Claroscuros: sobre los que venimos del interior a Buenos Aires.
Por Verónica Pérez Lambrecht
Ese espacio en el tiempo entre el laburo y casa suele ser generoso en favores. El cielo parece ser el mismo, el asfalto asediado por olores oleosos, la gente, siempre la gente. La gente que corre, como yo, para llegar al bondi, al subte, o para llegar. En los auriculares de última generación, suena esa música, la que me llena de mística y me trae estas letras… Como cuando tomaba clases de canto e interpretación y mi maestra decía que la canción nos elegía.
Buenos Aires: al sur de las controversias, tan desprendida como egoísta. Ombligo de este pedacito del fin del mundo, que invariablemente a muchos arremolina y succiona. A los ojos simples parece resuelta, pero no. De hecho, es la ciudad que ha dejado más gente en condición de calle en los últimos tiempos. Ciudad de luces y de sombras, de las más oscuras sombras.
Laura y Alejandra llegaron hace varios años a Buenos Aires, no de paseo, sino para quedarse. Ambas, como yo, con algunos aspectos resueltos y bases firmes sobre las cuales hacer equilibrio para no caer en el fondo del ombligo. No todos llegan así ni tienen las herramientas ni la entereza para mirar a Buenos Aires de frente. Estas son, apenas, dos historias con final abierto… y feliz.
EL AUTOEXILIO DE LAURA
Laura se recibió de ingeniera química, hace unos cuantos años ya, en la Universidad del Litoral. Es mi amiga. La vida de Buenos Aires nos cruzó, allá por el año… no lo puedo precisar, ¿2007? Oriunda de Concordia, toma su micrófono y, esta vez, no es para hacerme reír con su show de stand-up, sino para contarme qué hace acá, en Buenos Aires. Y dice:
UNA INGENIERA NÓMADE
Nunca nada me motivó a venir a Buenos Aires. Me fui a los 18 años de mi ciudad natal, porque quería estudiar en otro lado. Pero siempre busqué sitios que no fueran Buenos Aires ni ciudades como Córdoba o Rosario. Me parecía que yo no era una persona para vivir en ciudades tan grandes o que el cambio iba a ser demasiado significativo, abrupto. Así es que fui a un lugar más chico, a Santa Fe. Después, por la profesión, fui pasando de ciudad en ciudad en el interior hasta que, en un momento, la vida, la situación laboral me llevó a tener que dejar de ser nómade y establecerme. Y la opción fue Buenos Aires.
La movida está acá, dios atiende en Buenos Aires, aunque todavía no conseguí la dirección de la oficina, como digo siempre, ni el número de wathsapp. Y decidí venir para que, en el caso de que no me cerrara la propuesta laboral que tenía, sí tuviera mayor movilidad. Porque acá es donde están todas las empresas, todas las casas centrales. Y, por el rubro de la profesión, en Buenos Aires es donde se barajan los naipes.
No tenía muchas expectativas. Es más, al principio fui muy reticente con su gente. Me pareció, me parece y me parecerá muy violenta a la hora de relacionarse con los demás. La forma en que se dicen y se hacen las cosas en esta ciudad a mí me resulta muy chocante. Hasta cuando te agradecen o te piden disculpas, pareciera como que te están retando. Esa parte nunca me gustó. Y no me gusta que la gente de acá se crea el ombligo del mundo, que crea que vive en la mejor ciudad del mundo, pero no se encargue de su ciudad. La gente de Buenos Aires no tiene “su” ciudad en sí. Buenos Aires es un lugar que le da cosas. Es como un sentido de no pertenencia, y es lo que hace que no me sienta parte de la ciudad todavía. Y si pudiera me iría a una ciudad más chica. Tendría que probar a cuál. ¡Una ciudad que no me quiera comer! Antes, pensaba en Rosario… Ahora no sé. Buenos Aires es una ciudad muy linda para pasear, para disfrutar, para ver. Es una ciudad cosmopolita pero, para vivir, te come, te come vivo. Lucho continuamente porque Buenos Aires no me coma: ¡porque yo me quiero comer a Buenos Aires!
