Deseantes: Entrevista al escritor Richard Zimler.
Entrevista: Lourdes Landeira, Marcela Molina, Gabriela Stoppelman
Edición: Lourdes Landeira
Quién más, quién menos, todos alguna vez nos hemos preguntado por el tiempo al mirarnos al espejo. Por su transcurso o el nuestro. Por saber quién transcurre a quién. Hay respuestas, claro está, de lo más variadas. Sin embargo, algunas –en general esas que suelen venir acompañadas de nuevos interrogantes- quiebran la memoria en un antes y un después consustanciado en el instante de algún ahora. Entonces, escenarios y azogues mezclan las imágenes y forman nuevos reflejos para explicar lo inalcanzable. Hay que echar mano de todas las lenguas, llorar en primera persona las grandes tragedias, tirar los dados para leer los números que anagraman secuencias en letras tan enigmáticas como expuestas, resistir con nombre propio a los embates del absurdo. Y sobrevivir, también a lo ominoso. Para que nuestros momentos se refracten en un cristal húmedo y su reflexión alcance nuestro próximo paso. Que pudo haber sido otro, si la luz hubiera tomado otra dirección, pero que una vez dado -y aunque perdido por definición-, es indeleble en toda su oscuridad. Tantas otras veces -quién más, quién menos- todos hemos querido una pausa, investirnos de un hacer divino que nos habilite a mirar de afuera, extrañarnos y, quizás, mover alguna pieza de la Creación. Descifrar el código. Tal vez, gritar. Paren el mundo que me quiero bajar, protesta Mafalda (1) desde el silencio atronador de una viñeta, estática, con su boca abierta en un gran agujero negro. Una quietud tan dinámica que aún atraviesa generaciones. Y se reproduce en anhelos de quebrar ejes y rotaciones. ¿Qué sucedería si esto fuera posible? Imagino a la tierra detenida por un instante, a muchos de nosotros trastabillar por el impacto y veo erguida a la niña de la historieta. ¿Se animaría a cumplir su proclamado deseo? La imposibilidad de constatación permite aventurar variadas predicciones. Mientras tanto, la tierra perpetúa su continuo giro. Ahora bien, si de vaticinios y deseos se trata, sepámoslo, algún que otro siglo antes, hubo un profeta –Josué- de similares aspiraciones. “Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Aialón. Y el sol se detuvo, y la luna permaneció inmóvil, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. El sol se mantuvo inmóvil en medio del cielo y dejó de correr hacia el poniente casi un día entero”. Es palabra escrita en el Antiguo Testamento. Josué, claro está, ordenó desde la óptica de su percepción. No sabía que el sol, como todo astro que se precie de tal, permanece fijo en su propio centro. Aun así, su desconocimiento no impidió el milagro. La tierra, la que efectivamente se mueve a su alrededor, le concedió dejar de hacer lo suyo por cerca de veinticuatro horas. Y, antes de que el mundo volviera a ser mundo –tal como lo conocemos- hubo un desbalanceo de luces y oscuridades. Milagroso o no, faltaría casi un día entero en la historia del universo. Y si hay falta, claro, hay deseo. Palabras y poéticas dispuestas a completar lo inacabable, echan mano a un mayo definitivo para el escritor de novelas, canciones, haikus, cuentos. Poemas. ¿Qué más? Callen un instante al mundo, que Richard Zimler lo quiere (re)crear.
“Heniek dice que puedo pasarme una hora sin hablar, aunque oigo mi voz con claridad y estoy seguro de que hablo con él. Dice que mi silencio le atemoriza, porque mis bordes empiezan a oscurecerse, como si una codiciosa sombra me engullera. Aunque trata de despertarme de mis trances llamándome por mi nombre, no doy señales de oírle. Según mis cálculos, es el cuarto día que estamos juntos. Según los suyos, el séptimo. No me explico cómo pueden desaparecer tantos días”.
ASOMBRADOS, EN LA BIFURCACIÓN DEL CAMINO
Presente, pasado y futuro parecen circular por nuestras venas en sentidos, a veces, contrapuestos. Otras, unívocos. Un suceso presente resignifica nuestros hechos pasados. ¿A qué voces obedecen nuestros pasos para elegir una entre las direcciones posibles?
Imaginen un hombre sin memoria de su pasado –quiénes eran sus padres, dónde creció, qué lengua habla-. No tendría ninguna comprensión de su persona. Estaría perdido. Nuestras memorias hacen a nuestra identidad. Por eso, es natural que el pasado tenga una enorme influencia sobe el presente. La verdad –para responder a la pregunta- creo que oímos las voces del pasado, presente y futuro al mismo tiempo. Oímos la voz del pasado con más claridad cuando preguntamos por qué razón nuestra vida siguió un rumbo y no otro. Muchas veces, en especial, en los momentos más infelices o de insatisfacción, nos asombramos por lo que podría haber sido nuestra vida. “Si hubiese elegido una profesión diferente o si hubiese nacido en otro país…” Tengo un epígrafe relacionado con eso en mi nueva novela, “El Evangelio según Lázaro”: Una historia hecha de síes- tal es la vida de los hombres mortales.
Por ejemplo…
Lo que me asombra en los momentos más frágiles, cuando pienso en mi infancia en Nueva York, es: “Si mi hermano no hubiera contraído Sida y no hubiera muerto a los 35 años, en 1989, ¿cómo sería ahora? ¿Todavía trabajaría como psicólogo clínico? ¿Cómo podría yo haber salvado su vida? Estuve prisionero de esta última pregunta en las semanas que siguieron a su muerte. Cuando perdemos a un ser querido, siempre pensamos qué podríamos haber hecho de forma diferente. Es como si creyéremos que el pasado estuviera escrito con una tinta borrable, pero es indeleble… Y una vez que se seca, nunca puede ser alterada. Tenemos que aceptar eso o permanecemos prisioneros del pasado.
¿Cómo te fue en ese proceso de aceptación?
