La decisión: sobre un encuentro con Jaime Roos
Por Valeria Roig
Candombe, Pedro Figari
A SUS ORILLAS
“No lo vieron a Molina que no pisa más el bar/ Donde está la gran muñeca/ Que no trilla el bulevard/ Esta noche es de recuerdos/ Este brindis por Pierrot…” (**).
Ya no recuerdo bien el año, creo que era el 2006, pudo ser el 2007. Pasó más de una década y aún me asombra sentir esta noche memorable, intacta en el recuerdo.
Un viaje por trabajo me llevó a la hermosa ciudad de Montevideo. Como jefa de producción de un comercial, trabajaba a destajo hacía ya más de dos semanas, en cientos de problemas a resolver. Me ocupaba de logística, de equipos, de cuestiones técnicas, del casting, de locaciones, de transporte y de alojamiento. Al haber recursos, estábamos alojados en el hotel “NH Montevideo”, en la Rambla Gran Bretaña frente a la Plaza Felipe V, en el barrio de la ciudad vieja.
El gran Río de la Plata me observaba desde los ventanales del hotel, mientras seguía ocupada en reuniones, llamadas telefónicas, y trabajo en la computadora. Necesitaba descansar. Todavía tenía temas que resolver y el rodaje iniciaba a las siete de la madrugada siguiente, pero el río y las lucecitas de algunas boyas y de barcos lejanos, me impulsaron a salir. Era una decisión difícil, aunque muy necesaria. Convencí a Magali, una compañera de trabajo, para que fuésemos a un barcito en la esquina del hotel, en la calle treinta y tres. Salimos. Nos acompañaban el olor a río, el viento húmedo y, las ganas de divertirnos. Solo caminamos unos trescientos metros.
PUENTES DE CARNAVAL
“Amor profundo/ Es lo que siento al cantar/ Poco hay en este mundo que me haga así vibrar/ En mi alegría/ Se esconde siempre un lagrimón/ De que todo termina….”
Llegamos al bar. Había alguna gente en la vereda y no hacía frío, Montevideo siempre me recuerda al carnaval, a los tambores de las murgas uruguayas y a la música de Jaime Roos. Eso comentábamos con Magali, cuando, lo descubrimos sentado en una mesa y solo: el mismísimo Jaime Roos. Tomaba una cerveza.
Creo que me acerqué tanto a él, que mi mirada intensa hizo que me mirara.
– Buenas noches.
Su voz, característica, profunda, grave. Quedé estupefacta. Pero yo latía de emoción, así que superé la vergüenza y lo saludé.
– Jaime, querido, buenas noches, qué maravilla verte en tu ciudad.
Y ahí nomás nos invitó a sentarnos con él. Creo que fue la mejor cerveza de mi vida.
CALLEJEAR DURAZNO
“La calle Durazno/ Atraviesa dos barrios/De chata figura/ De amarga dulzura/Son Sur y Palermo/Rivales y hermanos/ Que cruzan Durazno/ Camino del mar”
En un minuto, cansancio y obligaciones de trabajo se esfumaron. Contento, Jaime nos contó sobre su niñez en el barrio sur y sobre cómo sus vivencias lo llevaron a escribir el tema “Durazno y Convención”. Estábamos sentados a solo seis cuadras de esa esquina inmortalizada por su canción.
Habló de su vida en París y luego en Ámsterdam. Pero, a pesar de muchos buenos momentos vividos en el primer mundo, él había regresado a Montevideo y se había comprado su departamento frente al río, al lado del NH.
– Estos barrios de Montevideo fueron los barrios del nacimiento del candombe, acá vivían los negros uruguayos. En los setenta, la dictadura militar removió los conventillos y a sus antiguos habitantes para armar estos barrios paquetes.
Yo le hablé del exilio de mi familia -algunos en Canadá, otros en México o en Ecuador-, él nos contó más de su exilio en Europa, de lo difícil que era estar lejos de su ciudad, de su gente; de lo diferente que sentís lo cotidiano y la política, cuando vivís en un lugar que no es tuyo. Habló largo rato de su hijo, todo un holandés, de la virtud del fútbol, de esa pasión que se comparte con Europa y cómo la pelota lo unía a su hijo.