LA PIEL DE LOS DESEOS
Parte histórica, datos duros: vine el 20 de marzo 2006, y nunca pensé que iba a ser el lugar donde viviría tanto tiempo -ya van 13 años- además de Concordia, mi ciudad natal, donde viví 18 años. Buenos Aires me implica una lucha constante por tratar de ser yo y que la ciudad no me coma.
Hablé mucho de la ciudad desde mi punto de vista, y no de qué me motivó a moverme: los autoexiliados, los que nos fuimos de nuestra casa en busca de otra cosa que no había ahí -no sé si de un mundo mejor-, siempre dejamos un pedacito allá. Es como una nostalgia con la que se aprende a vivir. Y, después cuando armás tu vida en ese otro lugar –no digo que echés raíces-, al volver a tu pueblo, extrañas esto nuevo. Yo siento que el pueblo es muy lento, caído, quedado en el tiempo, me parece que le falta la dinámica de mi vida actual. Todo funciona distinto y yo le quiero imprimir mi nuevo estatus de agilidad. Y me voy del pueblo y extraño lo que dejo: es así, como la canción de mi amigo Matías, que dice que es una piel de más, que no sabés que hacer con eso, que a veces la odiás y a veces la amás, no la podés enterrar, ni dejar atrás, la tenés que llevar con vos. Y esta situación también te define para las relaciones futuras, las que harás lejos de tu lugar de origen.
El Legüero
PONÉ LA PAVA QUE PASO EN 5
Lo que más añoro o extraño de la vida simple de una ciudad chica es pasar por la casa de alguien, tocar timbre, quedarme a tomar unos mates, charlar al pedo y no tener que programar. Acá todo se programa: “el martes a las 3 en tal lugar. Que yo no puedo, que me tengo que mover, que tengo una hora de viaje”.
Ay sí, Lau: yo también
extraño eso.
En el pueblo pasás por la casa de alguien y te quedás, ¡ya está! Eventualmente, arreglás para un día y, ahí, te charlás todo. Sin vueltas, quizás cambiás la yerba, pero con el mismo mate. Mientras, se suma gente y se va gente. Eso es lo que más extraño.
Me parece una imagen teatral: cuando te vas de tu casa, de las cosas que hiciste y que viviste toda tu vida es como si tuvieras la obligación de hacer el ejercicio de definirte. La imagen es así: o te quedás toda la vida en el mismo lugar, dentro del mismo ambiente y está todo dicho, todo hecho, o, en cambio, cuando te vas a otro terreno totalmente diferente, te ves en la obligación de armarte un bolsito con las 3, 4, 5 cosas que te definen a vos:
– Yo soy de tal lado, me gusta tal cosa, me gusta la comida de mi abuela, no me gustan los ronquidos de mi papá.
Cosas así, las llevás con vos. Y, cada vez que te presentás, vas con ese bolsito, (lo abrís) y decís “yo-soy-esto”. Y es un ejercicio difícil a los 18 años. Y resulta hermoso a la vez. Porque te obliga a resumirte para seguir.
Cuando me fui de Concordia estaba mal anímicamente, por diversos motivos. Y decidí que me iba a plantar en mi nueva vida con determinadas características y dejar, allá atrás, otras que no quería cargar. Y fue fantástico aprovechar el cambio de lugar, para deshacerme de cosas que, al quedarte en el pueblo, te persiguen, la gente te conoce.
UN CACHITO EN DIÁLOGO
¿Qué implica tu hoy en Buenos Aires?
Amigos… Mis Lunitas (un minúsculo grupo de 3 amigas). Acá hice una vida, con gente más cercana y más lejana. Una familia propia. Con el devenir de las cosas y las relaciones, el exilio va quedando más en el fondo, pero ahí está, siempre. Y muchos de mis amigos comparten esa experiencia. Será que nos identificamos de alguna manera y eso nos acerca.
¿Por qué lo llamás “exilio”?
No le doy una connotación tan negativa, quizás tengo una definición más amplia. Acá leo la definición del diccionario:
El exilio es el hecho de encontrarse lejos del lugar natural -ya sea ciudad o nación- debido a la expatriación, voluntaria o forzada, de un individuo mientras que alguna circunstancia, generalmente por motivos políticos, deniega explícitamente el permiso para regresar por amenazas de cárcel o muerte.
