Exilios: Sobre la destrucción de la familia de Mabel, durante la Dictadura civico-militar argentina.

 Por Carlos Coll

EL BRILLO DE LA CAOBA

«Farmer’s child» Autor: August Sander

Imposible dormir desde hacía varios días. Mabel se levantó de la cama con dificultad, apenas se podía tener parada. Caminó lentamente y cruzó el patio sin mirar al cuarto al lado de la cocina. Un murmullo asomaba por la puerta. No le prestó atención. Entró en el baño y se encerró. No necesitó encender la luz. El sol tempranero atravesaba los vidrios e iluminaba la figura tambaleante. Se paró frente al espejo manchado sin reconocerse. Una mujer ojerosa y muy blanca la miraba. El pelo era un enjambre gris, arremolinado sobre la frente. Lo acomodó y se mojó los ojos resecos. Las lágrimas habían desaparecido. Con los pies a la rastra, dentro de las chancletas de franela, entró a la habitación. Silencio. Estaba allí, contra la pared del fondo. Se acercó entre temblores y apoyó sus manos sobre el reflejo de la caoba brillante que, de inmediato, la encegueció. Trataba de encontrarla, por eso levantó la mirada y buscó más arriba, donde la tapa abierta le ofrecía una promesa. Tomó valor, cerró los ojos y lo rodeó. Después, solo fue dejar que la eternidad la cubriera. Cuando pudo deshacerse de ella, los abrió. El aire viciado de la habitación acariciaba sus mejillas mojadas. La neblina gris se apoyaba sobre Mabel, apretándola contra el piso de machimbre. Estaba allí, hermosa, rosada con los labios carmín. No la recordaba así. La última vez la había visto pálida y con el rostro contraído. En cambio ahora, relajada, liberada, a reconoció. Era su Lilianita, aquella que había abrazado, amamantado y cuidado. Había regresado después de aquella larga ausencia. Por fin, pudo llorar.

PERIQUITA

Rebelde, desde pequeña, siempre hacía lo que se le antojaba. A decir verdad, sus dos hijas mujeres le resultaron complicadas en la adolescencia. No así el varón. Sería que era el menor, el más protegido. Le contaba todo, buscaba su protección. Mabel era la gallina que levantaba sus alas y allí se refugiaba el pichón.

Portada de la revista Periquita #5 Autor: Ernie Bushmiller

Primero, Lilianita se mudó a la vuelta, a la casa de sus padres donde vive aún su herma menor, Luisa. Después, lo hizo Cora. Sin darse cuenta, Mabel las perdió de a poco. La tía las adoraba pero era demasiado floja y Mabel la dejó hacer. Le había resultado cómodo, ahora lo entendía. Cuando reaccionó, no sabía de la vida de sus hijas. No conocía sus gustos, ni sus costumbres, ni sus amigos.

Un día se enteró que, a veces, Lilianita no venía a dormir y desaparecía por días. Regresaba en las mañanas con su gran poncho salteño hasta los pies. Las ausencias se hacían cada vez más frecuentes. Aparecía en la casa paterna con amigos de su edad y mayores. Bigotes, barbas, pelos largos. Extensas noches materas, cantos, charlas en voces bajas. Luisa no hablaba y Cora la esquivaba.

Repentinamente, se esfumó. Nadie sabía dónde había ido. Mabel desgarró a su hermana y a su otra hija con preguntas. El silencio y la ignorancia ganaron la partida hasta que Mabel dejó de preguntar. Su vida continuó acallada. Las compras en busca de buenos precios, las visitas silenciosas a su primo Aníbal ahí, a unos metros de su casa. No salía del barrio, vivía enquistada entre las dos cuadras que la rodeaban, vivía dentro de su cuerpo regordete, al que arrastraba con dificultad.

 

EL SISMO

Ese domingo se había levantado temprano y se dirigía a la panadería. Al pasar por el quiosco, Don Juan la miró con angustia y le regaló el diario. No dijo una palabra, solo estiró la mano y se lo alcanzó. Mabel no entendía, se lo puso bajo el brazo y siguió su camino. Cuando llegó a la casa y entró al pasillo del PH oscuro, reparó que tenía un diario. Se sorprendió, no lo recordaba. Intrigada, trató de hojearlo. La luz no era suficiente. Entró en su casa, dejó la bolsa del pan y buscó los lentes

Un grito le arrancó la garganta y cayó al piso. Cuando despertó estaba en la cama. Luisa y Cora la miraban y le hacían oler un pañuelo con vinagre. La pieza la arrinconó entre giros urgentes. Se incorporó como un resorte y buscó el periódico. En la primera plana una foto de su Lilianita rodeada de letras oscuras:

“Una de las terroristas resultó muerta, al resistirse con armas de fuego, durante un allanamiento a una casa de Flores, efectuado por las fuerzas de seguridad”.