La muerte se volvió un tema muy importante para mí a los 28 años. Jerry, mi hermano, tuvo mucha mala suerte. Se infectó con HIV bastante temprano, probablemente, alrededor de 1981. Él vivía en Nueva York y yo, en San Francisco. Viajaba con mucha frecuencia entre las dos ciudades, intentaba, con familia y amigos, salvarle la vida. Pero no lo conseguimos. Después de sufrir algunas infecciones, Jerry murió el 6 de mayo de 1989. Su muerte me devastó. Él tenía una personalidad dinámica y complicada, y yo no podía imaginar un mundo en el que él no estuviese. En mi experiencia, cuando alguien que amamos muere joven, comenzamos a cuestionar la justicia del mundo. Y quedamos desorientados. En mi caso, quedé constantemente atento a mi propia mortalidad. No lidiaba bien con eso. Fue el periodo más traumático de mi vida. Escribí una música sobre la muerte de mi hermano y mi relación con él.
http://https://youtu.be/MrgKEFV569g
[button-blue url=»#» target=»_self»]Recuerdo que era mayo / y los vientos murmuraban / todo el día en rojo y oro / me hablaban de / la extrañeza de la distancia / de la soledad que guía mi camino / Me pidieron que les diga / si tu viaje había terminado / como la noche buscó mi cuarto en B.A. // ¿Es la cara de Dios lo que ves / cuando cierras los ojos? / y alguna vez se parece / a la nada y miente / aunque Él es justo / nuestras lágrimas disfrazadas // Recuerdo que fue mayo / la luz del sol era libertad / el verano había escogido aquel día / mientras yo jugaba baseball / tú te detuviste en tu parada / observando a tu modo reservado / tenías, quizás, diez / aun así ahora parece que sabías / el modo en que serías engañado // Recuerdo que era mayo / yo estaba dibujando tu retrato / cada línea era lo que no me atreví a decir / mientras posabas tu dijiste / en el valle de las sombras / los monstruos salen a jugar / el truco, dijiste / es no correr nunca / pasarlos y seguir caminando[/button-blue]
Es fácil imaginar que también habita tus novelas
Lo que asombra a Erik en “Los anagramas de Varsovia” es semejante a mi asombro. Él se pregunta: “¿Qué podría yo haber hecho de manera diferente para salvar la vida de Adam, mi sobrino nieto? Como psicoanalista y hombre erudito, él también se culpabiliza por no haber previsto que los nazis iban a obligar a los judíos a vivir en un gueto rodeado por un muro alto, por no haber ayudado a sus amigos y familiares a huir del país. Curiosamente, el pasado también puede proveernos de marcas físicas que cambian el rumbo de nuestra vida. En “El centinela”, Ernie, el hermano del narrador, tiene cicatrices en su cuerpo, resultado de los malos tratos del padre. Y siempre que el narrador – Hank- mira a Ernie, él siente el terror de la infancia que persigue a los dos hermanos. En “El Evangelio según Lázaro”, el personaje principal es Lázaro, resucitado por Jesús. En mi versión de la historia, él crea mosaicos para la elite romana y por eso tiene manos poderosas y ásperas. Siempre que nota los callos, se acuerda que tenía la intención de tener otra vida, quería ser profesor. Pero, debido a la pobreza de su familia, tuvo que aceptar el aprendizaje de creador de mosaicos. Entonces, sus manos lo avergüenzan –son el recuerdo físico de que no logró realizar sus sueños. Cuando conversa con personas educadas, tiende a esconder las manos en la espalda.
EN LOS BRAZOS DE UN ABRAZO
Marcas, cicatrices, callos. Todo queda escrito en el cuerpo. ¿Se puede leer el andar de la gente?
Sí, casi todos podemos hacer eso. Miramos la forma en que una persona camina y sabemos si están deprimidos o tristes, irritados o felices. Cada gesto que hacemos con las manos, los brazos o las piernas trasmite nuestra disposición. Un buen escritor usa eso para trasmitir ese estado espiritual y físico de sus personajes. Curiosamente, conseguimos interpretar los gestos de los otros sin pensar. Los seres humanos nacemos y nos entrenamos para leer esas señales. Y la mayoría consigue hacerlo muy bien. Una de las grandes dificultades de los autistas es interpretar los gestos de los otros. Tienen mucha dificultad en determinar en el rostro de la madre, por ejemplo, si está irritada, feliz o cansada. Esa incapacidad hace muy complicada la vida.
El cuerpo aparece como prisión contenedora, como rebeldía inesperada, como desobediencia. ¿Qué es para vos un cuerpo – en términos de poder- y hasta dónde puede llegar?
De acuerdo a nuestra condición de salud, el cuerpo humano puede ser una prisión o una maravillosa y casi ilimitada fuente de alegría. Cuando sufrimos, el cuerpo nos confina a ese sufrimiento. No podemos pensar en nada más que el dolor. Pero cuando estamos bien… Y jóvenes… En esas condiciones, el cuerpo es una gran fuente de felicidad. Y de solidaridad. La mejor manera de acortar la distancia entre nosotros es a través de un abrazo o un beso. Si no tuviésemos cuerpo, ¿cómo podríamos consolar a los otros – cómo podríamos expresar los más profundos sentimientos, sobretodo, el amor?
“Nadie sabe lo que un cuerpo puede”, Spinoza. Conversemos sobre eso.
Sí, ¡el cuerpo tiene su propia inteligencia! El cuerpo entiende el deseo sexual, por ejemplo. Y, más importante todavía, el cuerpo entiende el amor. Podemos pensar en el abrazo de nuestro padre, entendemos eso en nuestra piel, sin necesidad de lenguaje.
DÓNDE SE VA EL TIEMPO CUANDO LLUEVE
¿Es la infancia un tiempo no cronológico?
A medida que envejezco, cuando me pongo a recordar mi infancia, pienso principalmente en las personas que amé – familiares y amigos íntimos. Lo que une las memorias es el amor y el cariño. O, en algunos casos, traición y crueldad. Sospecho que es así porque, cuando somos jóvenes, el mundo es percibido como un lugar de emociones muy fuertes y no estamos interesados en la dirección o el flujo del tiempo. Ni percibimos su fluir. Lo que ordena nuestras infancias son las personas que las habitaron y las emociones intensas que sentimos en su presencia: amor, miedo, envidia, celos, odio, desconfianza, desaliento, vergüenza…
¿Adónde va el tiempo cuando transcurre?
La pregunta se vuelve cada vez más importante a medida que envejecemos, porque sentimos que la muerte está en nuestra búsqueda. Tengo 61 años ahora y los meses y años pasan muy rápidamente. La verdad, a veces parece que todo en mi vida sucede en un único instante. Y, muchas veces, me siento como el pequeño muchacho que era en Nueva York en los años 60 – listo para jugar basquetbol con mis amigos o para ir a la escuela o a jugar en la nieve. El cuerpo envejece, pero tenemos los mismos sentimientos que teníamos en nuestra juventud. En el Antiguo Testamento, el profeta Josué impide el movimiento del sol y de la luna. Consigue parar el tiempo. Algunas veces, yo adoraba tener ese poder. ¿Quién no quisiera tener más tiempo?