Se ve forzado el individuo a reasentarse en otro lugar, por verse cortada la posibilidad de actuar en el mismo a través de la prohibición de desarrollar sus actividades.
Tal vez no sea la palabra adecuada, pero lo tomo así, como una salida del lugar natural. Y, después de tantos años de haberte ido para hacer una actividad específica relacionada con tu desarrollo, no podés volver. Por más que vuelvas, no volvés. Tengo varias amigas que han regresado a Concordia y les resultó muy difícil. Porque tu mente vuelve al día exacto que te fuiste, pero vos sos otra persona y la gente también es diferente, Es como si te fueras en una línea paralela de tiempo, de la que no es posible retomar.
Es una elección, es cierto. Pero, en la mochila, sólo ponés algunas cosas que te definen. Siempre esas encrucijadas te dejan una especie de indefinición en el alma. La vida te lleva porque vas eligiendo, o vas dejando que otros elijan por vos.
En Buenos Aires tuviste un desarrollo en lo artístico. Si bien lo iniciaste en tu ciudad natal, Buenos Aires te permitió explotarlo.
Lo artístico me llamó y me sacó de una crisis de vocación. Me reencontré casi de casualidad con el arte. Y, es cierto, Buenos Aires te da posibilidades… y yo tomé algunas. Y he encontrado amigos entrañables en el teatro y en las tablas. Y me abrí la puerta a un mundo completamente distinto del laboral.
Del libro de anecdotarios: ¿qué tenés para contar?
Algo muy gracioso fue que una compañera de trabajo –y amiga, también del interior-, por años, aseguraba a todos que yo era de «Concordia, que queda en Corrientes». Una vez la oí decirlo y se lo corregí. Se puso muy mal por su falta de conocimiento geográfico. Aclaro que yo sé dónde queda su pueblo, Coronel Suárez, porque Sergio Denis es de ahí y mis tíos y primas vivieron un tiempo en ese lugar. Si no, hubiera cometido un error similar.
Otra cosa es que nadie me entendía cuando decía «a lajocho». Como si hablara chino. Y yo insistía. Después de varios intentos, les pronunciaba la “s” y ahí la conversación fluía de nuevo. Con el tiempo logré «domesticar» a los más cercanos y me entienden cuando hablo sin “s”.
ALEJANDRA Y EL SUEÑO COSMOPOLITA
Ale también es mi amiga, me la trajo otra ciudad, la querida y nunca bien ponderada Bahía Blanca, en el último tramo de los ‘90. Allá donde, ciertamente, los foráneos nos sentimos muy contenidos entre nosotros. Es histriónica, aunque no se dedicó al hobbie de las tablas, y acude con gran alegría a mi propuesta de contarse como parte de Buenos Aires. Acá va:
ALL I WANT TO KNOW
Ahí también estoy yo: amo esta ciudad cosmopolita, desde sus haceres, hasta su arquitectura. Puedo quedarme sin mover músculo, perpleja, en cualquier ochava.
Buenos Aires se paga sola.
No hay un motivo específico. En realidad, siempre miré con amor a Buenos Aires, siempre quise venir. Vivía en un pueblito muy chiquito de la provincia y, cuando terminé la secundaria, elegí una carrera que estaba en Bahía Blanca, a 180 km de mi casa, y en Buenos Aires, a 600 km. En ese momento, por mi edad, me dio temor irme tan lejos de la casa de mis padres, me pareció que la ciudad me iba a comer y decidí ir a Bahía. Pero siempre consideré que todo pasaba en Buenos Aires. Para cuando me recibí, sentí que la ciudad donde vivía me ahogaba, que no tenía muchas oportunidades laborales. Así, e impulsada por un ex-novio, que ya vivía acá, hice lo que siempre tuve ganas: venir a Buenos Aires, básicamente porque me encantan las grandes ciudades y yo quería vivir en una ciudad cosmopolita.
No fue una decisión de compromiso o por seguir a alguien, yo siempre quise venir. De hecho, a los 4 o 5 meses de haber llegado a Buenos Aires, sin trabajo y sola -sin novio ni ex-novio-, no me volví a mi pueblo, sino que me dije “esta es mi oportunidad”. Siempre quise estar acá, trabajar acá, salir acá, de modo que tomé como una bendición el impulso que me dio ese ex-novio, porque Buenos Aires es una ciudad que amé desde el primer momento.
