El miedo: sobrevivir en un pueblo chico.
Por Cecilia Miano
LA FÓRMULA DEL ÉXITO
Un poco de acción no viene mal, sobre todo porque el miedo, a menudo, ronda cerca.
En mi pueblo pequeño los miedos se condensan en particularidades. Por ejemplo, “el miedo de estar en boca de todo el mundo” es el miedo a que la gente del poblado de Salliqueló hable mal de una. Como en cualquier parte, esta cadena de murmullos, dimes y diretes, en general, arrastra sin límites cuestiones que faltan a la verdad. Y, para ser sinceros, como modo de relación entre ciudadanos, es básicamente una forma de sumar alianzas y resentimientos.
La dimensión del chisme es directamente proporcional a los personajes que se proponen en la escena. Por ejemplo, un cura y tres amantes es una fórmula que no falla.
ANTES MUERTOS QUE SENCILLOS
El escándalo apareció desde un pueblo vecino: el eco cuenta el chisme. El chisme es pariente de las palabras por lo bajo, en las reuniones de amigos, familiares y en todo encuentro de más de dos. En esta genealogía, no olvidar los audios y las voces que se mezclan en el apuro de contar rápido. Como sucede frecuentemente, las palabras no bastaron, entonces, también se hicieron imágenes: los memes de un cura, quien supuestamente danzaba entre dos o tres amantes, corrieron como pólvora.
La cuestión fue que el representante de la iglesia católica se enredó en amores con más de una señora importante del pueblo y su audacia desprendió interpretaciones, no precisamente traídas del cielo.
Estos pecados no inventados, en los pueblos pueden traer una sonrisa pícara en algunos y continuar como reguero. Tal vez, la falta en otros temas de interés provoca una necesidad casi inexplicable de sentir que debemos sostener en lo alto, por cuestiones casi sagradas, estos temas escabrosos en los que la grandísima mayoría de la población no tiene nada que ver ni nada sustancioso que decir.
Así somos.
PRIMER PLANO SIEMPRE
Escuchar esas conversaciones a veces da un poco de recelo. Se habla muy ligeramente de detalles que ni una cámara oculta podría registrar con tanta precisión: desde la posición en que se encontraban los amantes en el momento de ser descubiertos, hasta la marca italiana de la ropa que usaba el enviado del Señor. El morbo, como siempre, resquebraja no tanto la moral de los implicados como la de los relatores.
La atención sobre un tema se extiende hasta que el siguiente chisme irrumpe en la escena comunitaria. El chisme más poderoso desplaza al anterior de un empujón e intenta durar. Por esto es que los temas más “tratados” quedan en la memoria colectiva. Hay chismes que trascienden generaciones. No olvidamos nunca las raíces de nuestros ancestros, por eso es que los asuntos se actualizan y los chismes siguen cursos diversos.
LABORATORIO DE SENTIRES
Claro, me puedo dedicar a detallar temas en los que el pueblo es sensible a los chismes, pero algo muy interesante de contarte, lector, es qué genera el pueblo en la gente. Acá quiero hacer una salvedad, lo que sucede con los habitantes es muy diferente a lo que sucede con los invitados que llegan por un rato.
Los ciudadanos salliquelenses perciben el techo bajito de nuestro pueblo, esa sensación escondida por la frecuente falta de vuelo. Nos provoca escalofríos en los huesos cuando miles de autos nos encuentran en una autopista, cuando los ojos de los conductores no buscan conocidos para saludar. Parece un detalle menor, pero no lo es. Por su parte, el pueblo genera lazos muy fuertes en cada habitante. Para bien o para mal, todos tienen un protagonismo especial, todos representamos algo para los demás. Eso en las ciudades se pierde. Así, la experiencia del miedo por estos lares también es distinta. El miedo en la ciudad es ante la desolación de saber que no somos importantes para los demás. En el pueblo, necesitamos de los demás para sostener ese sutil equilibrio entre pertenecer y padecer.
Sin embargo, en una primera impresión, el visitante no percibe esta potencia del pueblo. Es inocente ante la poca cantidad de autos o de peatones que circulan por las calles, no descubre en una primera visita los pormenores escondidos. Aun así, las hojas caídas de los árboles en otoño develan lo oculto. Justo ahí, se mezclan los recuerdos del verde devenido amarillos opacos. La mirada se distrae en paisajes de campo que no distan más de ocho cuadras para aparecer, los caminos rurales se mezclan con las casas y esto confunde al no adiestrado. Muchos de ellos llegan con la ilusión de encontrar la paz que en la ciudad es escasa. Son inocentes.
CORRIDAS EN EL PUEBLO Y PASOS EN LA CIUDAD
La presencia de una gran cantidad de gente en el pueblo se vuelve noticia. En un día habitual, las caras diferencian saludos para cada uno de los vecinos, los autos corren por las calles y, en la mayoría de los casos, todos sabemos hacia dónde se dirige el otro. Es muy normal escuchar una charla en el supermercado y conocer tanto a quienes conversan como al tema de conversación. A todos nos importa la vida de los demás, es una señal de interés. Puede sonar a intromisión pero, más allá de la maledicencia que no falta, la gran mayoría estamos entrelazados como familia.
Un detalle no menor es la ausencia casi absoluta de delitos en el pueblo, los robos y asaltos acá no son frecuentes. Si suceden, no pasan del robo de una bicicleta en la vereda. Por lo general, una vez que la usó, “el ladrón” la deja tirada, en el peor de los casos, rota. Acá, todos somos testigos de la vida de los demás, en cuestiones de seguridad, también. Nunca escuché acerca de una persecución o de un tiroteo. Así, lo colectivo fortalecedor muestra que podemos sobrevivir a los chismes, a la mirada y a los rumores, en contraste con la inmensidad de la cuidad.