La confianza: entrevista a Gillespi.
Entrevista: Isabel D´Amico, Estela Colángelo, Alicia Lapidus, Lourdes Landiera, Gabriela Stoppelman, Esteban Massa
Edición: Esteban Massa
“No entres dócilmente en esa pálida noche,/ (…)/ rabia, rabia contra la agonía de la luz”
Dylan Thomas, “No entres dócilmente en esa noche quieta”
Casitas bajas, revoque grueso ausente, ventanuzcas por donde los ladrillos espían la fauna y la vegetación urbana. En la esquina, un grupo de laburantes cierra las puertas de sus casas hacia tantos matices del anonimato. Baja el sonido de las radios a través del aire oscuro y los pibes arrancan la rutina escolar. Hay ruido de cortinas que amanecen, cautelosas. Sin detenerse en el desperezo de la luz, el empleado del banco va de traje y maletín con aire de superioridad. Mientras, a los tumbos, los changuitos arrastran a las señoras del barrio a clavar su ojo clínico sobre las lechugas más frescas. Y así, de espaldas y en medio de la rutina “patio-verde-conurbana”, asoma una trompeta. Va sobre el hombro, como un juguete listo para dar batalla contra los hombres de piedra, amargos pisoteadores de la infancia y estranguladores de deseos. Cuentan en la zona que los hombres de piedra llegaron hace un tiempo tan lejano, que se escurre de las memorias. Entraron al territorio, sigilosos, justo cuando estaba por comenzar la tarde, en una canchita de fútbol. Aunque algunos sintieron miedo y otros, bronca, los preparativos no se detuvieron. Mientras los hombres de piedra merodeaban, uno de los pibes empezó a repartir camisetas. “Vas de cuatro, suerte”, le dijo al trompetista quien, entre el equívoco y la buena oportunidad, eligió sumarse a las curvas del azar. El flaco de la guitarra eléctrica llevaba la 10 en la espalda y una cinta en el brazo. El bajista, la número 5. Y el batero, la 8.
Durante los primeros minutos, los músicos llevaron la iniciativa en un encuentro trabado. El pibe de la trompeta era casi un espectador más. No tocó la pelota, hasta que se le arrimó un rival y lo trabó firme. Entonces, sí, se la entregó redondita al violinista quien, de primera, la jugó certero con la guitarra acústica. ¡Buena, Cornetita, buena!, gritó uno de afuera, con voz de dos atados por día, mientras aplaudía la temeraria acción. Luego de unos rebotes, la pelota derivó en Guitarra eléctrica, y el cielo se oscureció. Una luz circular, blanca y segunda hizo foco sobre el trompetista. Entre los espectadores, ya se murmuraba lo inminente. Por las sombras de lo imposible, iba el pibe de rulos, expectante, con la trompeta atenta ante la jugada. El 10 no encontraba pase pero, con un riff furioso, logró dejar a dos rivales en el camino. El baterista le marcaba el ritmo, mientras el bajista, apenas acompañaba, temeroso y perdido en la oscuridad del campo.
Sobre la rama alta de un árbol, un pibe pelaba una naranja y jugaba a embocar la cáscara en un tacho oxidado. Una vez que logró embocarla, festejó con el puño apretado y gritó: “eh Guitarra, abrila, que está solo Trompeta”. Pero Guitarra no se la dio, se arrimó al borde del área y lanzó un disparo recto como una cuerda tensa, al palo derecho. El arquero se estiró cuan largo era y rozó la pelota, que pegó en el palo y volvió a la cancha, con dirección hacia el 4, en cámara lenta: una gota de cuero a los besos con la tierra suelta.
El tiempo se apagaba sobre las casitas bajas. Entre la luz expandida, se corría un telón misterioso y la escena era toda de él. Se llenó los pulmones de aire puro, improvisó una pirueta e impactó el balón. Apenas se vio su sombra, entre tanta oscuridad, incertidumbre y aliento contenido. Solo quedaba agudizar los oídos y escuchar la música que brotó del beso de la pelota con los piolines de la red. Esto es jazz, dijo el pibe, mientras pelaba una naranja.
