La confianza: entrevista a Guillermo Aquino.

Entrevista: Estela Colángelo, Alicia Lapidus, Isabel D´Amico, Verónica Pérez Lambrecht, Gabriela Stoppelman, Esteban Massa
Edición: Gabriela Stoppelman

 

“Llegan apresurados y nunca dicen para qué/ ni de dónde proceden/ (…)o te quitan la toalla sin respeto/ cuando te estás duchando/ (…)y beben/ prodigiosamente se ponen a cantar en cualquier parte/ o arman la del gran dios en un bar miserable/ y por motivos nimios/ siempre siempre avasallan te compran un sombrero/ o unas flores/ y un día salen al galope quizá hacia los infiernos/ qué desastre./ Señora caballero muchachita asustada/ militante de un partido ecologista:/ si se tropieza usted con uno de esos/ locos furiosos increíbles/ no le deje escapar llévelo a casa/ son tiernos como niños/ a veces tienen frío quién sabe si es porque /les han pegado duro/ duermen poco se lavan todo el rato y son muy/ besucones y mirones/ pero cuidan los libros sacan todas las noches/ el cubo de basura a la escalera/ y están sólo pendientes de tener siempre/ un cenicero al lado./ Tienen por fin el gran inconveniente:/ se van mas vuelven pronto/ duran toda la vida.”
“Esos locos furiosos increíbles”, Goytisolo

 

Venía agotadísimo, indeciso entre intentar crear un mundo como la gente o un mundo como dios manda. Ya había tirado los dados, abierto las aguas y separado la luz de las sombras. Venía después de sudar la gota gorda con el caos original, después de preguntarse -no se sabe cuántas veces- para qué cuernos se había propuesto semejante empresa, algo tan absurdo como barrer la playa o entrar en razones con un adicto a clarines y malas prensas. De tanto probar, todavía se confundía con eso de si en el principio había sido el verbo o si el verbo había creado el principio. Se le mezclaban todas las lenguas, su mente era como una torre de babel gigante: en un idioma, profetizaba grietas y desperfectos. Y en otra, auguraba buenas curvas para el deseo, sabias runas para la suerte.

Necesitaba una copa. Algo fuerte que le evitara la tentación de la quiniela y los horóscopos. Porque, después de inmensas eternidades, ya un poco se conocía. Cada tanto lo atacaban furias supersticiosas, ataques de violentas herejías que terminaban disueltas en la esquina de algún bar o entreveradas con hilachas de pecados y libaciones. Era increíble que, justo cuando más le urgía, no hubiera ningún boliche abierto.

Aunque parezca mentira, transitaba dios su primera cuarentena. Durante las plagas y las pestes, no había usado barbijo, porque andaba muy involucrado entre los responsables de los desastres. El hambre, las orfandades y las desilusiones le resultaban asuntos de las criaturas y nunca de los creadores. De ese modo -más o menos irresponsable, más o menos infantil- siempre había logrado zafar de cubre bocas y distanciamientos sociales. Y hete aquí que así es la vida, hasta para los dioses, y mejor preocuparse a tiempo. En su caso, cuando le tocó caer a Zeus, no se preocupó. Cuando cayeron los titanes, tampoco. Cuando estafaron y saquearon a la Pacha Mama, menos. Entonces ya era tarde. Y apretaba la sed. Sólo le quedaba la opción de la prepotencia divina.

Luis Felipe Noé, El caos
Luis Felipe Noé, El caos

Así las cosas, tomó un ángel caído de su biblia y lo estroló contra la ventana del primer bar cerrado que se le cruzó. Lo que siguió fue algo parecido al primer episodio del fin del mundo. Adentro todo era una gran abertura sin fronteras. O una enorme fisura que reunía Gancia con vino de misa, Fernet con agua bendita. El azar pasaba un trapo en el mostrador, mientras el desbarajuste primordial peleaba con su mellizo, el primigenio, por el derecho a la escoba. Sobre toda la escena, una gran pantalla proyectaba “El sketch”: Guillermo Aquino sobrevolaba las desventuras de dios, en el bar del caos.

  

TE AMO, TE ODIO, DAME MÁS

“Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho. No habla mucho porque es imposible hablar a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo. Es imposible. (…) Es lo peor. Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor (…) Un libro abierto también es la noche”
“Escribir”, Marguerite Duras

Tratamos de hacer una lectura de tu trabajo y de tus entrevistas. Nos llamó la atención que vos declarás que tu interés en la actuación no está centrado en la posibilidad de hacer de otros, o de transformarte en otros. A pesar de eso, el movimiento que más aparece en tus trabajos es la metamorfosis...

Sí, es cierto. Por un lado, es lo que me sale. Por otro, a mí me parece más interesante que esa metamorfosis sea hecha dentro del mismo registro. Te hace mirar otras cosas. Si te proponés hacer 40 personajes distintos, te maquillas de 40 modos distintos, tal vez, perdés un poco el contenido, las palabras. En cambio, transitar distintos personajes desde el mismo registro hace que casi sólo te puedas agarrar de lo dicho.