“Cada día que pasara me alejaría más de mi sobrino. No creía poder sobrevivir a la creciente distancia entre nosotros. Jamás volveré a medir la estatura de Adam”. Hay un efecto de ausencia en las distancias espaciales y otro, en las temporales…
Pienso que la mente funciona a través de metáforas. Dicho de otra manera, el cerebro es un dispositivo de creación poética. Así, el tiempo se torna una metáfora para el espacio y el espacio, una metáfora para el tiempo. En “Los Anagramas de Varsovia”, cada día que pasa lleva a Erik más lejos de Adam, su sobrino nieto, muerto. Ese hecho triste encuentra una representación espacial en las calles desiertas del gueto. Las dificultades del gueto, la falta de comida, las casas heladas, las dolencias terribles, se convierten en una representación de la mente perturbada y desesperada de Erik.
¿Qué lugar ocupa para vos la metáfora?
La metáfora es una técnica poética útil para expresar ideas y emociones que no pueden ser expresadas de cualquier otra forma. Y también, es una manera de sorprender a los lectores, de hacer que piensen sobre sí mismos y sobre el mundo de una manera nueva. Es un modo de abordar una verdad que no puede abordarse de otra forma. Para poner un ejemplo, puedo decir que la tapa de un libro es una puerta. ¿Qué es lo que eso nos hace entender? Nos hace comprender que, cuando lo abrimos, no solamente vamos a descubrir una historia, sino que también estamos por entrar a un mundo nuevo.
CURVATURAS DEL TIEMPO, RECODOS DEL SILENCIO
¿El pasado contiene inexorablemente toda posibilidad de transformación?
Para mí, el pasado es nuestra gran fuente de historias. Es un gran océano de experiencias. Podemos utilizar esas experiencias para guiar y orientar nuestro viaje en el presente. El pasado es especialmente útil cuando estamos espiritualmente perdidos, a esa altura, puede ofrecernos pistas para reencontrar nuestro camino. Pero también, representa un peligro, porque ¡podemos perdernos en ese enorme océano!
¿El recuerdo es monocromático?
Creo que el pasado es engañador. Tendemos a recordar las cosas a través del filtro de nuestras emociones actuales. Entonces, cuando estamos deprimidos, vemos nuestras memorias a través de un filtro de desesperanza. Este proceso tiñe nuestros recuerdos con todos los colores posibles. Lo que significa que nuestras memorias cambian según nuestra disposición. Por eso, Erik dice: “Imaginen una tinta negra que se corre e impregna cada recuerdo. Nada que no sea gris sobrevive”. Cuando tomamos conciencia de cómo cambian nuestros recuerdos, empezamos a dudar de la precisión de nuestra memoria. Llegamos a percibir que nuestra perspectiva no puede ser exacta ni completa. Puede, de hecho, ser muy distorsiva.
¿Qué tiene de singular el tiempo de la memoria? Allí hay también, entre otros, movimientos y transcursos. Pero, ¿qué modo particular de transcurso?
Curiosamente, nuestras memorias son alteradas por nuestras circunstancias actuales. Todos tenemos esa experiencia cuando sufrimos la muerte de un ser querido. Cuando nuestra madre muere, por ejemplo, y miramos para atrás, sentimos que todo lo que hicimos con ella está ligado a nuestra sensación de pérdida. Incluso los momentos más felices – abrazados por ella en la niñez o comiendo una comida que nos hizo- parecen coloreados por nuestro sufrimiento. O su rostro, o su sonrisa, su manera de reír… Todos esos recuerdos ahora traen la marca de su muerte.
¿A qué experiencia del tiempo vinculás el silencio?
Cuando escribo, el mundo que me rodea queda completamente silencioso. Vivo dentro del universo paralelo de mi narrativa. Por eso, siento que el silencio es un gran amigo y aliado, sin él, no lograría crear mis personajes e historias. Hasta podría decir que el silencio es mi verdadera casa. Preciso por lo menos de 2 a 3 horas por día sin hablar con nadie. Sin ese tiempo, me pongo nervioso y frustrado. En parte, considero que escribir es mi contribución más importante al mundo. Cuando no estoy escribiendo, siento muchas veces que no hago nada útil. Pierdo noción del paso del tiempo cuando trabajo en una novela. Puedo comenzar a las 8 de la mañana y la próxima vez que miro el reloj son las 11. Pasaron 3 horas sin que tuviera conciencia de ello. Creo que, cuando encontramos una actividad que nos permite olvidar el paso del tiempo, descubrimos una verdadera pasión. Localizamos el camino que debíamos seguir. Y precisamos seguir donde nos conduzca. Si no lo seguimos, corremos el riesgo de quedar atrapados en una vida insatisfecha e inauténtica.
Conversemos sobre la relación del silencio con el infinito.
Algunas veces, recordamos la gran verdad de que estamos cercados por el infinito, el tiempo antes de nacer y después de morir. Estamos aquí, en nuestra forma actual, por muy poco tiempo. Tenemos que dejarnos habitar por el silencio para percibir eso, para contemplar lo largo y ancho de nuestra vida. Si no, corremos el riesgo de llevar una vida que no queremos. Es únicamente en los momentos de silencio que percibimos cuán pequeños somos y – paradójicamente, la importancia de llevar una vida auténtica – de hacer lo queremos realmente. Noten, por favor, que no me refiero a una vida feliz. Ninguna vida es siempre feliz, ni siquiera la vida más auténtica. Lo que todos procuramos, desde mi perspectiva, es una vida con significado.
El silencio como cobijo, como arma, como consuelo, como imposibilidad, como posibilidad, como ocultamiento, como sello. Como palabra. Conversemos sobre esto en la escritura en general. Y en la poesía en particular.
Publiqué en los EEUU y en Portugal un libro de haikus cabalísticos y el primer poema del libro es:
Tu alma comenzará / a sentir su profundidad / cuando deje de huir del silencio.
Toda mi vida depende del silencio, porque escribo mis libros en un silencio total. Entonces, de alguna manera, mis novelas son el silencio formado en un universo paralelo. Mismo en la infancia, precisaba pasar unas horas solo todos los días. Esa necesidad hizo a la escuela muy complicada para mí.
EL POEMELE
En la poesía aparece, una vez más, lo mínimo. En tus novelas, se lee como costura inexorable y nueva, como mecanismo reparador de la vida y la muerte, como desborde…
Siempre le presto mucha atención a los aspectos poéticos de mis novelas. La forma de cada frase es muy importante. Y un párrafo tiene que tener el ritmo justo. Cada frase debe tener no apenas el contenido correcto, sino también debe sonar bien al oído. Hago eso porque, para mí, la poesía es la única manera de comunicar los aspectos más complejos y misteriosos de la vida. En ese sentido, pienso que, sin poesía, seríamos criaturas mucho más solitarias y aisladas. Y el esfuerzo que hago para crear una narrativa poética es un intento de comunicar mis sentimientos más importantes y sutiles a los otros – de dialogar con lectores inteligentes y sensibles.