ERRORES FUERA DE CATÁLOGO
“El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada.”
Goethe
Un tema que aparece recurrentemente en tus libros es el del error. Dijiste en una oportunidad: “A la primera desafinada, la gente se levanta y se va”. ¿Cómo te llevas vos con el error, algo tan sancionado y castigado ya desde la escuela y desde otras instituciones?
Yo me llevo muy bien. La relación con el error se da según como uno encaró las cosas desde un comienzo. Yo evité pasar por sitios de alto bullying, como podría ser un conservatorio. Ahí la exigencia es muy alta, porque ofrecen una sola forma de hacer las cosas. Desde adolescente, fui esquivando esos formatos. Entonces, el error es mi gran amigo. Es ridículo pensar en la perfección, solo la puedo pensar como una combinación de aciertos y errores.
Sos autodidacta y, en ese sentido, también manifestaste la importancia del método y la disciplina para perseverar….
Mi disciplina tampoco es tan marcial. Al ser yo el director y alumno de mi propio colegio, me doy mis licencias. Es cierto que el método organiza, te permite seguir un objetivo, te clarifica qué hiciste, hacia dónde vas. Ya sea con un instrumento o en otra actividad. En el estudio de un instrumento, vas de menor a mayor complejidad. En algún punto, yo he sido poco riguroso, sin las exigencias de un alumno que tiene que dar exámenes y ese tipo de cosas.
¿Cuáles son las ventajas de ser autodidacta?
El gran desafío es no empantanarse a mitad de camino, ese es un problema. Al ser tu jefe o director, tenés que buscar una vuelta de rosca diferente. “Blow!” es un libro acerca de trompetistas, que habla del viaje que implica el arte de tocar la trompeta. Se trata de un instrumento insólito desde su mecánica interna ya que, en pocos días, podés perder tu tono trompetístico, y quedás casi en cero, retrocedés mucho. Dejás de tocar un mes y tocás mucho peor que antes, es notable. Esto no pasa con instrumentos como el piano o la guitarra. Si alguien estudió piano de chico y de grande se encuentra con ese instrumento en alguna casa, puede tocarlo. Eso es admirable. Con la trompeta, aun si sos un profesional, si no hay continuidad, hacé de cuenta que, cada vez, empezás de nuevo. Te preguntás: ¿Esto qué es?
¿Con la escritura te pasa esto?
Yo no escribo con la vocación constante de un escritor. Escribí un tiempo de manera regular. Y no lo digo por la calidad de los libros, lo digo por el tiempo que le dediqué. Fueron 5 años durante los cuales escribí. Hoy por hoy quiero retomar, hay un contrato con una editorial para reeditar “Blow!”, editado por primera vez en 2008. Ahora está fuera de catálogo. Por eso, mi amigo Leandro Donoso me propuso reeditarlo en una versión más ampliada, ya que pasaron más de 10 años. En ese interín, seguí entrevistando trompetistas. Hay muchas entrevistas entrelazadas. En ese momento eran algo de veinte y ahora podrían agregarse otras diez. Entonces, con las mismas preguntas, podríamos darle más riqueza. Luego viene la edición y cómo ensamblar los nuevos testimonios. La propuesta de reedición es del año pasado. Pero aún no puedo enfocarme en la escritura, en el tono.
¿Es algo así como cuando dejás de tocar la trompeta, que cuesta retomar?
Con la escritura me pasa como con el diálogo. Cuando fluye, uno arranca y va. Pero, actualmente, estoy con la famosa hoja en blanco. No obstante, en los próximos meses, tengo que comenzar.
¿No te ayuda la lectura para encontrar el ritmo y comenzar a escribir a partir de él?
Sí, claro, hay escritores que tienen una cadencia, una forma contagiosa de contar las cosas. Por momentos, es un espíritu que se mete dentro de vos de forma pasajera y -por decirlo de alguna manera- de forma transitoria, te transformas en él. Me ha pasado con la lectura de Paul Auster, que coincidió con la época en la que saqué esos libros. El primero fue “Blow!”, después vino un libro sobre Narciso Ibáñez Menta; lo hicimos con un amigo, ambos somos fanáticos de Narciso…
¡A ese no lo conseguimos!