¿Qué diferencia habría entre desdoblarte y metamorfosearte? Porque son dos movimientos que aparecen en sketchs distintos.

Desdoblarse es extraer un componente de un personaje o de una personalidad. A ese personaje le sacás la empatía, pero le dejás todo lo demás. La metamorfosis es un cambio completo, es llevar al personaje a un lugar absolutamente desconocido, someterlo a unos cambios más radicales.

También leímos que te gusta más trabajar con textos propios. ¿Por qué?

Desde muy chico, quise ser actor. Tenía claro que a mí me interesaba hacer comedia. Iba mucho a talleres de teatro y sentía que pertenecía a una generación más nueva. De los textos más antiguos del teatro, me causaba gracia el mensaje. Pero no tenían el mismo ritmo, ni el mismo lenguaje, ni siquiera podía encontrar una correspondencia en cómo estaban armadas las oraciones. Y el humor se basa mucho en el lenguaje, en los tiempos y en los ritmos. Entonces, empecé a escribir. Primero, escenas para actuar yo mismo. Después, se convirtió en un vicio, era un lugar donde me sentía cómodo. Ya en el secundario, me entusiasmé mucho con Woody Allen. Al ver sus películas, me decía: se nota que este tipo escribió sus guiones. Y eso ese trasluce en la actuación. Esa influencia y ese sistema, cada vez me tomó más.

¿Qué placer singular te da la escritura?

Luis Léopold Boilly, Reunión de 35 cabezas de expresión
Luis Léopold Boilly, Reunión de 35 cabezas de expresión

Tengo con la escritura una relación amor-odio. Cuando me sale, cuando las frases parece que se escribieran solas, cuando el diálogo fluye, es como si dios hablara a través de mis dedos. Eso está bastante bueno, si te dedicás a esto y todos los días tenés que escribir un poco. Muchas veces, como obligación. Para mí, escribir humor es un trabajo. Y, cuando no sale, entro en la parte más engorrosa. Entiendo por qué tanta gente no se dedica a escribir, ¡es de lo más sacrificado! ¡Sentarse a escribir algo me parece una locura! Al principio, mientras te formas o aprendes, es muy lindo. Pero no es nada lindo esperar a que te salga una sola cosa buena. Y, cuando surge y estás orgulloso de eso que lograste, viene la presión de tener que reproducir cosas así o mejores. Ahí es cuando uno empieza a padecer.

Competir con uno mismo, ¿hace falta?

Es muy duro, es como un auto boicot. Pero, a pesar de todas las quejas cuando la escritura no fluye, escribir también es un proceso mental hermoso. Durante mucho tiempo, yo escribí solo. Ahora cuando empezamos a hacer “El Sketch” todas las semanas, armé un pequeño grupo con Pablo Mir y Francisco Quintana. Nosotros somos la base para construir los guiones. Después, aportan mucho los actores, los invitados. A diferencia de cuando escribía solo, me encanta tener ese grupo, empiezo a necesitar mucho la conversación.

  

GUIONADO CON EPÍLOGO DE JAZZ

 

«Es el acento el que convence y no la palabra»

Macedonio Fernández

¿Cuál sería la diferencia entre simplemente escribir y escribir para un sketch que vas a representar vos?

Es raro, justamente porque sé que lo voy a representar. Me pregunto: ¿Cómo hablo yo? Escribir es un proceso, donde todo el tiempo trato de captar mis formas del habla. Una vez que algo está dicho, está afuera. El problema es cuando aún está adentro. El modo en que uno habla no es algo en que uno piense tan habitualmente, es orgánico, como comer o dormir. Pero, si te ponés a escribir, de pronto te das cuenta que hay cosas que no encajan. Tal vez, si cada uno pudiera elegir guionar lo que va a decir, todo el mundo hablaría mucho mejor. O tal vez no. ¿Qué pasa si uso más esa palabra y menos esta? ¿Y si esta palabra se pega un poco con lo que dije antes?…

Son muchos lenguajes, jergas, modismos y registros los que utilizás. Por eso te preguntaba cómo te sentirías escribiendo para otros…

Louis Léopold Boilly
Louis Léopold Boilly

Lo hice mucho tiempo. Durante los primeros años en que empecé a dedicarme a esto profesionalmente -en el sentido de que te pagan por hacerlo; en el sentido que, con esa paga podés cubrir tus gastos- comencé a escribir para otra gente. Siempre, por el lado del humor. Pasa que, cuando escribís para otra persona, llega un momento en que, a partir de un punto de lo escrito, ya las cosas no están bajo tu control. Las otras personas -el director, los intérpretes- tendrán que aportar lo demás. A esta altura, si puedo elegir, prefiero no escribir para nadie más, salvo que yo lo vaya a dirigir o a editar. Mientras escribía para otros, me pasó muchas veces que, al ver realizado lo que yo había escrito, sentía que no se había interpretado mi idea. Era muy frustrante. Y no es que los otros hicieran cualquier cosa. A veces, la diferencia se daba por tonterías como «este tipo no tendría que estar usando un sweater mientras dice tal cosa. Si tuviera una camisa, sería más gracioso».

