La intensidad: sobre las fronteras en la obra del escritor uruguayo Fabián Severo.
Por Lourdes Landeira

 

DE INTENSIDADES ÓPTICAS

Na frontera/a yente se vai con el remolino,/corpo ventoso,/panadero/impurrado por u viento de nadies”.
“Viento de nadie”

Qué clase de espacio-tiempo constituye una frontera es una pregunta  de múltiples abordajes. Tanto la filosofía como la antropología tienen dicho –y por decir- lo suyo. Ahora bien, vueltos hacia nuestro zoom interno, en principio, quiero enfocar en las fronteras territoriales, esas que demarcan los límites y encuentros entre dos ficciones. Perdón, naciones. Y, si achicamos un poco más el campo visual, la mira puede quedar puesta en Artigas, en el Río Cuareim – Quaraí, en ese norte uruguayo, bañado en las mismas aguas que el sur brasileño. Con un poco más –o menos– de esfuerzo, la figura difusa de algún perro viralata comenzará a contornear su forma y, con él, llegará una voz multiplicada en una gramática inmanente, cuya única regla es lo singular en identidad colectiva. Más allá de la geolocalización de los cuerpos que las habitan y las policías inmovilizantes las fronteras, como el río, redibujan sus orillas una y otra vez. En ocasiones, la literatura compone con ellas una especie muy particular de espacio-tiempo. Como ese al que nos convoca el escritor uruguayo, Fabián Severo, en su lengua original. Severo ganó en 2017 el premio Nacional de Literatura de Uruguay, por su novela “Viralata” y acaba de publicar otra novela, “Sepultura”. Sin embargo, la invitación hoy es a recorrer algunos versos de sus poemarios: “Viento de Nadie” y “Noite no Norte”.

 

DE SOLEDADES ACOMPAÑADAS

“Disculpe mis palabra intreverada. Aquí, hablamo así porque nacimo en la frontera dus idioma. Si hay algo que usted no entiende, pregunte nomás. En Pueblo Sepultura, las pregunta nos hacen resucitar”.
“Sepultura”

Gustavo Serra
Gustavo Serra

En la dedicatoria de “Viento de nadie”, publicado en Montevideo en 2013, Fabián Severo dice: “A Laura y Julieta que llegaron para borrar la soledad”. Y quizás de eso se ocupen los versos del libro. No se trata de eliminar la soledad, sino de borrarla. Solo se puede borrar –o intentar borrar- aquello que existe. Y que insiste. Según cuán intenso haya sido el trazo de la escritura, más o menos visibles serán sus huellas. Severo no busca la tachadura, por el contrario, trabaja con la memoria inescindible del lenguaje de su vivencia.

 

La soledá pode se

uma caye de yuva i vento.

Mas no puede ser

toda las caye

toda las yuvia

todo los viento.

Los versos, contundentes, se mueven en el terreno de los posibles, en afirmaciones y negaciones, donde lo particular y lo general forman una unidad tan móvil como indiscernible. Donde se hacen difusos los contornos de cuerpos y paisajes, de emociones y fenómenos climáticos y, en consecuencia, lo inanimado deja de serlo por impregnación de su entorno. Lo animado puede convertirse en inerte mientras espera porque, en estos versos que rebelan y revelan injusticias amañá e lonye y, a pesar de que se puede ser feliz con poca cosa, neim iso, Dios da para uno.

 Ayá cada tanto,

alguien dis que veim u futuro

mas el polvo tapa las palabra.

A isperansa e uma orasión prus dumingo

i u lunes nunca yega.

 

Si hay un camino hacia esa otra orilla, apenas vislumbrada en ocasiones, el mientras tanto se habita consustanciado en el territorio de lo común.

 

Eu so marrón como el río.

Mi madre talvés quiso me salvar das agua

que transforman julio num inferno

i soñó meu nome de piedra.

La frontera sempre istá enojada.

U gris das parede

se mete na yente

como si ela fose a tristesa

i a alegría despertara notro barrio.

Eu vi tristesa nus plato

fome nus ojo

soledá en las boca.

Sin embargo, como ese río que crece y se desboca, inunda y arrasa, por más furia que lleve en su fluir, nunca llega al borramiento total de lo que toca:

 

Cuando la inyente vai imbora

limpamo el barro

sepiyamo as parede

i intonse solo hayamo as marca dus mueble.

Acá tava la mesa

ayí tava la foto de casamento.

La Mama baila con la vasora

yo me río i misqueso de yorar por mis juguete

hago cosa con la cara i eya también sorrí

i los dos isquesemo das nuve ensima da casa

i de que si segue yovendo

la semana que vein otra ves vai yegar la inyente

i la casa vai se inyer de biyo.

 

DE NIÑECES PERENNES

Los versos de Fabián Severo están llenos de infancias, de madre, de ausencias y presencias de peso constante en el continuo de memorias y palabras por palabras resoñadas una y otra vez. Para hacer con ellas aún los juegos más imposibles. Y, una vez más, poner blanco sobre negro, negro sobre blanco y en distintas combinaciones de las mismas herramientas, poder reír, poder llorar, volver a llorar, volver a reír.