En general es difícil conseguir los fracasos editoriales (risas). Uno de García Márquez lo encontrás en cualquier lado.
LA POESÍA ES UN JUEGO DE NIÑOS
“Es el día de hoy que escucho que alguien hace juegos de palabras y me encanta. Cuando yo era chica no me daba cuenta de la atracción que tenía por las palabras y que después iba a derivar en lo que es la literatura: el amor por la palabra por excelencia”.
Elsa Bornemann
Nombraste a un narrador, Paul Auster. ¿Cómo te llevas con la poesía?
Me encanta, no soy un gran entendido, ni un lector habitual. Tuve mi momento de epifanía cuando terminé la secundaria y me encontré, un poco de casualidad, con el libro “Palabras”, de Jacques Prévert. Esa fue mi iniciación al mundo de los poetas. Hace poco, Pedro Aznar hizo un recital desde la casa, donde intercalaba canciones con poemas de él. Pienso que el poema tiene una fuerza única, cierra por todos lados.
Te lo consultaba, ya que vos sos músico y -entre los géneros literarios- la poesía es la que más se acerca a la música. No tenés que seguir un argumento, suena, el personaje es el ritmo…
Claro, no tenés que explicar nada, aparece una línea con una información que no tiene nada que ver, podes mezclar, jugar con las palabras en la forma musical. Te da libertad. Pero no escribo poemas. Yo podría ser un poeta que escribe sin rima, aunque pensar toda esa técnica es algo superior.
Dijiste una palabra que se repite en tus textos y entrevistas: «jugar». Contanos un poco qué es eso de jugar con la música de manera infantil…
En general, los músicos somos todos infantiles. Dedicar tu vida a un aparatito, como una guitarra o un violín, no deja de ser un juego. Los instrumentos son juguetes. Los músicos no lo quieren reconocer, se ponen serios, profesionales, laburantes. Ser músico puede ser un trabajo para quienes cobramos por lo que hacemos. Pero, en el fondo, somos muy infantiles. Al principio, entre la infancia y la adolescencia, el encuentro con la música siempre es muy lúdico. Por otro lado, en varios idiomas, el verbo para indicar que vas a tocar un instrumento remite al juego: “playmusic”. Play: jugar. Los músicos juegan y, en la creación, tiran sobre la mesa elementos infantiles. Es difícil componer de manera adulta. Probar, imaginar universos de sonidos, todo eso remite mucho a la infancia.
“No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria;
trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura”.
Rubén Darío
En varias entrevistas, mencionás la perseverancia, el ser cabeza dura. ¿Ese juego del que hablábamos tiene la pretensión de incidir sobre el mundo y moldearlo?
Yo creo que sí, tanto en la música como en el humor que hacemos con Dolina, hay una pretensión estética. En esas conversaciones alocadas que van por cualquier lado, hay una búsqueda de cambiar las cosas. Si escuchás el programa entre líneas, eso aparece. Ahora que trabajo sobre temas nuevos y en mi casa, tengo la esperanza de que eso que uno hace modifique algo. No te digo que me escuche Donald Trump y haga tal cosa, me refiero a pequeñas modificaciones en las personas comunes, que la música las pueda llevar a un lugar de disfrute, de curiosidad.
Parece como que hubiera quedado en el tiempo eso de cambiar el mundo, como si alguien hubiera demostrado que ya no se puede y que intentarlo es, al menos, una ingenuidad….
Es cierto que, cuando uno quiere expresarlo desde su lugar, genera en la gente una especie de: “pará flaco, pará, ¿vos también querés cambiar el mundo?” Estamos en una encrucijada con esto de la pandemia y, quizás, el mundo cambie. Pero, sin dudas, es una oportunidad para resetear, buscar un nuevo estilo de vida y, a partir de ahí, que las cosas se reacomoden. Me seduce la posibilidad de pensar un mundo donde las fronteras no se van abrir por un tiempo, nos puede dar una chance para abordar ese replanteo del que hablamos. Cada país hará su trabajo. Lo pienso en pequeño: imaginate que, en una habitación, se hubieran quedado encerradas veinte familias. Bueno, uno tiene que cocinar, el otro tiene que cubrir otra tarea, creo que eso se puede llegar a dar.