Cuando escribís para vos, escribís también para tu propio cuerpo. El filósofo Spinoza decía “nadie sabe lo que un cuerpo puede”. Por otra parte, para él, pensamiento y cuerpo no podían ir por separado. En relación a eso, ¿crees que existe un pensamiento del cuerpo?

Absolutamente. A veces puede ser una trampa. Sobre todo, al saber que lo que escribís lo vas a representar vos, porque jugás a lo seguro. Escribo una frase, la digo con mi voz, y queda. Uno piensa que va a la grabación con un texto escrito en el mundo ideal, en un mundo perfecto, con un texto organizado línea por línea, perfectamente pensado, palabra por palabra, coma por coma. Pero, una vez que estoy grabando, hay un rato de improvisación largo donde salen un montón de tonos o reacciones que no habías pensado en papel. Los cuerpos sorprenden.

O sea, el jazz viene después, no en la escritura. El otro día estuvimos con Gillespi y él nos decía que, en el programa que hacen con Dolina, parten de tres líneas. Pero todo lo que sucede después es improvisación.

Wassily Kandinsky
Wassily Kandinsky

Sí, durante muchos años, cuando trabajábamos con temas de actualidad y no había tiempo de hacer los guiones -a veces se editaba, se grababa y se salía en el mismo día- teníamos una especie de guía, como una hoja de ruta. Partíamos de varios ejes y siempre había tres o cuatro chistes anotados, aunque no sabíamos nunca cómo los íbamos a decir. Esa urgencia era una locura. Después, tratamos de mantener el tener la idea y el saber a dónde vas, pero con una estructura más sólida. Porque, cuando grabás tan seguido, a veces tenés que aceptarlo, «hoy no tengo nada, chicos». Ahí necesitamos un guión.

  

SE ME ENCOGIÓ EL SILENCIO

                                    “Un poema debe ser palpable y silencioso/ como fruta redonda./ Mudo como viejos medallones al tacto./ Silencioso como la piedra de la moldura de la ventana/ gastada por el roce de la manga, donde el moho ha crecido. (…) Un poema debe ser semejante a:no verdad./ Para la historia del dolor,/una entrada vacía y una hoja de arce./ Para el amor,/ los pastos inclinados y las dos luces/ sobre el mar./ Un poema no debe significar,/ sino ser.”
“Arte poética”, Archibald MacLeish

En “El Sketch”, es muy común escuchar frases que se repiten, como estribillos, ¿son guías?, ¿son enfáticas?

Sí, al principio, la gente que lo veía me decía que yo repetía muchas frases. Después, quedaron. Yo, de verdad, no tenía demasiada noción de que en un sketch decía muchas veces “ey” o “me estás jodiendo”. A esas muletillas, ahora las repito conscientemente y trato de racionarlas. La mayoría salen de la improvisación. Hay una, que actualmente usamos mucho: miramos a cámara y decimos “paciencia con este sketch”. Esa frase salió de un trabajo, donde yo era una empleada doméstica. Buscaba que el espectador pensara que, vestido de empleada doméstica, yo era una mujer de unos cincuenta años que trabaja en una casa de familia. Y, cuando salí por primera vez, me surgió mirar a cámara y decir “paciencia con este sketch”, porque entendía que era todo raro. Ahora lo usamos mucho como una señal al público, como quien dice: «vamos a ir en esta dirección, bánquenos, lo bueno va a venir después». Y la gente lo entiende.

Dijiste recién que no te gusta trabajar apurado por la coyuntura. Eso, en el ámbito de la producción. Ahora, la urgencia, el atolondramiento y la velocidad son elementos que aparecen en todas tus producciones. Creo que en “Esther” es el único trabajo que vi -y es de hace mucho tiempo- donde todo va más tranquilo. El resto es bien al palo.

Sí, en parte tiene que ver con el ritmo de laburo. No sé si es un vicio del que escribe pero, hasta que no te ponen una fecha imaginaria en tu cabeza, no arrancás. Te dicen, cerramos el 7 de julio, y empezás a escribir el 5. Yo trabajo bajo presión y bajo presión saco lo mejor de mí. A veces me digo: ¿por qué no escribí esto hace dos semanas, cuando tenía tiempo? Es algo raro, no tengo respuesta. Por otra parte, está la urgencia de trabajar con la actualidad, el chiste no te puede quedar muy viejo. Y hay una urgencia implícita en los tiempos en que transcurre el sketch. No tenemos ninguno o casi ninguno, donde se muestre qué pasó al otro día, después de determinada escena. Hacemos situaciones en tiempo real. El sketch dura cinco minutos y, en la vida de esos personajes, transcurren cinco minutos.

Salvo los sketchs que juegan con varios tiempos. Por ejemplo, cuando te llamás a vos mismo desde el futuro y eso genera una cadena de llamados desde distintos futuros.

En relación a este tema recordé un trabajo que hiciste con Dicky del Solar, donde manejan otro ritmo, otro tiempo.

