu sueño. Te llevaras bien o mal con él, para hacerlo entrar en ese mundo onírico tuyo. Cosas de los Tupas, reglas fijas. Contar tus sueños y contar tus visitas…

Es otra vez dar la voz.

Sí. Tenías que describir las visitas que tuviste y describir a las mujeres que habías visto. Las visitas eran con un vidrio de por medio. Cada preso, detrás, tenía o un milico con una ametralladora y cada visitante, lo mismo. Hablabas por un teléfono y te grababan las conversaciones. Así que había que contar todo eso, encontrar las palabras para calentarlo a tu compañero de celda y que pudiera hacerse la paja. Naturalmente, la única solución que teníamos era la masturbación, no había casos de homosexualidad, éramos dos mil y pico de tipos. Tenías que aprovechar el momento en que a tu compañero lo sacaban a limpiar los baños para masturbarte.

LAVAME EL ALMA

 “Noble peregrino de los peregrinos,/ que santificastetodos los caminos/ con el paso augusto de tu heroicidad,/ contra las certezas, contra las conciencias/ y contra las leyes y contra las ciencias,/ contra la mentira, contra la verdad…”

“Letanía de Nuestro Señor Don Quijote”, Rubén Darío

Posado en lo remoto y muy cerca a la vez, un ángel recorre las fotos, les conversa a destiempo. Y juega, en los valles calchaquíes, en  Francia, en  China o en Palestina, juega tan niño y con niños a ponerles nombres a lo que suena. Un ángel de piso, Miguel, una estrella al piano salta  la rayuela del misterio.

¿Y qué te sugirió la ucraniana de tu sueño de la prisión?

Ah, sí. Le dije que había soñado una sola vez con la cárcel. En ese sueño entro a la cárcel y por primera, vez veo la entrada desde afuera- porque cuando nos llevaron desde el chupadero íbamos a ciegas, los ojos tapados, capucha, engrillados, en fin-. Nunca había visto la entrada. No había un alma, ni perros ni soldados ni ametralladoras ni presos. Era un campo inmenso. Llego al edificio, subo las escaleras, los cuatro pisos hasta mi celda, la última, la cuarta izquierda. “¿Y ahí no encontraste nada?”, me pregunta la ucraniana. “Nada”, le dije. Entré a mi celda y no había nada. Estaba la mesita empotrada donde yo escribía, pero no había papeles ni nada más. Había  una latita de betún que era mi cenicero. “¿Y a dentro de ese cenicero?”. “Cenizas”, le digo. Ella interpretó que ese pasado para mí ya era cenizas. Que, de algún modo, lo habría tocado en el piano y me saqué así todo eso de adentro. Atahualpa, un gran maestro mío, festejaba siempre su cumpleaños en casa en París. Lo conozco desde que era gurí, era un personaje de la familia. Mi vieja decía sus poemas y yo cantaba todas sus cosas y encontraba en todo eso la poesía, la inspiración de este hombre. Bueno, Atahualpa iba a almorzar los sábados con nosotros. Era todo un ritual. Él llamaba el viernes y les decía a los chicos “Mañana iré a almorzar con ustedes pollito sin sal, que es mi enemiga. Al mediodía estaré allí para que el chango -o sea, yo- me lave el alma”. Llegaba y se sentaba al lado del piano donde yo estaba: “Lavame el alma, changuito, tocame Bach”.

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 Una vez un obrero te dijo que escucharte tocar le quitaba el cansancio.

Sí, una historia hermosa la de don Fernández, de un ingenio de Tucumán. Yo tenía que tocar un 26 de julio en recuerdo de Evita allí. Fui, pero no sabía qué mierda iba a tocar. Era un pianito de cuarto de cola, no eléctrico, cosa que siempre es más saludable, porque al piano normal vos le podés hablar y pedirle ese sonido que buscás.