La pandemia nos obliga a revisar nuestra relación con la incomodidad. O nos quejamos y no hacemos nada, o seguimos. ¿Cómo te llevas con la incomodidad?
Me llevo bien. Hay una cosmovisión diferente en los nacidos en los suburbios, en mi caso, en Monte Grande. Me formé en un pueblo con pocos habitantes, mucho campo alrededor y, salvo en el centro comercial, calles de tierra. Hay costumbres citadinas que yo no tengo. No tengo un bar donde me siento a tomar un café y ver cómo pasan los taxis (risas). Puedo tomar mi café en la estación de servicio de la rotonda, acá a diez cuadras. La melancolía de la ciudad de la que hablamos con Dolina, ese porteñismo del tipo que se sienta en el bar a mirar cómo camina la gente a través del vidrio , es una costumbres urbana que no he tenido jamás. Mi vínculo con mis amigos es una cosa más extraña. Afortunadamente, en Monte Grande, todos tenemos nuestro patio, el parquecito, la parrilla, el asado, los perros. Esto no cambió, lo mantengo como lo mantuve toda mi vida. Lo que me incomoda es no poder ir a trabajar, aunque los programas siguen, apoyados en la tecnología. Pero no siento esa angustia del que está encerrado en un departamento. Lejos estoy de ese tipo que sale al balcón y se sienta, aplaude, a veces sin saber por qué…(risas). Acá, en Monte Grande, no existen los aplausos o los cacerolazos, el conurbano es rústico, la gente es áspera, no vibra como lo ves en la televisión. Tiene la tranquilidad del pueblo. Lo malo es que si organizás un recital van tres personas.
PAREMOS LA PELOTA QUE HAY TIEMPO
«Jamás he visto un partido en mi vida. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio, y además porque la gente que asiste a esos partidos no va por el juego en sí mismo, como deporte, sino exclusivamente para ver ganar a su equipo».
Jorge Luis Borges
Mencionaste dos veces a Dolina. Quien los escucha o los ve, imagina que laburan con una gran improvisación, aunque ustedes plantean que la improvisación sola sería un caos. Por lo tanto, debe haber algo que planifican. ¿Qué similitudes hay entre la improvisación y la planificación en la radio y en el jazz?
El programa de Dolina es bastante jazzístico, trabajamos a partir de informes de revistas o de sitios de internet, medio random. Hay una productora que se dedica solo a eso y a compilar e imprimir mensajes de oyentes. Nosotros nos encontramos con los temas antes del programa y Dolina se hace del material minutos antes. Partimos apenas de disparadores que nos permiten entrar y salir, o salir y no volver más. En el jazz es parecido: si hablás de los temas clásicos, son plataformas para que uno pueda improvisar encima. Hay un libro, el “Real book”, que tiene mil canciones. Los temas incluyen desde los de Gregory Porter a los de Duke Ellington, de los años 40 a los 60, es un repertorio con mucha música de comedia, bossa nova y demás. Se respeta un poco la melodía y también la cantidad de compases del tema. Al final, volvemos a la melodía inicial, pero siempre con libertad, lo hacemos de un modo muy diferente a un músico clásico que se encuentra con una sinfonía. En jazz, cada uno le da su toque personal a la melodía y se mantienen los centros armónicos. La melodía, en el inicio, es como el título en el programa de radio. Después, puede suceder cualquier cosa. Finalmente, regresamos al título.
Este merodear de la improvisación debe contener una cuota importante de confianza entre ustedes. Y la confianza es el tema de este número Anartista…
En el programa hay una especie de manual de estilo, como tienen los diarios. No se dice a viva voz, pero sabemos que hay cosas que no tenemos que hacer. Han pasado muchos integrantes rotativos y algunos duraron un programa, no se adaptaron a ese manual. El chiste va a aparecer, lo importante es transitar la improvisación sin apresurarte a tirarlo. Un chiste mal tirado da por terminado el tema. Dolina nos da pies que tenemos que dejar pasar. No podés patear al arco siempre.