(Gedicht es poema en alemán e idisch; ele es diminutivo). La gedichtele: gran síntesis, breve tiempo, breve espacio, ¿vientre?
Los brevísimos poemas que Erik e Izzy escriben –y comparten con el otro- son una de las formas en que refuerzan su amistad y amor. Es como un secreto entre ellos, ¡el tipo de secreto peligroso y poderoso que los niños aprecian! También, prueban que comparten un gran respeto por los aspectos poéticos de la vida. Pienso que todos precisamos de pequeños gestos de amor de nuestros amigos, para recordarnos la empatía entre nosotros.
¿Qué es lo poético para vos?
La poesía es la forma en que los seres humanos intentamos expresar lo inexpresable a través de la prosa. Dicho de otra manera, escribimos poesía para expresar esos sentimientos e ideas para las cuales la prosa no es suficiente o adecuada.
“He llevado un mapa de Varsovia en las plantas de los pies desde que era niño, de modo que realicé todo el trayecto hasta casa prácticamente sin confusión ni esfuerzo”. La transparencia, sabemos, no existe en el lenguaje, que ya de por sí es un convención. Aun así, lo suficientemente abierta, o tan abierta, quizás, como para dar lugar a la preciada polisemia. ¿El código premeditado se cierra en su propia lógica o, en su invocación a la búsqueda de una verdad escondida, da lugar a verdades igualmente válidas?
Un momento de revelación es cuando percibimos que tenemos el derecho de interpretar la realidad para nosotros mismos, que podemos llegar a nuestras propias conclusiones sobre el significado de las acciones de nuestros padres o amigos. Nuestra interpretación estará basada en nuestra propia experiencia y sensibilidad. Es como si toda la vida fuese un poema y nuestro objetivo fuese comprender su significado. Durante casi 25 años estudié el misticismo judío – la cábala – y los místicos judíos creen que todas las escrituras pueden ser interpretadas en diferentes niveles. El nivel más superficial es el literal. Y el nivel más profundo es el místico. Entre las dos están los niveles alegóricos y filosóficos. Un ejemplo… en el Antiguo Testamento, Moisés separa las aguas del Mar Rojo y permite que los israelitas huyan de la esclavitud en Egipto hacia la libertad de la Tierra Santa. ¿Tenemos que interpretar esa historia literalmente – que Moisés usó magia para apartar el mar? ¿O será que el autor de esta historia se refiere a una espiritualidad en la que todos podemos pasar de la esclavitud a la libertad? Ambos significados están ahí. Por eso, nos cabe a nosotros decidir lo que la historia significa. En relación a esto, una de las más importantes enseñanzas cabalísticas, en mi opinión, es que todas las historias del Antiguo Testamento son poesía y no prosa. Y, como toda la poesía, las historias invitan a – y hasta exigen- diferentes interpretaciones.
MOMENTO Y REFLEJOS
¿Qué vuelve legible a un instante? ¿Y escribible?
A veces tenemos que esperar mucho tiempo para averiguar el significado de lo que sucede en un segundo. Tengo un cuento sobre este tema. El título es: “El espejo lento”. Se trata de un espejo que solo devuelve las imágenes después de cuatro años. Es una historia que significa mucho para mis lectores porque representa cómo precisamos de bastante tiempo para entender nuestra vida. Por ejemplo, si pensamos en una decisión importante que tomamos hace 5 o 10 años -mudarnos a otra ciudad, o tener hijos, por ejemplo– el motivo que invocamos para haber tomado esa decisión puede que ahora no nos parezca el principal. Nuestras más profundas motivaciones están muchas veces escondidas de nosotros mismos. Y cuando somos jóvenes, no entendemos tanto sobre nuestra manera de ser y sobre el mundo. Entonces, entender nuestra vida funciona como un espejo lento.
PARA LEER EL CUENTO, CLICK AQUÍ: EL ESPEJO LENTO
La imagen del espejo: un anagrama de nosotros mismos…
Los espejos se volvieron muy importantes en mi escritura. En “Los anagramas de Varsovia”, Erik le dice a Heniek: “Si logras sobrevivir a esto (el gueto), Heniek, entonces recuerda lo siguiente: ten cuidado con los hombres que no ven un misterio cuando se miran al espejo”. Erik dice esto porque cuando miramos al espejo por más de algunos segundos, la mayoría ve un misterio. “¿Quién es esa persona que me mira?” ” ¿Quién habita ese cuerpo?” Estas cuestiones nos conducen al misterio fundamental de la vida. Y quien no lo ve, quien nunca duda de su identidad o se cuestiona sobre el propósito de su vida –debe ser una persona peligrosísima. Las personas que nunca tienen dudas son más propensas a hacer cosas monstruosas a los otros. La idea subyacente es que el misterio que vemos en nuestros propios ojos también nos vuelve más sensibles a los otros. Todos hablamos del misterio de la existencia.
Tanto “Los anagramas de Varsovia” como “El centinela” tienen a la investigación como protagonista. ¿De eso se trata la escritura, más allá de los géneros?
Yo solo decido la historia de mi novela – o su conflicto- después de hacer una larga investigación. En el caso de “Los anagramas de Varsovia”, por ejemplo, la idea original era escribir sobre la vida cotidiana en los guetos judíos creados por los nazis y, más específicamente, explorar la vida de un psiquiatra judío que sobrevivió a un campo de trabajo y volvió a su casa, en su ciudad natal, donde ya no tenía amigos ni familiares vivos. A esa altura, estaba muy interesado en indagar en cómo tenemos el coraje de continuar nuestra vida después de sufrir un gran trauma. Me parece un asunto interesante. A lo largo de mi vida, leí mucho sobre el Holocausto, pero sabía poco sobre los guetos. Cuánto más leía sobre ellos, más parecían “islas judías” separadas del resto del mundo. Esa imagen me fascinó. Además de eso, toda la rama europea de mi familia, fue internada en guetos antes de ser transportada para los campos del norte. Por eso, indagar en esa novela se tornó, en parte, una tentativa de saber cómo pasaron los últimos años de su vida.
¿Y qué pasó en el camino?
Al escribir la primera página, la novela cambió. Yo iba a escribir el punto de vista de Erik Cohen, el psiquiatra judío que regresa a su ciudad natal – Varsovia. Escribí: “Yo soy un hombre muerto”. Era una declaración metafórica, él había perdido a sus seres queridos y su profesión y no tenía más motivos para continuar con su vida. Pero luego que lo escribí, tuve una revelación: ¡Erik estaba realmente muerto! Era lo que en la tradición judía llamamos un ibbur: un espíritu que permanece en este mundo para cumplir un deber o una obligación que no cumplió en vida. Pero, ¿cuál era ese deber? ¿Por qué él había permanecido en nuestro mundo?