 

La soledá

es noum incontrar palabras

para yorar.

 

Yunto i isparramo recuerdo.

Un ombre seim memoria

e um poso yeio de tierra

um aljibe muerto de sé

vasío du ruido da agua.

Asvés

cuando eya ta me contando esas historia

tras uns paum casero

mentras yo iscrevo

eya seva mate,

si eu paro de iscrevé

purque me dentra uma tristesa

yo oio pra eya

i veyo eya cumendo esos bruto paum

i me impeso rir

i al final

us dois nos matemo de risa da fome.

 

DE NOCHES CON NORTES

“Esta puede ser la mejor esquina de Pueblo Sepultura. Ese pedazo de azul inriba del cerro, ya es Brasil. Desde acá, puedo istar en mis dos nido. Tengo los pie en la tierra de mi país, mas mis ojo istán en el cielo de mi otro país”.
“Sepultura”

“Noite no norte” es una publicación que, hasta donde sé, tuvo tres ediciones. Por gentileza del autor, ya que en Buenos Aires no se consiguen –por ahora-, accedí a la tercera, que tiene un subtítulo: “Versión anoitesida. La publicación es de 2011 y ahí estaban ya Laura y Julieta impresas en epígrafe: “porque son mi patria”, al decir de Severo. No recurrí a la biografía del autor para saber si Laura y Julieta son sus hijas, imagino que lo son y esa convicción se hace verdad en mi lectura. Es mi manera de trazar una línea cronológica entre aquella madre que “mirava las flor i yo mirava ella, esa maestra que iscrevía mas mi madre no intendía, esa María que conta a mesma historia sempre, i a cara dela ficataum alegre que um se enye de tristesa, de esa Negra que dispós de faser as cosa da casa, cuando todos durmían, brincava de ser niña”. Pero llega el momento y la poesía me rescata de la trampa del argumento y me devuelve a la imagen del niño que pasaba horas mirando la televisión apagada, y al hombre que escribe para encontrar las respuestas del niño e incompletar con palabras la reedición de sus vacíos. Porque hay días que, sin saber “que ora es, pretenden despertar los vesino que dorme fronteramente”.

Los día de reye era um inferno.

A mim sempre me tocava

un balde i uma pala pra brincá na playa

mas nou avía playa.

Yo fasía un buraco i enyía dagua

i aí brincava de istá na playa.

 

Cuando yo me fui das casa

miña main me deu uma caya de sapato

yena de royo de foto.

Algún día Fabi

tu vai podé revelá esas foto

de cuando tu i teus irmaum

era piqueno.

Ainda tengo la caya guardada nel ropero.

Teño as palabra

faltan las imajen.

 

Esos rollos de películas sin revelar son la posibilidad de contornearse sin una imagen estática, de reconfigurarse en cada presente. Esos rollos son la patria imborrable que excede al territorio para hacer cuerpo con su portador. Allí donde esté, en sueño, vigilia, relato o acontecimiento.

Las imajen se mueven

i eu noum sei si las vi vivir

si alguien me contó que vivió o soñéi

 

Los Se Ninguéim

como eu

semo da frontera

neim daquí neim dalí.

No es noso u suelo que pisamo

neim a lingua que falemo.

Artigas teim uma lingua sin dueño.

 

Miña lingua le saca la lengua al disionario

baila uma cumbia insima dus mapa

i fas com a túnica i a moña

uma cometa

pra voar

livre i solta pelu seu.

 

Antes,

eu quiría ser uruguaio

agora

quiero ser daquí.

 

DE RIESGOS Y SALVATAJES

“Tein yente que cuñese el mar/i dis cosas bunita/duns barco que se vaum atrás del sol./Este río no mueve barco/i u sol sempreistá lejos/purque si se acerca/la agua desaparese”.
“Viento de nadie”

Marcelo Larrosa
Marcelo Larrosa

Según el diccionario -guardián de las definiciones para el tránsito de nuestras palabras- un salvoconducto, “en términos generales, es un documento expedido por quien tiene autoridad o poder bastante y que permite a quien se le concede transitar o permanecer en un lugar sin riesgo”. Fabián Severo, sin duda, tiene la autoridad y el poder de una gramática que, como infancia, lleva impregnada en lo más profundo de una epidermis tan porosa, que no distingue adentros y afueras ni propios y ajenos. Hasta ahí, diría, la coincidencia con el salvoconducto. Podría aventurar, también, que el afirmarse en su espacio-tiempo ha concedido a Severo la capacidad de moverse entre diversas geografías con su brújula incorporada. Ahora bien, el tramo final de la definición lo deja afuera. No hay escritura sin riesgo, ni sería deseable que la hubiera ni los textos de Fabián lo pretenden. Por el contrario, en la oscilación y en el cruce de extrañamientos e intimismos, genera una intensidad que aleja certezas y acerca incomodidades. Un gran conducto, a todo riesgo.

 

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