Ultraviolento: sobre la flexibilización laboral
Por: Isabel D’Amico
¿QUÉ NOS SUCEDE VIDA MÍA?
Brasil desmecha su flexibilización laboral para toda Latinoamérica. El sistema mundial instala, independientemente al poder político de turno, la aceptación de condiciones de trabajo dignas a indignas, por necesidades del mercado. Como un hechizo, la sumisión ciudadana, en un alto porcentaje, absorbe esa imposición, con la sola promesa de retener su puesto de trabajo. La pintura se amplía y el mundo respira angustia ante la pérdida paulatina de los derechos laborales conquistados.
VOCES MELIFLUAS
Amelia Carreras trabajó durante catorce años como telefonista en la ex Entel. En aquella época, para el personal femenino, existía una restricción: querías mantener el puesto, no debías casarte. El engranaje de la nueva tecnología comunicacional reposó en mujeres solteras para la atención de los usuarios. La feminización de la tarea de atender el conmutador aumentó de forma exponencial en la última década del siglo XIX. Las mujeres desplazaron a los varones quienes, en su mayoría, tenían como antecedente la experiencia del servicio telegráfico.
Según el argumento patronal, los abonados preferían la amabilidad de las mujeres. Solo el servicio nocturno quedó reservado a los varones. Las condiciones de trabajo eran duras: control excesivo, ausencia de atributos ergonómicos, para ir al baño debían ser autorizadas. No había, en aquel ritmo, tiempos muertos. Tenían prohibido entablar conversaciones con los abonados. «Distracciones» y «equívocos» eran severamente sancionados, esto sumado, a las bajas remuneraciones.
En este contexto y en 1921, Amelia se casó, pero ocultó su matrimonio en defensa de su fuente de trabajo. El trabajo de telefonista, a través de los años, además de cierto bienestar, la llevó a acceder a una fuente innegable de respetabilidad. Pero el director de la compañía, J.E. Parker, supo de su matrimonio, a través de la denuncia de algunos abonados. La política de la compañía era contundente: Amelia rogó ser transferida a otra central, sin embargo, no fue escuchada. La pérdida de trabajo la expuso a una gran desventura.
24 DE AGOSTO DE 1921
Aquel día, Amelia se levantó como siempre, no puso el reloj despertador, ya no debía ponerlo. Tomó un té, en el mismo tazón blanco donde, de tanto en tanto, vertía algunas gotas de lavandina para borrar las sombras de las hebras. Estaba sola, su marido ya había partido al trabajo. Ella no. Por un rato, se sentó en el pequeño patio y quedó envuelta por las paredes recién pintadas con cal. De los dos malvones dispuestos en una esquina, uno solo empujaba por brotar, era el rojo. Luego entró en la habitación matrimonial: de su lado, las sábanas sumaban más pliegues que lisura. No hizo la cama. Frente al pequeño espejo del baño, recogió su pelo y se miró sin verse. Tomó su tapado marrón y salió de su casa rumbo a la calle Libertad al 1100.
Para su habitual almuerzo, J. E. Parker, el director general de la Unión Telefónica, llegó a su casa. Allí lo esperaba Amelia para recriminarle que la hubiera cesanteado. Parker respondió que eso era asunto de su jefe inmediato y que él nada podía hacer. Solo eso. Y se dio vuelta para ingresar a su domicilio. Cuando atravesó la puerta cancel, Amelia se arrojó por atrás con un cuchillo y lo apuñaló en la zona de las costillas.
Del filo del cuchillo solo goteaba sangre. Dicen que, del puñal, violencia y desesperación.
NOTICIAS DE VIEJOS MOMENTOS
Por la vida de Parker no hubo que temer, la herida fue superficial y pronto fue dado de alta. La noticia sirvió para abrir un debate sobre el reglamento que impedía a las mujeres casadas trabajar en la compañía. En 1922, la casa matriz, desde Londres, recomendó flexibilizar el criterio. Pero, para la completa finalización de la restricción basada en el estado conyugal, debió esperarse hasta 1935.
¿QUÉ PASÓ CONTIGO, NENA?
Amelia recibió una pena de solo ocho meses de prisión domiciliaria. Lo de Parker resultó, aparentemente, una lesión leve. El diario de la época dijo: “Su gesto sobrepasó dramáticamente el límite de la resistencia, pero también a ella misma, conectándola de manera inescindible, sin que para nada se lo propusiera, con una causa colectiva. Su insurgencia, surgida de sus sentimientos individuales, no pudo evitar el lenguaje de la solidaridad. Así, su puñalada hirió de muerte esa regulación abominable que dejaba sin trabajo a las mujeres casadas.”
AGOSTO 2017 – COMO UN CUADRO
El lienzo ya está pintado con los despidos masivos. Con una mano, la desocupación estrangula al despedido; con la otra, tuerce el brazo de quien aún tiene trabajo. El presidente Mauricio Macri, antes de las Paso y ante todos los medios, se ocupó de demonizar a los » juicios laborales«.» El pobre empresario, la pobre industria, el pobre Estado» parecieran los más indefensos ante el poderoso trabajador quien,»feliz por su despido«, utiliza toda su fuerza legal y técnica para destruir a su empleador. Atacar a los juicios laborales apunta a debilitar a los trabajadores más antiguos y a sus convenios. Cuando un empleado es despedido, la legislación argentina garantiza un pago resarcitorio. Si fuera injustificadamente, los plazos judiciales son más extensos. Si las empresas se liberaran de ese peso, les convendría mucho más contratar a un joven de 20 años o, en su defecto, utilizar esa opción para amedrentar a los empleados más calificados y más antiguos y bajar condiciones y salarios.
Hoy en Argentina, los trabajadores en relación de dependencia, a través de tantos años de lucha, gozamos- entre otros beneficios, dependientes de la profesión u oficio- de: vacaciones, licencias por estudio, maternidad, enfermedad, días de descanso en función de la actividad desarrollada, medio aguinaldo dos veces al año. Para contraponer tantas conquistas, el poder instala la » meritocracia»: con tu formación, tu empeño, inteligencia y capacidad, podrás jerarquizarte. De todas las luchas laborales, las únicas exitosas han sido las colectivas.
Las empresas quieren ganar dinero, y nosotros, los trabajadores, también. Ambos nos necesitamos. Pero la lucha no es de igual a igual. Ellos tienen los medios de producción y nosotros la necesidad de subsistir. Las relaciones empleado-empleador, jamás han sido de igual a igual
La puñalada de Amelia es una imagen a atender. Un llamado. Un reclamo: nunca está lejos si el individualismo y la sumisión les ganan a la lucha.
El cuento de Cortázar, “Continuidad de los parques”, termina con el puñal en alto, en mano de un personaje de una novela, a punto de asesinar al lector. Una ventana que separaba “la tranquilidad del estudio” del parque, deja de ser frontera entre espacios y asesta un duro golpe contra los cómodos hábitos de lectura de un hacendado. Con la entrada de la ficción a su mansión, su poder de mando se desestabiliza. El mayordomo no estaba. La puerta, abierta. Las guardias, caídas. El lastre de la opresión, agonizó, entonces, por el lapso circular de un cuento.
Cualquier semejanza, no es casualidad.
* Página 12 – 11 de diciembre de 2016 – «La Puñalada de Amelia» Una perla histórica descubierta en los archivos de la ex Entel