Qué importante es la conversación para vos. Hablás con tus voces, con tu piano, con Jesús, hablás en tus conciertos…

Bueno, eso es parte de mi Macondo. Hay un mundo que existe y es imaginario. Vuelvo a Don Fernández. Yo me había preparado un programa con Grieg, Chopin, música romántica, piezas cortas, ¿no? Entonces, cuando iba a tocar, aparece un hombrecito de sesenta largos años y se anuncia así: “A mí me dicen Don Fernández. Yo, de música clásica, no sabía nada. Un día llego de trabajar como a las once de la noche a casa. Mi mujer, que es muy cariñosa y tiene que levantarse temprano, me deja la comida al rescoldo y una radio prendida para que no esté solo”. Mirá qué hermosura. Esos detalles en la forma de contar de Don Fernández. Y me agrega: “Y había una música que sonaba, más bien, me molestaba. Pero, cuando terminé de comer, en la radio decían: Acaban de escuchar a Fulano que tocó tal cosa de Juan Sebastián Bach. ¡Eras vos! En ese momento sentí que estaba tranquilo, se me había ido la bronca de la jornada de trabajo.

 estrella2 yacek Yerkad3fcf0ef2eea0160f096c37771444d14Me iba a acostar al lado de mi mujercita todo calentito, pero me quedó esa cosa de Juan Sebastián Bach. ¿Quién será este mozo? Pensaba. Pregunté en el ingenio y nadie lo conocía. Era un tipo bárbaro, parece que es de lo mejor que hay. Se me hizo como una obsesión, creía que era un tucumano de Mataderos, de algún lado de esos. Un día, fui al banco por una gestión y le pregunté al bancario: Disculpe la pregunta, no tiene nada que ver con mi trámite. Dígame, ¿usted conoce un músico de acá, de Tucumán, un chango que se llama Juan Sebastián Bach? ¡Se largó a reír este bancario! No me tome el pelo, le dije. ‘No me río, no. Lo que le quiero decir es que, por supuesto, sé quién fue’ ¿Qué, se ha muerto?  ‘Claro, pero hace siglos, porque vivió en 1700. Vaya a una librería, verá que todo el mundo conoce a Bach’. Yo, primera vez. Entonces leí un libro. Usted sabe que este Juan Sebastián era uno de los nuestros. Si viviera hoy, sería peronista. Era campesino, era cristiano, era laburante, tuvo veinte hijos. Como nosotros, que no tenemos veinte, pero tenemos once o doce. Pero era una vida como la nuestra. Y el laburo que tenía era escribir para que los que íbamos a la iglesia cantáramos las cosas que él escribía, que era música divina. Entonces, eso le quería decir. puesto que hoy recordamos a una mujer que se mató trabajando por nosotros, que nos amó, te pido que nos devuelvas esa música que también es nuestra”. Esas son cosas que te enseña la gente con la palabra. Él dijo “Juan Sebastián Bach era como nosotros…” Yo tendría que reencontrar alguna vez a Don Fernández.

A  PURO MACONDEAR

           “ Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,/  en el árbol en flor, junto a la poma/  llena de miel, junto al retoño suave/  y húmedo por las gotas de rocío, tengo mi hogar./ Y vuelo/ con mis anhelos de ave,/ del amado árbol mío/  hasta el bosque lejano (…)”

“Ananké”, Rubén Darío

El día en que el Coronel Aureliano Buendía estuvo frente al pelotón de fusilamiento, no podía imaginar que, por un pasillo de realidad paralela, el Doctor Negrete apuraba el viaje de las preguntas.  Seguía el rastro de los pájaros en las voces, pájaros que ni por  asomo estallaban contra las ventanas. Por el contrario, susurran al oídos de los marcos, para que lo real no se viniera abajo, por pura falta de sueños.

Vuelvo a la pregunta, ¿no te dan ganas de escribir estas historias?

Me gusta más contarlas, porque para escribir le tengo que sacar horas al piano. Me encanta escribir, pero me lleva mucho tiempo. Además, lo que escribí un lunes, ya el miércoles es diferente.

¿Y con la música no es así?

Claro, es también así, en más tiempo. Redescubrís y vas cada vez más hondo. Acá hay algo de mágico.


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Hablando de lo mágico, me ibas a contar lo de Macondo. Decías que tus razones de Macondo son tus razones de infancia.