ANDARES INFINITOS
“Ayer recibí una carta directa de Nueva York/ de mi amigo el Horacio/ Trabaja de soldador/ Ahora tiene cola chata/ Alfombra y calefacción / Parece cosa de locos, le va cada vez peor/ Extraña la gente nuestra que le hable sin despreciar/extraña el aire del puerto cuando anuncia el temporal/Y sin embargo recuerda las cosas por la mitad/ Se olvida las que pasaba antes de irse para allá/Uruguayos, uruguayos dónde fueron a parar / Por los barrios más remotos de Colombres o Ámsterdam/Volver no tiene sentido/ Tampoco vivir allí/ El que se fue no es tan vivo/El que se fue no es tan gil/ Por eso, si alguien se borra, ¿qué le podemos decir?/ ¡No te olvides de nosotros y que seas muy feliz!”
La conversación pasó por recuerdos de Jaime en Buenos Aires y por charlas con otros grandes artistas como Adriana Varela, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. También nos puso al tanto de que, en ese mismo bar, se reunía muchas veces con la nueva banda uruguaya de ese momento, “La Vela Puerca”. La conversación fluía, cervezas de por medio, como si hubiéramos sido viejos amigos de antes.
La Pareja. Osvaldo Guayasamín.
SURCOS DE SANGRE CON NOTAS
“Dale que sopla torcido/ No se te vaya a caer/ que cose y que pinta/ Y qué linda que está/ Que tira y que tira/ Y qué lindo que va/Polleras de trapo marcando el compás/ Cañas ligeras que saben volar/ Dale más piola que llega hasta el sol”
El olor del río y el sonido de sus olas daban la sensación de estar en el aire, como si no hubiera sido posible tener esta increíble charla y tanta conexión con alguien tan admirado, tan humano. Eran las tres de la mañana y Jaime nos invitó a caminar por la Rambla para ir hasta la Plazoleta frente al hotel.
Caminamos nuestro escaso equilibrio por el cordón de la vereda, durante trescientos metros. Ahí, en la plazoleta, dijo que, donde estaba el hotel y frente al río, había nacido el candombe en Uruguay. En ese lugar, para 1800, vivían los esclavos que llegaban forzados a trabajar y, en eso de su nueva vida, inventaron ritmos y cantos con sus herencias traídas del África. Danza y cantos desde las entrañas de los tambores.
PUNTOS CARDINALES SIN FIN
“Algún día sabrás lo que ha sido vivir/ amándote/amándote/ fue así que me dijo no te enamores de nadie me dijo/ mi vida mi amor”
Eran las cuatro de la mañana, el tiempo había desaparecido mientras conversábamos con él. Jaime se dirigió a la barra del bar del hotel, saludó a todos, como cliente habitual y se pidió un whisky antes de dormir.
Este gran amor platónico, que aún siento por Jaime, tuvo una noche compartida. Casi como un sueño, ese tiempo indeleble quedará siempre en mi corazón. Suerte que esa noche decidí salir, ¿una corazonada?, ¿el destino?, ¿cuántos encuentros tenemos en una vida? Creo que son pocos y la mayoría suceden accidentalmente, casi como una cosa del destino.
No creo en dios, apenas creo en algunos rasgos bellos de la humanidad, en la Pachamama, en el sol y en la luna. Entiendo que nuestra vida transcurre en un devenir de casualidades y también de muchísimas decisiones propias de caminos que se bifurcan.
Y a no confundir elecciones con decisiones: las elecciones las hacemos acerca del mundo que nos rodea: qué comemos (sano o no), qué vestimos (¿a la moda?) qué leemos (¿reflexiones o pasatiempos?). Hay elecciones más profundas: ¿qué profesión voy a estudiar?, ¿qué relaciones quiero/ puedo bancar? ¿Quiero ser madre o no? Pero las decisiones, diríamos en criollo, ocurren cuando te la jugás en serio por algo. Y así vamos construyéndonos como personas.
¡Zas! Esa noche, la decisión provino de un deseo. Podría no haber aprovechado ese azar que me invitó a salir. Sin embargo, nada, ni nadie pudo robar la alegría de este secreto momento vivido. El aire del Río de la Plata, una y otra vez, me devuelve acordes de guitarra, su hermosa poesía, abrazadas por el ritmo de los tambores y del candombe.
(**) Todos los epígrafes pertenecen a Jaime Roos
Imagen de Portada: Candombe, Eduardo Vernazza.