Claroscuros: sobre el corto realizado por la Secretaria Nacional del deporte de Uruguay: “Justo y Nico”, Una historia más allá de los colores.
Por Nicolás Estanislao
UN ÁNGEL PARA TU SOLEDAD
“procurar ser
una buena mancha de tinta
algo que difuminó mi dedo
quedó impreso en una libreta”
Eduardo Lalo
“No hay escape, allí donde vayamos nos persigue todo lo que somos”, escribió Leila Guerriero en su crónica, “Poesía no”. La escribió allá por julio de 2016. Hoy, tres años después y también en julio, comienzo esta crónica. Destinos del transcurrir indomable. Acá estoy, presento batalla a lo que soy, entre confines poéticos, el desamparo y el amor por los colores de siempre.
En eso, mi amigo Hernán comparte en el grupo de wasap el video de “Justo & Nico”, al tiempo que estoy sumergido en la lectura de poemas del poeta, ensayista, periodista cultural puertorriqueño, Ángel Darío Carrero (1)
A Carrero lo citó, en más de una oportunidad, Eduardo Lalo: otro poeta, narrador y artista plástico caribeño. Lo cita desde su prodigiosa admiración y desde su más entrañable amistad. Esta sucesión de ventanas que se abren y se multiplican en forma de páginas, me recuerda a “A salto de mata”, de Paul Auster, donde nos reconocemos repletos de reseñas, contenidos, laberintos, de esa deriva propia de esta era universal, donde el imperativo es que parezca que sabemos de todo.
LOS COLORES BORDEAN EL VACÍO
“soy un relato de tu ausencia”.
Ángel Darío Carrero
Escribo sobre “Justo & Nico” (2) no solo para conocerlos, sino para reconocerme, para interpelarme. La historia me abordó en un momento de intensas búsquedas, ¿qué quiero? ¿Para qué escribo? ¿Cuáles son las luces y sombras qué me transforman, que me atraviesan? ¿Qué es eso de la paternidad y todas sus torpezas?
A veces, incluso pienso, que la escritura es para mí solo una coartada para librarme del propio proceso de la vida. Como una búsqueda cartográfica de los recuerdos, los sentidos, búsqueda incesante, en el vacío imperceptible de la hoja escrita. Y es allí donde se da la lucha.
JUSTICIA POÉTICA
“El fútbol es una parte fundamental de la realidad, siempre me pareció muy indígnante que la historia oficial ignorara esa parte de la memoria colectiva que es el fútbol en países como los nuestros.”
Eduardo Galeano (Cerrado por fútbol)
Vuelvo a la nota y a su idea inicial. Vamos al país vecino, Uruguay. Específicamente, a Montevideo, al histórico barrio: Villa del Cerro, punto de encuentro del segundo clásico más viejo del fútbol oriental. Es allí donde se configura el cortometraje, en dolor hecho poesía, esperanza y -por qué no- canto rebelde.
Justo, fanático de Cerro. Fanático de toda la vida. Tan fanático, que asocia a Nicolás al club, cuando el bebé tenía apenas 72 horas de vida. Como todo fanático de pura cepa e irrecuperable. Pero, por esos ribetes del impredecible destino, Nico terminó como hincha rabioso de Rampla, acérrimo clásico rival de Cerro. El clásico, por supuesto, lo atraviesa todo. “Es la vida, tampoco le podía decir nada”, confiesa Justo entre suspiros.
Al volver de Maldonado, después de un partido que Rampla había disputado en Atenas, Nico murió en un accidente. Justo, la fatalidad. La vida también es un accidente que duele.
Así, el corto recupera una historia auténtica, potente, impresionante, una historia tan sencilla y tan noble como el inexorable amor de un padre hacia un hijo. Tan noble como ese abrazo trunco en cada grito de gol.
