Rituales: sobre la ceguera a los colores.
Por Eduardo Garea
UN HECHO INESPERADO
¿Qué ocurriría si el hombre perdiera la capacidad de ver los colores? Esta pregunta es para mí una motivación constante. En principio, no tan sencilla de responder porque, de inmediato, surgen incontables respuestas desde distintos ángulos.
Durante años de labor como colorista de un laboratorio y, luego de desarrollar miles de fórmulas, sucedió una anécdota que me hizo reflexionar sobre el tema. Así, una tarde de verano, un nuevo cliente visitó la planta para elegir, de la tablilla de colores, tres tonos de rojo. Cuando le ofrecí la variedad disponible y, después de una conversación sobre la calidad de los pigmentos, el cliente -de manera muy amable- cedió a que yo seleccionara el producto para sus envases, dado que era daltónico.
EL ISMO DE DALTON
El daltonismo es una alteración genética descubierta por el matemático y químico, John Dalton. Durante sus investigaciones pudo determinar los distintos grados de pérdida para identificar el rojo, el verde y -en algunos casos- el azul.
Por otra parte, la falta de gama cromática no afecta el desarrollo de los otros sentidos, como ocurre en ciertas cegueras. Es decir, las habilidades motrices no se alteran.
Dentro de la sociedad, el comportamiento de un daltónico no presenta mayores singularidades, pero muchas veces se sienten relegados en algunas tareas puntuales: policías, pilotos de avión, automovilistas, o trabajadores de riesgo tienen obstáculos en zonas donde hay distintas alarmas lumínicas y auditivas. Estas alteraciones condicionan sus vidas.
El asunto toma otra perspectiva cuando un mal genético individual se traslada a un grupo social. Sin embargo, hoy existen territorios, donde una parte importante de la población afectada de una disminución visual logra convivir, junto a otro segmento mayoritario de los nativos llamados “normales”.
LA ÍNSULA ENCANTADA
En una remota isla del Océano Pacífico llamada Pingelap y perteneciente a Los Estados Federados de Micronesia, una serie de acontecimientos poco comunes provocó uno de los misterios más estudiados por los actuales científicos. Este pequeño atolón de 1,8 km cuadrados, cuya población es de alrededor de seiscientos nativos, fue descubierto por Torilio Alonso Salazar, en 1526.
La cantidad de islas diseminadas por el Océano Pacífico y su posterior identificación sólo pueden ser comparadas a los nuevos miembros de la familia astral hallados en actuales exploraciones del sistema planetario. En esta zona del hemisferio, las continuas tormentas y terremotos dejan a su paso un tendal de destrucción.
Se conoce que, en el año 1775, el terrible tifón de Lienkieki arrasó el atolón. La mortandad fue casi total. Sólo sobrevivieron 20 pobladores, incluidos el nahmnawarki (rey hereditario), llamado Mwaneinised y algunos integrantes de la familia real.
SINFONÍA VERDE
La vegetación se extiende sobre un espacio de tierra fértil. Cantidad de cocoteros y pandanes crecen sin intervención alguna del hombre. Otros, cerca de la costa, se inclinan ante los fuertes vientos. Restos de cortezas y hojas aún flotan en la orilla. Se desprende un penetrante vaho que, junto al perlino pescado, da la sensación de habitar en el paraíso perdido. A pocos metros, desde una isla sin caminos, se abre la única plantación del ñame, principal alimento comunitario. En la precaria aldea reina la miseria. Los niños corretean de aquí para allá: varios parpadean intensamente por el efecto del sol abrasador y otros se cubren la cabeza con una tela negra. Parece no haber adultos. Los cerdos blancos y negros son protegidos por el rey nahanmwarki: sólo él puede sacrificar uno para dedicarlo a su divinidad Isoahpahu y calmar la ira de la naturaleza.
Una mítica historia relatada oralmente por un viejo nahnmwarki habla sobre el poderoso dios Isoahpahu, quien regía los destinos de los nativos, hasta la aparición de un dios venido de una isla lejana. El advenedizo separó en dos la isla de Pingelap. En un nuevo combate entre Isoahpahu y el dios extranjero aquel arrojó un manotazo de arena y, así, se crearon las tres islas que forman Pingelap.
LOS SERES DE LA NOCHE
Mientras cae el sol, la estampa plomiza del cielo se ahoga en el mar. Durante algunos lánguidos minutos, la esfera dorada se demora un instante antes de ocultarse en las tibias aguas tropicales. Sobre la playa, los pescadores enrollan las redes en un ajetreo silencioso y, más acá, un arponero afila sobre una piedra la hoja de su dardo. Cuatro hombres arrastran una barca. Es un tronco enorme ahuecado: una vara a cada margen permite mantener la estabilidad de la embarcación. La marea baja les ayuda a dar un salto y abordan.
