La lucha: sobre “El Irlandés”, de Martin Scorsese

Por Pablo Arahuete

EL SEÑOR DEL ANILLO

El-Irlandes-6En tránsito hacia la espera y con el murmullo detrás, el pasillo se abre y la cámara se desplaza en un sigiloso pero constante avance. A su paso, andadores ambulantes y sillas movibles. Hay una puerta entreabierta, aunque la cámara sigue y se queda eclipsada. Sentado, casi mudo y petrificado, el viejo irlandés y una voz de otro tiempo -mucho más vital- narran y nos envuelven como dentro de un anillo, parecido al que el viejo porta en uno de sus atróficos dedos y que, como todo objeto de valor, vale por su historia. Las cofradías del anillo siempre estuvieron dispersas en el mundo del mito y en el cine: desde la saga de los nibelungos, hasta la clásica y moderna “El señor de los anillos”, aunque la de Frank Sheeran estuvo ligada directamente con la lealtad y la muerte.

En todos los casos, de ese anillo -el del dedo, el del pacto de silencio- nadie puede desprenderse. Y tampoco del tiempo, la única visita inoportuna en ese asilo de ancianos e historias ambulantes. La de Frank es la historia que más atrapa y la primera lucha entre el mito, la leyenda histórica y la trascendencia que se disputan esos preciados minutos, donde la culpa deja su lugar y el recuerdo golpea sin avisar. Golpea como las sentencias de muerte que este camionero, devenido asesino a sueldo, aplicaba a los recados para un mafioso italiano.

DE TAXISTA A CHOFER

De niro soloFrank, o mejor dicho su voz en off sin tiempo, habla de los comienzos de su carrera delictiva y del encuentro con la primera familia a la que rindió pleitesía, los Bufalino. También Martin Scorsese, desde el personaje, habla de la familia a la que rindió pleitesía: un cine que ya no se puede concebir en este mundo, donde prima el algoritmo por encima del deseo. Es el principio del fin de una manera de contar historias con imágenes; es el fin de una era donde la expresividad va de la mano de la emoción y los “Buenos Muchachos” creciditos peinan canas, pero no pierden las ganas ni el ímpetu por seguir la lucha. Y, así, el círculo suma una nueva cofradía, la de los personajes que dejan una huella, los resabios de una épica de un antihéroe, con pánico escénico por envejecer. Y es que el cine lleva esa contradicción en su ADN: la pretensión de hacer inmortal al mortal, cuando todo se presenta desde lo puro y sin atajos. Amistad y traición. Sólo eso quedará entre Scorsese, Hollywood y aquel modo de contar historias con imágenes en este testamento cinematográfico ayudado por su actor fetiche, Robert De Niro, también productor en esta película de 210 minutos.

IRLANDLANDIA.

el irlandes HoffaQue el origen de este relato -que abarca 30 años de la historia de Estados Unidos,­ desde la mirada periférica de un inmigrante y veterano de la Segunda Guerra-, provenga de la novela “Me dijeron que pintabas casas” (“I Heard you paint houses”), de Charles Brandt,no es un dato menor, porque el contexto de la ´Justicia´ y la no Justicia de los que Ajustician´ es el eje donde las fuerzas centrífugas y centrípetas también comienzan a mover las estructuras políticas y sociales. Hay un centro y ese es el escenario donde mostrar un motor económico, en un país que crecía exponencialmente a fuerza de violencia, racismo y mentiras, mientras en la periferia -mucho menos controlable desde el poder- y casi tan poderosa como ese centro, vivía otra historia. No alcanza la política cuando las mafias se disputan territorio y matar al mensajero es tarea básica para cualquiera que pretenda un futuro mejor. A eso aspira Frank Sheeran, al pisar la tierra prometida, una vez regresado de aquel conflicto bélico. La mano de obra desocupada de la guerra es la carne podrida de cañón. Frank lo sabe porque la única enseñanza de la temporada en Italia y contra los malditos nazis no es otra que saber matar. La naturalidad y la inocencia de obrero aspirante a más simplemente resulta una máscara para caerle simpático a un futuro amo: un jefe circunstancial a quien rendirle obediencia. Porque, luego, llegará el turno de dar un salto y, como el gran tigre enjaulado, asestar el zarpazo letal.