Fuente: Pixabay

La pieza desapareció. La noche se la tragó.

TEMBLOR BARRIAL

Mabel sobrellevó esos días de un constante gris nuboso. Le era imposible entender ni un poco qué ocurría. Su vida se convirtió en un devenir sin conciencia por las calles del barrio. No reconocía a la gente, no sentía.

«A dream on our way to death»} Autor: Foureyes

Esa mañana amaneció gris, como ella. El barrio se sobresaltó ante los golpes en la puerta y ante los gritos ahogados. Con armas y a empujones, entraron en la casa paterna, mientras destrozaban todo a su paso. Nadie supo bien qué había pasado, solo que se llevaron a Cora y a Luisa. La casa fue clausurada, enfajada. Nadie podía entrar.

Para Mabel resultó demasiado. Una hija muerta y la otra- junto a su hermana- sin destino conocido. Buscaron desesperados, revolvieron cielo y tierra. Nadie sabía nada, nadie decía nada.

Un día, esos aparecieron y sacaron las fajas. Los vecinos los vieron. Corrieron a buscar a Mabel quien, en camisón y en chancletas, trastabillaba las veredas desparejas y los acribilló a preguntas inútiles. Se marcharon. Ente lágrimas, entró a los restos de la casa dada vuelta, de altura a sótano, todo despanzurrado.

Mucho después, llegó la notificación. Estaban presas por sospecha de terrorismo. Habían encontrado armas de guerra en el sótano de la casa. Pero, ¡si estaban presas, estaban vivas! Y, desde entonces, todo fue gestión hasta lograr un permiso especial para, después de atravesar largas colas en la entrada de la cárcel, cacheos y humillación, verlas.

 

FANTASMAS

En el escenario de esa época, su querido primo Aníbal era el infaltable a visitarlas todos los domingos. Él las acompañaba en la cárcel, les llevaba dinero, noticias de Mabel, de la familia. La pobre no se atrevía a ir a verlas, a soportar aquel lugar. ¿Cuánto tiempo había pasado? No era fácil de precisar. Mabel vivió y vive en un estado de perturbación.

«Ausencia» Autora: Masipica

Un día, sin previa notificación, sin ningún aviso, aparecieron tía y sobrina en el PH de Mabel. Delgadas, calladas, ocuparon la pieza de la terraza.

No hubo comentarios ni preguntas. El barrio observaba y callaba. En silencio y en soledad, las dos mujeres arreglaron la casa de la vuelta y se volvieron a instalar. Nunca comentaron el tema con nadie. Seguramente entre huellas del tiempo pasado por las dos en la cárcel regresan salidas nocturnas sin destino definido, gritos desgarradores de los vecinos invisibles

Así las cosas, los trastornos fueron irreversibles pero la vida debía continuar y Mabel seguía y aún sigue yendo los domingos a Chacarita a visitar a su Lilianita.

 

 

EL DEVENIR

“La calandria canta
en la casa del gato”

                Elsie Vivanco

 

Mabel era calandria. Como todos nosotros, cuando cantaba, no pensaba que el gato andaba cerca. Pero, a su vez, sabía, como todos nosotros, que el gato -la muerte o su posibilidad- coexistía con ella.  Sin embargo, una cosa es la muerte y otra el asesinato de una hija y dos detenciones de otra hija y una hermana,Foto2 el exilio que bien pudieron haber terminado en muerte. Cora y Luisa regresaron. Pero algo de ellas quedó en el exilio para siempre. Un exilio que es casi un limbo, un espacio de ausencia de donde se retiró, incluso, la palabra. De eso no se habla, porque si hablamos, tal vez nos desmoronemos. Y el silencio de  quienes callan rebota en el silencio de quienes no pueden oír y necesitarían completar con lenguaje la cicatrización de tanta violencia. Mabel no pudo escuchar nada de Cora ni de Luisa. Cora y Luisa no pudieron decir. En cuanto a Liliana, su nombre en una lápida aún habla. Por no mencionar, la elocuencia casi ensordecedora de todos estos silencios.

Venimos desnudos y solos. Transcurrimos rodeándonos de sentimientos, bienes, objetos. Creemos que todo eso nos pertenece y perdurará eternamente, sin darnos cuenta que nos iremos como vinimos: en soledad y desnudos. Esquivamos al gato y siempre soñamos con matar al felino. Mientras tanto, quienes tenemos voz, cantamos. Y, al ser calandrias, probamos devolver un poco de lenguaje a quienes fueron exiliados en un silencio sin salida.

 

Foto de portada: “El presente del pasado” de Natalia Calabrese

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