Y que viven hoy. El lugar donde nació mi vieja se llama Vinará. Con mi viejo, decidieron que sus hijos nacieran en una ciudad donde hubiera Universidad y ese lugar era Tucumán. Mi mamá estaba a cien kilómetros de allí, en un caserío, donde no había ni calles. El rancho donde nació mi vieja era un rancho de adobe, que es hoy la casa de Música Esperanza. Yo heredé esa casa y la hice reconstruir. Mi vieja fue un bicho fantástico. Cuando te recitaba a Rubén Darío, lo hacía con un garbo… “El varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el dulce y mínimo Francisco de Asís está con un rudo animal”. Y ahí nos contaba que Francisco quería convencer al lobo y demás. Y, después, cuando aprendimos a leer, lo leíamos en “El Tesoro de la Juventud”, que formaba parte de nuestras lecturas. No eran las historietas. Nosotros leíamos Jorge Amado, lo devorábamos así como a Romain Rolland, que había escrito “Juan Cristóbal: un poco la historia de Beethoven. Y también, “El alma encantada”, la historia de la mujer.

¿Nunca escribiste ficción?

No.

¿Y componés música?

No, mi rubro es la interpretación, esto de jugar con el piano y sentir la materia. Escribir me gusta pero el piano es lo más fuerte en mi necesidad de poesía, de expresar. También esto me viene de Macondo. A la mañana, siempre empiezo tocando Bach. Antes de ayer. era un aniversario del asesinato de Ortega Peña, con quien milité. En el grupo de abogados, yo era músico y me llamaba “el Dr. Negrete”. Yo hacía de  un joven abogado, nexo de Mario Hernández, -uno de los abogados defensores de los presos políticos en aquellos tiempos- y las preguntas que hacían los Montoneros a Perón. Entonces, Mario viajaba y el doctor Negrete- yo, que vivía en París, hablaba a la residencia de Perón y arreglaba para a que Hernández lo viera a Perón. Me tocaba eso, digamos. Y cuando estaba acá, lo mío era dar conciertos en casas donde se juntaba bastante guita. Todo, para que los abogados pudieran viajar a Rawson, a todas las cárceles del país sin distinción de que los presos fueran del ERP, de Montoneros, Descamisados u otras organizaciones. Presos políticos.  A Mario le gustaba ir a la casa, en esas dos piezas que vivíamos. Él era el marido de Bárbara Civita,  la vida de ellos era otro mundo, el mundo de la opulencia. Y, sin embargo, cuando mi vieja se ponía a hablar de Moreno, de Belgrano, de los negros que peleaban con Belgrano, de la batalla de Tucumán, Mario decía: “Qué bárbaro, Bárbara. Estos son amigos. Esta es la gente que tenemos que frecuentar. Esta mujer nos enseña historia”.

A CONTRA HERRUMBE

“Cuando me cansa el camino/  me pongo a mirar p’adentro/ como quien arrima leñas/ al fogón de unos recuerdos.”

“La huella”, Atahualpa Yupanqui

El óxido del alma chamuscado entre las notas. Una pátina, de verbo, otra de sonido. Dar, como un don, la nota.

De todas maneras, esa lucha que tu madre tenía contra el resentimiento, me parece precursora para esos tiempos, esto de no andar con herrumbres en el alma.

Eso era admirable. Desde muy chicos, cuando nos peleábamos con las bolitas o con el fútbol; o, más tarde, cuando nos gustaba la misma chica y éramos rivales los dos hermanos, nos decía: “No acumulen herrumbre en el alma, porque así no se puede ser feliz”.

Vos encontraste cómo sacártela de encima, pero ¿qué te pasa cuando suceden cosas como la propuesta el 2×1?

Tengo herrumbre. A mí hermano le digo “¿Qué es esto, hermano?”. “Boludito”, me dice. “¿No te diste cuenta? ¿Cuántas veces te dije que la vida es un desafío? En este caso, la lucha”. De mí mismo sale esa respuesta, ¿no? Pasa que nos toca esta podredumbre que estamos viviendo hoy y contra esto hay que luchar y no de cualquier manera. Se ha sofisticado mucho la cosa. Tenemos una mina como el “hada buena”, es  una mentirosa serial igual a todos ellos. Dice: “Porque yo amo tanto al pueblo, amo tanto al Gran Buenos Aires y yo quiero la felicidad y esto nos va a llevar tiempo, pero estamos haciéndolo entre todos”. Ellos han encontrado las frases que hay que decir.

