El miedo: sobre la resistencia
Por Nicolás Estanislao
SABER PERDER
“El peligro es imaginario, pero el miedo es real”
Juan José Saer
En el cuerpo, en la mente, en el alma: “la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes, los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí…” frasea de forma magistral el mítico cantautor cubano. ¿Pero es lo mismo el miedo que la cobardía?
A todos nos llegará el momento. Bien, voy a correrme de allí, quiero pensar en esos miedos cotidianos: a los perros vagabundos, a sentarse en un sillón odontológico, a no saber envejecer, a que tu equipo nunca deje de perder –instancia que produce, entre varias otras, ardor en el pecho, falta de apetito- o ese miedo natural de la temprana adolescencia, cuando pasabas por la puerta de esa chica que jamás se fijó en vos. Miedos mundanos y miedos fundados que, en definitiva, tienen su propia razón de ser.
Ahora bien, mientras ahí afuera el mundo se desmorona, muchos siguen empeñados en discutir a viva voz sobre una expulsión rigurosa, un maldito gol mal anulado o un erróneo sistema de juego. Claro, hoy el fútbol es una fiesta renga y de disfraces: aburrido, poco original, carente de sentido. Y nosotros, los que íbamos a él, con la pasión y el entusiasmo intacto, nos hemos vuelto simple payaso maldito y mal maquillado, condenado a no reír, a solo masticar la bronca por dentro y en silencio.
Como desengañado de muchas cosas, ahora le tocó al fútbol ingresar a la lista. Algo de cinismo, algo de preocupación me invade, ya que la vida consiste en tomarse muy a la tremenda cuestiones que no valen absolutamente la pena.
La verdad, también, es que cada uno encaja los traumas de la manera que puede y los miedos quizás sean un lícito mecanismo de defensa. Para exorcizarlos, escribo.
NORITA + 10
“Aguanten las Abuelas” y “Aguanten las Madres”
Rezan los guantes de Nahuel “Patón” Guzmán
Pienso en el miedo, y pienso también en la resistencia a él. Irremediablemente me voy a los años nefastos, de terror, de secuestros, de robos, de muertes. En este contexto, el fútbol, no estuvo ajeno. Gustavo, hijo de Norita Cortiñas, desapareció en pleno Mundial de 1978. Como modo de construir verdad y plantar memoria, aparece el “Norita Futbol Club”:
“Somos compañeras de militancia que ya veníamos jugando al fútbol, hasta que decidimos participar de la Liga “Nosotras Jugamos”, que coordina Mónica Santino, con el apoyo de Andrea Conde, presidenta de la comisión de Mujer de la Legislatura porteña. Había que ponerle un nombre y, ahí, Tamara Haber sugirió hacerle un homenaje a Norita, ella también hizo el logo con el pañuelo y usamos su frase, ‘ser feminista es una cosa bárbara’.”
Para dar color a reivindicación, las pibas rompen las estructuras, exponen memoria, y gambetean al destino, como lo hizo y lo hace Norita, como lo haremos cada uno de todos nosotros.
SOMO `NOSOTRO`
“¿Para qué sirve escribir?”
Ignacio Bogino.
“(la abuela) me pidió que aprendiera distinguir entre el miedo y la cobardía (“esa omisión”), la transparencia y la obviedad, la profundidad y la maraña. Y el amor, que no es únicamente instinto ni aliento divino ni mucho menos locura, sino una razonable preferencia”. Esta cita de Ana Basualdo aparece como arte del mágico destino literario. Entonces, me desarmo para abrir de nuevo el juego. Para entender la concepción del miedo como una situación adquirida de manera íntegra.
Recuerdo muchos miedos, habito otros, pero voy a viajar en el arduo trabajo de recordar, entre encajes, conflictos y avatares, sombras de aquello que escondemos, por inercia, por culpa, por vergüenza. O, quizás, simplemente por miedo. Recuerdos frágiles, vagos, difusos. Otros se construyen con entusiasmo y, muy de a poco, comienzan a adquirir forma. Recuerdo determinado: la plaza del barrio, el partido de siempre, la alegría del pase al mejor ubicado dentro de un campo de juego poco convencional: piedras, pozos, tierra, un arco conformado por un palo de luz de un lado y un rejunte de buzos del otro. Como límite, una loma enorme, donde había que aplicar toda la destreza posible para que la pelota no se escapara en libre caída hacia la calle, hacia lo inexorable. Las orillas siempre difusas eran nuestra imperfecta contención.
Entre poca luz (por no decir nada) y manchones de pastos de un tiempo mejor, caía la tarde, mientras se disputaban los mejores partidos de fútbol que puedo recordar. Se jugaba con lo puesto, por el honor, y hasta que dolieran los ojos en medio de la noche. No había descanso; sí, mucha improvisación, coraje, y una impresionante mística en la derrota. Era así, como la fiebre cuando quema. Éramos libres, no existía el miedo al error, no existía el castigo. Entre pliegues, con incontables juegos, gran parte de lo que soy, y casi todo lo que aprendí de la gente, lo bueno y lo malo, me lo enseñaron esos partidazos en la plaza del barrio.
ANTICUERPOS
“Me llaman calle”
Manu Chao.
Decía, entonces, el fútbol hoy es drama pero jugar a la pelota en el barrio y con los pibes, resulta una mágica diferencia. Jugar en el potrero, se define por su resistencia, por su valor de identidad, por su excelencia, por su imperfección, por su destino. Es una ruptura con el peso de lo cotidiano. Construye memoria. Y, en esa imperfección total, aparecemos, nos defendemos, nos hacemos esperanza, nos contenemos en el nosotros, al menos, por unos cuantos largos minutos, libres de todos los miedos del mundo.