La charla que hicimos con Dicky estaba recreada como si hubiera sido una video-llamada real. De hecho, en esos primeros sketchs, jugábamos mucho más con el silencio. Con el tiempo, fuimos acortando cada vez más esos silencios. Ahora estamos en otra fase: tratamos de condensar mucha información en poco tiempo y nos ocupamos de evaluar dónde es necesario poner pausa. Para mí, estas producciones no están hechas para ver una sola vez. La idea es que tengas ganas volver a verlas porque te perdiste algo. Eso, que cada uno lo administre como quiera: miralo con pausas o de un tirón.

 

AL ARENERO, CON EL REGULADOR EN CONDICIONES

“Y todo termina con una esperanza, con una/ dilación —»ha estado bien»—, o en un bostezo/ o en otro lugar donde es menester el coraje.»
“El ocaso de los dioses”, Paco Urondo

Hay un preconcepto que supone a tu “Sketch” más afín para una generación. Sin embargo, cuando los más grandes se animan a verte, tu humor les llega a ellos también. También es cierto que, al armarlo para un formato audiovisual, hay un criterio que es propio de estos tiempos. Un actor que arma algo para teatro no puede contar con que el espectador va a poner pausa o va a mirar varias veces su producción.

Guille Aquino con El Anartista, fotografía Milena Penstop
Guille Aquino con El Anartista, fotografía Milena Penstop

Nosotros hicimos una obra de teatro que se llama “Antisocial”, muy similar a “El Sketch”, pero son dos horas en vivo. Lo similar es que tiramos varios chistes en cada frase. La ensayamos para que tuviera la velocidad más cercana posible a los videos. Pasa que, en teatro, en un momento, el público te frena a vos.

 

 

Justo hablaste de “Antisocial” y recordé que comentabas en una entrevista esa fantasía de tu generación de reventar hasta el absurdo ¿Qué es para vos sentar cabeza? A medida que pasa el tiempo, ¿cómo combina el cuerpo de cada uno con lo infantil? Digo, cuando no tenés que pagar el alquiler o el ABL, es más fácil ser infantil.

Yo padezco mucho la adultez. Me di cuenta de que era adulto cuando empecé a tomar noción de que, si yo no me frenaba, no me frenaría nadie. Nunca. Yo soy mi jefe, soy mi mamá, mi papá,  soy el dueño de mí mismo ¡es una locura eso! Es un diálogo interminable entre esa figura de autoridad -de aquello que sería mejor para vos y crees que te gustaría transitar-, y el deseo, el impulso a hacer un montón de cosas. La vida es muy difícil, te decís, «déjenme, déjenme divertirme un poco, déjenme probar cosas». ¿Por qué no ceno una caja de alfajores? Porque hay algo en mí que advierte: «no lo podés hacer, te vas a morir de un ataque al hígado». Cuando uno empieza a llegar a la adultez, es imprescindible crear un personaje que te regule a vos mismo. Eso, filosóficamente, es muy interesante. Otra vez aparece el desdoblamiento de roles del que hablábamos al comienzo: el que tiene un deseo y el que tiene que regular sus deseos.

Pero lo lúdico permanece. ¿O tiene fecha de vencimiento?

No, no. Lo que hago es un trabajo, me lo tomo muy en serio. Pero salir a filmar estas situaciones de “El Sketch” es como salir a jugar al arenero. Esto que hago es lo que hice toda mi vida, solo que ahora es más profesional. Pero mi laburo es una ridiculez, es muy de niños.

Wassily Kandinsky, Composition VII
Wassily Kandinsky, Composition VII

Por ahí es una ridiculez ser gerente de un banco, depende del punto de vista.

Yo me siento más ridículo e inútil en cuestiones que sirven para la vida real. Para esas cosas que tenemos que hacer los adultos, soy torpe, me trabo. Pero, dentro de mi mundo, de mi oficio, siempre estoy despierto.

En relación a lo lúdico -sin vincular esta pregunta con el poema, sino con una experiencia más amplia- ¿qué es lo poético para vos?

Lo poético está en pequeñas acciones, lo noto mucho en el cine. En “El Sketch”, al estar más pendiente del diálogo, no es tan fácil pensarlo. Pero en la elección del tipo de encuadre y otros detalles, hay un montón de poesía. Si lo pienso en términos de reacción, la poesía es donde se luce mucho la palabra. Y con muy poquito. Tenés que elegir bien dónde va cada cosa. En el humor, por ejemplo, eso es clave, no hay mucho margen de equivocarte con la palabra. Hay palabras que suenan más graciosas que otras. Si hago un chiste con el novio anti-drogas, tengo que mencionar los tres barrios donde sí está bien drogarse y los tres barrios donde está mal. Y, cuando ves el mapa de la Capital, hay algunos nombres de barrios que suenan más graciosos que otros, no sé por qué, algo muy musical en la palabra.

¿El humor puede no ser poético?

Depende de qué tipo de humor hablemos. De todas maneras, nosotros intentamos hacer pasar el mundo real a través de una ventanita. Por ejemplo, los protagonistas de un sketch hecho como sátira política nunca son los grandes protagonistas de la política. Intentamos mostrar la mirada de quienes están en el lugar de la gente.