En la noche cerrada se descubre un escenario infinito. La luna, suspendida como un reloj de bolsillo, incrementa la ansiedad de los pecadores. Ellos ven sólo de noche. Es el mejor tiempo para atrapar el atún. El timonel conoce la posición de las estrellas en el firmamento, sabe conducir la canoa a través del Pacífico. Dice: “Los mejores navegantes son aquellos que aprendieron de sus padres. En mi familia, somos todos makun. Nuestra estirpe puede ver el tenue brillo platinado de los peces y cómo se desplaza bajo las aguas el resplandor de sus alas cuando saltan fuera del mar.”
Sobre las olas flotan luciérnagas marinas de un azul encendido. A lo lejos, en la isla de Rongelap, la nieve rosada ilumina el horizonte como un faro artificial, herencia de la lluvia radiactiva.
Los makun captan mejor el resplandor de los objetos. Es la herramienta usada para clasificar su mundo. También perciben los contornos a partir de las diferentes sombras. No conocen los colores. Pero se potencian sus otras sensibilidades sensoriales, de ahí, que pueden identificar las texturas suaves o ásperas, húmedas o secas. Las marcas de las superficies son sellos invaluables. Quizás, el fenómeno de mayor importancia es poder identificar una sustancia transparente: cuando esta es atravesada por un haz de luz, el observador acromático sabe que está en presencia de la traslucidez, una característica diferente, que le permite ver las variantes de un mismo color gris y su diversidad tonal.
CONVIVIR EN PINGELAP
A mediados del siglo XIX, un barco ballenero tuvo una avería al intentar atrapar a una ballena de gran tamaño. Entre los nativos, circula una leyenda y dice que los tripulantes de aquella nave descendieron para abastecerse de agua fresca y fruta. El contacto entre las dos civilizaciones produjo un fatídico hecho contagioso: “la ceguera a los colores”.
Se sabe que hay un 5 % de la población portadora del gen degenerativo. Los niños de dos años comienzan a parpadear y giran la cabeza ante la luz intensa. Cuando llegan a los tres años, no logran distinguir los detalles ni pequeños objetos a cierta distancia. Al cumplir los cuatro, ya no pueden ver los colores.
Dentro de una inmensa monocromía, entre el follaje verde, pueden identificar distintas variedades de plantas. Pero el asunto se les dificulta si hay una fruta roja o cuando el verde pálido se confunde con el amarillo. En el caso de la banana, recurren a otros medios más sutiles: sienten, huelen y utilizan el gusto.
La mayoría no logra aprender a leer, ya que no pueden ver las palabras en la pizarra.
Existe otro oficio practicado por los maskun, es el tejido de alfombras, en tonos que van del marrón oscuro hasta el púrpura. En la tela, la representación tiene poco contraste cromático. Estos dibujos solo pueden ser vistos por los ciegos del color en un ambiente de escasa luz.
Para poder entender cómo visualizan la realidad en blanco y negro, los colores se agrupan del siguiente modo: para el blanco, se juntan el amarillo y el azul pálido; para el negro, se juntan el rojo y el verde.
VER EN FORMA
Al carecer de la capacidad para identificar colores, los maskun prestan atención a las formas. De ese modo, reproducen los primeros pasos del hombre en el campo de la pintura. Según cita Plinio el Viejo (25-79 d.C), en su obra “Historia Natural”, los egipcios fueron los primeros en inventar, hace 6000 años, la técnica de dibujar los contornos de hombre y animales. La segunda etapa fue pintar en interior de los contornos utilizando un color por vez. Los pigmentos (en general óxidos férricos) aplicados eran los más cercanos al lugar.
¿Es posible que el hombre haya evolucionado en su capacidad visual y esto haya instalado el peso de un nuevo paradigma? Filósofos, científicos y escritores se han interesado en describir la utilidad biológica o la importancia de la visión como ventana al mundo exterior. Pero, creo yo, aún no se ha materializado un estudio más exhaustivo, sólo contamos con buenas investigaciones centradas en temas aislados.
[button-red url=»#» target=»_self»]En un estudio científico realizado entre animales se pudo establecer una idea básica para entender los diferentes grados de capacidad visual.[/button-red]
[button-green url=»#» target=»_self»]Los acromáticos carecen de la posibilidad de identificar colores y ponen énfasis en las formas.[/button-green]
[button-blue url=»#» target=»_self»]Los dicromáticos, se cree, se desarrollaron en el paleozoico, tienen dificultad para detectar frutos de colores entre un paisaje verde donde la luminosidad es variada.[/button-blue]
[button-black url=»#» target=»_self»]Los frutos pudieron evolucionar de modo tricromático y los monos adaptados a este sistema lograron, incluso, reconocer detalles faciales, estados emocionales y diferencias biológicas.[/button-black]