Madonna
QUE TE ENCUENTRE DESPABILAD@
Las expectativas a los 27 años, cuando llegué, andaban alrededor de crecer laboralmente, desarrollar una carrera, cosa que no había podido en Bahía Blanca. Y no sólo lo logré, sino que se superé ampliamente mis perspectivas. También quería pasarlo bien, conocer la ciudad, tener un buen trabajo, disponer de una buena posición económica. Porque considero que en esta ciudad se necesita plata, es muy grande y está bueno poder moverse con un medio propio.
Conseguí trabajo al poco tiempo. Siempre digo que Argentina es enorme, pero todos los colectivos llegan a Buenos Aires. Y, de acá, con todas las conexiones disponibles, viajé y conocí muchísima gente, me hice grandes amigos. En alguno de esos viajes encontré a mi actual pareja, tenemos una hija, una familia, me pude comprar una casa. Buenos Aires me dio todo y mucho más.
Paralelamente tuve que superar determinados miedos: venir sin trabajo, sin dinero, no saber qué hacer. Y, si bien también hay y hubo mucho hambre y gente en la calle, me pasó que, aunque vine con muy poquitos ahorros, en seguida sentí que iba a conseguir trabajo, de lo mío o de lo que fuera. Aparte, si uno quiere estudiar, la universidad está ahí, al alcance de todos, es pública, gratuita. En verdad, siempre las oportunidades se me fueron dando. En mi entorno, la mayoría de las personas que vinieron de afuera pudieron obtener de Buenos Aires lo que querían. No siento que Buenos Aires te expulse. Para mí, te da todas las oportunidades, sólo tenés que verlas y aprovecharlas, porque es una ciudad muy rápida y, si no estás despierta, se te pasan.
LA SOLEDAD NO DESESPERA
Uno de los aspectos que más me gusta, desde llegué, es el anonimato. Yo vengo de un pueblo muy chico donde todo el mundo sabe qué hacés, cómo te llamás, dónde dormís, cómo y con quién te movés, qué te ponés… Y hay prejuicio por todo y se juzga la gente por lo que ven. Y eso, en Buenos Aires, no me pasó nunca. Yo soy una persona muy libre y acá nadie me mira, en un buen sentido. Nunca me sentí sola en Buenos Aires, aun cuando considero que es una ciudad solitaria: los solos lo pasan bien porque no se sienten tan solos. Si vas a comer a un lugar y estás sola en una mesa, fuera de una gran ciudad, te mira todo el mundo: “¡ay pobre, está sola!”. Y la verdad es que estoy pasando un momento pleno conmigo, estoy feliz, como, leo un libro. Eso me encantó de Buenos Aires ni bien llegué y por eso la adopté como mi lugar.
Esta ciudad me dio muchas de alegrías: una de las cosas que me gusta es poder ir a la cancha. Y, también, ocurrieron tristezas: podría decir que en lo laboral me choqué con un mundo híper-machista, muy déspota, que se da porque hay grandes corporaciones y grandes empresas, manejadas- en su mayoría- por hombres. Me topé con jefes autoritarios que maltrataban verbalmente a sus empleados, por ende, a mí. Eso fue decepcionante, pero resultó una etapa que también me fortaleció, me hizo crecer y la tomo como un aprendizaje. Después algún hecho de inseguridad…, supongo que, por mi origen, soy muy confiada. En mi pueblo se dormía con la puerta abierta, se dejaban las bicis en la vereda, yo pensaba que no había maldad, que no me iban a robar. Fueron 2 o 3 hechos de inseguridad fuertes, porque ahí sí me sentí sola, sin mis papás, sin mis hermanos, sin el círculo más íntimo. En cambio, estaban los amigos, yo me fui formando mi gran familia en Buenos Aires.