Una estrategia verbal. ¿No te parece que nosotros no tenemos una contra estrategia para disputar ahí?

Anoche estuve en un acto donde hablaban algunos candidatos, Mariano Recalde por ejemplo, que es un tipo bastante inteligente y ¿qué mensaje daba él? Que nosotros, ante esta habilidad que tiene el macrismo para vender mentiras, tenemos que hablar de cosas concretas. Porque vamos a ganar, pero nos va a ser difícil.

¿Esto lo tenés conversado con tu Jesús…?

Sí, pero él en esto no me da tanta bola. Anoche, al acostarme lo miré, y me recordó que Mariano tenía razón en lo que decía: “no tenemos que culpar a los que votaron a Macri”. Tenemos que preguntarles cómo se arreglan con los tarifazos.

estrellas7imagesEste número nuestro es la ultra violencia ¿qué sería para vos ultraviolento en este momento?

Que esta gente sigue herrumbrada totalmente en el alma. Un tipo que me gusta de estos tiempos es Bergoglio. Me he reconciliado con el Vaticano. En la lucha aquí y en la lucha para apoyar a los migrantes en Europa, las frases de él me sirven mucho. En Lourdes, tengo una monja amiga, muy linda persona. Me llama por teléfono hace unos meses y me dice que no hay más izquierda en Europa y tenemos que ganar las elecciones: “Negrito, he visto que andás haciendo encuentros con niños de tres, cuatro, cinco años y llegás a hablar de los migrantes con tu piano y con las palabras. Quiero que vengas a Lourdes, te voy a armar un encuentro con chicos de seis a once años”. Voy. En muchas ocasiones, para los encuentros que va a hacer, con cristianos de todos los bordes: protestantes, católicos, jóvenes, estudiantes, me dice: “Te necesito con tu piano y con tu lengua”. Y vamos, ¿no? Hay un sociólogo muy célebre allá. Un tipo al que hombres como Filmus  estudiaron mucho. Tiene noventa y algo de años y es de lo que dicen “No tenemos más izquierda en Europa”. Con él vamos a las Universidades, yo toco el piano y, después, dialogamos con los estudiantes. Conversamos hasta poder meter el tema de los migrantes. Esto es una militancia de los últimos años. ¿Por qué me sirve tanto Bergoglio? Primero, lo conozco. Es de acá, del barrio y era el confesor de mi hermana que no llegó a ser monja. A los chicos (seis a once años) les digo “Yo tengo un año más que ustedes”. Risa general. “¿Por qué se ríen? Tengo un año más que ustedes porque me gusta jugar. En los pueblos originarios aprendí a jugar un juego”. Ahí preguntan: “¿Qué son los pueblos originarios?” Bueno, les cuento de la colonización, de los hijos de puta que llegaron a colonizar- como hoy Estados Unidos nos quiere arrancar el petróleo de Venezuela- todo eso, cosas que me vienen en el momento. Creo que me viene de mi vieja, que buscaba la poesía para enseñarnos algo.

LA CIFRA DEL CAMINO

“Caminito que anduvo/ de sur a norte/ mi raza vieja/ antes que en la montaña la Pachamama se ensombreciera./ Cantando en el cerro/ llorando en el río,/ se agranda en la noche la pena del indio.”

“Camino del indio”, Atahualpa Yupanqui

El 7 es la cifra en que dios puso a descansar le verbo mientras  tocaba el piano y después puso a descansar el piano mientras decía. Y mayo es la cifra de patria nacer.

En este proyecto de “La Voz de los sin voz” nos llamó la atención que varios de los lugares a donde van a buscar la música son lugares donde no hay acceso vehicular, como si ese proyecto abriera el camino para llegar. Por ejemplo, los valles de Jujuy y lo de Bejuco,  la música tumba francesa, que me dejó estupefacta. La Tumba Francesa es una manifestación de música y danza originada en el sincretismo cultural, donde los esclavos tocan música negra pero la bailan vestidos de cortesanos franceses.  La figura de abrir el camino se repite en todos los proyectos que abordás, como el camino grande en Sud América.