¿Ese patear al arco sería un error grave?
Es arrebatar el asado, tirarle nafta al fuego. Seguramente, la cagás. Por decirlo futbolísticamente, nos importa mucho la belleza de la jugada, el lucimiento en la improvisación. No podés sacar de la mitad de la cancha y darle al arco. ¿Qué es eso? Tenés que ir al psicólogo (risas). No obstante, hay gente joven, que trabaja en otras radios, y tiene desesperación por hacer el remate más ingenioso para quedar como piolas y sobresalir. Hay una competencia, que no puede ocurrir en nuestro caso.
¿Cómo te llevás con eso de parar la pelota en la escritura? Con las palabras a veces no es tan fácil no patear al arco en búsqueda de un gol.
Nosotros tenemos un programa de dos horas, sí o sí tenemos que parar la pelota. Si todos los bloques fueran cortos, sobraría una hora y media. En la escritura no está ese marco, salvo que el editor te pida 200 páginas y le entregues 80. Eso quiere decir que estás pateando al arco en todos los capítulos. Creo que el de la escritura y sus tiempos es un territorio distinto.
Claro, la escritura va armando su tiempo. Si da para un cuento, será un cuento; si no, será una novela….
Sí, el formato del programa nos mete en ese frasco de tiempo y hacemos lo que podemos en ese límite, con un comienzo y un final. La improvisación está en el medio.
La infinitud no es un buen lugar. ¿Es importante que haya un marco que contenga?
Seguro, lo mismo sucede en la música, en un concierto. Tenés la hora de inicio, pero nunca sabes a qué hora termina. Y ahí hay una cierta libertad. Puedo tocar hasta cansarme y que no quede nadie en la sala; o tocar diez canciones, le pongo un fin y vemos luego los bises. Es un riesgo. Como asistente a clubes de jazz, cuando tenía 20 años, veía gente que era un manantial inagotable de música. Pero llegaba un momento en que decías: “loco, me tengo que ir a dormir, vine a las 9 de la noche y es la una de la mañana y seguís tocando. Me contaste todo cuatro veces”. (risas)
VIUDES E HIJES DEL JAZZ AND ROLL
“El rock es una piscina, el jazz todo un océano”
Carlos Santana, guitarrista mexicano
Hay que cuidar la atención del otro. Los entusiasmos no son siempre iguales…
Eso es importante. Ocurre cuando hago participaciones con grupos de rock. Tengo muchos amigos en ese ambiente y estuve fluctuando muchos años en ese mundo. Te pasan la lista de temas y hay 37 canciones. Y ahí decís: ¿No se les está yendo la mano? Es como contarme tu vida en tiempo real. Me río y pienso si la gente compra la entrada por kilos de música. Si “Divididos” no toca 2 horas y media, es una estafa. Creo que podés tocar una hora y media y está más que bien.
Nombraste al rock, y decís que ese fue para vos un lugar de pertenencia. Algo así como una religión sin deberes…
No sé si tan sin deberes. En aquel momento del rock, uno tenía que cumplir con un montón de cosas. Yo he estado, pero no sé si he pertenecido. Cuando empecé a tocar con los chicos de “Sumo”, venía de comprarle la trompeta a un pastor evangelista y asistía a una iglesia evangélica. Mis chistes no cuadraban. ¡Andá a ponerte una remera blanca o colorada, cuando la vestimenta era de riguroso negro o con cosas gastadas!. Era restrictivo, los rockeros se identificaban entre ellos, pero también a los que no lo eran. Hoy se ha mixturado y hay mayor libertad
Supiste decir que la trompeta era un instrumento de bullying. ¿Hay algún instrumento con esas características en la actualidad?