¿Llegaron –Erik y vos- a saberlo?
Después de que Erik volvió a Varsovia, descubrió a un hombre visionario –Heniek- que pudo verlo y oírlo. Entonces, Erik le contó la historia de su último año de vida, esperando descubrir el deber que tenía que cumplir. Al indagar sobre el gueto de Varsovia, aprendí que había un mercado negro bastante dinámico y que muchos niños fueron forzados una vida de contrabandistas. Parecía el lugar perfecto para hacer un policial noir, porque los niños involucrados en ese comercio ilegal corrían grandes riesgos. Es obvio que el mercado negro implicaba gran sigilo. Entonces, yo no precisaba “imponer” una trama al libro; la trama fue una consecuencia natural de la vida arriesgada de los jóvenes contrabandistas.
CONSTELADOS EN ACCIDENTES
¿Ir tras huellas en busca de lo conocido o de lo desconocido? «¿Todos llevamos la vida que llevamos porque tenemos que saber por qué las cosas sucedieron de la forma que sucedieron, y si ellas podrían haberse combinado de un modo diferente para producir algo más tierno y significativo y permanente?”, leímos en tu novela. ¿Tenés respuesta para esa pregunta? ¿Qué incide en la alquimia de unos u otros factores con sus consecuentes resultados?
Una vez más, éste es un gran misterio – porque somos las personas que somos, cuando podríamos haber seguido otros rumbos. Yo, por ejemplo, podría haber sido pintor o músico. O un jardinero. Y si no hubiese conocido a mi otra mitad, Alexandre, en 1978, podría haberme casado con otra persona. En ese caso, tal vez estuviese viviendo en los Estados Unidos. Con la edad, comenzamos a comprender que nuestra vida es una producción de millones de pequeños accidentes y ocurrencias sobre los que no tenemos ningún control. Por ejemplo, como autor, muchas veces me pregunto si mis libros van a conseguir críticas favorables y si van a vender bien. Pero preocuparme por eso no tiene mucho sentido, porque no tengo ningún control sobre las ventas y valoraciones. Tengo que escribir la mejor novela que puedo y, en seguida, permitir que tenga su propia vida, independiente de mí. En ese sentido, cada libro tiene su propio camino.
“—Es posible que el asesino utilice partes de los cuerpos de nuestros niños para crear algo inhumano. —¿Qué quiere decir? —Un golem —respondió Dorota moviendo los labios en silencio. Sus ojos reflejaban temor, como si el hecho de pronunciar la palabra pudiera hacer que saliera uno de su escondrijo. / ¿y si hubiera un chiflado que se creyera capaz de hacerlo?” El golem no tiene lenguaje, más que el tatuado en su frente (verdad y muerte). ¿Qué relación ves con la imagen del espejo?
El golem es un reflejo de nuestro deseo de crear la vida. Es una consecuencia de nuestro deseo de imitar a Dios y participar en la Creación.
¿Y si hablamos de la diferencia entre cifra y número? ¿Qué se puede leer en cada uno? Hay cifras que no son numéricas. ¿Y al revés, números que no son meros números?
Uno de los libros que leí antes de escribir “Los anagramas de Varsovia” fue las “Notas de Emanuel Ringulbum del gueto de Varsovia”. Ringelbum era historiador. En su libro, usa anagramas para referirse a sus amigos y a los funcionarios del gueto. En parte, hizo eso para evitar que ellos tuviesen problemas (incluso si sus notas fuesen descubiertas por los nazis, no descubrirían los verdaderos nombres de las personas). Yo sabía, de mis estudios de cábala, que la práctica de crear anagramas también encajaba muy bien con una antigua tradición judía: que ciertas palabras y nombres –como los nombres secretos de Dios- son tan poderosos que pueden ser peligrosos. Entonces, decidí explorar esa ligazón en el libro, como otra idea que me interesaba mucho: que el Holocausto nos obligó a desarrollar nuevas formas de expresar lo indecible. Entonces, “Los anagramas de Varsovia” también se convirtieron en un libro sobre lenguaje. La otra idea presente es que el mundo nos envía mensajes codificados, que tenemos que intentar interpretar. Erik llega a creer que si él pudiese entender mensajes muy sutiles, descubriría quién asesinó a su sobrino nieto Adam y sabría cómo ayudar a los judíos del gueto. Pienso que todos tenemos esa percepción, que el mundo se comunica con nosotros, es una sensación muy humana. Tenemos la impresión de que el mundo intenta darnos informaciones esenciales.
LA LENGUA MAMELE
Tu lengua de nacimiento es el inglés y habitas la lengua portuguesa. ¿En qué idioma escribís? Siempre el mismo. Si no, ¿de qué depende?
Siempre escribo mis novelas en inglés. Es mi lengua materna y, aunque hable portugués muy fluido, mi relación con el inglés es más íntima y completa. Sin embargo, también escribí tres libros infantiles en portugués. Me gustan los desafíos y contar una historia en portugués es una nueva y maravillosa aventura para mí.
¿Las multiplicidades de la lengua –con sus afecciones e identidades- confirman lo indecible?
Ser bilingüe es sumar otra dimensión a mis libros a través de la creación de personajes que hablan dos o más lenguas. En “El centinela”, el narrador –Hank- es bilingüe en portugués e inglés. Para mí, eso aumenta un aspecto cautivante de su personalidad, porque su manera de pensar es diferente en cada idioma. Su sentido del humor no es igual en las dos lenguas. Aunque él viva en Portugal, tiene sentimientos que prefiere expresar en inglés. Es como si tuviese un alma dividida. Este es un aspecto muy importante del libro, porque Hank sufre de Trastorno Disociativo de Identidad. En momentos de mucha tensión, emerge una segunda personalidad dentro de él que controla sus pensamientos y acciones. Este trastorno es raro, pero ocurre en personas que fueron abusadas en la niñez. Ellos desarrollan una segunda personalidad, más capaz de lidiar con el trauma terrible del abuso.
¿La gedichetele no es la máxima aproximación a la lengua madre, a algo que aproxime a restituir parte de lo perdido?, ¿un origen, por ejemplo?