El camino del Inca. Yo trabajé mucho en la Unesco para que se considere el camino del Inca como un monumento histórico. Fue el camino más largo de la historia y abarca diferentes culturas, lenguas y creencias. También, estaban las postas, lugares de intercambio entre una etnia y otra, y de arreglos económicos. Néstor Kirchner me estimulaba con esto porque se trataba  de la Patria Grande. Así, con una convicción total, peleé por eso y lo ganamos.

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Y más allá de eso, la figura es como una metáfora de tu trabajo.

Sí. Me acordé de historias viejas, como cuando empecé a armar la orquesta para la paz de Medio Oriente, una misión que me dio la Unesco como Embajador de Buena Voluntad.

 

¿Esto fue con Barenboim?

No, esto fue mucho antes. Me cuesta decirlo, pero yo a Barenboim le escribí sobre el proyecto de la Orquesta para la Paz, tres veces. Nunca me contestó y después salió con su proyecto. Esos son las herrumbres de la sociedad actual, la competencia. Recuerdo que, una vez en la Sorbona, me pidieron hacer un concierto de homenaje a una mujer venida de Grecia. Después que toqué, había una comida. Me tocó un médico, al lado y le conté de mi trabajo como Embajador de Buena Voluntad en la Unesco en Medio Oriente. Le hablé de mi Macondo y le dije que esto me había surgido un 7 de mayo, cumpleaños de Evita: “Evita me tiró esto y ahora me tira la idea de una orquesta para la paz”. Empecé a trabajar. Tenía dos polos que eran mis cuarteles generales: Marruecos y Jordania.

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Piano surrealista, Salvador Dalí

Por ahí anda una foto de Simone Weil, una hermosa mujer a quien yo a veces  reto. Se murió, pero me gusta mirarla todos los días. “Cada vez es más linda tu mirada”, le digo, “¿pero te acordás cómo te enojabas en las reuniones para la orquesta para la paz?”. Decías, incómoda con tu coquetería insoportable, “No podemos comenzar porque no está el embajador de Israel”. Y el embajador de Marruecos me decía: “Tomala con calma, la vamos a domar”.

Lo cual no ocurrió…

No, porque ella sabía que nosotros teníamos razón. El que no sabe ni lo va a saber nunca es Netanyahu. Es, como dice Bergoglio, la gente que no sabe amar. Tiene una relación erótica con la plata. Mirá qué frase, ¿no? El Papa es una figura que se ha vuelto mundial. Él reacciona a estas cosas que yo le cuento en las pocas líneas para no quitarle tiempo. Pero estaba hablando de los chicos. Vuelvo a eso. Les digo: “Yo toco algo y ustedes le ponen un nombre”. Entonces toco un preludio terrible de Chopin, breve. Me doy vuelta y veo dos ojos  llenos de respuestas. Me dirijo a una chica de once años: “¿encontraste un nombre?”. “Sí”, me dijo. “Lo leo en tus ojos ¿Qué nombre le ponés?”. “Grave”, me dijo. Rarísimo. Grave. Porque eso lo puede decir un adulto. Impresionante. Al de al lado: “había pensado en otra palabra, pero esa me gusta más”. Y todos: “Grave, grave”. De pronto un pendejo de seis años me dice: “el Papa es argentino”. “Sí, Messi también y Maradona”. “Dicen que vos sos el Maradona del piano”. No me la creo. “¿Qué te parece a vos el Papa?”.”A mí me gusta y vos me hacés acordar a él. ¿Lo conocés?”.”Sí, somos del mismo barrio, era confesor de mi hermana, hemos estado en manifestaciones juntos… ¿Y a vos qué te parece?”.”A mí me gusta”. “¿Y por qué?”. “Me gusta cuando habla del individualismo”. Claro, la frase de él es “No globalicemos la indiferencia” y el mundo está lleno de indiferencia. Hablemos de eso. La indiferencia es una cosa brutal. Entonces, cada uno de los chicos empezó a dar ejemplos y yo también. En París, una pobre mujer que apenas habla el francés, anda pidiendo por favor,  cómo llegar a un lugar y la gente pasa a su lado y sigue de largo. Eso es la indiferencia. Entonces les hablo de Venezuela: “Yo lo conocí a Chávez y me parece que fue un tipo extraordinario con un amor adentro de la san puta”.