La trompeta competía con el violín como instrumento pedorro. En la vida te podían pasar dos cosas horribles: cruzarte con un trompetista o con un violinista. Hoy, las nuevas generaciones buscan ser distintos, su desafío es ese, aunque es muy difícil, por la gran variedad que hay. Sin embargo, si hoy aparece un loco a tocar con un sitar hindú, está bien. A mí me decían: ¿trajiste la cornetita? (risas)
Hubo varias luchas en ese sentido, Ian Anderson agarró una flauta traversa y la metió en el rock. En un principio, era sorprendente.
Sí, la música va pasando por distintos estadios, la flauta de “JethroTull”, el rock sinfónico de “Yes”, de “Génesis”, esa experimentación es alucinante. Yo viajé al Reino Unido y, en la parte vieja de Londres, está muy presente su cultura. Ahí entendés qué pasó. Acá era todo más extraño, no tuvimos esas influencias y al rock hubo que inventarlo de golpe. No encontrás a un indio tocando la trompeta. Hay instrumentos que son foráneos y hubo que meterlos medio de prepo. Seguramente, si investigás en la biografía de Ian Anderson, dice que estudió en el College de “qué sé yo cuanto”, que fue flautista de orquesta juvenil. Es decir, hay todo un acervo cultural alrededor que justifica que meta la flauta en el rock. Acá, esas innovaciones surgieron gracias a los que traían discos de afuera. Claudio Gabis, por ejemplo, también la gente de “La Cueva”, que empezó a importar esas cosas.
¿Qué ocurre con nuestro acervo cultural? Los jazzeros y rockeros de acá, ¿cómo se llevan con la chacarera, con la zamba?
Es un desafío conectar lo que hacemos con la argentinidad. Fue muy piola lo de Santaolalla, en “Arco Iris”, casi hizo una especie de antropología musical. Buscó instrumentos autóctonos, ritmos nativos y los mezcló con ese incipiente “rock anglo”. “Divididos” retoma esa idea con el disco “La era de la boludez”, producido por Santaolalla, donde meten el folklore en el tema “El Arriero”. Fusionaron una vez y no salieron más de ese camino. Es genial esa combinación: sikus, Tilcara, rock, la guitarra de Hendrix, todo mezclado.
¿Vos lo incorporás en tu música?
Ayer hice una versión de “Valderrama”, muy a mi estilo. En general, los temas que toco son de mi autoría pero, a veces, nos tomamos algunas licencias con el pianista, que conoce mucho repertorio. Hicimos algún tango en vivo: una versión del “El último café”, adaptada a la trompeta. Trato de que haya mucho de acá, que no sea un jazz de la Quinta Avenida de Nueva York.
Hace no mucho, con un amigo guitarrista que es muy virtuoso, fui a ver a Gaspar Benegas. Le consulté a mi amigo qué diferencia había entre ellos dos como músicos. Y me respondió que la guitarra, para esos músicos de elite, es como una parte de su cuerpo. ¿Cómo te llevás con esa imagen?
Está muy buena esa imagen. Hay músicos para quienes el instrumento son ellos. Lo veo muy claro en los pianistas. En mi caso, no es así. Para llegar a esa fusión, debes atravesar una cantidad de horas de trabajo. Ellos toman dos mates, agarran la guitarra y la largan a las 8 de la noche. Me parece admirable, pero no es mi vida, me aburriría muchísimo vivir así. Hay cosas que como músico ya sé que nunca voy a lograr, a cambio de divertirme con otras. No quiero dedicar mi vida a un instrumento, como si se tratase de un claustro. Tengo, por suerte, otras curiosidades.
Manifestaste en algunas notas que no te molesta eso de estar bajo “la luz segunda”, es decir, que la luz no te dé a vos prioritariamente ¿Qué ventajas tiene esa posición a la hora de pensar en tu libertad artística?
Que el protagonismo lo tenga otro tiene muchas ventajas. Las miradas que van al otro te dan libertad y tiempo. Mientras él va con la pelota, liga las patadas y es el centro de atención, vos vas atrás, podés pensar, y quizás te sale la jugada magistral. Eso sí, él termina con los moretones y los esguinces. La desventaja es que no todos lo soportan. No pueden sobrellevar el hecho de ser acompañantes. Hay celos, empiezan las críticas, una cosa tóxica. No tengo envidia. Mi problema soy yo, bastantes inconvenientes tengo para hacer bien lo mío, sobre todo, mis propios errores y limitaciones.