  

MI PLEGARIA ES ¡UY!

“Como quien dice: anhelo,/ vivo, amo,/ inventemos palabras,
nuevas luces y juegos,/ nuevas noches/ que se plieguen/ a las nuevas palabras./ Hagamos otros dioses/menos grandes,/ menos lejanos,/
más breves y primarios./
Otros sexos/ hagamos
y otras imperiosas necesidades/ nuestras,/ otros sueños/ sin dolor y sin muerte./ Como quien dice: nazco,/ duermo, río,/ inventemos la vida/ nuevamente.”
“Fundación”; Susana Thenon

Pensaba en la época cuando Paco empieza a contagiar con esos riffs de guitarra eléctrica. ¡Cuánto más fácil sería que el coronavirus fuera un Paco contagiante y no ese enemigo invisible! En esos contagios, aparecían muchos personajes de la dictadura: Videla, Massera, Ernestina de Noble. ¿Cómo te vinculás  con esa etapa histórica?

George Grosz
George Grosz, El funeral

Yo soy hijo de la democracia, cuando nací ese «quilombito de la dictadura» ya se había resuelto: ¡gracias! Ese tema sólo lo puedo leer en libros de historia, a través de testimonios y documentales. Me perturban menos el nazismo y Hittler -horrorosos, pero más lejanos en tiempo y espacio- que pensar que la dictadura ocurrió en Argentina, perpetrada por argentinos. Vos podías cruzarte en la calle o en el supermercado con gente que ideó y fue partícipe de todo eso. Me parece sumamente perturbador cómo una sociedad puede llegar a ese punto. Es tan doloroso y tan extremo, que entonces las figuras de Videla y las de todos los dictadores son una tentación para el humor. El humor se para frente a la autoridad. El dictador es una figura tan absurda y ridícula, que uno sólo se puede poner a la altura de la ridiculez del personaje real.

De todos modos y aún en el presente, vos -que sos de la generación que no vivió el quilombito– podés cruzarte con alguien un poco mayor, que ignora ser un nieto apropiado. O con otros, que todavía reivindican el accionar de los milicos.

Esos temas siguen ahí, claro. Cada vez que aparece una noticia, sale el meme de Videla que hace el 3 con los dedos y dice, “dame 3 horas y los tengo a todos limpiando mi Falcón verde”. Hay incluso gente que hoy reivindica a las Juntas. No puedo creer que sigamos discutiendo algunos asuntos, no puedo creer que haya gente que aún cuestione el número de desaparecidos…

Pasa que no te pudimos resolver todos los quilombitos. No pudimos con los fachos que cacerolean para que los presos no sean protegidos del coronavirus. Tenemos algunos detalles que faltaría resolver…

¡Pero gracias a dios estamos muy lejos de aquella época!

¿Creés en dios? ¿O usas el “gracias a dios” como modismo nomás?

Muchos me dicen que uso mucho esa frase. No, no creo en dios para nada. No creo en ninguna fuerza superior de ningún tipo. Los hombres somos una especie de mutación rara de la biología. Cuando nos morimos, creo que no hay nada del otro lado. Esto es sólo como un paseo: tiene cosas buenas estar vivos, hay cosas terrenales que se disfrutan y también algunas cuestiones intelectuales que dan placer. No soy creyente. Sin embargo, cuando estoy atribulado, perdido o en crisis, a veces creo en la suerte. Para mí, dios es la suerte, o la voluntad propia: ojalá que yo esté a la altura de las cosas y que la suerte un poquito me ayude a salir de mis quilombos. Ahora, si me estoy cayendo de un avión, ¡te leo la Biblia en 15 minutos!

No, no, religioso de emergencia no vale.

Qué terrible sería si de verdad dios existiese, si después que uno lo negó toda la vida, llegas y decís: ¡uy!

Es un buen sketch.

  

¿ELEMENTAL, QUERIDO WATSON?

“Vivimos en el viejo caos del sol,/ O en la vieja dependencia del día y de la noche,/ O en soledad de isla, libres y sin tutela/ De esas anchas aguas de las que no podemos escapar./ Los ciervos recorren nuestros montes y la codorniz/ Silba en torno a nosotros sus espontáneos gritos;/ Dulces bayas maduran en el páramo,/ Y en el cielo aislado, cuando cae la tarde,/ Casuales bandadas de palomas describen/ Equívocas ondulaciones, al hundirse en la sombra/ Con las alas abiertas.”
“Mañana de domingo”, Wallace Stevens

Un tema que sí aparece mucho en tus trabajos es el azar. ¿Cómo te llevás con eso?