DECIDIR EL MOMENTO
Soy oriunda de Darregueira, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Después viví, estudié y me recibí de contadora en Bahía Blanca, donde estuve 10 años. De ahí, vine a vivir a Buenos Aires, en 2003, a Capital. Viví en Capital unos 12 años, ¡años fantásticos! Cuando fui mamá, dejó de parecerme interesante, me di cuenta de que las posibilidades de tener una casa con un poco de verde son lejanas. Ante estas perspectivas, hace 2 años decidimos mudarnos a provincia, a 35 km, en un pueblito, Ing. Maswichtz, con mucho verde, muchos árboles. Con esto estoy muy feliz, porque tenemos lo que queríamos para nuestra hija y a 35 km la gran ciudad. Podemos ir al teatro, disfrutar de la gastronomía, curtir la ciudad, sus barrios, siempre encuentro algo nuevo. No hay una ciudad que tenga todo lo que Buenos Aires me ofrece: ¡no me iría nunca!
La verdad, no tengo ninguna nostalgia. Cada decisión que tomé responde a su momento. Me crié en un pueblo, iba caminando o en bicicleta al colegio, y no me da nostalgia porque ya no me interesa eso. Si es por mi hija, ya encontré un lugar donde puede andar en bici, y tiene un poco las libertades que tenía yo cuando era chica. Y a la distancia, creo que haber estudiado en Bahía Blanca fue acertado, porque es una ciudad preparada para contener al universitario, es una ciudad chica donde no se siente tanto el cambio. Y, finalmente, ya más grande y más segura, vine a vivir a Buenos Aires. Además, hoy en día con las comunicaciones, estamos siempre cerca de quienes queremos.
LLORAR EN EL MEDIO DEL ABASTO
Debo tener miles de anécdotas… Viví unos 6, 7 años en la zona del Abasto. Allí, iba a almorzar, cenar, hacía shopping, porque de donde venía eso no existía. Así, por mucho tiempo sentí que el Abasto era mi casa, mi lugar. De hecho –acá viene la anécdota-, ese ex-novio me dejó en el Abasto: fue en una escalera mecánica –debo decir que le tenía miedo a las escaleras mecánicas hasta que me adapté-. Yo estaba por tomar la escalera para bajar y me dijo que no quería estar más conmigo, que no íbamos a salir más. Miré para abajo, no me animaba a poner un pie en la escalera, sentí que estaba en el abismo total y me largué a llorar y llorar. En el medio del Abasto. Por supuesto, la gente pasaba sin detenerse, yo no esperaba que nadie fuera a contenerme. El lugar en sí me contuvo. Lloré ahí, hasta que me calmé. Iba mucho en esa época, más allá de eso, lo pasaba muy bien.
Caminaba por Corrientes hasta el obelisco, me encantaba. También caminaba mucho para llevar curriculums, porque no tenía plata. Y no era como ahora, que podés presentar por internet, tenía que ir a las consultoras, de modo que la súper caminé. Conozco Buenos Aires, no tengo miedo, la siendo mía.
DOSSIER, POR MÍ
Así de dispares son las experiencias y sentires de Alejandra y Laura, advenidas, como yo, desde un punto minúsculo del universo argentino a esta ciudad de tantas aristas como seres la habitan. Y aun con el marcado sesgo de ser dos historias de clase media y venir con una mochila preparada para soportar las afrentas citadinas, son, en cierto sentido, antagónicas. ¿Con cuál te sentirás más identificad@? ¿Qué leerá un porteñ@ a través de mis amigas? Me maravilla leerlas y me leo, también, en ambas.
Y, para terminar, ¿qué me trajo acá?: el año pasado mi hija fue a tomar clases de yoga para niñ@s, con Juan, en Canning. Apenas crucé unas pocas palabras con Juan. Me habló de Julieta, su hermana, que había sido la voz de La Fernández Fierro. Yo nunca había escuchado a Julieta Laso. Sin mediar tiempos, esa misma semana, Víctor Hugo Morales me la presentó en su programa de radio, casi con el mismo milagroso desparpajo con que me presentó esta revista. Porque a mí me da que el mundo es un pañuelo, en el que todo se entrelaza, aun en este gigante Buenos Aires (y creeme que tengo anécdotas de casualidades muy improbables). Y Julieta me devuelve potencia, pegada a mis auriculares de última generación, cuando salgo del laburo convertida en un resto de mí, una tardecita cualquiera. Y ese lapso, en el que el tiempo normalmente se me escurre, también hace que despunte mi escritura.
Julieta Laso
Imagen de portada Juan José Stork: álbum FOTOMONTAJES