La sospecha: Sobre Ezio Vendrame, el poeta que odiaba el fútbol.
Por Nicolás Estanislao
“No son los del domingo, sino los del resto de días los que han disfrutado de mi talento. Para los del domingo, las migajas”.
LA LOCURA ES LA REVOLUCIÓN PERMANENTE EN LA VIDA DE UNA PERSONA
“En mi locura he hallado libertad y seguridad; la seguridad de no ser comprendido…”
El loco (Khalil Gibran)
Así de claro entendía el fútbol Ezio (1947), las leyendas cuentan que fue un jugador enorme, distinto, elegante y crack. Pero, como todo crack que no fue, evidencia un costado rebelde, creativo, provocador. De carácter indomable.
Su recorrido fue desde equipos de Serie A hasta equipos de la Serie C, siempre con la misma locura. Apenas anotó un solo gol en la liga italiana. No jugó en ningún “grande”, pero su historia lo hace tan grande aun.
De esos personajes sacados de los modos habituales de su tiempo y de su contexto, que sintieron el universo fútbol de otra manera.
De origen pobre, Ezio sucumbió su infancia en distintos orfanatos, por decisión de sus propios padres, a causa de mucho más que la falta de recursos. En aquellos institutos forjó el carácter que lo marcó para toda su vida.
LA “SORBONA”
Fuera del fútbol de élite las crónicas del momento narran la siguiente anécdota: Mientras Ezio jugaba en la serie “C” para el Padova, se arrepintió de aceptar un soborno en la mismísima mitad de un partido. Además de romper el pacto con un gol olímpico, le quiso dar emoción a un resultado ya acordado y agarró la pelota, esquivó a todo quien se le interpuso por delante – como el Diego en el ’86 solo que en dirección opuesta a la de él – sean compañeros o no, hizo un amago de tiro ante su propio arquero, dio media vuelta y salió para el otro arco: “Al final del partido me dijeron que un tifoso, con ese gesto final, había muerto”, explica, al recordar como se sentía en deuda con sus aficionados y, por lo tanto, sin ningún remordimiento de conciencia.
“Yo deduje que si un enfermo del corazón había decidido venir a verme, muy probablemente se quería suicidar”
Así es como entendió primero la vida y luego el modo de ganársela. De medias bajas, andar extravagante, hippie de los ’70 barba tupida y cargado de “victorias accidentales”, Ezio colgó los botines a los 34 pirulos. Entonces, alquiló una casa en el campo y comenzó a darle forma a su propia vida. A su vida de verdad. Publicó sus anécdotas y diversos poemarios.
NÁUFRAGOS EN LO INFINITO
Rodeado de vacíos, de incertidumbres extravagantes. Tal vez así lo habrá sentido Ezio a lo largo de su extraordinaria carrera, rodeado por una realidad poco accesible, escurridiza y orquestada a toda hora y en todo momento sin contemplación.
En el medio de todo este montaje de altísimo rendimiento, operaban -y aun operan- enigmáticos procesos de sublimación. La lengua se reconfigura, de pronto, en mirada activa: surge, así la singularidad de la expresión. Entonces la cosa “fútbol” aparece, a pesar de todo, con un cierto poder de producir sentido.
Así, creemos ver el fútbol. “Ver”, en el sentido estricto de la completa acción visual, donde la mirada escucha, la visión habla un itinerario que se atreve hasta los bordes.
Sin embargo, la sucesión de acontecimientos surgen sin dejarnos espacios, ni lucidez para detenernos en el instante y se empeña en diseñar nuestras emociones con formas sutiles y despóticas.
Todo “creemos” verlo de modo real, pero la asfixia ante el torbellino mediático, la vociferación constante de miserias, nos deja sin resquicios en la conciencia. Aún, de esa forma, sobrevivimos aturdidos, náufragos en el océano infinito de la saturación.
CARTOGRAFÍA DE LOS SENTIDOS
Resulta claro: quienes dirigen los destinos del fútbol no están ni cerca relacionados con ese “no sé qué” intimo pasional que despierta ir a la cancha; ese indescriptible olor a pastito verde recién cortado, o tierra, según las divisiones políticas, los movimientos del arquero, la forma de correr de los líneas, la reacción desencajada de algún vitalicio indignado y, por supuesto, la mirada cómplice entre los amigos de tribuna cuando algo no funciona bien.
Vendrame señala, con el nombre que le da a uno de sus libros, “Se mi mandi en tribuns, godo” (“Si me mandas a las gradas, disfruto”). Si el fútbol es un espejo de la sociedad, hoy este presente es su mejor reflejo. Cuanto más bizarra la escena, más cercana se pretende. Puentes rotos hacia rituales ajenos, completamente extranjeros a la sensibilidad del universo futbolero.
Hoy la representación simbólica del fútbol perdió poder, ante un colectivo cada vez mas asqueado, sumido en un verdadero manifiesto de la sospecha. Sospechas de: corrupción, ineptitud, millonadas de acá para allá, ineficacia, abusos, manejo espurio de la información, oprobios, muertes. Así y todo, en estado de sospecha permanente, vamos al futbol como zombis, mientras alimentamos -inconscientes o no- a toda una maquinaria mórbida empeñada en reproducir mierda, pura mierda. Con una línea de 4 bien marcada, nos resguardamos en la confianza –como bien muy escaso– que no tiene espacio concreto dentro del fútbol actual. Así, el deseo se posterga de forma constante, se vuelve un futuro que no excita nada.
LA SUBLEVACIÓN DE LA MEMORIA
“… creo que hay plantar cara a este mundo apantallado y cultivar un arte de la supervivencia sustentado en lo cotidiano” Antón Patiño
Lejos, lejísimo, quedaron aquellas tardes de sol, de sábado de ascenso o de domingo de primera, cuando íbamos a la cancha en familia. Lejos, los abrazos de gol con los amigos de tribuna, el sentido de la identidad, las mágicas gambetas entre suspiros y lluvias. Y, sobre todo, el inexorable amor por los colores de siempre. La realidad es demasiado compleja. Una porción de esa realidad nos habita y atraviesa desde el fútbol y todo se transforma en un delirio exultante. Por eso, urge despojar toda mirada de la certeza. Saber fehacientemente que lo visto es un mínimo resquicio de lo que, en silencio, se deja ver. Siempre habrá otra cosa, otra instancia, otra secuencia reconfigurada. La “realidad” del fútbol se encuentra continuamente detrás de nuevas cortinas a arrancar…
El verdadero caso del fútbol sin fútbol quedó impreso en las páginas escritas con los pies curtidos de Ezio Vendrame.
Sospecho que -sin conocerlo y al encontrarlo entre lecturas, imágenes, recuerdos, y amparándome, sin dudas, en todos sus desarreglos poéticos- ya lo quiero mucho mucho.