DOS FAMILIAS, DOS TRAICIONES

De niro y pesciPodría decirse que esa voz envuelve un fluido aroma a nostalgia. Es la despedida anunciada desde el clasicismo de un relato que acopia información, pareceres y banalidades en diálogos exquisitos. Las palabras perduran y los actos se recuerdan, como ese corte o tajo, cuando el montaje de la escena violenta se despoja de todo artificio y se libera de falsedad y de solemnidades. El Martin Scorsese que, a sus 77 años, despotrica contra los superhéroes de Marvel y las películas súper heroicas lucha en silencio por mantener el valor del antihéroe: la contradicción de un hombre común que termina por traicionar a sus dos familias: por un lado, a la propia, compuesta por su mujer e hijas, para quienes busca de manera poco clara seguridad y bienestar. Y, por el otro, traiciona subrepticiamente a otra familia, que lo sacó de la pobreza a cambio de lealtad infinita. Ese hombre aferrado al anillo y a la silla de ruedas no tiene chances de reversión, más que aquella que lo construye desde sus palabras y emociones. Así, el director de “Taxi Driver” vuelve a apostar a la soledad y a la culpa, como los cómplices ideales del asesino perfecto: el tiempo. Y, si bien este delincuente fluye como la conciencia- en el mareo de los diálogos, en los viajes, en las muertes, en las balas y en los silencios, el anillo aprieta y busca un cierre, una clausura, sin final feliz. A Frank Sheeran no lo consuela el perdón de los otros, no lo conmueve el dolor de nadie, hasta que el silencio de su hija y sus ojos que lo interpelan no le dan reparo y, menos aun, redención.

DE PASEO CON LA MUERTE

el irlandes funeralRecolectar dinero ajeno y asesinar por encargo: esa es la rutina de Frank. Pero lo más importante de esta historia es su vínculo con uno de los hombres más influyentes y poderosos de una época en que la mafia encontró un espacio fértil para penetrar en los círculos de poder y en otro tipo de mano de obra, recostada en la figura de sindicatos fuertes. Desde su lugar de chofer de camiones, Frank Sheeran conoce al sindicalista Jimmy Hoffa. Allí resurge la picaresca sonrisa de Martin Scorsese con la frase “me dijeron que pintas casas”, eufemismo en lugar de la pregunta acerca de si está dispuesto a matar por encargo. Así, abre el abanico a una radiografía despiadada y feroz que ubica al subgénero de gangsters en otra dimensión, algo que ni siquiera se había pensado en la mítica trilogía de “El padrino”. Si esa conversación en “El irlandés” responde al verdadero diálogo que tuvo Frank Sheeran, cuando le pasaron el teléfono para hablar por primera vez con el mismísimo Jimmy Ridle Hoffa, eso no se podrá saber jamás. Tampoco sería conducente para una película como la de Scorsese, que además aventura hipótesis sobre la desaparición del propio Hoffa y deja establecida la rivalidad extrema con el clan Kennedy, otra familia vinculada a lo mafioso. De esta anécdota quedará marcada a fuego una de las tantas escenas memorables de “El irlandés”, donde el Hoffa de Al Pacino disfruta su helado, mientras en la televisión anuncian que el presidente Kennedy acaba de morir camino al hospital, tras haber sido baleado en su cabeza, en Dallas. En ese instante, cuando el entorno guarda silencio y estupor, Hoffa no se inmuta.

Dijo Akira Kurosawa“Para una verdadera expresión cinemática, la cámara y el micrófono deben atravesar el fuego y el agua. El guión debe poder hacer una cosa parecida”. Que se quede tranquilo el maestro japonés, porque su alumno Scorsese (y lo de alumno corre por cuenta de quien escribe), salió victorioso en la lucha por perdurar, a pesar de las atrocidades que le hacen al cine los algoritmos sin corazón ni emociones.

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