¿Nunca tuviste un amor contradictorio, por alguien que te resultara musicalmente fabuloso y que el encuentro, como personas no se diera?

Estuve enamorado de Marta Argerich y me falló a tres citas.

EL CHAMULLO

“Vuela, vuela, vuela, golondrina,/ vuelve del más allá./ Vuelve desde el fondo de la vida/ sobre la luz,/ cruzando el mar…/ cruzando el mar.”

“La golondrina”, Jaime Dávalos

Desde el comienzo del día, supo que la cosa venía de pájaros. Desde el inicio del encuentro las manos revoloteaban las teclas del aire y lo agitaban engolondrinas. Cuando el encuentro ya haya transcurrido, el romancero seguirá su paso, verso a nota, nota a verso. Para inquietar, siempre, toda la herrumbre de los días. 

Un día me preparan un encuentro para tocar para niños palestinos de un campo en Jordania.  Bueno, voy. Al llegar veo que los adultos están sentados adelante y los niños todos detrás. Pedí que se pusieran al revés. A mí me encanta ver a los chicos, me inspira ver sus ojos. El problema -y lo dije al final del concierto- era que no había niñas, sólo varones. Empiezo a tocar y les pido que luego me digan qué veían allí. Toco una pieza barroca francesa. Pregunto y me dicen que habían visto un pájaro. La pieza se llama “La golondrina”. Otro me dice: “Hay más de uno. A ver, empezá a tocar de vuelta”. Entonces toco la primera frase y el chico me dice: “Esa es ella”. Seguí tocando, y entonces: “Ese es él”.”¿Y cómo es él?” Respuesta: “Hermoso”. Fantástico. Seguimos y vieron “el chamuyo”, cosa que anoté en la partitura para no olvidarlo nunca. Y después, vino el amor; las coqueterías de ella y demás hasta que se volaron. Luego aparece una cosa en tono menor. El mismo tema pero más tristongo. Pregunto: “¿Y acá qué pasó?”. “Está embarazada…” Luego aparecen como ruiditos picarones, digamos, pero apetitosos. “¿Y aquí?”. “Está chupando la teta”. Con el piano me ha tocado vivir cosas enormes, muy fuertes. Pero eso lo aprendí militando con esos cristianos adolescentes que me llevaron al valle calchaquí. Después fue pasando lo mismo en otros lugares y en otras etnias. Y de pronto tocaba algo y un campesino me dice: “Chango, seguí rezando”. Yo soy consciente que rezo cuando toco.


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Pero tenés una noción de lo sagrado muy material.

Claro. Yo a la mañana siempre toco y digo: “Milagro, toco para vos”. Fui a tocar para ella y se puso a llorar: “Es la primera vez que escucho a alguien como vos. Estas lágrimas son de agradecimiento porque pensás en mí”. Palabras que vienen de la música y música que lleva a expresar algo. En China, también. Sobre el mismo preludio al que una chiquita en Francia llamó “Grave”, ellos dijeron “Estabas enojado ahí”. Bueno, hoy a la mañana empecé a tocar esto por buscar una música alegre para el día. Encuentro una partitura donde dice “Esta es ella y este es él. Acá se chamuyan”.

Toca “La golondrina”.

Miguel Ángel Estrella interpreta «La Golondrina» para El Anartista

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1-3 - copia (2) Fotografía Anne Diestro

1) Nadia Boulanger (1887- 1979). Mujer parisina, fue compositora, pianista y organista, directora de orquesta, intelectual y profesora.

2)  «La Voz de los sin Voz» busca promover y preservar las expresiones de música, “rituales” y danza que integran el patrimonio cultural de América Latina, dándole voz a su identidad artístico-musical. Se propone documentar aquellos fenómenos que, siendo representativos de tradiciones culturales determinadas, hayan quedado no solamente indocumentados, sino también desconocidos o no valorizados tanto en sus mismas áreas de vigencia como en los centros de consumo económico y cultural de América Latina. http://www.lavozdelossinvoz.gob.ar/

 

 

 

 

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