Samuel Gómez
Samuel Gómez

El concepto de azar y el de suerte definen completamente mi personalidad. La palabra más precisa sería caos. Me da mucho miedo el caos que es existir. Tengo una necesidad absoluta de estar bajo control y de controlar, un poquito, todo lo que pueda. Me cuesta relajarme. Por ejemplo -y cuando se podía-, entro a un bar, donde hay varios estímulos y mi cabeza dice inmediatamente: “esto puede salir mal acá, esto puede salir mal allá, este vaso se va a caer, esta persona se va a putear con aquella, va a llover”. En un segundo, tipo Sherlock Holmes, intento descifrar todo lo malo que puede pasar en ese sitio. No hay buen azar. Uno sabe que a las cosas malas de verdad nunca se las ve venir, vienen de un lado que nunca te imaginaste. Por eso, tengo la ilusión de que, si me adelanto, lo malo no va a suceder sólo porque yo ya lo presentí. Soy un obsesionado con el control y el caos. En la vida real esa obsesión me hace sufrir pero, a la hora de escribir humor, es perfecta.

¡Caos! Ya pienso si vos no serás dios, porque entrás al bar y casi sabés todo lo que va a pasar.

Me encantaría, es como parte de mi ilusión de control.

Caos quiere decir -etimológicamente- lo que está abierto, un abismo abierto, agrietado, que nunca termina de encajar. Entonces, como jamás está completo, siempre hay que trabajarlo. El tema de este número de la revista es “la confianza”. ¿Cómo confiar en medio de todo este caos?

Para mí es muy difícil el tema de la confianza. Confiar plenamente en alguien o algo externo es de las cosas que más me cuesta en la vida, por eso me cuesta mucho delegar. Soy de dejar casi todos los asuntos en mis manos. Así, si me equivoco, me equivoco en mis términos. Y eso, de alguna manera, me tranquiliza. Me pone muy nervioso pagar por los errores de otras personas. Indefectiblemente, uno tiene que confiar todo el tiempo. Si no, es insostenible la vida, para qué seguir.

Y al revés, ¿cómo vivir en la desconfianza permanente, en la suspicacia, en el pensar que cada tipo que se te pone en frente es un potencial hijo de puta, obligado a demostrar lo contrario? Esa sería una vida muy trabajosa y, sin embargo, es la que está de moda…

Sí, una vida muy exigente para con uno y para con el resto. Pero es lo que sale más naturalmente. Quizás, porque en la vida te pasan cosas que te hieren mucho y no terminan de sanar. Las experiencias malas generan una sensación tremenda en el cuerpo. Y sacártela de encima se vuelve imposible. Sin embargo, tenés que accionar, a pesar de la sensación. En el caso del humor, cuando tocamos temas muy dolorosos, es clave que el público confíe en mí. Más allá del que el chiste pueda parecerles mejor o peor, independientemente de que se puedan sentir más o menos ofendidos, es fundamental entender que tengo buenas intenciones y que no hago esto para dañar. Es como decir “confíen en mí, vamos a pasar por cosas medio feas en el camino, pero esto no está para hacerles daño, sino para entretenerlos, divertirlos y que todos la pasemos bien”. Es un poco como pedir paciencia, estamos por saltar un precipicio, pero no les voy a soltar la mano. Y, si te la suelto, vas a ver: pasará algo divertido y te va a gustar caer.

  

GUILLE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES

“Come chocolates, niña, come chocolates, que no hay más metafísica que comer chocolates/ mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería”
“La tabaquería”, Fernando Pessoa

¿Sobre qué no harías humor? Porque siempre puede haber en un público anónimo, alguien o varios, con quienes lo que decís no compone de la manera que vos esperabas.

Bernard Pras
Bernard Pras

Del 100% de los videos que hice, siempre a alguien no le gustó alguna cosa. Son las reglas del juego. Algún día a cada quien le va a tocar que tratemos un tema que no le causa gracia. Vos sabrás hasta dónde te la bancás. Para mí, lo más positivo sucede cuando alguna gente se ríe de cosas con las que no está de acuerdo, es el desafío máximo al que podés aspirar cuando hacés humor: “Sé que pensás que no tengo razón. Pero los argumentos fueron presentados de una manera graciosa, ¿no?” A veces me dan ganas de luchar con temas más difíciles y otras no estoy de humor para meterme en determinadas cuestiones, no encuentro la manera. También pasa que dejamos afuera momentos que nos parecen graciosos, pero van contra el contexto del sketch. Tal vez esos chistes se usarán más adelante. Sin embargo, en teoría, no tengo ningún tema que limite mi laburo. Si no pudieras tocar los asuntos que quieras, el humor sería sólo una burla, sería una disciplina aburridísima.

Entonces, ¿cómo distinguirías humor de payasada?

Payasada es el chiste, todo surge de una payasada, no podemos sacarle la payasada al humor. Tal vez, es ese pequeño recurso para sacar la risa. Humor remite, quizás, a la estructura más grande, donde incluís esas pequeñas payasadas. La payasada es como la célula del sentido del humor.

¿Puede no ser político ese organismo del humor?

Es difícil que no sea político. Cuando te decidís a ser un artista, el compendio de todo el trabajo, aunque sea a la larga, es político. Ahora, hay un montón de pequeños chistes o que no sé si son políticos. Son graciosos y listo. Lo político viene dado en qué le das al mundo, o en donde estás parado. Yo tengo un sketch en el que hablo ocho minutos de marcas de chocolates y como chocolates. Puedo pensarlo como una crítica al capitalismo y al consumismo pero, por otro lado, es una escena  súper terrenal, todo el mundo probó chocolates y sabe qué gusto tienen y es gracioso señalar lo malo de cada una de esas marcas. Y, aparte ¡cómo un tipo se puede estar quejando de los chocolates en un mundo en que hay hambre! Es desagradable. Es político.