La historia nace de una decisión irracional que sacude a cualquiera: la transformación profunda del ideal furioso del traspaso generacional de la pasión por los colores, esa pasión se reconfigura en un reencuentro íntimo en cada partido de fútbol.
¿Cómo seguir sin desplomarse cuando se han perdido felicidad, amor, justicia, futuro? La respuesta será siempre imparcial e imperfecta. Aun con los retazos de vida escindida entre lo visible y lo oculto. Aun con sensaciones confusas, pero con el claro desafío de salir a vivir por ese grito de gol: así va Justo. Va por un grito de gol que recuerde a Nico todo en un milisegundo. Se trata de dar vuelta la historia, de hacerle una gambeta al destino. Se trata, simplemente, de vivir a través de la memoria: fútbol.
HUELLAS SIN LABIOS
«El poeta es capaz de fracturar la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro»
Roberto Juarroz
En su poema: “Descomposición de la huella”, Ángel Darío Carrero desata sus amarras, desafía los límites en forma de versos:
“El límite del desamparo
posa en frialdad quebradiza/
del vaso / que acompaña el abandono/
las huellas dibujadas/
sobre el cristal/ no forman labios”
La huella se dibuja, siempre. La huella suspendida ya no en el pasto o en el cemento de una tribuna o en la memoria de un alambrado, sino en una transparencia. O, por ejemplo, en ese aire que reverbera cada vez que el padre va a ver a su novedoso Rampla Junior. Nunca dejará de ser hincha de Cerro pero, como dice el corto:”ahora también es hincha de su hijo” y grita para Rampla, con una pasión intacta. Amor esquivo a las palabras, también inexorable. Los colores se trasmutan en recuerdos. Un corazón transformado en un claroscuro.
QUIETUD NECIA
“Las banderas son cartas de amor que todos leen” Agustín Lucas (Tapones de fierro)
No hay razón lógica para que el fútbol nunca nos deje de atrapar (aunque, confieso: cada vez me atrapa menos desde el juego, motivos sobran) sobre todo, cuando nos representa desde los bordes, desde las orillas que lo nutren, que lo hacen único e irrepetible, noble y genuino. Cuando nos arrebata del hastío de padecer. Así, como en la vida, el fútbol tiene la generosa y enigmática capacidad de aliviarnos el pesar sin ninguna razón aparente. Hace de ese pequeño momento, un mundo real, posible, que se inmortalizará para toda la vida. Como un poema. Como un verso.
“bastará una quietud necia
para que la tierra estalle
y se rearme
en la combinación
de siete nuevos días
los mismos que ya fijan
el cuadrilátero de la distancia”
Así, el fútbol, muchas veces señalado –cómodamente- como la primera y última causa de todos los males, como el culpable de la ignorancia, y de resignación de las masas populares, se presenta, también, virtuoso, liberador, salvaje, símbolo, expresión inquebrantable del silencio compartido. Del silencio capaz de iluminarlo todo. En los escuetos poemas de Ángel Darío Carrero, esculpidos en el mismo silencio que lo atraviesa a Justo, cuando tiene la mirada perdida más allá del horizonte. La sencillez se da, no como inmediatez; es solo resultado de un arduo proceso de depuración y despojamiento. Así le sucede a Justo, el hueco es rodeado por la potencia, como hace el poema con el vacío de la vida.
Así avanza Justo, desde los contornos, cada vez que pisa la tribuna, y se acomoda adonde siempre iba su hijo, cuelga una porción de él en forma de bandera: “NICO SIEMPRE PRESENTE”
- Ángel Darío Carrero (1965-2015) fue uno de los más destacados poetas y escritores de la generación del ochenta del Caribe contemporáneo. Publicó los libros de poemas Llama del agua (2001) y Perseguido por la luz (2008), y tradujo del alemán Inquietud de la huella. Las monedas místicas de Angelus Silesius (2013) entre otra obras.
- http://www.justoynico.com/ página oficial donde se encuentra la realización y el video.