Erik se siente a gusto en alemán, idish, y polaco pero, después de sufrir en el gueto de Varsovia, se niega a hablar alemán. Los nazis destruyeron la belleza de la lengua alemana para él y para millones de personas. Se volvió un idioma de odio y crueldad. El idish es el idioma que desea hablar porque, según él, es una lengua que valoriza lo que es pequeño y que intenta consolarnos. Es un refugio para él. De hecho, la lengua como refugio es un tema frecuente en mi escritura y es un aspecto importante de mi nuevo libro: “El Evangelio según Lázaro”. En “Los anagramas de Varsovia”, mis personajes, muchas veces, son obligados a lidiar con sentimientos que no pueden expresar. Las palabras que conocemos no son suficientes. Se sienten sin esperanza, sin voz. Creo que nuestros grandes traumas son así, estamos convencidos de que nunca vamos a conseguir comunicar la devastación de nuestros corazones. Eso nos vuelve más aislados. Y, tal vez, la única solución es abandonar las palabras y expresar nuestro amor – y todas nuestras emociones- a través de nuestros ojos, labios y manos.
Hay en tus novelas palabras inventadas y palabras que pocos hablan, ¿cómo resiste el lenguaje ahí?
Afortunadamente, las lenguas evolucionan y cambian. Y tenemos derecho a inventar nuevas formas de hablar español, inglés o portugués. De hecho, es inevitable, porque sentimos la necesidad de describir los cambios dentro de nosotros mismos y en el mundo. Cualquier lector sabe eso, porque sabe que, por ejemplo, el español de Cervantes es bastante diferente al español de hoy. La lengua española pasó por millares de pequeños cambios para acomodar nuevos pensamientos e ideas. Entonces, la gran fuerza de cualquier lengua –su resistencia- está en su capacidad de evolucionar. Una lengua que no evoluciona, muere.
A RESISTIR EN CASA
¿Para qué cosas no alcanza la vida? ¿Necesitamos otros envases, otras formas – inhumanas- para alcanzar lo humano, lo nombrable?
Pienso que tenemos mucha suerte de encontrarnos en un mundo tan bonito y que hay mucho más allá de la vida humana. ¿A quién le gustaría vivir en un mundo sin flores, sin árboles, sin animales, sin desiertos y montañas, sin la luna y las estrellas? La naturaleza puede ser muy reconfortante. Nos permite huir de nuestras preocupaciones cotidianas y de la propia condición humana. Tenemos esta experiencia cuando estamos tristes, por ejemplo. Es reconfortante dar un paseo en un bosque o en un parque. La alteridad de la naturaleza nos recuerda que hay mucho más allá de nuestra propia tristeza y que todavía tenemos posibilidades de encontrar la belleza, que estamos rodeados por un mundo magnífico. A mi juicio, una de las dificultades psicológicas y espirituales de la vida en el gueto de Varsovia era que la naturaleza no podía proporcionar confort. Las personas que vivían ahí no tenían acceso a los parques, ni al Río Vístula, ni a los jardines. No había dónde encontrar la belleza del mundo.
¿Hace falta ser casi un superhéroe para sobrevivir en ciertas ocasiones? ¿O en todas?
Sí, creo que las dificultades y los traumas que enfrentamos exigen que hagamos enormes sacrificios y encontremos mucho coraje para sobrevivir y ayudar a nuestros seres queridos. Esa es una importante conexión entre “El centinela” y “Los anagramas de Varsovia”. “Los anagramas de Varsovia” es sobre un hombre que pierde lo que más ama y sobre cómo continúa para encontrar a las personas responsables de esa pérdida y vengarse. Erik, el narrador, es un anti-héroe que, a pesar de sí mismo, encarna lo mejor del ser humano. Él tiene una sorprendente reserva de energía y determinación, como muchos que sufrieron en los guetos. A través de él, la novela se vuelve sobre la historia heroica de un hombre que se niega a dejar que lo venza ni su propio dolor ni la opresión cruel de los nazis. “El centinela” es sobre otro hombre –Hank Monroe- que fue forzado de niño a proteger a su hermano menor de su padre abusivo. Por eso, él tiene que desarrollar la personalidad de un protector. Y se convierte en policía porque entiende que su papel en la vida es proteger a los más frágiles y vulnerables. Adoro su relación con su hermano menor. Es el aspecto más conmovedor y cautivante de la novela.
¿El arte es siempre un modo de resistencia? ¿Camina por la cornisa de la locura y la belleza para protegernos del abismo del horror o de la nada?
El arte es mi casa. Habito en mis libros. En ese sentido, ellos me ofrecen protección. Cuando estoy dentro de un libro, estoy seguro. Puedo olvidarme del mundo y vivir dentro de mi universo paralelo. Los temas de muchos de mis libros hacen que la narrativa sea una forma de resistencia. Cuando escribo sobre personas que fueron vencidas, que perdieron a sus seres queridos y a sus tierras, es mi manera de decir: “¡No, ellos no serán olvidados!”. Y cada persona que lee una de mis novelas puede participar en ese proyecto de resistencia. El arte también nos puede ayudar a entendernos mejor a nosotros mismos y al mundo. Y puede proporcionarnos confort y consuelo en los peores momentos. Cuando leemos a Dostoievski o a Willa Cather o a Philip Roth o a cualquier otro gran escritor, tenemos la sensación de que nos comprenden muy bien. Estamos menos solos. Pero, desafortunadamente, al final de cuentas, el arte no consigue protegernos de los horrores del mundo. Podemos pensar en todos los grandes artistas que fueron asesinados, escritores como García Lorca y Bruno Schultz. Y tantos artistas asesinados por los nazis. ¡Imaginate cómo Anna Frank podría haber desarrollado su escritura si su escondite en Ámsterdam no hubiera sido descubierto!
En la historia oficial, de escritura meramente cronológica, solo parece haber lugar para los hechos trascendentes. Todos podemos responder fácilmente a la pregunta sobre hechos abominables de la historia. ¿Qué pasa con los otros?
Hasta la década de 1960 y 1970, prácticamente todos los textos históricos fueron escritos desde la perspectiva de los vencedores, de las personas que ganaron guerras y elecciones. Casi todos ellos fueron escritos, de hecho, para favorecer los objetivos políticos de los presidentes y primeros ministros. Por ejemplo, cuando iba a la escuela en Nueva York, la historia de la colonización de los EEUU fue contada -en gran parte- desde la perspectiva de los inmigrantes europeos. Y caracterizada, en general, como una heroica aventura y conquista de nuevas libertades. Pero, ¿y los nativos americanos? Para los indígenas americanos, la colonización fue una invasión de tropas agresivas y bélicas, un verdadero desastre. Aunque todo el Estado de Nueva York, donde yo crecí, había pertenecido a los Iroquis, Mohawks y otras tribus, no aprendimos nada sobre ellos en la escuela, nada sobre su historia, música o cultura. Los indios reales simplemente no existían.