Es desopilante lo que hacés, por ejemplo, con los trolls de Marcos Peña…

El sketch está hecho 100% de malas personas. En aquellos en que yo soy el personaje bueno, tampoco actúo a un tipo muy preparado para esa situación y siempre estoy ideológicamente medio confundido, sin muchas herramientas. En el caso de los trolls, nadie se autodenomina troll, o dice “yo trabajo como troll del gobierno” ni aclara “me levanto a la mañana y veo si puedo hacer mierda a alguien con una operación mediática”.

En cuanto a la maldad de los personajes, recuerdo ahora al que cayó en la escuela pública y por eso los compañeros de trabajo lo bardeaban…

Ese sketch, y otros, juegan mucho con personajes condescendientes malos. No hay nada más doloroso que un personaje que te tiene lástima, por razones que no lo justifican. Vos no te sentías mal por haber ido a la escuela pública, ellos quieren que vos te empieces a incomodar por eso. Entre los villanos, el enemigo número uno en los sketchs es la sociedad, la gente. No se trata de echar la culpa en otro lado, sino de mirarnos a nosotros y entender que somos “el mal”. Nosotros construimos todo lo que está mal.

En una de tus entrevistas, decís que tus personajes se dividen entre neuróticos y psicóticos. Y después aclarás que, en general, la gente oscila -más o menos- entre esas dos posiciones. Si no hay nada en el medio, es muy difícil cuidar a otro y que te cuiden, ¿no?

Sí, no hay piedad en eso, son dos extremos del egoísmo absoluto, ambos se miran el ombligo y, casi, no reconocen a otro. El asunto oscila entre “tengo miedo de que me ataquen” y “necesito salir a depredar” o es como un cóctel de las dos cosas. Pero claro que podemos encontrar algo en el medio. Sin dudas, en el mundo hay misericordia y amor. No lo ponemos mucho en los videos, pero tratamos de darles cierta dulzura, que no sea el 100% maligno. Ya es muy dolorosa la realidad que nos toca, así que también jugamos un poco con la empatía. Lo que subyace en la comedia -y creo que es parte del motivo por lo que a muchos les gusta tanto-, es que das la chance de ver de lejos un comportamiento que no podés identificar en vos mismo. Al verlo en otro, pensás: “pobre chabón”, advertís a ese otro como una pobre persona y deseás que, ojalá, algún día pueda advertirlo.

Entonces, hay un manto de inocencia en la estupidez humana.

Sí. Para mí los personajes, más que malos, son muy ignorantes. Si le preguntas a cualquiera de estos personajes -o personas-, casi ninguno se admite malo. Por el contrario, creen que están haciendo el bien y que tienen razón en relación a cosas terribles. Y ahí está la ignorancia.

¿Hay para vos algún otro que puedas llamar enemigo?

Siempre hay como un enemigo. Por ejemplo, hay gente que me dice que Lucía es la mejor mala de todas, como si “El Sketch” fuese una serie a lo “Batman”, una de Adam West de los ’60, con un villano invitado cada vez: “hoy tenemos a Lucía Iácono”, “hoy tenemos a Pablo Mir”. Me parece que cada persona es enemiga de sí misma. En el camino, sólo queda confusión y hacer padecer al otro. No sé si hay como un némesis, como en James Bond, donde siempre existe uno que te quiere destruir. No lo veo tan blanco y negro, siento que son todas proyecciones. Hay que ponerle cara a un sentimiento propio, cada uno lo tiene que resolver con sí mismo.

Raúl Gómez, Sail on sailor
Raúl Gómez, Sail on sailor

  

¡HASTA LOS OCHENTA, SIEMPRE!

“(… ) No para el hombre altivo/ que se aparta de la luna colérica/ escribo yo estas páginas de efímeras espumas,/ ni para los muertos encumbrados/ entre sus salmos y ruiseñores,/ sino para los amantes, para sus brazos/ que rodean las penas de los siglos,/ que no pagan con salarios ni elogios/ y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte”
“En mi oficio o arte sombrío”, Dylan Thomas.

¿Qué ventajas y desventajas tiene ser autodidacta y trabajar con personas que no se formaron por las vías que usualmente lo hacen los actores profesionales?

Cuando era chico, mi sueño era filmar una película, ser director de cine. En el camino pasaron muchas cosas y también cambió el mundo. Apareció, por ejemplo, la opción de hacer videos por internet. Ahora, yo sé qué me gusta y me puedo obsesionar muchas horas con eso. Pero tengo cero grado de atención con lo que no me interesa: no lo puedo aprender, me podés explicar una hora y media y yo no termino de escucharte. Entonces, todo lo que fui encontrando como estilo, en realidad, no está hecho de aplicar virtudes, sino de esquivar defectos. Como no lo sé hacer de otra manera, lo hago así. Pero al principio lo padecía, odiaba ser un ignorante en un montón de cosas. Ahora estoy contento de haberlas aprendido, porque descubrí la manera en que me gusta trabajar. Obviamente, siempre busco aprender más, no estancarme. Pero es algo que no se puede forzar, aparece cuando tenés la necesidad. Por ejemplo, estudié guion y me pasé años tratando de escribir en esa estructura que te enseñan, de respetar todas las normas, las divisiones, las prohibiciones. ¡Me volvía loco!