Elegiste un instrumento singular, vivís en el conurbano, en Monte Grande, con todos los matices que el lugar implica. ¿Esos detalles particulares te dan un plus a la hora de correrte de la centralidad?
En retrospectiva, las cosas se colocaron en un lugar, no fue planificado. Es difícil hacerlo en este país. No podés decir “en diez años voy a ser el presidente de la empresa de gaseosas Manaos”. No podes planear ni de acá a un mes. Las cosas se van dando de manera caprichosa. El único que dice ´bueno, Marcelo, abrí el estuche, estudiá un poquito, ponete a tocar´, soy yo. Luego pasa el tiempo, eso rinde sus frutos y alguien dice que fui un pionero. Esos comentarios se dan luego de una parábola de 35 años. Sin perseverancia, yo hubiese tenido una heladería en el centro de Monte Grande y un Clío en la puerta de mi casa.
CAMPO MINADO
“El deseo, va un paso más allá de la necesidad. Es más específico. Es la forma en que un individuo expresa la manera de satisfacer una necesidad. Un individuo puede detectar la necesidad de alimentarse, pero puede satisfacer esa necesidad de muchas maneras”.
Philip Kotler
¿Es el deseo el motor de esa perseverancia?
Tal cual, es el deseo. Uno quiere hacer eso, no creo que sea un sueño que uno persigue, sino el deseo de hacer lo que quiere. Y buscás que aparezca una foto tuya con una trompeta, no en la tapa de un diario, sino en un álbum familiar. Esa persecución se cumple, luego de muchas batallas. Incluso amigos y familia pueden poner algún palo en la rueda, con un simple un chiste, con un comentario que te pega en un lugar vulnerable.
Si no hubieras logrado el lugar que tenés hoy en la música y en los medios, ¿seguirías perseverando, aun cuando el techo fuese tocar para el álbum familiar?
Sí, hay un disfrute espiritual muy interno e infantil. Hacer lo que querés en este mundo es ir a un campo de batalla. Nosotros arrancamos, acá, en Monte Grande. Éramos un grupo de 15 músicos y el único que siguió fui yo. Hoy son todos amigos, pero se dedican a otra cosa. No pudieron bancar la frustración, el chistecito cruel. La bohemia es linda, pero hay que transitar ese camino. Te cruzás con uno que te dice que consiguió un laburo de cajero en un banco y, por otro lado, está el que siguió, ladrillito por ladrillito, y tal vez, llegó. Creo que no es algo de los músicos, muchos de ustedes podrán poner ejemplos de este tipo.
En los casos de abandonos, ¿será que el deseo fue muy débil?,¿será la falta de resistencia a la frustración? Vinculado a esto, ahora recuerdo que, en alguna nota, hablaste de iluminación doméstica, ¿cómo es eso?
Si algo puedo aportarle a quien lea esta entrevista o a quien está en estos territorios, es que hay que tratar de no escuchar lo que opinan sobre uno. Hay que tomarlo con pinzas, para bien o para mal. Si es algo que te impide seguir, guarda, ¡ojo con eso! Hace poco entrevisté a Mollo y él me contaba que una vez estaba en El Palomar, junto a su hermano; dos guitarristas muy virtuosos. Después de escucharlo tocar a Ricardo, un tipo -también guitarrista- le dijo que, según su opinión, Ricardo se tenía que cortar los dedos y hacer un puchero. Él habrá tenido 16, 17 años. Pasó el tiempo. Luego de un concierto de “Divididos”, un joven lo esperó a Mollo en la puerta y le dijo:´ yo soy el hijo del chabón de Palomar que te mandó a hacerte un puchero con los dedos´. El pibe era fanático de la banda. Y Ricardo, ¿qué le iba a decir?… Le mandó saludos para su viejo. Pero, ojo, si el que escuchaba la sentencia de este tipo era otro y no Mollo, por ahí ese juicio lo hacía dejar de tocar.