Ahora, sin el derecho a existir, simplemente desaparecemos. Nuestra historia –cómo vivimos, pensamos, deseamos– nunca es contada. Entonces, es como si nunca hubiésemos vivido.
Esta verdad profunda, sobre cómo las personas desaparecen de la historia, se volvió una parte importante de mi vida hasta que escribí mi primera novela. El título es “El último cabalista de Lisboa”. Al investigar para ese libro, descubrí la Masacre de Lisboa de 1506, en la que 2000 judíos convertidos por la fuerza al cristianismo –Cristianos Nuevos- fueron asesinados y quemados en la plaza principal de Lisboa. Cuando le preguntaba a mis amigos –abogados, médicos y profesores– qué sabían sobre la Masacre de Lisboa de 1506, respondían: “¿qué masacre?”. Los judíos de Portugal habían desaparecido de la historia. Tengo una personalidad muy subversiva, me gusta escribir sobre temas que la mayoría de las personas prefieren olvidar. Entonces, decidí escribir sobre la Masacre de Lisboa desde el punto de vista de una familia de nuevos cristianos.
Amo dar voz a las personas que fueron sistemáticamente silenciadas, escribir desde la perspectiva de los vencidos. Si los novelistas no escribimos esa historia alternativa, del punto de vista de quienes perdieron las batallas y las guerra, entonces ¿quién va a hacerlo?
RAYOS EN BLANCO Y NEGRO
Hablemos de las intensidades amor – odio (“Los limones, diseminados entre manzanas rojas, ofrecían un aspecto maravilloso, una composición digna de Cézanne”). ¿Hay siempre reciprocidad?
La mente humana tiende a pensar en términos de dualidad: dentro y fuera, amor y odio, negro y blanco. Es muy posible que estemos genéticamente preparados para pensar de esa manera. Uno de los propósitos de la cábala –del misticismo judío– es superar ese sistema dual. Podemos decir lo mismo de la escritura, uno de sus propósitos es crear una unión entre el lector y la narrativa.
¿Cuál es tu noción de milagro? “Y entonces caí en la cuenta de que los milagros existen, aunque —por desgracia— no siempre son las gloriosas afirmaciones de transcendencia que han pretendido hacernos creer a todos.”
Un milagro es un hecho que la ciencia no consigue explicar. Pero yo le doy una vuelta a esa idea en “Los anagramas de Varsovia”. Generalmente, pensamos los milagros como maravillosos. Pero, en mi libro, los milagros pueden también tener connotaciones negativas – cosas terribles que suceden y Erik, el narrador, no logra explicar.
Hay fortalezas y debilidades ante lo luminoso y lo oscuro. La oscuridad como morada desde la que obtener sentidos. Contanos sobre eso.
Hay momentos en la vida en que vemos apenas la oscuridad en nuestra frente, la luz desaparece. Eso pasó conmigo después de la muerte de mi hermano, por ejemplo. Y sucede en “Los anagramas de Varsovia”, después de la muerte de Adam. Para encontrar el camino hacia adelante –para intentar encontrar la luz– Erik busca al asesino. ¿Pero será suficiente la venganza para que encuentre un significado a su vida? Erik duda de eso, pero no encuentra opción. Y se niega a desistir.
¿Todos somos capaces de matar?
Pienso que la mayoría de nosotros mataría para defender a una persona que ama. O para salvar nuestra propia vida. Pero es una cuestión que solo podemos responder cuando nos enfrentamos a la necesidad o al deseo de matar. Es como el tema de qué hubiéramos hecho si hubiésemos vivido en la Alemania de 1933. ¿Habríamos ayudado a Hitler a cumplir un genocidio? ¿Habríamos luchado contra él? En mi caso, espero que hubiera minado todos los planos de los nazis, con toda mi fuerza e inteligencia, pero ¿cómo saber con certeza si habría tenido el coraje necesario para hacerlo? Creo que una de las preguntas más importantes de mi novela, “Los anagramas de Varsovia” es: ¿cómo podríamos formar jóvenes confiados y fuertes, de modo que se nieguen a obedecer órdenes inmorales y contra su código ético? No tengo una respuesta, pero pienso que es fundamental investigar esta cuestión.
¿Qué es lo absurdo para vos?
Cuando leo la palabra “absurdo”, pienso en el teatro absurdo y en el humor de los judíos. Estas diversas tradiciones colocan a las personas en situaciones que normalmente no podrían suceder, pero que también tienen una lógica extraña. Curiosamente, el gueto de Varsovia tiene esa cualidad absurda, porque en circunstancias normales (humanas), 450 mil personas no serían obligadas a vivir en una prisión al aire libre en el medio de una capital europea.
SINGULARÍSIMO
Hablemos de lo prohibido, de los excesos, complicidades, contramandatos, complejidades y simplezas. En fin, de nuestros tiempos, nuestras vidas, nuestras muertes.
Siento una gran satisfacción en escribir sobre lo prohibido, sobre temas y personajes que la mayoría de los otros evita o desprecia. Me parece que los grandes novelistas entran donde las otras personas rechazan entrar. Abrimos portones marcados: “PELIGRO” y avanzamos y describimos al lector lo que encontramos.
Otro entrevistado de este número, Edgardo Cozarinkdy, escribe: “Pero los muertos, más allá de toda religión, siempre lo han acompañado, más asiduos a medida que envejece”. Conversemos sobre la presencia de los muertos en la escritura y en la vida.
El epígrafe de “Los anagramas de Varosvia” es: “Como mínimo, debemos nuestra singularidad a nuestros muertos”. Digo esto, porque a nadie le gustaría ser recordado como una estadística o como un mero miembro de un grupo. Todos queremos ser recordados como la persona que somos, con nuestras particularidades. Y, mientras tanto, cuando hablamos de grandes tragedias como el Holocausto, tendemos a hablar en números. Aunque esas estadísticas sean importantes y útiles, no creo que creen emociones profundas y duraderas. Cuando leemos que seis millones de judíos murieron en el Holocausto, podemos sentirnos intelectualmente ultrajados, pero no sentimos ningún dolor. Y no recordamos ni un rostro ni una voz. Entonces, creo que es extremadamente importante contar historias individuales. Al conocer a alguien que murió en un gueto o un campo de concentración, comenzamos a entender lo que sufrieron.
Adam: viene de rojo (adom, en hebreo) y adamá (tierra) porque la tierra africana era roja. El Adam de tu novela es un Aquiles, primordial y con señal de fragilidad expuesta.