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Guille Aquino con El Anartista, fotografía Milen Penstop

¡Un anarco humorista!

¡Ponele! Acatar todas esas estructuras y, encima, agregarle creatividad y una idea me resulta imposible. Llegó un momento en que conseguí un formato para mis guiones y, de ahí en más, los escribí así. Total, los voy a filmar yo.

Hay cosas que los espectadores nunca sabemos si son guionadas o casualidad. En un laburo con Dicky del Solar, están en un country, en plena cuarentena, y el tipo tiene en la mesa un Scheridan´s. Es un licor que, al tirarlo, mezcla dos bebidas, una blanca y una negra. La botella está en el medio de los dos: el blanquito, cheto, de un lado. Y vos, del otro…

Lo grabamos sin mucho guion. Teníamos las premisas. Él sacó ese trago, a lo sumo, es una genialidad de Campa, pero tampoco sé si él la pensó. Se puede leer como una mezcla de dos mundos. Desde el punto de vista del personaje racista de Dicky del Solar, puede pensarse que ese trago -justo ese- habla de que se van a mezclar blancos y negros. Y también puede ser que, como estamos en cuarentena, el chabón sólo tenía eso para escabiar. O, quizás, entre muchas botellas, esa le pareció más graciosa. No sé si fue pensado o sin querer, pero antes hablábamos de poesía. Bueno, esto es un poco poesía.

Hablando de qué se puede leer de una escena, no sé si modificaste la declaración que diste en otra entrevista con respecto a la lectura. Dijiste que te excita mucho que otros lean, pero que hace un tiempo no leés. 

Sigo medio en esa. Pero no es algo personal con la lectura, sino con casi todas las disciplinas: con la música, con el cine. Estoy en un período donde no estoy concentrado en traer cosas nuevas, sino que trato de asimilar las lecturas y las películas que vi durante toda mi vida. Tengo mucho para absorber, este hígado cultural aún tiene bastante para filtrar. ¡Todavía intento entender el libro de Dostoievski que leí a los 16 años! No tenía ni puta idea de qué estaba leyendo. Lo leo ahora y me caigo de culo. Pero voy a volver a la lectura y a las películas. Ahora estoy laburando mucho. Probablemente, llegue un momento en donde yo mismo me desgaste de este ritmo y tenga que parar y cargar energías. Estoy en una época de adultez, en el sentido que tengo dedicarle mucho tiempo al trabajo, a tener una mínima vida social, a estar en una relación, a ver a mis amigos lo más que puedo. Me doy cuenta que son mis últimos años de esta energía obsesiva, loca, maniática, de hacer y hacer, la velocidad de los treinta y pico. Son los últimos años de tener ganas de escribir con mis compañeros de trabajo hasta las 3, 4 de la mañana. Pero cada año estoy más cansado y tengo menos ganas de ese ritmo y más ganas de disfrutar las cosas a otro nivel y moverme de otra manera. .

¿Te pesa el éxito que lograste?, ¿te sentís responsable de tener que sostener ese lugar conseguido?

Sí, me pesa, me persigue y me preocupa. Pero, antes de haberlo logrado, ya estaba empezando a tener una tendencia a resentirme con el hecho artístico y conmigo mismo. Fueron muchos años de intentarlo. No tengo nada en contra del fracaso, estoy acostumbrado a fracasar y sé que voy a seguir fracasando, que esto es un bache donde enganché un respiro. De golpe me di cuenta de que a la gente le gustaba lo que yo hacía. Lentamente, la difusión se fue de las manos. Con un cuarto de esto que logré, ya hubiera estado satisfecho para siempre.

¿Y lo hubieras seguido haciendo, aun si no obtenías este éxito?

Sí, es lo que tengo, me resiento, y pienso ¿para qué hago esto?, ¿en qué momento doblé mal?, ¿en qué momento de mi vida elegí hacer algo así, si sólo me produce ansiedad, y me hace cuestionarme qué tan bueno soy, qué tanto tengo para decir? Pero, al final del día, después de todo ese llanto y autocompasión patética, sé que hasta los 80 años voy a seguir en este camino. Seré viejo, me voy a levantar y voy a decir: “¡escuchen esta, la tengo, esta es la idea que estuve buscando toda mi vida!”.

Mil gracias por tu laburo.

Gracias a ustedes, la pasé muy bien. Es la primera vez desde que estoy en cuarentena que estoy con tanta gente junta al mismo tiempo, ¡para mí esto es como mi cumpleaños!

Guille Aquino con El Anartista, fotografía Isabel D'Amico
Guille Aquino con El Anartista, fotografía Isabel D’Amico

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