CRÓNICAS DE DIVÁN
“La mejor manera de descubrir si puedes confiar en alguien es confiar en él.”
Ernest Hemingway
Hay un tema que sobrevolamos y que es el tema de este número: la confianza. Pensándola como una apuesta al otro, una apuesta sin garantías. Más aun, en un mundo que se maneja con la desaprensión, la suspicacia y la sospecha, ¿cómo te llevás con la confianza? ¿Cómo confiar y cuidarse a la vez?
La confianza es un gran tema, y acá me voy a meter en un berenjenal. No tengo el nivel del conocimiento psicológico, más allá de haber pasado por la facultad. Pasé de estar cerca de recibirme de psicólogo a ser un paciente crónico de divanes, 20 años de análisis. Los argentinos hemos tenido una combinación nefasta de situaciones sociales, gubernamentales y golpes anímicos. Alguien que pasó por el corralito, que sufrió el padecimiento de golpear la puerta y que no le dieran ni la plata, ni una respuesta, ¿puede confiar en los bancos? Si en los setenta alguien botoneó que eras de un partido y la pasaste mal con los militares,¿qué confianza podés tenerle a tu vecino que, en un momento, fue tu principal enemigo? Es difícil.
Luego de la pandemia, el cuerpo social va a quedar dañado. Sin embargo, como gran parte de lo que se logró al sacar al macrismo tiene su fundamento y se alimenta en la movilización popular, habrá que recuperar la confianza en que nadie se va a morir o contagiar si va a Plaza de Mayo….
La pandemia fue un baldazo de agua fría. Tiene mayor complejidad que la que creíamos en un comienzo. Esto, en su etapa germinal, tuvo decisiones del gobierno que fueron ejemplares a nivel mundial. Se actuó con rapidez y con una viveza estratégica inmediata. Hay algo que charlamos con Dolina fuera del aire, y es la incidencia de los medios, cuando le queman el bocho de la gente: ´que esta cuarentena no da para más´, ´que te vas a quedar sin laburo´ y otras idioteces. Buscan descontrolar el conurbano, que sea un polvorín, que la gente salga a hacer cualquier cosa y se desmadre de un día para el otro. Son los mismos que, después, le van a reclaman a Alberto Fernández por la cantidad de muertos. Es difícil confiar en determinados medios o discursos, porque te tienden una trampa. El tema de la confianza es fundamental. Hace poco hicimos una gira por Suiza con un grupo de músicos. Allá la realidad es diferente, dejan el teléfono arriba de la mesa, y sale uno corriendo del pub para avisarle al otro que se lo olvidó. Viven en Disneylandia.
Deben tener desconfianzas de otro tipo, de otras cosas. Tal vez haya una desconfianza de explotador y una de explotado.
Una vez, mientras tomábamos mate en la cocina de su casa, Spinetta me dijo: ´Mirá, Gillespi, vos vivís en la Argentina, un país que siempre tiene necesidades´. No sé cómo se vive la confianza en otros lugares. Acá es muy difícil confiar en un jefe, por ejemplo, en el jefe de redacción de un diario. No porque sean malas personas, no nacen malas. Es que, por ahí, el tipo pierde el laburo porque arriba hay uno más malo que él. Ninguno es malo por naturaleza, pero todos podemos ser malos. Esta pandemia es una oportunidad histórica. ¿Para qué? Para mantener las fronteras cerradas, para no pagar la deuda al Fondo y para emitir nuestra moneda. Vivir del intercambio de bienes y comer de lo que producimos. La posibilidad de nuestra tierra es inmensa.
¿Creés realmente que podemos reconstruirnos con las fronteras cerradas?
Creo que sí. En este momento, sí. Si tenemos la suerte de que un acreedor no venga a llevarse toda la plata del país, de acá a 100 años y si aún podemos respirar, se puede replantear la cosa. Si sos empresario y querés ganar plata, bueno, aparte tendrás que cumplir una función social. Y no me vengas con las reglas del mercado porque estamos a fronteras cerradas. Creo que puede ser muy interesante.