La decisión: sobre el film “EL Guasón”
Por Pablo Arahuete
LEVÁNTATE Y RÍE
Hay quien elige estar cuerdo y quienes eligen etiquetar a otros como locos. Pero decidir sobre la locura, en definitiva, es un acto de extrema libertad muy peligroso, transgresor y tan impredecible como una carcajada en medio de un viaje en silencio. La transgresión es el arma oculta del humor, el basamento de la comedia y, finalmente, el néctar del comediante, quien se vale de su catarsis compartida para reducir al otro ante una generalidad. Y, así, mediante la retórica y la narcotización de las palabras, destruye sistemáticamente su individualidad.
UN BUFÓN ENTRE HOMBRES SERIOS
La regla no escrita del Stand up es elegir entre el público a aquel que mejor represente todo aquello que nos provoca rechazo, elegir también el camuflaje ideal en el discurso con remate de chistes, inflexiones de la voz o hasta imitaciones. En realidad, es ese reflejo distorsionado que genera cualquier convencionalismo o automatización de una sociedad. Preguntarse entonces por la locura implica, entre otras cosas, preguntarse por aquello que nos causa gracia, o por las cosas que nos entristecen, violentan o conmueven cuando el hecho se puede observar desde otro lugar y con compromiso objetivo. Si eso viene acompañado de una condición de enfermedad mental, un hombre que no puede controlar el acto de reírse -síntoma de la vulnerabilidad ante la mirada escrutadora de su entorno o, al menos, una versión algo libre y antojadiza de lo que se conoce como “Síndrome de Tourette”-, el cóctel de la elección y su contracara -la decisión- resultan una gota de aire necesaria ante la asfixia social. Así lo anticipa el prólogo de una película como “Guasón” (ganadora del León de Plata, en el último Festival de Venecia). Sí, el guasón, el otrora archienemigo de Batman, aquel millonario enajenado de la capa y con licencia para matar; aquel que se debatía frente al payaso asesino, agente del caos, en Ciudad Gótica; el mismo que, bajo la mirada menos pulcra de los comics y sumamente lavado por la frivolidad de una serie de los 60 y algunas películas de cine olvidables, con diferentes caracterizaciones, constituye la constelación de este personaje complejo, torturado y completamente anti sistema.
LA RISA QUE DUELE
Publicidad humana por las calles de una ciudad sucia, atestada de ratas gigantes, como anuncian noticieros en la tele. La gente es indiferente al caminar, el cartel humano no los conmueve. Y Arthur Fleck, que no es freak, trata de ganarse el mango, porque la sartén cada vez es más angosta y quema. También la risa quema la entraña de un cuerpo flagelado por la indiferencia, un cuerpo casi raquítico, capaz de soportar hasta el aire que también lastima.
De repente, una persecución de cuatro contra uno por esas calles. ¿Dónde están las ratas? Adentro, escondidas en el submundo de la marginalidad o, afuera, detrás de Arthur y toda su armadura de piel y hueso. Cualquier ciudad es la ciudad sucia, la urbe enferma que cohabita con Arthur, con su risa que quema y con su locura.
El personaje encarnado por un brillante Joaquín Phoenix se llama Arthur, pero no tiene nada de Arturo ni de la impronta de héroe, sino todo lo contrario: es el hazmerreir de su entorno, el que recibe los golpes de los intolerantes y, además, el producto de una sociedad enferma, como la gótica, a la que verá un renacer, cuando en el futuro aparezca El Caballero de la Noche. Arturo vive con su madre en un hediondo departamento y depende de la asistencia de un Estado para la medicación que atempera cada ataque de risa. También depende de un trabajo, donde alquila su cuerpo de payaso a cambio de publicidad humana o eventos en hospitales.
La salida a su locura es el sueño de ser invitado a un talk show para regalar su rutina a la audiencia de un conocido anfitrión, interpretado nada menos que por Robert De Niro, quien abandonó su Travis de “Taxi Driver”, para acomodarse a la lógica del Uber hollywoodense y así seguir vivo y coleando, con papeles que no aportan nada a su carrera.
FLECHADAS DESDE EL CARCAJ
Sin embargo, lo que más perturba de Guasón no tiene vinculación con el universo de Ciudad Gótica, ni con Batman ni con el manicomio de Arkan, porque no necesita de ese salvoconducto de la fantasía para someterse a la propia mirada sobre la locura, cuando emerge de una sociedad enferma.
Tradicionalmente, era la misión del bufón soportar todo tipo de humillación: del rey o de sus allegados. El bufón era el distinto, el feo, el enano, el incompleto a la mirada del trono. El bufón y el poder eran lo mismo porque, desde su acto y parodia, el bufón generaba la risa en el poderoso. ¿De qué se reía el poderoso? De su propia parodia, del desprecio que no veía en la humillación del otro. En ese sentido es donde el bufón tomaba las riendas de la decisión y el Guasón lo repite en su acto mayúsculo de levantarse y reír, a pesar de los golpes. Sí, ríe frente a todos y nunca se muestra derrotado como loco o como enfermo. Por eso, el Guasón no puede reír sin que duela, sin que asfixie, porque no entiende a la risa sino que la padece. Algo tan cerca de cada uno, que asusta como carcajada en medio de un viaje en el tren del silencio.
Muy buen análisis de la película y sobre todo del personaje que a mí también me cautivó y me sorprendió ya que no estaba preparada para ver una película tan profunda y un personaje tan estudiado y tan vulnerable! Muchas gracias!