Sí, en el Antiguo Testamento, Adán es el primer hombre. Pero, en la cábala, está también la tradición de Adam Kadmon. Adam Kadmon es la Luz Divina –el primer evento en la Creación del Universo. Entonces, en mi libro, Adam, el sobrino nieto de Erik es el símbolo de la luz. Y, cuando él desaparece, la luz desaparece del mundo de Erik. Su único propósito es encontrar al asesino de Adam – encontrar a quien quitó a la luz del mundo. En ese sentido, él también intenta destruir las fuerzas de oscuridad que intentan dominar al mundo. Si los nazis hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial, un museo sería el único lugar en que podríamos encontrar vestigios de la cultura judeo europea.
INSTANTÉNEAS
Una foto: imagen que borra el tiempo. Nuclea el presente del que mira, el pasado del momento ya perdido y el futuro en que será reproducido. ¿La escritura es también foto, en este sentido?
Para mí, una novela es más completa que una fotografía. La novela desarrolla una historia a lo largo de 200 o más páginas. Una narrativa en evolución. También es más participativa. Un lector llena –con toda su experiencia– los espacios en blanco entre las palabras. Por eso una novela es diferente para diferentes lectores. Cada persona completa una novela con la totalidad de su ser.
“Me tapé la boca con la bufanda, por lo que tengo ahora la impresión de que el resto de nuestra conversación se desarrolló a través de la textura de una lana gruesa y oscura”, dice uno de tus personajes de novela. La textura de la lana de la bufanda que filtra las palabras podrá ser análoga a la cámara del fotógrafo. ¿Cuál es la bufanda de la escritura en la prosa y en la poesía?
Creo que es la mente del escritor. Todo lo que sucede es filtrado a través de sus temores, deseos y esperanzas y después transformado –aparentemente por magia- en palabras. A fin de cuentas, cada novela es el reflejo de la relación del escritor con el mundo. Y es un paisaje enorme y multiforme pintado por un autor.
¿De qué lado queda el resto, lo filtrado?
Lo que pasa por el filtro es parte de la narrativa. Lo que es bloqueado, queda excluido. Cada escritor tiene limitaciones, por eso, hay situaciones y temas que no surgen en mi escritura. Dicho de otra manera, Jane Austen no es Tolstoi y Tolstoi no es William Faulkner. Todos somos diferentes.
La escritura, ¿deseo, trascendencia, sentido, memoria? ¿Qué más y por qué?
Entiendo que la mayoría de los escritores quieren compartir sus experiencias y descubrimientos con otras personas: los lectores. Y quieren explorar sus traumas, alegrías y revelaciones. Cuando escribo, mi objetivo es escribir el mejor libro posible. No pienso en opiniones ni ventas. Y no visualizo un lector ideal. Escribo lo que me fascina y lo que me perturba. Supongo que si yo adoro el libro que voy a escribir, por lo menos algunas otras personas también lo amarán. Sí, pienso que la escritura es una búsqueda de significado. Tal vez, escriba como una forma de organizar la realidad, para que tenga sentido para mí. No estoy seguro, pero es posible. Tal vez los escritores tengan más necesidad de organizar el mundo en un orden que les agrade a otras personas.
LA MAGIA SIEMPRE ESTÁ
¿Qué lugar tiene lo coyuntural en tu escritura: la realidad portuguesa, la violencia de género?
Escribo sobre Portugal actual en “El Centinela”, en particular sobre el periodo de austeridad (entre 2007 y 2015). Los personajes de ese libro son oprimidos por la atmósfera de derrota del país. Porque fue un periodo en que muchos portugueses perdieron la esperanza en el futuro. Más de 350 mil jóvenes dejaron el país porque no había suficiente empleo. Muchas personas se sintieron derrotadas. Y el gobierno reforzó ese sentimiento al decir a los jóvenes que debían mudarse a otro país o conformarse con un empleo mal remunerado. Nuestros gobernantes pedían a los alumnos que abandonasen sus sueños. Es una de las razones por las que me opuse al gobierno anterior de forma tan pública. Creo que nuestros alumnos tienen derecho a soñar y seguir sus pasiones. En términos de violencia de género, los personajes gays que sufren tienen papeles importantes en mis novelas. Y sufren por causa de su orientación sexual. En “Los Anagramas de Varsovia”, tenemos el ejemplo de Izzy, el mejor amigo de Erik, que se casó con la esposa porque tenía miedo de admitirse a sí mismo y a los demás, que era gay. Es un momento de liberación conmovedor cuando se lo cuenta a Erik, de liberación para los dos. En “El centinela”, el hermano del narrador es gay. Y tiene muchas dificultades en lograr buenas relaciones con otros hombres porque fue muy abusado en la infancia. No confía en otras personas. Este es uno de los motivos por los que su relación con el narrador (su hermano) es tan importante – los dos forman un frente unido. Es como si nada pudiese detenerlos cuando están juntos. Tienen un amor sólido, fuerte e inquebrantable. No hay nada que no haría el uno por el otro.
¿Qué es la magia para vos?
La magia es una acción o un acontecimiento que parece imposible, que nos remite a un estado de admiración –de sorpresa y felicidad- y que nos hace sentir como niños. Toda gran narrativa tiene esa magia y, por eso, cuando leemos una novela maravillosa sentimos la alegría que sentíamos cuando éramos chicos y oíamos una historia leída por nuestro padre o nuestra madre.
¿Y lo deseante?
El deseo que más me interesa es el de superar nuestro aislamiento y formar una unión con otra persona. Creo que todos tenemos ese deseo – esa necesidad de solidaridad, de cariño, amor. A mi modo de ver, alcanzar una unión física y espiritual con otro es la única manera de disminuir nuestra soledad. Sin eso, no sé si podemos conseguir la felicidad verdadera, o una vida realizada.
“Su acordeón hacía que ante mis ojos revolotearan unas figuras en forma
de mariposas de color rojo vivo y dorado, una maravillosa y extraña
sensación, aunque de un tiempo a esta parte me he acostumbrado a
ella; a menudo mis sentidos discurren juntos, como veladuras que se
confunden en los bordes. Al final, ¿es posible que se confundan por
completo? ¿Me precipitaré en un gigantesco paisaje de sonido, vista
y tacto, incapaz de hallar el camino de regreso a mí mismo? Quizá sea
así como se me lleve por fin la muerte”.
- Mafalda es la popular historieta que el humorista gráfico argentino Quino realizo durante los años 1964-1973. Trascendió las fronteras de tiempo y espacio. Fue traducida a 30 idiomas.
Los epígrafes y las citas corresponden a las novelas del escritor, “Los anagramas de Varsovia” y “El centinela”.
En español, se consiguen libros de Richard Zimler en versión ebook.
La página del escritor se puede consultar en inglés y portugués en: www.zimler.com